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· Sociología de las pandemias (y 4)

© 2021 Josep Marc Laporta

1-Pensamiento mágico pandémico

2-El estrés pretraumático

3-Aislamiento social y trastornos

4- Políticas sanitarias

5- Futuros sociopolíticos

 

1- PENSAMIENTO MÁGICO PANDÉMICO
 
      Ante lo desconocido y el temor que produce la incógnita del misterio, el ser humano tiende a fabular sobre sus propios pensamientos para encontrar soluciones supuestamente racionales, factibles o probables. Es una explicación tentativa que al fin y al cabo se convierte en una interpretación de recurso mágico, intentando protegerse de lo desconocido. En realidad, este tipo de planteamientos es una defensa de la razón, un amparo de la consciencia que libere y dé sentido a la consternación que provoca el suceso.
      En todas las epidemias y pandemias de la historia han sucedido similares reacciones sociales. Lo oculto, al estar velado y escondido y no ser fácilmente descifrable, provoca un tipo de pensamiento lateral que busca en razones inexplicables y fantasiosas una eventual respuesta a sus preguntas. A lo largo de la historia este pensamiento mágico lo ha capitalizado la religión organizada y, en su defecto, la espiritualidad, el anhelo de trascendencia humana o la superstición. Es por ello que cuando el ser humano se ha encontrado ante un evento tan desconocido como una epidemia, ha buscado en la exploración de lo religioso o del más allá desconocido respuestas válidas que han sido más fruto de sus propias divagaciones que de evidencias y certidumbres.
      Sin embargo, muchas de las respuestas son procesos psicológicos que asimismo buscan encontrar en el grupo su confirmación. Así que no es extraño observar como aparecen posturas y pensamientos colectivos de tipología mágica o fantástica que intentan calmar la ansiedad que provoca el misterio indescifrable. Con las lógicas diferencias de épocas y contextos, esto ha sucedido en todas las epidemias y también se ha producido en la presente. Ya sea en los grupos negacionistas como en los profetas del fin del mundo o las tesis conspiratorias, todos están influenciados por una gran confusión y desorientación ante un evento que les supera. Y frente a la imposibilidad de obtener respuestas claras y convincentes, el camino más sencillo es el del pensamiento mágico, sin más recursos y apoyos cognitivos que el amparo de lo prodigioso o transcendente.
 
