© 2021 Josep Marc
Laporta
1-Pensamiento mágico pandémico
2-El estrés pretraumático
3-Aislamiento social y trastornos
4- Políticas sanitarias
5- Futuros sociopolíticos
1- PENSAMIENTO
MÁGICO PANDÉMICO
Ante lo desconocido y el
temor que produce la incógnita del misterio, el ser humano tiende a fabular
sobre sus propios pensamientos para encontrar soluciones supuestamente
racionales, factibles o probables. Es una explicación tentativa que al fin y al
cabo se convierte en una interpretación de recurso mágico, intentando
protegerse de lo desconocido. En realidad, este tipo de planteamientos es una
defensa de la razón, un amparo de la consciencia que libere y dé sentido a la
consternación que provoca el suceso.
En todas las epidemias y
pandemias de la historia han sucedido similares reacciones sociales. Lo oculto,
al estar velado y escondido y no ser fácilmente descifrable, provoca un tipo de
pensamiento lateral que busca en razones inexplicables y fantasiosas una
eventual respuesta a sus preguntas. A lo largo de la historia este pensamiento
mágico lo ha capitalizado la religión organizada y, en su defecto, la espiritualidad,
el anhelo de trascendencia humana o la superstición. Es por ello que cuando el
ser humano se ha encontrado ante un evento tan desconocido como una epidemia,
ha buscado en la exploración de lo religioso o del más allá desconocido
respuestas válidas que han sido más fruto de sus propias divagaciones que de
evidencias y certidumbres.
Sin embargo, muchas de las
respuestas son procesos psicológicos que asimismo buscan encontrar en el grupo
su confirmación. Así que no es extraño observar como aparecen posturas y
pensamientos colectivos de tipología mágica o fantástica que intentan calmar la
ansiedad que provoca el misterio indescifrable. Con las lógicas diferencias de
épocas y contextos, esto ha sucedido en todas las epidemias y también se ha producido
en la presente. Ya sea en los grupos negacionistas como en los profetas del fin
del mundo o las tesis conspiratorias, todos están influenciados por una gran
confusión y desorientación ante un evento que les supera. Y frente a la
imposibilidad de obtener respuestas claras y convincentes, el camino más
sencillo es el del pensamiento mágico, sin más recursos y apoyos cognitivos que
el amparo de lo prodigioso o transcendente.
Los doctos medievales, como
Isidoro de Sevilla (556-636), hablaban de peste y pestilencia en sus Etymologiae desde
una perspectiva pseudocientífica y religiosa. Isidoro afirmaba que «la peste es
el contagio que, si uno lo coge, rápidamente pasa a muchos. Se produce por el
aire corrompido y se afianza penetrando en las vísceras. Esto aunque las más de
las veces se produce por las potestades aéreas, sin embargo de ninguna manera
puede darse sin el arbitrio de Dios Todopoderoso. Y se llama pestilencia porque
como en el incendio, los cuerpos son pasto de la enfermedad». (Virg.
Aen. 5,638).
Jaume de Agramunt (?-1350)
explicaba que «epidemia ho pestilencia mortaldats de gents». Sin
definir epidemia, descomponía el término pestilencia en tres sílabas: pes=
tempesta, tormenta; temps= tiempo; y lència= claredat, claridad. Así que, para
él, pestilencia era el tiempo de tempestad que viene de la claridad, o sea, de
las estrellas. La percepción de Jaume de Agramunt se ajusta mucho a las
creencias sobrenaturales de la época y a explicaciones astrológicas. El autor
del primer texto médico en catalán que se conoce, aparece en la historia cuando
el 23 de abril de 1348 entregó al Alcalde de Lleida su obra titulada Regiment de
preservació a epidímia e pestilència e mortaldats
(Métodos de protección contra la epidemia y pestilencia y muertes). Poco
después de entregar su obra, Jaume d'Agramunt murió de la enfermedad que
estudió cuando la plaga llegó a la ciudad. No obstante, las aplicaciones que
propugnaba eran acertadas: «ventanas abiertas y ventilar las habitaciones;
lavarse, tener higiene mínima, con manos limpias, y cuidado de lo que se come y
se bebe; y no estar en aglomeraciones de personas. Huir de la ciudad e ir al
campo».
