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· Los bautistas y su música (1)

 © 2021 Josep Marc Laporta

1. Introducción general

2. El canto coreado o congregacional (UK)

3. Música instrumental y vocal en UK

 

1. INTRODUCCIÓN GENERAL

Los bautistas son un pueblo cantor. Esta afirmación que bien podría ser compartida por otras denominaciones protestantes de la historia, en el caso de los bautistas alcanza su máxima expresión por el empeño de congeniar alabanza, testimonio y música, no sin innumerables controversias de carácter estético, litúrgico o teológico. Como en todas las familias evangélicas que han perdurado durante decenios y siglos, los bautistas defienden la propia historia, colmada de detalles que la hace única y peculiar, al tiempo que son parte de distintos movimientos sociales que influirán en su conducta adoracional.

Como una cadena ininterrumpida y sucesiva, los bautistas o anabaptistas se consideran herederos de los primeros cristianos a través de los siglos, por su énfasis en el bautismo de adultos, siguiendo el anabaptismo. Pero como cuerpo organizado, originariamente estuvieron afiliados en dos grupos: el de los bautistas generales que data de 1611, año en que se formó en Holanday el de los bautistas particulares, que data de 1633. Ambos grupos tuvieron en común la con­vicción de que la Iglesia, de acuerdo a las ense­ñanzas del Nuevo Testamento, está constituida por personas que estando en edad de tomar una decisión reciben el bautismo de agua en confesión pública de fe. Sin embargo estuvieron separados por el hecho de que mientras los primeros sostenían el punto de vista arminiano, según el cual la salva­ción está abierta a todos los que creen (redención general), los segundos se ajustaron al punto de vista denominado generalmente calvinista, de acuerdo con el cual la salvación está sólo reservada a los elegidos (redención particular). En las islas británicas, los dos grupos se unieron en 1891 en la denominada Unión Bautista de Gran Bretaña e Irlanda, mientras que los bau­tistas estrictos y algunos grupos menores, como los bautistas del Séptimo Día, llamados así porque su búsqueda de fidelidad escritural los había llevado a reclamar el séptimo día como sábado, mantu­vieron su independencia.

La expansión de los bautistas al Nuevo Mundo fue rápida. Roger Williams fundó en 1636 la colonia de Rhode Island en los Estados Unidos. Y en 1639 implantó la primera iglesia bautista en Providence, Rhode Island. Posteriormente las iglesias bautistas comenzaron a desarrollarse libremente en el país, asociadas en tres distintas convenciones, fruto de sendos ministerios misioneros. Actualmente la Convención Bautista del Sur de EEUU tiene alrededor de 15 millones de fieles, la Convención Bautista Nacional, EEUU, Inc. cuenta con 7 millones, y 3,5 millones la Convención Bautista Nacional de América. Junto a unos 33 millones de bautistas en Estados Unidos, en total se estima que hay más de 100 millones de bautistas en el mundo, sin contar las iglesias bautistas independientes que no están afiliadas a ningún grupo.

En España, el primer misionero-pastor en llegar fue el norteamericano Guillermo Knapp, quien organizó la primera iglesia bautista en Madrid, en agosto de 1870. Otro bautista en llegar a España en este período fue John Ferry de la Unión Bautista norteamericana, en 1871. Más adelante, en 1877, el sueco Eric Lund fue de misionero a Galicia y posteriormente a Figueras y Barcelona. Tras la guerra hispano-americana, la obra continuó a través de otros bautistas suecos como C. Haglund (1882), J. Uhr (1886), y N. Bengtson (1909). En 1920 el Foreign Misión Board de los bautistas del sur en EE.UU. consolidó el trabajo de cinco distintos grupos bautistas ya trabajando en España, empezando así la obra de la que es hoy en día la Unión Evangélica Bautista de España (UEBE), siendo V. Leroy David el primer misionero extranjero de la nueva unión, y Samuel Vila uno de los primeros líderes españoles. Su fundación data del año 1922, aunque posteriormente se sucederían distintas escisiones, una de las más destacadas fue la que dio origen a la FIEIDE en 1957 (Federación de Iglesias Evangélicas Independientes de España).

2. EL CANTO COREADO O CONGREGACIONAL (UK)

Ya que el sistema bautista de organización eclesial tiene como principio su independencia, dada su concepción congregacionalista, cada igle­sia tiene libertad para organizar su propio tipo de oficio religioso. Esta peculiaridad, compartida con otras denominaciones protestantes, no facilita la tarea de estable­cer un sistema general del uso de la música en el culto, aunque la mayoría presentan bastantes similitudes. 