      Los doctos medievales, como Isidoro de Sevilla (556-636), hablaban de peste y pestilencia en sus Etymologiae desde una perspectiva pseudocientífica y religiosa. Isidoro afirmaba que «la peste es el contagio que, si uno lo coge, rápidamente pasa a muchos. Se produce por el aire corrompido y se afianza penetrando en las vísceras. Esto aunque las más de las veces se produce por las potestades aéreas, sin embargo de ninguna manera puede darse sin el arbitrio de Dios Todopoderoso. Y se llama pestilencia porque como en el incendio, los cuerpos son pasto de la enfermedad». (Virg. Aen. 5,638).
      Jaume de Agramunt (?-1350) explicaba que «epidemia ho pestilencia mortaldats de gents». Sin definir epidemia, descomponía el término pestilencia en tres sílabas: pes= tempesta, tormenta; temps= tiempo; y lència= claredat, claridad. Así que, para él, pestilencia era el tiempo de tempestad que viene de la claridad, o sea, de las estrellas. La percepción de Jaume de Agramunt se ajusta mucho a las creencias sobrenaturales de la época y a explicaciones astrológicas. El autor del primer texto médico en catalán que se conoce, aparece en la historia cuando el 23 de abril de 1348 entregó al Alcalde de Lleida su obra titulada Regiment de preservació a epidímia e pestilència e mortaldats (Métodos de protección contra la epidemia y pestilencia y muertes). Poco después de entregar su obra, Jaume d'Agramunt murió de la enfermedad que estudió cuando la plaga llegó a la ciudad. No obstante, las aplicaciones que propugnaba eran acertadas: «ventanas abiertas y ventilar las habitaciones; lavarse, tener higiene mínima, con manos limpias, y cuidado de lo que se come y se bebe; y no estar en aglomeraciones de personas. Huir de la ciudad e ir al campo».
      El recurso astrológico también lo usó el cronista Jean de Venette (1307–1370), prior del monasterio carmelita de Place Maubert en Paris: «En el mes de agosto después de Vísperas, cuando el Sol empezaba a ponerse, apareció una grande y muy brillante estrella sobre París hacia Occidente. No parecía estar muy alto por encima de nuestra atmósfera, como suelen estar las estrellas, sino, en cambio, muy cerca. Al ponerse el sol y caer la noche, no nos apreció ni a mí ni a muchos otros frailes que estábamos contemplando, que esta estrella pasara de un lugar a otro. Por fin, cuando se puso la noche, esta gran estrella, para asombro de todos los que estábamos mirándola, se descompuso en muchos rayos diferentes y estos rayos cayeron por encima de Paris hacia el Este, desapareció por completo y fue totalmente aniquilada. Si estaba compuesta de exhalaciones etéreas y finalmente se resolvió en vapor, es cuestión que dejo a los astrónomos. Sin embargo, es posible que fuese presagio de la terrible pestilencia que vendría y que, en realidad, vino muy poco después a París y a todo Francia y todos lugares» [Jean de Venette, ‘The Cornicle’, citado en R. Gotfried. Ob., cit. p. 124125).
      Asimismo también se le atribuyó la pestilencia a ciertas causas artificiales. Ibn al Khatib (1313-1374) hacía referencia a un «envenenamiento temporario causado por la adición de algún veneno en la atmósfera». Y otra tesis  de gran difusión en Languedoc, Provenza y Cataluña era que la enfermedad había sido provocada intencionalmente. Tesis de cierto paralelismo con algunas apreciaciones sobre la actual pandemia del siglo XXI. Pero fue Alfonso de Córdoba quien afirmó que aquella pestilencia había sido obra de ‘hombres malvados’ negando la participación de causas celestes, relacionando su origen con una acción calificada de «maldad profunda, descubierto mediante un arte muy sutil y de gran crueldad» por los «enemigos de la cristiandad».
 
      Tanto el negacionismo como el ilusionismo ilustrado, el pensamiento mágico o las tesis conspiratorias han estado presentes en todas las pandemias como recursos de comprensión o aceptación de lo incomprensible o inaceptable. Sin embargo, que en pleno siglo XXI aparezcan las mismas deducciones es prueba de que ante la irrupción de eventos desconocidos, algunos de los comportamientos intrínsecos de las sociedades humanas sigue siendo buscar respuestas mágicas que apuntalen su desamparo, sean o no de ámbito sobrenatural. El no saber o el desconocimiento parcial o integral de las razones de un suceso da rienda suelta en las mismas proporciones a la búsqueda de respuestas tentativas y peregrinas. Es un comportamiento psicológico y social inherente a la especie humana, a pesar de progresos ilustrados.
 