El recurso astrológico
también lo usó el cronista Jean de Venette (1307–1370), prior del monasterio
carmelita de Place Maubert en Paris: «En el mes de agosto después de
Vísperas, cuando el Sol empezaba a ponerse, apareció una grande y muy brillante
estrella sobre París hacia Occidente. No parecía estar muy alto por encima de
nuestra atmósfera, como suelen estar las estrellas, sino, en cambio, muy cerca.
Al ponerse el sol y caer la noche, no nos apreció ni a mí ni a muchos otros
frailes que estábamos contemplando, que esta estrella pasara de un lugar a
otro. Por fin, cuando se puso la noche, esta gran estrella, para asombro de
todos los que estábamos mirándola, se descompuso en muchos rayos diferentes y
estos rayos cayeron por encima de Paris hacia el Este, desapareció por completo
y fue totalmente aniquilada. Si estaba compuesta de exhalaciones etéreas y
finalmente se resolvió en vapor, es cuestión que dejo a los astrónomos. Sin
embargo, es posible que fuese presagio de la terrible pestilencia que vendría y
que, en realidad, vino muy poco después a París y a todo Francia y todos
lugares» [Jean de Venette, ‘The Cornicle’, citado en R. Gotfried.
Ob., cit. p. 124‐125).
Asimismo también se le
atribuyó la pestilencia a ciertas causas artificiales. Ibn al Khatib (1313-1374) hacía
referencia a un «envenenamiento temporario causado por la adición de algún
veneno en la atmósfera». Y otra tesis de gran difusión en Languedoc, Provenza y
Cataluña era que la enfermedad había sido provocada intencionalmente. Tesis de
cierto paralelismo con algunas apreciaciones sobre la actual pandemia del siglo
XXI. Pero fue Alfonso de Córdoba quien afirmó que aquella pestilencia había
sido obra de ‘hombres malvados’ negando la participación de causas celestes,
relacionando su origen con una acción calificada de «maldad
profunda, descubierto mediante un arte muy sutil y de gran crueldad» por
los «enemigos de la cristiandad».
Tanto el negacionismo como
el ilusionismo ilustrado, el pensamiento mágico o las tesis conspiratorias han
estado presentes en todas las pandemias como recursos de comprensión o
aceptación de lo incomprensible o inaceptable. Sin embargo, que en pleno siglo
XXI aparezcan las mismas deducciones es prueba de que ante la irrupción de
eventos desconocidos, algunos de los comportamientos intrínsecos de las
sociedades humanas sigue siendo buscar respuestas mágicas que apuntalen su
desamparo, sean o no de ámbito sobrenatural. El no saber o el desconocimiento
parcial o integral de las razones de un suceso da rienda suelta en las mismas
proporciones a la búsqueda de respuestas tentativas y peregrinas. Es un
comportamiento psicológico y social inherente a la especie humana, a pesar de
progresos ilustrados.
2- EL
ESTRÉS PRETRAUMÁTICO
Académicamente existe la
tendencia a considerar el estrés exclusivamente como una respuesta reactiva a
un suceso traumático. Y aunque es cierto que en la gran mayoría de los casos
así sucede, no por ello se debe ignorar que el estrés también es una reacción
pretraumática que pone el cuerpo en sobre aviso y gran tensión ante una
situación que se prevé incontrolada o de difícil solución. Es una temerosa
previsión mental de un suceso adverso presente que se proyecta hacia el futuro,
que genera un estado de alerta agudo o crónico dejando secuelas sin haber
sucedido ningún cataclismo cercano, repentino e irruptivo.
El estrés pretraumático en
una pandemia aparece de diversas formas o modalidades en los diferentes
segmentos de la sociedad. En los más jóvenes puede desarrollarse como un
trastorno negativista desafiante. Es decir, una actitud de no aceptación de la
realidad con puntas de provocación y reacción antagonista. Se da en aquellos individuos
que previamente ya manifiestan una deficiencia en cumplir algunas normas
sociales y que ya tienen una cierta predisposición a la reactividad sistémica.