Los estilos de adoración bautista han cambiado considerablemente desde 1609. Los primeros servicios bautistas eran bastante largos, a veces con varios sermones, y en los primeros días no había ni música ni cantos, por considerarse un «acto carnal». Algunas de estas objeciones al canto pueden haber surgido del hecho de que el sonido del canto llamaría la atención a las reuniones bautistas, que estaban prohibidas por la ley inglesa. Sin embargo, incluso después de que se revocaran estas duras leyes contras las reuniones bautistas en Inglaterra, muchos grupos bautistas continuaron rechazando el canto grupal.

El registro más antiguo de un servicio de adoración bautista es de 1609, en una carta de Hughe y Anne Bromhead, quienes apuntaron que «Comenzamos con una oración, después de leer uno o dos capítulos de la Biblia y ver el sentido de la misma, y luego dejamos a un lado nuestros libros, y después de una oración solmene hecha por el pastor, el orador propone algún texto de la Escritura y profetiza por espacio de una hora o tres cuartos».

«Este servicio de la mañana —concluye la carta de Bromhead— comienza a las ocho y continua hasta las doce». Los primeros cultos bautistas fueron muy extensos y largos, y se ocuparon principalmente de la exposición bíblica. No se cantaba, valorando más la espontaneidad y la participación de los fieles con preguntas e interlocuciones aclaratorias.

Thomas Grantham (1634-1692), un pastor bautista inglés, se opuso radicalmente al canto de himnos en la adoración. Grantham admitió que el canto de Salmos o textos bíblicos en la adoración podría ser aceptable, pero vio los himnos como innovaciones humanas y pidió a los bautistas que «no utilicen estas innovaciones cuestionables en la adoración». Después de todo, «establecer canciones» era tan malo como «establecer oraciones».

Grantham también se opuso al uso de voces mixtas o cantos promiscuos en la adoración, ya que la práctica del canto congregacional no estaba justificada en las Escrituras y, por lo tanto, no debe realizarse. El problema era que la congregación podría incluir a algunos que no eran cristianos y, por lo tanto, la música se contaminaría por su canto no cristiano de canciones cristianas. Además, Grantham concluyó que si una congregación cantaba Salmos o textos bíblicos, ese canto debería hacerse como un solo. Y, por supuesto, los solos deben ser cantados solamente por hombres, ya que las mujeres debían guardar silencio en el culto. También rechazó el uso de cualquier instrumento musical para acompañar el canto. En 1678, en el Christianismus Primituvus, Thomas Grantham resaltó el canto individual: «Ciertamente es lícito y muy provechoso que una sola persona (sic) cante las alabanzas de Dios en las Asambleas cristianas... Y, por otro lado, que una multitud de cristianos o una congregación entera debiera cantar juntos al mismo tiempo, no está todo garantizado por 1ª Corintios 14 ni en ningún otro lugar de la Sagrada Escritura, como confiamos en que ya está suficientemente demostrado».

La primera publicación de textos por un bautista provino de Anna Trapnel, una supuesta profetisa de Inglaterra en la década de 1650, asociada a la Quinta Monárquica a la que se unió en 1652. En enero de 1654, mientras asistía al juicio de Vavasor Powell (1617-1670) en Whilehall, Trapnel cayó en trance. La llevaron a una posada cercana y permaneció en este estado durante once o doce días, orando, profetizando y cantando. Sus cantos encajan en el marco de la inspiración en solitario de Grantham, aunque difícilmente adecuados para un uso posterior por parte de una congregación.

Hanserd Knollys (1599-1691), un clérigo anglicano que fue miembro de la iglesia Jacob-Lathop-Jessey, que incluía a varias personas con conexiones con el Quinto Monárquico, tras huir a Holanda y después a Alemania por un intento revolucionario monárquico, publicó A Christian Woman's Experiences of the Glorius Working of Gods (sic) Free Grace, apuntando en el prefacio de la colección de 1663 el proceso de liberación espiritual de una miembro de la congregación, Katharine Sutton. En él expresaba la liberada expresión espiritual de Sutton: «El canto de los Salmos debe ser considerando como un don y la asistencia del Espíritu y la oración. Ahora, tomar un libro y hacer una oración de él o decir una oración sin un libro no es orar en el espíritu; es decir, leer un salmo en un libro y cantarlo o cantar el salmo sin el Libro no es cantar en el Espíritu».