2- EL ESTRÉS PRETRAUMÁTICO
 
      Académicamente existe la tendencia a considerar el estrés exclusivamente como una respuesta reactiva a un suceso traumático. Y aunque es cierto que en la gran mayoría de los casos así sucede, no por ello se debe ignorar que el estrés también es una reacción pretraumática que pone el cuerpo en sobre aviso y gran tensión ante una situación que se prevé incontrolada o de difícil solución. Es una temerosa previsión mental de un suceso adverso presente que se proyecta hacia el futuro, que genera un estado de alerta agudo o crónico dejando secuelas sin haber sucedido ningún cataclismo cercano, repentino e irruptivo.
      El estrés pretraumático en una pandemia aparece de diversas formas o modalidades en los diferentes segmentos de la sociedad. En los más jóvenes puede desarrollarse como un trastorno negativista desafiante. Es decir, una actitud de no aceptación de la realidad con puntas de provocación y reacción antagonista. Se da en aquellos individuos que previamente ya manifiestan una deficiencia en cumplir algunas normas sociales y que ya tienen una cierta predisposición a la reactividad sistémica. Y también es común en el comportamiento familiar de los niños, que ante lo desconocido y la imposición de unas normas coercitivas pueden reaccionar a la contra, buscando la confrontación directa y provocando situaciones indeseables. Niños y jóvenes, en distintas gradaciones y particularidades, son los más afectados por el estrés pretraumático pandémico, porque por lo general aún no han desarrollado y probada su personalidad ante las amenazas reales y trascendentes que les pueda deparar la vida.
      El estrés pretraumático tiene su talón de Aquiles en la poca previsibilidad de la evolución pandémica. En muchas personas, una incertidumbre futura genera un intenso estado de descontrol de sus reacciones vitales, conduciéndolos a una inestabilidad psicológica permanente con trastornos de ansiedad, picos de angustia y fatiga emocional. En algunos casos se manifiesta más intensamente con el agravamiento de una psicopatología previa y, en otros, con nuevos cuadros de desasosiego e inadaptación social. Este valor sobrevenido, el de la inadaptación social, es el causante de muchas de las actitudes negacionistas. Cuando el miedo o la desconfianza frente a un desconocido futuro toma el control de la mente, una de las respuestas más habituales es negar la realidad o dar a los sucesos un valor de veracidad menor o falsedad.
      Tanto en los jóvenes como en los adultos, la falta de estructura familiar y la sensación de imprevisibilidad agrava mucho los cuadros de comportamiento social. El aporte de la familia, como organización de apoyo y orden social, es imprescindible para la capacitación ante situaciones de incertidumbre y desconfianza en el futuro. Los individuos arropados socialmente por un entorno familiar ordenado, estable y con propósito son mucho más seguros ante el desconocimiento de un futuro tan incierto como el pandémico. Así que es mucho más probable que gran parte de los comportamientos negacionistas o incluso posiciones de tesis conspiratorias provengan de sujetos que en un estado de estrés pretraumático no dispongan de suficientes referencias estables o saludables que le hayan aportado debate y contraste de pareceres. No obstante, también puede ser sobrevenido por causa del temor repentino a una situación que emerge fuera de control.
      Pero el pensamiento mágico ya apuntado no es, necesariamente, una actitud social en el preciso sentido de ausencia de valores estructurales, sino una latente incapacitación individual en la asunción natural de las realidades escondidas. En este mundo finito y de respuestas atemporales, siempre habrá cuestiones que permanecerán en un eterno interrogante. No es posible conocer todas las respuestas, incluso aunque una bien fundada fe cristiana pareciera proporcionarlas todas. En todo conocimiento de lo humano, e incluso de lo divino, siempre hay un muy significativo tanto por ciento de ignorancia, precisamente porque la profundidad de comprensión universal es inacabable e inaccesible. Así que en el proceso de estrés pretraumático, el pensamiento mágico también puede aparecer como el camino más corto para calmar temporalmente la ansiedad y el estrés que produce no tener todas las respuestas.
      Sin embargo, se puede vivir saludablemente aceptando de entrada que no disponemos de todas las respuestas que necesitaríamos, admitiendo la realidad universal tal como es sin tener que recurrir al pensamiento mágico, al ocultismo o a la superstición. A pesar de la aparente vaciedad intelectual que parece propugnar, esta posición es una actitud mucho más madura, razonable y proactiva que otorgar a sucesos cotidianos relaciones mágicas o extraordinarias por sí mismos. El escapismo es la extraña virtud de los que no luchan o no buscan respuestas competentes y prefieren un atajo pseudointelectual.
 