Y también es común en el comportamiento familiar de los niños, que ante lo
desconocido y la imposición de unas normas coercitivas pueden reaccionar a la
contra, buscando la confrontación directa y provocando situaciones indeseables.
Niños y jóvenes, en distintas gradaciones y particularidades, son los más
afectados por el estrés pretraumático pandémico, porque por lo general aún no
han desarrollado y probada su personalidad ante las amenazas reales y
trascendentes que les pueda deparar la vida.
El estrés pretraumático
tiene su talón de Aquiles en la poca previsibilidad de la evolución pandémica.
En muchas personas, una incertidumbre futura genera un intenso estado de
descontrol de sus reacciones vitales, conduciéndolos a una inestabilidad
psicológica permanente con trastornos de ansiedad, picos de angustia y fatiga emocional. En
algunos casos se manifiesta más intensamente con el agravamiento de una
psicopatología previa y, en otros, con nuevos cuadros de desasosiego e
inadaptación social. Este valor sobrevenido, el de la inadaptación social, es
el causante de muchas de las actitudes negacionistas. Cuando el miedo o la
desconfianza frente a un desconocido futuro toma el control de la mente, una de
las respuestas más habituales es negar la realidad o dar a los sucesos un valor
de veracidad menor o falsedad.
Tanto en los jóvenes como
en los adultos, la falta de estructura familiar y la sensación de
imprevisibilidad agrava mucho los cuadros de comportamiento social. El aporte
de la familia, como organización de apoyo y orden social, es imprescindible
para la capacitación ante situaciones de incertidumbre y desconfianza en el
futuro. Los individuos arropados socialmente por un entorno familiar ordenado,
estable y con propósito son mucho más seguros ante el desconocimiento de un
futuro tan incierto como el pandémico. Así que es mucho más probable que gran
parte de los comportamientos negacionistas o incluso posiciones de tesis
conspiratorias provengan de sujetos que en un estado de estrés pretraumático no
dispongan de suficientes referencias estables o saludables que le hayan
aportado debate y contraste de pareceres. No obstante, también puede ser
sobrevenido por causa del temor repentino a una situación que emerge fuera de
control.
Pero el pensamiento mágico
ya apuntado no es, necesariamente, una actitud social en el preciso sentido de
ausencia de valores estructurales, sino una latente incapacitación individual
en la asunción natural de las realidades escondidas. En este mundo finito y de
respuestas atemporales, siempre habrá cuestiones que permanecerán en un eterno
interrogante. No es posible conocer todas las respuestas, incluso aunque una
bien fundada fe cristiana pareciera proporcionarlas todas. En todo conocimiento
de lo humano, e incluso de lo divino, siempre hay un muy significativo tanto
por ciento de ignorancia, precisamente porque la profundidad de comprensión
universal es inacabable e inaccesible. Así que en el proceso de estrés
pretraumático, el pensamiento mágico también puede aparecer como el camino más
corto para calmar temporalmente la ansiedad y el estrés que produce no tener
todas las respuestas.
Sin embargo, se puede vivir
saludablemente aceptando de entrada que no disponemos de todas las respuestas
que necesitaríamos, admitiendo la realidad universal tal como es sin tener que
recurrir al pensamiento mágico, al ocultismo o a la superstición. A pesar de la
aparente vaciedad intelectual que parece propugnar, esta posición es una
actitud mucho más madura, razonable y proactiva que otorgar a sucesos
cotidianos relaciones mágicas o extraordinarias por sí mismos. El escapismo es
la extraña virtud de los que no luchan o no buscan respuestas competentes y
prefieren un atajo pseudointelectual.