Thomas Tillam (1617-1670), que al principio fue católico y que posteriormente se convirtió en miembro de la iglesia de Knollys en Coleman Street, en Londres, fue encomendado como mensajero o evangelista, fundando una nueva congregación bautista en Hexham en 1652. Sin embargo, una disputa sobre la imposición de manos y sobre el canto dividió la congregación que había empezado, poniendo fin a su ministerio allí. Posteriormente incluyó en una publicación de 1657 dos himnos y una versión métrica del Salmo 92, apuntando: «Un himno que celebra el sábado del Señor, con la celebración gozosa en la Cena del Señor por doscientos discípulos en Colchester (...) con un salmo especialmente diseñado para el sábado».

Ya en tiempos de la fundación de la Unión Bautista en Gran Bretaña (1891), la música en casi todas las iglesias, excepto en las catedrales anglicanas y en algunas de las capillas de los colegios de Oxford y Cam­bridge, consistía básicamente en versiones en verso de los Salmos. John Smith (1554–1612), fundador bau­tista en Inglaterra, impuso ciertas restric­ciones en la práctica del canto coreado: «Puesto que un salmo es parte del culto espiritual, sostene­mos que es ilícito tener el libro delante de los ojos al cantar un salmo». Esta extrema escrupulosidad fue una de las características del pensa­miento bautista durante varias generaciones. Siempre existieron iglesias donde se cantaba y otras que se oponían al canto coreado o congregacional. Los motivos eran muy variados:

1.- el riesgo de que los creyentes tomaran parte en la alabanza pública de Dios, lo que era impropio;

2.- el peligro de que al cantar palabras escritas por otros hombres se introdujeran otras formas de plegaria; y

3.- el peligro de que al «cantar artísticamente melodías agradables» se volvieran a usar nuevamente los instrumentos en el culto público, y entonces «digamos adiós a toda solem­nidad».[1]

Pero ya anteriormente, en 1689, la Asamblea de los bautistas generales había discutido sobre la cuestión. Se llegó a la conclusión de que el libro más usado sería el de William Barton, que tenía, como la mayoría de los libros de salmos en verso de la época, la siguiente nota inicial: «Reglas para cantar estos salmos secundum artem, es decir, como los músicos cantan de acuerdo con su escala, sol, fa, la, mi, re, etc.; todo lo cual es tan extraño al culto evangélico que hace que las iglesias consideren peligrosas tales formalidades carnales».[2]

Los Bautistas Particulares adoptaron una posición similar, que se debilitó considerablemente como resultado de una guerra de panfletos publicados en 1691 que giraban alrededor de los puntos de vista y prácticas de Benjamin Keach, pastor de Horsleydown, en el sur de Londres. A este pastor se le había condenado repetidamente al cepo y a otros distintos castigos, pues su peculiar práctica del canto lo había puesto en situaciones difíciles ante las leyes penales. A modo de ejemplo, fuera del templo Keach también administraba la Cena del Señor a miembros de su congregación en la llamada «casa de la viuda de Cope» y cantaba un himno. Los funcionarios de la parroquia pronto descubrieron esas reuniones y fueron a perseguirlos, pero como la casa tenía dos puertas, todos menos uno escaparon por la de atrás. Curiosamente, Keach publicaría el primer himnario bautista, Spiritual Melody, una colección de más de trescientos himnos, aunque le tomó 20 años en convencer a su congregación de que cantar himnos era valioso en los servicios de adoración de la comunidad.

En la iglesia de Benjamin Keach y en algunas otras donde el canto formaba parte del oficio religioso, existía la costumbre de poner los himnos al principio o al final. Al principio del oficio, con la intención de que aquéllos que se oponían a los mismos pudieran perma­necer en las dependencias o en el vestíbulo hasta que finalizaran; o al final, de manera que esos mismos oponentes pudieran irse antes de que comenzaran a entonarse. Prácticamente hasta mediados del siglo XVIII se solía adoptar en distintas iglesias esta ‘razonable y amistosa solu­ción’. En todo ese período aparecieron obras eruditas como la de David Rees (1737), con las siguientes palabras introductorias: «Razones a favor y en contra del canto de salmos en el culto privado y público, dedicadas a las congregaciones bautistas de Gran Bretaña e Irlanda, donde se exponen imparcialmente los motivos de esa costumbre tan discutida».

Los fieles que aprobaban la práctica del canto discutían a veces sobre la conveniencia de restrin­girlo a los salmos en verso o extenderlo a los him­nos, sobre si admitir instrumentos o sobre la conveniencia de permitir o no cantar a las mujeres. En realidad todo mantenía un aire estricto y se exigía la garantía de las Escrituras para casi todo lo relativo al culto o al gobierno de la iglesia, con los inconvenientes que lógicamente traen las diferentes interpretaciones teológicas.