3- AISLAMIENTO SOCIAL Y TRASTORNOS
 
      Los confinamientos y las distancias físicas o interpersonales, así como el uso de mascarillas y la persistente actitud de prevención de contagios, conduce a nuevas modalidades de trastornos psicológicos conductuales. Son reacciones de insatisfacción permanente y de encarcelamiento social y psicológico que deja al sujeto en una especie de tristeza vital sin visos de solución. Tan solo un rápido y buen desenlace de la pandemia podría poner una resuelta solución a este tipo de trastornos; o, en su defecto, una positiva e incluso revuelta actitud de lucha y superación.
      Normalmente los trastornos depresivos aparecen muy lentamente, casi sin avisar. Así que en tiempos de pandemia es lógico que gran parte de la población se sienta progresivamente triste y apesadumbrada sin saber realmente que está gestando un proceso depresivo. También la fatiga emocional puede desembocar en una crisis más seria, sin salida. Con todo, es probable que el proceso no avance hacia un estado mayor o hacia la cronificación, pero no por ello significará que el sujeto no se sienta afectado por un estado de desesperanza, fatiga y decaimiento permanente que le lleve a una desafección en las relaciones sociales y a una tristeza interior endémica.
      Es indudable que la imprevisibilidad de la resolución pandémica y el enclaustramiento físico y social está provocando serios cuadros depresivos y trastornos emocionales iniciáticos que, aunque por lo general no se manifiestan profundos y definitivos, sí son latentes, silenciosos y subterráneos. La mascarilla y la ocultación permanente del rostro provoca ausencia de personalidad y equivalencia del individuo en el grupo. Ocultar constantemente el signo de identidad más destacable de la persona, disuelve o anula las características que la hacen única y sin par. Algunas investigaciones, como The Lancet en el Reino Unido, están revelando que en el proceso de interlocución, desconocer gran parte del rostro de una persona dificulta las relaciones sociales y provoca temor y aislamiento.
      La parte más expresiva de la cara son los ojos y la boca. Por tanto, el cincuenta por ciento de la información queda anulada por la ocultación de la boca con la mascarilla, lo que consecuentemente significa que el cincuenta por ciento de la comunicación semiótica desaparece. Los ojos solo expresan una parte de lo que muestra la mueca de los labios, pero no toda la intencionalidad de su gesto. Así que, aparte de la voz y su locución, la información del estado anímico personal y la comunicación muscular y micromuscular orbicular queda inhabilitada. Pero no es exclusivamente un asunto de transmisión de la información, sino y sobre todo una seria limitación de la relación comunicacional semiótica.
      La pérdida de libertad personal empieza, precisamente, en el rostro, curiosamente la parte comunicativa más íntima del cuerpo que se muestra a los demás. No hay nada más privado y al mismo tiempo más público que dejar ver los sentimientos más profundos a través del rostro. Es nuestra forma de comunicación más natural y cotidiana. Cuando se elimina una gran parte de esa comunicación facial se excluye una buena parte de la sociabilidad, civilidad, cortesía, afabilidad, cordialidad, deferencia, distinción, solicitud, delicadeza en el trato, simpatía o gentileza. Sin embargo esa ocultación no solo excluye todas estas características comunicativas del rostro sino que quedan sustituidas por una pantalla inerte que no tiene información ni comunicación, lo que fácilmente puede indicar todo lo contrario. En estos casos el esfuerzo por mostrar una mirada más cómplice es el único camino de entendimiento.