3- AISLAMIENTO
SOCIAL Y TRASTORNOS
Los confinamientos y las
distancias físicas o interpersonales, así como el uso de mascarillas y la
persistente actitud de prevención de contagios, conduce a nuevas modalidades de
trastornos psicológicos conductuales. Son reacciones de insatisfacción
permanente y de encarcelamiento social y psicológico que deja al sujeto en una
especie de tristeza vital sin visos de solución. Tan solo un rápido y buen
desenlace de la pandemia podría poner una resuelta solución a este tipo de
trastornos; o, en su defecto, una positiva e incluso revuelta actitud de lucha
y superación.
Normalmente los trastornos
depresivos aparecen muy lentamente, casi sin avisar. Así que en tiempos de
pandemia es lógico que gran parte de la población se sienta progresivamente
triste y apesadumbrada sin saber realmente que está gestando un proceso
depresivo. También la fatiga emocional puede desembocar en una crisis más seria, sin salida. Con todo, es probable que el proceso no avance hacia un estado mayor o hacia
la cronificación, pero no por ello significará que el sujeto no se sienta
afectado por un estado de desesperanza, fatiga y decaimiento permanente que le lleve a
una desafección en las relaciones sociales y a una tristeza interior endémica.
Es indudable que la imprevisibilidad de la
resolución pandémica y el enclaustramiento físico y social está provocando
serios cuadros depresivos y trastornos emocionales iniciáticos que, aunque por
lo general no se manifiestan profundos y definitivos, sí son latentes,
silenciosos y subterráneos. La mascarilla y la ocultación permanente del rostro
provoca ausencia de personalidad y equivalencia del individuo en el grupo.
Ocultar constantemente el signo de identidad más destacable de la persona,
disuelve o anula las características que la hacen única y sin par. Algunas
investigaciones, como The Lancet en el Reino Unido, están revelando que en el
proceso de interlocución, desconocer gran parte del rostro de una persona
dificulta las relaciones sociales y provoca temor y aislamiento.
La parte más expresiva de
la cara son los ojos y la boca. Por tanto, el cincuenta por ciento de la
información queda anulada por la ocultación de la boca con la mascarilla, lo
que consecuentemente significa que el cincuenta por ciento de la comunicación
semiótica desaparece. Los ojos solo expresan una parte de lo que muestra la
mueca de los labios, pero no toda la intencionalidad de su gesto. Así que,
aparte de la voz y su locución, la información del estado anímico personal y la
comunicación muscular y micromuscular orbicular queda inhabilitada. Pero no es
exclusivamente un asunto de transmisión de la información, sino y sobre todo
una seria limitación de la relación comunicacional semiótica.
La pérdida de libertad personal
empieza, precisamente, en el rostro, curiosamente la parte comunicativa más
íntima del cuerpo que se muestra a los demás. No hay nada más privado y al
mismo tiempo más público que dejar ver los sentimientos más profundos a través
del rostro. Es nuestra forma de comunicación más natural y cotidiana. Cuando se
elimina una gran parte de esa comunicación facial se excluye una buena parte de
la sociabilidad, civilidad, cortesía, afabilidad, cordialidad, deferencia,
distinción, solicitud, delicadeza en el trato, simpatía o gentileza. Sin
embargo esa ocultación no solo excluye todas estas características
comunicativas del rostro sino que quedan sustituidas por una pantalla inerte
que no tiene información ni comunicación, lo que fácilmente puede indicar todo lo
contrario. En estos casos el esfuerzo por mostrar una mirada más cómplice es el
único camino de entendimiento.
A la pregunta de si las
relaciones sociales se ven afectadas por la ocultación del rostro, la respuesta
es sí. Y también la autoestima. A pesar de que habitualmente se realiza un esfuerzo suplementario para
superar la barrera facial, la realidad es que la incomunicación persiste y un
tipo de asociabilidad se manifiesta en distintas gradaciones. En muchos casos y
en los más comunes la asociabilidad es una actitud de defensa propia que
conlleva actos más egoístas y menos comunicativos. La distancia que provoca la
mascarilla también es una distancia de comunicación semiótica. Y a menos
comunicación semiótica, menos relación interpersonal, a pesar de las palabras.
