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· Bach: la teología del consuelo


© 2014 Josep Marc Laporta

  Las pisadas de Martin Lutero aún resuenan en la iglesia de san Jorge, en Eisenach. Dos siglos antes, en el mismo coro donde el pequeño Johann Sebastian Bach[1] canta con voz inusualmente fina, también lo hizo otro niño, que más tarde llamarían ‘el reformador’. Es el mismo lugar, el mismo pretil de coro. El sonido de los cantos luteranos ocupan el espacio y envuelven esa especie de hábitat religioso y social, rodeando al que en los siglos venideros denominarán ‘padre de la música’.
La paternidad musical del ilustre kantor emerge en medio de una gran exigencia genealógica. La música fue el negocio de sus antepasados y coetáneos de linaje. Entre la extensa familia Bach se repartían los oficios de organista, maestro de música, kantor, dirección de la sección de viento y hausmann. Se volvieron tan importantes, que las palabras Bach y músico se consideraban sinónimos.
Johann Sebastian se sienta en el coro, junto a otros niños, con el Eisenachisches Gesanbuch en las manos, el libro de cantos usado tanto en la iglesia como en la escuela. Las imágenes de portada, con los grabados de los músicos del templo de Salomón, le encandilan y le invitan a conocer más sobre el inigualable atractivo de la música al servicio divino. Junto al Eisenachisches Gesanbuch, empieza a conocer la Biblia que Martin Lutero tradujo al alemán utilizando las distintas variantes dialectales para que fuera más comprensible para el pueblo. De esta forma y de la mano de los dos libros, el pequeño músico ensaya su propia teología.[2]
 
Sin embargo, el niño Johann Sebastian no fue un portento de virtudes. Se le reconocen distintas actitudes rebeldes y conspiradoras. Un documento sobre la asignatura de latín muestra que la falta de libro de texto, el hacinamiento y el descaro de los maestros fomentó actitudes de rechazo en los infantes. El lanzamiento de ladrillos por las ventanas y todo tipo de protovandalismo fue una de las constantes en la adolescencia del pequeño kantor. El libro que contiene los registros de rendimiento escolar de Bach en la escuela revela que, en su tercer año, Johann Sebastian era el número 46 de 89 estudiantes y faltó a 96 clases de distintas materias.
Su infancia y adolescencia fueron convulsas y, también, tuvieron sendas visitas fúnebres. Antes de los diez años perdió a sus padres y fue a vivir con un hermano mayor que casi no conocía, en otra ciudad. Al cambiar de domicilio sus notas mejoraron. Tal vez su orfandad le dio fuerzas para seguir. A lo largo de su vida, la muerte será uno de sus argumentos textuales preferidos. ‘Mitten wir im Lieben sind’: ‘en medio de la vida estamos muertos’ fueron sus palabras tras la partida de sus progenitores. Pero los decesos no se alejarían de la vida de Johann Sebastian. Su primera mujer moría cuando él solo contaba 35 años y solo diez de sus 20 hijos llegaron a adultos.
 