      A la pregunta de si las relaciones sociales se ven afectadas por la ocultación del rostro, la respuesta es sí. Y también la autoestima. A pesar de que habitualmente  se realiza un esfuerzo suplementario para superar la barrera facial, la realidad es que la incomunicación persiste y un tipo de asociabilidad se manifiesta en distintas gradaciones. En muchos casos y en los más comunes la asociabilidad es una actitud de defensa propia que conlleva actos más egoístas y menos comunicativos. La distancia que provoca la mascarilla también es una distancia de comunicación semiótica. Y a menos comunicación semiótica, menos relación interpersonal, a pesar de las palabras.
      Por otro lado, los confinamientos domiciliarios o sociales y las restricciones de contacto familiar de segundo grado conlleva ciertas afecciones en la salud general de los individuos. Sobre todo en los grupos más vulnerables, tiene implicaciones que fácilmente conducen a estados depresivos y a la dejación de responsabilidades sociales y privadas, además de las posibles dependencias a sustancias o al alcohol, mala alimentación, adicciones, juegos de azar, incremento de la soledad pasiva, desconexión social, falta de significado o anomia, etc. Aparte de que el coronavirus puede infectar el cerebro o desencadenar respuestas inmunes que tengan efectos adversos adicionales sobre la función cerebral y la salud mental en pacientes con Covid-19, la salud de la población en general se está viendo seriamente afectada por diversas causas. En la mayoría aparece el fenómeno del hartazgo progresivo, un cansancio acumulado que a pesar de sobrellevarse y aparentemente tenerlo bajo control puede estallar en el momento más inesperado de las más dispares maneras como las anteriormente citadas. Si a ello se le suman dificultades económicas que ya se estén empezando a sufrir y que se prevé que se agravarán, se puede dibujar un cuadro de desesperanza que puede llegar a echar raíces y convertirse en muy preocupante y en poco tiempo llegar a crónico.
      La desesperanza o la poca o nula confianza en el futuro es otro de los cuadros psicológicos a tener en cuenta. En los jóvenes aparece de manera muy acentuada. La desesperanza ante un futuro tan incierto, tanto sanitario como económicamente y de oportunidades laborales, está marcando los ritmos de crecimiento de la juventud. El futuro que les espera viene vacío de posibilidades, consecuentemente estados de ansiedad y depresivos aparecen cada vez más en esas edades. Como sucede con el paso de un conflicto bélico en una sociedad, la pandemia nos ha hecho sentir mortales, lo que para los más jóvenes se traduce en conciencia de finitud y experimentación en primera persona de la realidad última de los seres humanos, cuando éste es un valor que en condiciones normales para ellos sería absolutamente inapreciable. Consecuentemente, se acumula un tipo de desesperanza vital: primeramente, por ausencia de perspectivas de futuro; y en segundo lugar por la súbita percepción mortal de la vida.
 