Por otro lado, los
confinamientos domiciliarios o sociales y las restricciones de contacto
familiar de segundo grado conlleva ciertas afecciones en la salud general de
los individuos. Sobre todo en los grupos más vulnerables, tiene implicaciones
que fácilmente conducen a estados depresivos y a la dejación de
responsabilidades sociales y privadas, además de las posibles dependencias a
sustancias o al alcohol, mala alimentación, adicciones, juegos de azar,
incremento de la soledad pasiva, desconexión social, falta de significado o
anomia, etc. Aparte de que el coronavirus puede infectar el cerebro o
desencadenar respuestas inmunes que tengan efectos adversos adicionales sobre
la función cerebral y la salud mental en pacientes con Covid-19, la salud de la
población en general se está viendo seriamente afectada por diversas causas. En
la mayoría aparece el fenómeno del hartazgo progresivo, un cansancio acumulado
que a pesar de sobrellevarse y aparentemente tenerlo bajo control puede estallar
en el momento más inesperado de las más dispares maneras como las anteriormente
citadas. Si a ello se le suman dificultades económicas que ya se estén
empezando a sufrir y que se prevé que se agravarán, se puede dibujar un cuadro
de desesperanza que puede llegar a echar raíces y convertirse en muy
preocupante y en poco tiempo llegar a crónico.
La desesperanza o la poca o
nula confianza en el futuro es otro de los cuadros psicológicos a tener en
cuenta. En los jóvenes aparece de manera muy acentuada. La desesperanza ante un
futuro tan incierto, tanto sanitario como económicamente y de oportunidades
laborales, está marcando los ritmos de crecimiento de la juventud. El futuro
que les espera viene vacío de posibilidades, consecuentemente estados de ansiedad
y depresivos aparecen cada vez más en esas edades. Como sucede con el paso de
un conflicto bélico en una sociedad, la pandemia nos ha hecho sentir mortales,
lo que para los más jóvenes se traduce en conciencia de finitud y
experimentación en primera persona de la realidad última de los seres humanos,
cuando éste es un valor que en condiciones normales para ellos sería
absolutamente inapreciable. Consecuentemente, se acumula un tipo de
desesperanza vital: primeramente, por ausencia de perspectivas de futuro; y en
segundo lugar por la súbita percepción mortal de la vida.
4- POLÍTICAS
SANITARIAS
En todas las pandemias de
la historia, la salud ha sido un aspecto de de segundo orden en la lucha contra
el virus. Ante la avalancha mortal de una epidemia y su letal paso por la
existencia de una sociedad, la salud, como aspecto social a preservar, fue un
aspecto muy secundario en la administración de un territorio o un país. La
salud no se podía velar ni proteger cuando la muerte era persistentemente tan
presente, habitual y cotidiana, con víctimas tiradas en las mismas calles o en
los descampados. Ni tampoco se podrían hacer planes de seguridad social cuando
limitados por los precarios conocimientos médicos de cada época, no existían
las estructuras sanitarias necesarias para atender la más mínima posibilidad de
curación. Sí o sí, la pandemia pasaba por encima de la población sin que la
medicina pudiera hacer nada por impedirlo.
A diferencia de las
anteriores, en la presente pandemia existen unas buenas estructuras médicas y
sanitarias que permiten una adecuada atención y prevención de la salud como
bien poblacional supremo a fomentar y conservar. Y también una mayor calidad de
vida y derechos sanitarios adquiridos por parte de la población. Por lo tanto
es evidente que la irrupción de una pandemia en el pleno siglo XXI no tiene
ningún parecido con otra de cualquier periodo anterior. La investigación,
organización y disposición médica, farmacológica y sanitaria no tiene parangón
con ninguna otra del pasado. Esta superioridad científica y social ha facultado
una mayor atención y acción sanitaria, con mejores sistemas de prevención e
investigación de medicamentos y vacunas.