Uno de los más relevantes músicos de la saga Bach fue Johann Christoph.[3] Su vida fue aleccionadora para el Kantor de Leipzig, pues refleja todos los problemas que los de su estirpe y profesión sufrían. Los músicos de aquella época se turnaban entre el servicio a la iglesia, la corte y la municipalidad, sin embargo el pueblo no dio alojamiento a Johann Christoph y tuvo serios problemas de salud: padecía enfermedades, estaba mal pagado, se quejaba mucho y murió en la pobreza. En su infancia, Johann Sebastian conoció a su primo y aprendió en primera persona las vicisitudes de la vida. Sin embargo, y al contrario que Johann Christoph, en la madurez vislumbró el éxito de su labor artística, con el consecuente reconocimiento económico, aunque no sin pasar por grandes conflictos de comprensión y aceptación por parte de sus superiores.
Su puesto en Arnstadt fue el resultado de que las autoridades de la ciudad decidieran poner un impuesto especial a la cerveza para comprar un nuevo órgano para la Neue Kirche. Bach fue contratado para probar el nuevo instrumento y dar una audición para los ciudadanos. Aceptó y recibió más dinero del que su padre pudo haber recibido. Aunque en ello había implícita una trampa: el concejo insistió en que compusiera música nueva; pero todo lo que tenía era una banda de aficionados, compuesta por estudiantes musicalmente desiguales. El carácter duro y adusto de Bach no tardó en reflejarse. Tras escribir una difícil partitura para fagot, el maestro amonestó duramente al instrumentista que no supo tocar correctamente el pasaje. Al volver a casa, Geyersbach y sus amigos le esperaban en plena calle. En medio de una discusión, al recibir un golpe con un palo, Bach sacó su espada y se montó una trifulca memorable.
Sin embargo, el curtido y tosco Johann Sebastian mostraba sin reparos el lado hermoso de su aprehendida forma de lucha y vida: la música era un bien supremo y divino que había de usarse con rigor y capacidad. El talante impetuoso y, muchas veces, vehemente de sus relaciones sociales, contrastaba con una concienzuda entrega respecto a la música eclesial. En realidad le daba auténtica rabia observar cómo la música sacra pasaba a ser un simple entretenimiento y no era considerada convenientemente. En una carta al concejo de Mühlhausen, cuando no se avino con los párrocos por cuestiones académicas, Bach aseveró tajantemente: ‘quiero una música de iglesia bien regulada para la gloria de Dios’. Es probable que como compositor canalizara toda esa frustración y desilusión en una música de fe. De sus palabras y de su experiencia vital se vislumbra la extraordinaria capacidad consoladora y animadora de su música.
 
Bach fue uno de los pocos músicos de la historia que fue encarcelado. La razón: negarse a componer cuando asumió el puesto de director de música de la Corte ante un príncipe déspota y amusical. Su vida acumuló tantas desventuras en la manera de entender la dedicación al arte, que muchas veces mostraba con hechos consumados su profundo descontento y frustración. Cierta vez pidió permiso a sus superiores de Arnstadt para viajar y visitar al gran maestro Dietrich Buxtehude en Lübeck, evidenciando así su insatisfacción con el nivel y aplicación de los cantantes del coro. La autorización de una semana se convirtió en tres meses de incomprensible e injustificable ausencia. 
La ciudad de Leipzig, con 30.000 habitantes, disponía cada domingo de 9.000 personas apiñadas en la Thomaskische y la Nikolaikirche. Bach, que componía cada semana una obra, tenía una audiencia diez veces superior a una ópera.[4] Doscientas cantatas y sus dos grandes pasiones se crearon en Leipzig.[5] Pero la gente se comportaba en los templos como si estuvieran en una recepción social. Habían personas durmiendo, otras lanzando aviones de papel, fumando, tomando tazones de chocolate o perros paseando por el ábside. Incluso en uno de los templos contrataban azotadores de canes para asustarlos y alejarlos. En ocasiones, el paso de algún pequeño hato de cerdos cruzando el templo era un entretenimiento añadido a la celebración litúrgica, ya que las puertas laterales del templo eran un buen atajo para ir al mercado y no tener que bordear el edificio. La gente iba y venía, salía y entraba antes y después del sermón, durante la alabanza. Y aunque las mujeres se sentaban abajo, en la platea, y los hombres arriba, en las galerías, el trasiego de personas era considerable. Así se entiende el sufrimiento artístico y espiritual de Bach. Al final de su etapa en Leipzig, cansado del poco apoyo de la municipalidad y de unos apáticos e indolentes alumnos, Johann Sebastian escribe a su amigo Georg Erdmann con profundo dolor: “Mi vida está llena de obstáculos y aflicción, no veo futuro para mi familia aquí”.
El adusto carácter de Bach, gestado en innumerables e íntimas experiencias de incertidumbre, lucha y superación, contrasta con su desnuda fe. La creencia en un Dios salvador y consolador fue su norte. Bach estaba convencido de que la música daba una elocuencia especial a los textos bíblicos. Escribió: ‘Las notas hacen que las palabras cobren vida. De hecho, sin la música, el hombre es poco más que una piedra. Las palabras apelan al intelecto, y la música a las pasiones’.
 
«Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido» (1ª Corintios 13:12). Estas palabras del apóstol Pablo resonaron durante años en la mente de Johann Sebastian Bach. Con una Nota-Bene en el margen inferior de la correspondiente página de su Biblia, el Kapellmeister resumía escuetamente su deseo: ‘solo por su Gracia le veremos’.
La mirada teológica y musical de Bach se forjó poco a poco y paso a paso entre los sonoros golpes de la vida. Junto a su agitada biografía, el libro de canto de su niñez en Eisenach, el Eisenachisches Gesanbuch, y su inseparable Biblia[6] fueron la divina guía que adiestró su carácter y formó musicalmente una peculiar teología del consuelo. Tal vez con su magnífica obra, Bach compuso una canción de cuna para sí mismo y nos compuso una canción de cuna para nosotros. Fue la manera de escribir las contradicciones de su vida y describir la Gracia de Dios en medio de los sinsabores de este valle de lágrimas. En su música se descubre la fuerza de una fe que se expresa sublime, con matemática y científica musicalidad, tal vez como un intento de huida, de fuga, de las limitaciones y frustraciones humanas. La belleza y majestuosidad de sus notas, armonías y contrapuntos se alza por encima de las dificultades y sinsabores de este mundo para expresar sonoramente la teología del consuelo: el perdón y la Gracia.
Bach concentró en su música de fe todas las pérdidas, la de sus padres cuando tenía diez años, la de la mitad de sus hijos, la de la su primera esposa, la de las dificultades, la de las incomprensiones artísticas y profesionales… Y todo ello lo resumió en una mirada teológica que describía consolación. Es posible que Bach escribiera su música para ser él mismo consolado. El dolor privado y personal de Bach es el dolor privado de todos. Todos perdemos a alguien, todos hemos perdido una parte de nuestra vida en algún momento y nos reconocemos caminantes de un valle de muerte. Es por eso que nos reconocemos en la música de Bach, porque nos explica nuestro propio sufrimiento psicológico y humano, y nos enseña la trascendencia de la teología del consuelo.



[1] Johann Sebastian Bach (Eisenach, Turingia, 21 de marzo de 1685–Leipzig, 28 de julio de 1750)
[2] La teología, como estudio de Dios desde la circunscrita mirada del hombre, tiene sus raíces de comprensión en la antropología. El hombre y la mujer, en su cultura, espacio social y contexto cotidiano, dibujan una imagen de Dios asemejada o ajustada a su realidad humana. Junto a la valiosa e imprescindible revelación bíblica, las épocas, las comunidades, los avatares históricos o las condiciones de vida del caminante determinará el enfoque que éste hará del Dios al pretender descubrirlo plenamente. El ejercicio de la teología es, por tanto, una aproximación a la infinidad de Dios desde la limitación y finidad de un ser mortal, que vive inmiscuido en múltiples experiencias terrenales que serán las que al fin conformarán su perspectiva de la divinidad y le dará significado.
Si bien la teología se presenta como una asignatura erudita y docta, en realidad no es ni más ni menos que el intento de comprensión de la divinidad mediante distintas aproximaciones: el estudio, la reflexión o la percepción bíblica, las influencias religiosas y socializadoras, los condicionantes antropológicos y las experiencias vividas en primera persona, con todas las complejidades biográficas, sociales y ambientales existentes. En consecuencia, conocer y comprender a Dios es la compaginación de la limitada experiencia humana con el estudio revelado de las verdades bíblicas.
[3] Johann Christoph Bach (6 de diciembre de 1642–31 de marzo de 1703)
[4] Johann Sebastian Bach nunca escribió ninguna ópera. Aún cuando era la época dorada de la ópera, en la que se ganaba mucho dinero.
[5] En el siglo XIX, ya que Bach había escrito tantas obras sagradas, los escritores le consideraban como un santo o el quinto evangelista. En Weimar, Bach compuso más de 20 cantatas. Obras de unos 20-30 minutos que iban entre la instrucción o la lección y el sermón.
[6] En el año 1969 se descubrió la Biblia luterana —editada por Abraham Calov (Wittenberg, 1681)— que Bach adquirió el año 1733, donde había anotado en el margen de algunas de sus páginas ciertas observaciones personales referidas a la música.

© 2014 Josep Marc Laporta

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2 comentarios:

  1. John Shahidid16:21

    Nothing any good isn't hard.” What is the secret of great writing, Marc? Thank you. wonderful!

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  2. Siempre es bueno rezarle a nuestro Dios para agradecerle y para pedirle fuerzas para afrontar momentos malos y de sufrimiento, gracias al blog por la información.

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