John Bunyan (1628-1688), que era pastor de una congregación bautista, mantuvo algunos litigios artísticos y es interesante considerar su actitud hacia la música. En su novela El progreso del peregrino y otras de sus obras abundan las refe­rencias a la música y la danza, y esas referencias son de tal naturaleza que hacen suponer que ambas contaban con su aprobación. Aún hoy todavía existe una flauta, tradicionalmente atribuida a Bunyan, y un violín de metal con su nombre grabado, probablemente construido por él. Sin embargo, mientras vivió no hubo canto en su iglesia de Bedford. Dos años después de su muerte, en 1690, en una reunión de iglesia se discutió el tema y se decidió con toda gravedad por una mayoría de dieciocho a dos que «el canto público de los salmos debe ser practicado por la iglesia con la condición de que sólo canten quienes lo puedan hacer con Gracia en sus corazones de acuerdo con el mandamiento de Cristo». Evidentemente Bunyan no se oponía al canto público, pero resulta sorprendente encontrarlo excluido de los oficios religiosos de una iglesia que tenía un pas­tor, que en vida, tanto amaba la música.

En el Progreso del Peregrino, Bunyan puso canciones en boca de sus personajes. Algunos han sido usados como himnos, aunque es dudoso que el autor tuviera esa intención. No obstante, en A Treatise of the Fear of God (1679), Bunyan denominó al Salmo 128 un don del Espíritu Santo: «...para que, incluso como estés, en la cama, viajando o cuando alguna vez cantes tu propia condición bendita y feliz para tu propio bienestar y el bienestar de tus compañeros». Y citando pasajes tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, Bunyan hizo un llamamiento más directo al canto en el templo espiritual de Salomón (1688). En este ensayo definió claramente lo que los cristianos debían cantar: «Los cánticos nuevos, digo, se basan en nuevos temas, nuevas ocasiones, nuevas misericordias, nuevas liberaciones, nuevos descubrimientos de Dios para el alma». Más tarde, en la misma obra escribió: «Cantar a Dios es el culto más elevado que somos capaces de celebrar en el Cielo; y es mucho si los pecadores en la Tierra, sin la gracia, fueran capaces de hacer según su institución. Le pido a Dios que lo hagan todos aquellos que hoy en día ingresan en las iglesias, en espíritu y con entendimiento».

No obstante y a pesar de los citados brotes verdes, el debate sobre el uso de los himnos —distintos de los salmos en verso— fue muy acalorado tanto entre los bautistas como entre otras familias protestantes. Los Bautistas Particulares en Gales se opusieron al canto congregacional. La iglesia de Abergavenny fue reprendida en 1654 por haber introducido el canto de salmos sin la aprobación de la asociación, que solicitaba que cesara. Una resolución de 1655 de una asociación en Bridgwater, al oeste de Country, declaró que «cantar salmos es una ordenanza de Cristo para ser realizada en la iglesia de Cristo por los creyentes». Y aunque parece respaldar el canto congregacional, en realidad el contexto sugiere apoyar el canto en solitario.

En 1680, Hercules Collins, pastor de la iglesia bautista de Wapping, escribió An Orthodox Catechism?, afirmando que cantar era un deber, permitiendo componer himnos siempre que estuvieran basados en la Escrituras. Pero en 1689, en la Asamblea General de los Bautistas Generales, la primera en veinte años de vida, el grupo arminiano rechazó el uso de cualquier forma, incluidos himnos o salmos métricos en la adoración, siguiendo el argumento que Grantham había hecho en 1678. Más tarde, los Bautistas Particulares se reunieron en Londres bajo el liderazgo de Kiffin, Knollys y Keach. Este último, Benjamin Keach (1640-1704), trató de plantear el asunto del canto en la asamblea. Al final se debatió, dejando que cada congregación tomara sus decisiones. Pero, en realidad, el debate no terminó. Isaac Marlow publicó A Brief Discourse Concerning Singing, oponiéndose al canto. Keach respondió al siguiente año con The Bread Repair'd in God's Worship; Or Singing of Psalms, Hymns and Spiritual Songs Proved to Be an Holy Ordenance of Jesus Christ? Sin embargo, a finales de 1692 quince publicaciones entraron en la discusión. Después de esta refriega, aparentemente la disputa literaria se calmó, aunque la unión de las congregaciones de Barbican y Turners Hall de Londres con tesis opuestas sobre el tema animó la publicación de nuevas tesis y contratesis, hasta unas treinta, decreciendo las discusiones hacia 1698.