4- POLÍTICAS SANITARIAS
 
      En todas las pandemias de la historia, la salud ha sido un aspecto de de segundo orden en la lucha contra el virus. Ante la avalancha mortal de una epidemia y su letal paso por la existencia de una sociedad, la salud, como aspecto social a preservar, fue un aspecto muy secundario en la administración de un territorio o un país. La salud no se podía velar ni proteger cuando la muerte era persistentemente tan presente, habitual y cotidiana, con víctimas tiradas en las mismas calles o en los descampados. Ni tampoco se podrían hacer planes de seguridad social cuando limitados por los precarios conocimientos médicos de cada época, no existían las estructuras sanitarias necesarias para atender la más mínima posibilidad de curación. Sí o sí, la pandemia pasaba por encima de la población sin que la medicina pudiera hacer nada por impedirlo.
      A diferencia de las anteriores, en la presente pandemia existen unas buenas estructuras médicas y sanitarias que permiten una adecuada atención y prevención de la salud como bien poblacional supremo a fomentar y conservar. Y también una mayor calidad de vida y derechos sanitarios adquiridos por parte de la población. Por lo tanto es evidente que la irrupción de una pandemia en el pleno siglo XXI no tiene ningún parecido con otra de cualquier periodo anterior. La investigación, organización y disposición médica, farmacológica y sanitaria no tiene parangón con ninguna otra del pasado. Esta superioridad científica y social ha facultado una mayor atención y acción sanitaria, con mejores sistemas de prevención e investigación de medicamentos y vacunas.
      Sin embargo, la protección de la población frente al virus se ha visto políticamente muy tensionada por la limitación de plazas hospitalarias disponibles. En otros términos, las políticas sanitarias de los estados se han puesto en alerta no exclusivamente por la letalidad del virus y la alta capacidad de contagio poblacional, sino por la avalancha e imprevisibilidad del número de contagiados en estado grave ocupando camas en los hospitales. En realidad, la principal preocupación de los estados ha sido la previsible e indeseable saturación de sus centros de salud y la catástrofe y el descrédito social que significaría verse superados en número de enfermos y efectivos sanitarios. Esta prioridad administrativa ha sido realmente la que ha tomado el control de sus decisiones, dejando a ancianos y desprotegidos prácticamente al albur del virus.
      Como ejemplo comparativo, después de 40 años de la irrupción del VIH, con más de 35 millones de muertos en todo el mundo, la implicación de las políticas sanitarias no fueron las mismas que en la actual pandemia, con una perspectiva de cinco millones de decesos. La diferencia no es solo la alta propagación y contagio del presente coronavirus respecto al VIH, sino el estrés al que se han visto sometidos los sistemas sanitarios y las plazas hospitalarias. En lo conceptual, la manifiesta diferencia obliga a una reflexión política y sociológica sobre cómo se debería enfrentar una gran crisis sanitaria y social y cuáles deberían ser las soluciones más eficaces respecto a la salud y protección de la población.
      El ejemplo de Australia y de muchos países asiáticos es claro y concluyente respecto a la prioritaria prevención de la salud de la población por encima de las tensiones en la ocupación del sistema sanitario y la urgencia de no saturación. El país austral enfrentó la crisis sanitaria del coronavirus con determinación y clarividencia. Mientras los demás países se tomaban el tiempo necesario para ver venir el alcance real de la pandemia y los contagios, adoptando resoluciones de acuerdo a sus intereses estructurales y políticos, la administración oceánica tomaba decisiones radicales desde el primer minuto. El estricto control de la pandemia y la rápida acción social y sanitaria llevó al país a la eliminación absoluta del virus en todo el territorio. Fue tanta su determinación, que en pocos meses ya abrieron centros comerciales con total normalidad, se celebraron partidos de tenis con público en las gradas y la vida social se normalizó como antes de la pandemia. La rápida actuación fue determinante para la absoluta erradicación del virus. Y a día de hoy Australia ha confinado cinco días la ciudad de Perth por un solo caso de Covid-19.
     Como ya apunté en anterior capítulo, la elección entre salud o economía es absolutamente determinante en la resolución pandémica. Y la elección entre salud y tensión hospitalaria, también. Nada puede sustituir la salud. Ni intereses gubernamentales, políticos o sociales.
 