Sin embargo, la protección
de la población frente al virus se ha visto políticamente muy tensionada por la
limitación de plazas hospitalarias disponibles. En otros términos, las
políticas sanitarias de los estados se han puesto en alerta no exclusivamente
por la letalidad del virus y la alta capacidad de contagio poblacional, sino
por la avalancha e imprevisibilidad del número de contagiados en estado grave
ocupando camas en los hospitales. En realidad, la principal preocupación de los
estados ha sido la previsible e indeseable saturación de sus centros de salud y
la catástrofe y el descrédito social que significaría verse superados en número
de enfermos y efectivos sanitarios. Esta prioridad administrativa ha sido
realmente la que ha tomado el control de sus decisiones, dejando a ancianos y
desprotegidos prácticamente al albur del virus.
Como ejemplo comparativo,
después de 40 años de la irrupción del VIH, con más de 35 millones de muertos
en todo el mundo, la implicación de las políticas sanitarias no fueron las
mismas que en la actual pandemia, con una perspectiva de cinco millones de
decesos. La diferencia no es solo la alta propagación y contagio del presente
coronavirus respecto al VIH, sino el estrés al que se han visto sometidos los
sistemas sanitarios y las plazas hospitalarias. En lo conceptual, la manifiesta
diferencia obliga a una reflexión política y sociológica sobre cómo se debería
enfrentar una gran crisis sanitaria y social y cuáles deberían ser las
soluciones más eficaces respecto a la salud y protección de la población.
El ejemplo de Australia y
de muchos países asiáticos es claro y concluyente respecto a la prioritaria
prevención de la salud de la población por encima de las tensiones en la
ocupación del sistema sanitario y la urgencia de no saturación. El país austral
enfrentó la crisis sanitaria del coronavirus con determinación y clarividencia.
Mientras los demás países se tomaban el tiempo necesario para ver venir el
alcance real de la pandemia y los contagios, adoptando resoluciones de acuerdo
a sus intereses estructurales y políticos, la administración oceánica tomaba
decisiones radicales desde el primer minuto. El estricto control de la pandemia
y la rápida acción social y sanitaria llevó al país a la eliminación absoluta
del virus en todo el territorio. Fue tanta su determinación, que en pocos meses
ya abrieron centros comerciales con total normalidad, se celebraron partidos de
tenis con público en las gradas y la vida social se normalizó como antes de la
pandemia. La rápida actuación fue determinante para la absoluta erradicación
del virus. Y a día de hoy Australia ha confinado cinco días la ciudad de Perth
por un solo caso de Covid-19.
Como ya apunté en anterior
capítulo, la elección entre salud o economía es absolutamente determinante en
la resolución pandémica. Y la elección entre salud y tensión hospitalaria,
también. Nada puede sustituir la salud. Ni intereses gubernamentales, políticos
o sociales.
5- FUTUROS
SOCIOPOLÍTICOS
La herencia más inmediata
de cualquier crisis pandémica es que nunca habrá vuelta atrás a la normalidad.
Nuestro mundo pre-pandémico no era normal y nuestro mundo post-pandémico no
volverá a la anterior normalidad. Aparte de los decesos y de las secuelas
físicas que en enfermos y convalecientes deje, la herencia de la pandemia es
una realidad social distinta y dispar. Tras las ayudas de las administraciones
estatales a trabajadores y empresas, una buena parte de la población se verá
abocada a serias restricciones económicas e incluso a la pobreza. Como nunca
antes lo fue, no será fácil salir del embudo de los temores, limitaciones y
precauciones impuestas. Los grupos sociales más acomodados darán un salto
adelante tras la libertad de movimientos, con un aumento de la actividad
social, el intercambio comercial y el ocio; mientras otros sufrirán las
consecuencias de la pérdida de puestos de trabajo. El cambio de ciclo
resultante creará nuevas oportunidades que dejará a muchas personas atrás, en
la cola de las oportunidades. Habrá una percepción de que los desastres, tanto
climáticos como pandémicos, cada vez más serán posibilidades reales que no se
podrán evitar, pero que con la tecnología y la ciencia se podrá atender. Sin
embargo, la salida de la crisis será muy dispar y provocará espejismos sociales
de pobreza subterránea.