En su Brief Discourse, Marlow expuso su oposición al canto público bajo seis epígrafes: (1) De la esencia o ser del canto; (2) De los Salmos de David; (3) De canciones e himnos prescritos o precompuestos; (4) Canto de mujeres (sic); (5) Del orden del canto; y (6) De las objeciones escriturales y de otro tipo. Una de las primeras preguntas era si Efesios 5:19 y 20 y Colosenses 3:16, el cantar con el corazón era físico y vocal o sólo mental y emocional, Marlow sostenía lo último, resolviendo que no había lugar para el canto vocal ni había ninguna convocación escritural para aquel propósito. «Si todos cantaran —razonó Marlow— las mujeres participarían», violando la instrucción de Pablo de que deben guardar silencio en la iglesia, «porque cantar es enseñar».

Por su parte Keach destacaba que las Escrituras enseñan claramente sobre el canto. Los discípulos lo hicieron en el aposento alto, pero también Pablo y Silas cuando fueron encarcelados, afirmando que cantar es un deber de las criaturas tan dotadas por el Creador para ello. Asimismo apuntó que de igual manera que los bautistas habían recuperado la práctica bíblica del bautismo, deberían hacer lo mismo con el canto en la adoración. Por su determinante posición, Keach se convirtió en la figura fundamental del canto congregacional entre los bautistas. Ya desde 1661, cuando se convirtió en pastor de una congregación Bautista General en Winslow, su posición fue clara. Posteriormente se trasladó a Londres en 1668, ejerciendo como pastor de una iglesia en Tooley Street, en Southwark, sosteniendo aún más evidente su posición.

Desde la década de 1670, Keach comenzó a usar himnos en su congregación, primero en el servicio de la Mesa del Señor y más tarde en las reuniones semanales. Pero precisamente la congregación de Keach sufrió una escisión en Horsley Down cuando en 1696 publicó una colección de himnos originales, siendo la suya la primera iglesia bautista que cantó himnos como algo distinto de las versiones de las salmodias. Precisamente unos años antes, en 1691, había publicado Spiritual Melody. Y en el mismo año de la escisión eclesial, en 1696, publicó A feast of Fal Things, una colección de himnos más pequeña, de las cuales y de ambas la mayoría eran de su autoría. Es obvio que Keach era una persona culta y experta en literatura hímnica, con buenos conocimientos de otros compositores no bautistas de los cuales tomó prestadas algunas frases y líneas para sus cantos, como de Sternhold y Hopkins. Una de las obras más importantes de Keach fue A Key to Open Scripture Meraphors, consistiendo en sermones que desarrollan figuras metafóricas de la Biblia, incluyendo poemas para resumir los sermones. Así que muchos himnos parecen ser construidos para coordinarse con sus propios sermones, a menudo con metáforas muy directas y crudas, como cuando escribió: «Nuestras heridas apestan y se corrompen; vemos ásperos hinchazones», resolviendo en «Queremos un poco de ungüento, Señor».

Es evidente que Keach fue uno de los primeros y más relevantes compositores bautistas, incluso influenciando a su propio hijo, Elías Keach (1667-1701), que de vuelta tras una estancia de cuatro años en América publicó A Banquetting-House Full of Spiritual Delights en 1696. Junto a su padre, las congregaciones dirigidas por Elías, adoptaron una versión modificada de la Segunda Confesión de Londres, de 1677 y 1689. Obra de Benjamin Keach, el documento abordó cuestiones como el canto y la imposición de manos, de gran controversia: «Creemos que Hechos 16:25, Efesios 5:19 y Colosenses 3:16, cantando alabanzas a Dios, señala una ordenanza santa de Cristo y no una revoltijo de religión natural o un deber moral solamente; sino que es puesto bajo la institución divina, estando unida (sic) a las iglesias de Cristo para cantar salmos, himnos y cánticos espirituales; y que toda la iglesia en sus asambleas públicas, así como los cristianos privados deben cantar alabanzas a Dios según la mejor luz que hayan recibido». Si Keach presentó los argumentos más convincentes para el canto de himnos, su amigo Joseph Stennett (1663-1713), un pastor bautista del séptimo día en Londres, fue quien escribió cantos con gran mérito artístico, como Hymns in Commemoration, con treinta y siete composiciones para la Mesa del Señor. Así que la mayoría de los primeros himnos de la historia bautista estuvieron relacionados con el acto de celebración Pascual instituido por Jesús. Más tarde Elías Keach escribiría Hymns Compos'd for the Celebration of the Ordinance of Baptism, con una docena de textos publicados en 1712.