5- FUTUROS SOCIOPOLÍTICOS
 
      La herencia más inmediata de cualquier crisis pandémica es que nunca habrá vuelta atrás a la normalidad. Nuestro mundo pre-pandémico no era normal y nuestro mundo post-pandémico no volverá a la anterior normalidad. Aparte de los decesos y de las secuelas físicas que en enfermos y convalecientes deje, la herencia de la pandemia es una realidad social distinta y dispar. Tras las ayudas de las administraciones estatales a trabajadores y empresas, una buena parte de la población se verá abocada a serias restricciones económicas e incluso a la pobreza. Como nunca antes lo fue, no será fácil salir del embudo de los temores, limitaciones y precauciones impuestas. Los grupos sociales más acomodados darán un salto adelante tras la libertad de movimientos, con un aumento de la actividad social, el intercambio comercial y el ocio; mientras otros sufrirán las consecuencias de la pérdida de puestos de trabajo. El cambio de ciclo resultante creará nuevas oportunidades que dejará a muchas personas atrás, en la cola de las oportunidades. Habrá una percepción de que los desastres, tanto climáticos como pandémicos, cada vez más serán posibilidades reales que no se podrán evitar, pero que con la tecnología y la ciencia se podrá atender. Sin embargo, la salida de la crisis será muy dispar y provocará espejismos sociales de pobreza subterránea.
      Así como las personas con condiciones médicas preexistentes son más susceptibles al virus, el impacto global de la crisis acelerará las transiciones preexistentes. Un año de pandemia global puede hacer impacto en una década o más de interrupción de aquello que era habitual. Pero también acelerará cambios que parecían estancados, como la formación superior. Las universidades se transformarán para siempre, sobretodo porque el sector de la educación académica pedía un cambio a gritos de sus estructuras. La educación en línea suplantará a la presencial en la mayoría de los centros. Asimismo la postpandemia acelerará el repliegue de la hiperglobalización, que ya se había iniciado antes de la Covid-19. La globalización se verá atenazada por la conciencia regional de particularidad, tanto política como cultural y social. Y tiempos de tensión política se avecinarán. La expansión e intercomunicación global se verá afectada por la unilateralidad, con la necesidad de proteger lo propio frente a la universalidad uniformadora. Volver al estatus anterior será absolutamente imposible.
      Sin embargo los nubarrones sobre la economía mundial se prevén descomunales. Tanto, que el economista Sir Angus Deaton, premio Nobel y optimista por naturaleza, afirma preocupado que podríamos entrar en una fase oscura que durará de veinte a treinta años; concepto que coincide con los tiempos posteriores a la pandemia de 1918. El grado de incertidumbre sobre cómo será políticamente el mundo es gigante. Nadie sabe cómo será la economía futura entre el capitalismo de estado y el capitalismo liberal, ambos de mercado y poco cooperativistas. A ello hay que sumarle el autoproteccionismo y la rivalidad entre China y los Estados Unidos que marcará el futuro de los próximos treinta años, de manera que desde las grandes potencias se generarán aún más penetrantes ramificaciones en Asia, Europa, África, América Latina y el Medio Oriente, quienes realmente sufrirán la batalla entre gigantes.
      Los hábitos pandémicos persistirán. El modelo de reunión zoom y el teletrabajo no serán los únicos hábitos. Los robots se adueñarán aún más de muchas de las actividades que anteriormente realizábamos manualmente o mecánicamente. La telemedicina, que ya se ha implantado con éxito, se quedará para siempre y la revolución será la consulta médica global y en red. Asimismo todos los negocios serán también digitales o exclusivamente digitales, poniendo en línea gran parte del comercio mundial. Los nanosatélites controlarán el planeta desde el aire y tomarán el control de muchas de las operaciones que hasta ahora se realizaban en centros atalaya, como la monitorización de incendios, el seguimiento regional de la crisis climática o la información del tráfico. No solo países, sino comunidades regionales como Cataluña ya están enviando al espacio nanosatélites. La colonización del espacio no solo será de beneficio para las administraciones sino que también lo será para  los negocios particulares. Actualmente, lanzar al espacio un kilo de nanosatélite cuesta alrededor de los 50.000€, una cifra muy asequible para muchas empresas. Por lo tanto, pronto tendremos encima nuestro distintas constelaciones de diminutos satélites a una distancia de 400 km, efectuando tareas que hasta ahora estaban circunscritas a centros de mando terrestres.
      La crisis climática será la próxima pandemia que habrá que enfrentar con firme decisión. El paso del coronavirus reforzará la legitimidad de las inversiones públicas en los sistemas de salud y en las infraestructuras subyacentes. Y como vasos comunicantes ecológicos, la salud del ecosistema será igual a la salud humana: una comparativa de doble acción que dará paso a una preocupación poblacional de gran alcance en que la aplicación de nuevas tecnologías deberá contar con sus correspondientes aplicaciones éticas y morales. La definición de seguridad en el siglo XXI pasará obligatoriamente desde un virus de dimensiones infinitamente diminutas hasta los grandes ejércitos nacionales. La seguridad se convertirá en la palabra más pronunciada. Y la pregunta más importante que persistirá será ¿en qué tipo de mundo queremos vivir y permanecer en los próximos decenios?

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