Así como las personas con
condiciones médicas preexistentes son más susceptibles al virus, el impacto
global de la crisis acelerará las transiciones preexistentes. Un año de
pandemia global puede hacer impacto en una década o más de interrupción de
aquello que era habitual. Pero también acelerará cambios que parecían
estancados, como la formación superior. Las universidades se transformarán para
siempre, sobretodo porque el sector de la educación académica pedía un cambio a
gritos de sus estructuras. La educación en línea suplantará a la presencial en
la mayoría de los centros. Asimismo la postpandemia acelerará el repliegue de
la hiperglobalización, que ya se había iniciado antes de la Covid-19. La
globalización se verá atenazada por la conciencia regional de particularidad,
tanto política como cultural y social. Y tiempos de tensión política se
avecinarán. La expansión e intercomunicación global se verá afectada por la unilateralidad,
con la necesidad de proteger lo propio frente a la universalidad uniformadora.
Volver al estatus anterior será absolutamente imposible.
Sin embargo los nubarrones
sobre la economía mundial se prevén descomunales. Tanto, que el economista Sir
Angus Deaton, premio Nobel y optimista por naturaleza, afirma preocupado que
podríamos entrar en una fase oscura que durará de veinte a treinta años;
concepto que coincide con los tiempos posteriores a la pandemia de 1918. El
grado de incertidumbre sobre cómo será políticamente el mundo es gigante. Nadie
sabe cómo será la economía futura entre el capitalismo de estado y el
capitalismo liberal, ambos de mercado y poco cooperativistas. A ello hay que
sumarle el autoproteccionismo y la rivalidad entre China y los Estados Unidos
que marcará el futuro de los próximos treinta años, de manera que desde las
grandes potencias se generarán aún más penetrantes ramificaciones en Asia,
Europa, África, América Latina y el Medio Oriente, quienes realmente sufrirán
la batalla entre gigantes.
Los hábitos pandémicos
persistirán. El modelo de reunión zoom y el teletrabajo no serán los únicos
hábitos. Los robots se adueñarán aún más de muchas de las actividades que
anteriormente realizábamos manualmente o mecánicamente. La telemedicina, que ya
se ha implantado con éxito, se quedará para siempre y la revolución será la
consulta médica global y en red. Asimismo todos los negocios serán también
digitales o exclusivamente digitales, poniendo en línea gran parte del comercio
mundial. Los nanosatélites controlarán el planeta desde el aire y tomarán el
control de muchas de las operaciones que hasta ahora se realizaban en centros
atalaya, como la monitorización de incendios, el seguimiento regional de la
crisis climática o la información del tráfico. No solo países, sino comunidades
regionales como Cataluña ya están enviando al espacio nanosatélites. La
colonización del espacio no solo será de beneficio para las administraciones
sino que también lo será para los
negocios particulares. Actualmente, lanzar al espacio un kilo de nanosatélite
cuesta alrededor de los 50.000€, una cifra muy asequible para muchas empresas.
Por lo tanto, pronto tendremos encima nuestro distintas constelaciones de
diminutos satélites a una distancia de 400 km, efectuando tareas que hasta ahora
estaban circunscritas a centros de mando terrestres.
La crisis climática será la
próxima pandemia que habrá que enfrentar con firme decisión. El paso del
coronavirus reforzará la legitimidad de las inversiones públicas en los
sistemas de salud y en las infraestructuras subyacentes. Y como vasos
comunicantes ecológicos, la salud del ecosistema será igual a la salud humana:
una comparativa de doble acción que dará paso a una preocupación poblacional de
gran alcance en que la aplicación de nuevas tecnologías deberá contar con sus
correspondientes aplicaciones éticas y morales. La definición de seguridad en
el siglo XXI pasará obligatoriamente desde un virus de dimensiones
infinitamente diminutas hasta los grandes ejércitos nacionales. La seguridad se
convertirá en la palabra más pronunciada. Y la pregunta más importante que
persistirá será ¿en qué tipo de mundo queremos vivir y permanecer en los
próximos decenios?
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