El movimiento metodista tuvo gran influencia sobre los bautistas, que en muchos lugares inspiró a realizar nuevas acti­vidades. Hacia finales de siglo, los Bautistas Gene­rales, a pesar de que bastantes de sus miembros se oponían todavía al canto coreado, publi­caron numerosas colecciones de himnos. Los Bau­tistas Particulares lo habían estado haciendo a lo largo de todo el siglo y fueron especialmente prolíficos en los últimos años. Sin embargo, los libros de himnos eran considerados al principio como suplementarios de los libros de salmos en verso que todavía se usaban. Y, por otro lado, hay que destacar la interrelación entre los compositores bautistas y los metodistas, especialmente con Isaac Watts (1674-1748), quien mostró su respeto metodista por el trabajo del amigo de Keach, Joseph Stennett, con esta nota: «En esta Oda hay tres o cuatro versos tomados de los Himnos sacramentales del Sr. Stennett, entendiendo que expresan mi pensamiento y diseño en un lenguaje apropiado y hermoso. Preferí tomar prestado y reconocer la deuda, en lugar de trabajar duro para obtener líneas peores, que podría tener el pobre placer de llamarlas propias».

Junto a los textos de Stennett se puede encontrar la Colección Bristol (A Collection of Hymns Adapted to Public Worship) de 1769, un compendio que fue de uso común de las denominaciones protestantes hasta entrado el siglo XX. Reunió himnos de escritores bautistas como Joseph Stennett, Benjamin Beddome, Anne Steele, Samuel Stennett y Daniel Turner, con la participación de prominentes no bautistas como Isaac Watts, Philip Doddridge, Joseph Addison, Cowper y los hermanos Wesley, Charles y John. Como ya apunté anteriormente, los primeros escritores de himnos bautistas para uso congregacional centraron su temática en textos para el bautismo y la Cena del Señor. Dos razones sustentaban este interés común. En primer lugar, la estricta obediencia a las ordenanzas de la denominación, centradas en estos dos importantes temas bíblicos. Y, segundo, que los primeros cantos se incluían al final del partimiento del pan como una manera de introducir poco a poco el canto en las congregaciones.

La relación entre los bautistas y los metodistas continuó. El reverendo doctor John Rippon (1751-1836) publicó en 1787 un libro de himnos con el objeto de que sirviera para acompañar las versiones de salmos de Isaac Watts (1674-1748), y en 1791 publicó una Selección de salmos y música de himnos de los mejores autores. Nuevas ediciones aparecieron repetidamente hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. La edición del libro de Rippon de 1844, posterior a su muerte, que contenía más de 1.100 himnos en cien métricas distintas, es un libro muy conocido por todos los especialistas en la materia. Fue reeditado 27 veces, alcanzando los 200.000 ejemplares. En 1858 apareció Salmos e himnos, publicado por los Bautistas Par­ticulares, libro que tuvo gran influencia. En 1866 Charles Spurgeon (1834-1892) publicó Nuestro libro de himnos. Y en 1879 apareció El Himnario bautista, desplazando a todos los libros hasta entonces publicados.

Tanto Isaac Watts, que compuso más de 600 himnos, como los hermanos Wesley, Charles (1707-1788) que compuso casi 9.000 cantos, y John (1703-1791), tuvieron mucha relación con sus coetáneos de otras denominaciones. El gran cuerpo de himnos que aportaron fue usado por los bautistas en sus reuniones, renovando temáticas, especialmente las evangelísticas y de consagración. Tal fue así que otros escritores bautistas e independientes como Joseph Addison (1672-1719) y Philip Doddridge (1702-1751), tuvieron como referencia la inspiración metodista. Otros escritores de la época fueron Augustus Toplady (1740-1778), Joseph Hart (1712-1768), John Cennik (1718-1755), Edward Trivett (1712-1792) o Benjamin Wallin (1711-1782), quien este último inició el método de adjuntar textos bíblicos que sustentasen la literalidad escritural de cada himno. Asimismo Wallin fue uno de los primeros compositores en hacer un mayor uso de la primera persona del singular, en lugar del tradicional y más impropio plural. 

Entre otros músicos, destacable es la figura de Anne Steele (1717-1778), una prolífica escritora de himnos bautistas y una de las más populares de todos los tiempos. Steele nunca quiso ser una compositora de éxito ni permitió que sus poemas musicados salieran a la luz. Hasta que su padre, que era pastor, la convenció de utilizar sus cantos en la iglesia, sus composiciones tan sólo se cantaron en el círculo familiar. Cuando posteriormente, en 1769, dio su consentimiento para publicarlos en un himnario, no quiso que constara su nombre sino solo el seudónimo de Theodosia (El Regalo de Dios). A propósito de la edición, su padre escribió en su diario: «Hoy Nanny envió a imprimir parte de sus composiciones en Londres. Ruego al Dios misericordioso que la capacitó y motivó para tal obra, que dirija y bendiga este proyecto para el bien de muchos. Suplico a Dios que sea útil y a ella la mantenga humilde». Anne Steele vivió sufriendo, debido a diversas enfermedades crónicas y dolencias de todo tipo. Tras siete años postrada en cama, falleció a los 61 años, con 144 himnos, 48 salmos en verso y unos 50 poemas en su haber. En su tumba, frente a la capilla en la que su padre fue pastor, se puede leer: «La lira en silencio, y muda la lengua armoniosa que cantó sobre la tierra su gran alabanza al Redentor».

3- MÚSICA INSTRUMENTAL Y VOCAL EN UK

La música instrumental hizo su entrada en tiempos relativamente tempranos. Un ejemplo de ello fue en el valle de Rossendale (Lancashire), donde por casi dos siglos floreció un grupo de músicos vocales e instrumentales conocidos con el nombre familiar de The Deign lay-rocks (‘Las alondras de Dean’; uno de los pueblos del valle). Alrededor del año 1720 este grupo se incorporó a la iglesia bautista, y con sus interpretaciones orquestales y sus melodías especialmente compuestas mantuvieron en alto el nivel musical de los oficios religiosos del valle. Muchos de los nombres de sus melodías tienen un marcado sabor arcaico: Sparking Roger, Lark Tune, Happy Simeón, Sweet Harmony, Marvellous Novelty, Grim Death (El galante Rogelio, El canto de la alondra, Simeón el feliz, Dulce armonía, Maravillosa novedad, Muerte inflexible).

Las familias de Nuttall, Hargreaves y Ashworth dieron muchos miembros al grupo de Las Alon­dras. Caleb Ashworth (1722-1775), que se separó de su familia denominacional para unirse a los congregacionalistas o independientes, primeramente fue carpintero y luego pastor, y más tarde doctor en teología y director de un colegio teoló­gico. Ashworth publicó no solamente una gramática hebrea, un tratado de trigonometría y una gran cantidad de ser­mones, sino también Una colección de melodías (1760; con tres ediciones en los seis años siguientes) y una Introducción al arte del canto (Londres, 1770). El grupo cultivó sobre todo a GF Händel y proveyó de cantantes al Festival Händel de la Abadía de Westminster del año 1784. Cuenta la tradición que Las Alondras celebraron el envío del primer ejemplar impreso de El Mesías interpretando tro­zos de la misma obra, que ya conocían manuscrita, cuando el coche que lo traía hizo su entrada en el pueblo. La comunidad contaba con varios arte­sanos capaces de fabricar instrumentos de cuerda. Sus actividades cesaron a mediados del siglo XIX, tal vez a causa de la instalación de órganos, los primeros en Cloughfield en 1852 y en Lumb en 1858.

Existieron otros lugares en el norte de Inglaterra y en la zona meridional donde la música instrumental y coral avivó los oficios religiosos de la iglesia bautista. Los músicos bautistas también contribuyeron, por medio de las gradas del coro, a la integración de sus conciudadanos de los siglos XVIII y principios del XIX en la cultura musical, coral e instrumental. Un ejemplo del tipo de personas que destacaron en este objetivo es Thomas Jarman (1776-1861), de Clipstone, Northamptonshire, que desde 1800 en adelante publicó más de 600 melodías de himnos y muchos anthems y música para los cantos, y que en 1837 organizó en Naseby un festival con el coro del pueblo que fue recordado durante muchos años. El espíritu de los viejos y tradicionales músicos de aldea se refleja en la actitud de los músicos del pueblo donde vivía Dennis, quienes, al enterarse de su muerte, acudieron a la puerta de su casa para tocar la melodía Euphony, de la que Jarman era autor (publicada en 1850 y todavía cantada en todo el mundo). Parte de esta melodía, junto con un violín, están grabados en la lápida de su tumba.

Ya entrados en el siglo XX, el doctor William Thomas Whitley (1860-1947), secretario de la Sociedad Histórica Bau­tista, hizo en el año 1933 una afirmación algo sorprendente: «Todavía se pueden encontrar algunas iglesias bautis­tas en lugares aislados que se aferran a los métodos de esa época (principios del siglo XIX). En las gradas del coro se pueden ver viejos libros de melodías, impresos en plan­chas de cobre, partituras vocales con claves antiguas. Un chantre toca el diapasón, calcula la tónica, que canta en voz baja para que la tomen las personas que se hallan a su lado, y luego, a la segunda o tercera nota, toda la congregación empieza a cantar. Tales ‘Betels’ en pe­queño todavía muestran a los cristianos un tipo de pie­dad severa y real, y a los músicos un hermoso ejemplo de canto a varias voces sin acompañamiento».

Sin embargo, en pleno siglo XX las iglesias bautistas de todas las ciudades ya estaban equipadas con órganos o armonios, aunque sus oficios sufrieron los cambios de la historia más reciente. El órgano se convirtió en el instrumento más popular y de mayor accesibilidad para el canto congregacional. Su instalación en cada congregación dependió del nivel adquisitivo eclesial, ya que los tubos, los teclados y el alojamiento sonoro muchas veces implicaba una importante reestructuración del atrio o del coro. Pero su implementación fue tan popular y aceptada por todos, que cuando en los años setenta otros instrumentos quisieron compartir su privilegiado espacio, se produjeron serias y aireadas reticencias. El órgano de tubos ya se había mimetizado tanto con la adoración bautista, que en algunas congregaciones se produjeron monográficos debates en reuniones administrativas de iglesia para admitir o no la participación de otros instrumentos ajenos al órgano.

Pero todo fue cambiando cuando desde el último tercio del siglo pasado las iglesias bautistas británicas fueron abrazando nuevos instrumentos y cantos. Hijo de pastor bautista, el compositor y músico Graham Kendrick (1950-) fue uno de los que más participaron en la renovación de la música protestante británica a finales de los años 70. Aunque sus primeros pasos musicales fueron en bandas cristianas como Whispers of Truth, más tarde una composición le llevó a ser conocido en toda Europa. Shine, Jesus, Shine se cantó en todas las iglesias británicas y fue traducida a varios idiomas. Posteriormente, en 1989, su single Let the Flame Burn Brighter llegaría al número 55 de la lista de éxitos del Reino Unido, además de componer decenas de cantos de alabanza. Stuart Townend, miembro de su banda, escribió sobre Kendrick: «No tengo ninguna duda de que dentro de 100 años el nombre de Kendrick estará al lado de Watts y Wesley en la lista de los más grandes compositores de himnos del Reino Unido». Es por apreciaciones como ésta que algunos de sus contemporáneos lo han denominado el ‘padre de la música de adoración moderna’. Sin embargo, la relación con su denominación de origen no fue exitosa. En los primeros años de su ministerio, Kendrick abandonó la iglesia bautista por discrepancias sobre aspectos espirituales y de renovación musical y adoracional, incorporándose a otros grupos eclesiales y participando activamente en la creación de comunidades y ministerios musicales.

Dentro de las congregaciones bautistas británicas ha destacado medularmente el ministerio de David Peacock (1949). Nacido en Bradford, en 1985 asumió un puesto de Ministro de Música a tiempo completo en la Iglesia Bautista Upton Vale en Torquay, Devon, dejándolo en 1990 para establecer un Departamento de Música y Adoración con base en la Escuela de Teología de Londres, donde hasta el 2013 fue Jefe de Departamento y responsable del curso de licenciatura en Teología, Música y Adoración. Pero, además, Peacock ha destacado muy notablemente como editor de más de una docena de himnarios, como 'Let's Praise!', 'Carol Praise', 'Church Family Worship', ‘Hymns for the People', ‘World Praise' y 'Sing Mission Praise', desempeñándose también como secretario editorial de Jubilate Hymns Ltd. durante años. Como parte de su ministerio, Peacock fue  director musical del Congreso Mundial de la Juventud Bautista en 1988, el Congreso Bautista Europeo en 1994 y de los Congresos Bautistas Mundiales en Argentina y Australia en 1995 y el 2000.

En los últimos años del siglo XX y las primeras décadas del siglo XXI, la música cristiana mundial tomó un nuevo impulso con el sello Praise&Worship, con la aparición de grupos y entidades, con excelentes músicos, equipos instrumentales y escenografías que han influenciado a todas las denominaciones, incluidos los bautistas británicos. Ejemplo de este mover es Hillsong Church, iglesia originaria de Sydney, Australia, con la importante sede europea de Hillsong Music en Gran Bretaña.



     [1] Objeciones de citas tomadas de Thomas Grantham, uno de los dirigentes de los bautistas generales británicos.

     [2] Apunte introductorio en el himnario de William Barton.

     [3] Charles Haddon Spurgeon, aún es conocido por la gente como el ‘Príncipe de los Predicadores’. A lo largo de su vida evangelizó a más de 10 millones de personas, muchas veces predicando diez veces a la semana en distintos lugares. Sus sermones han sido traducidos a varios idiomas y actualmente sus libros se reproducen constantemente.

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