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· La esencia de la dirección coral

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© 2003 Josep Marc Laporta

Hay países que cantan. Esto nada tiene que ver con la alegría o la tristeza, puesto que se puede cantar motivados por las dos razones. Indistintamente. Cantar nace con la génesis del ser humano, es consustancial con las formas aprendidas y heredadas desde la cuna. A cantar se aprende, pero a desear cantar, también.

Aunque para cantar en coro, a una, en comunidad y con un propósito musical y espiritual, se precisa de un aglutinador. Es la figura del director, quién posee el oído musical más grupal, coordinador, ejecutivo, experimentado en afinaciones. Su participación es capaz de transformar unas voces individuales, distantes y alejadas en una sola voz, en una sola expresión, en un solo cuerpo.

En realidad, para cantar no hacen falta directores de coro, sino maestros de canto. Designado en el centro radial del grupo, el director en sí no es un ejecutivo o un directivo que gestiona una empresa de voces, sino un maestro que enseña a cantar, a vocalizar, a respirar, a impostar si fuere conveniente. Dirigir bien es enseñar a cantar, es motivar al sonido elegante y a la expresión adecuada, haciendo escuela en cada voz. Es el tratamiento de la individualidad con un sumo respeto a la calidad compartida.

Fomentar este aspecto pedagógico del canto es construir un coro con buenas referencias. Una formación coral es el alma de decenas de voces atraídas por su director. Como si se tratara de un imán, el maestro de canto atrae las voces y les da el sentido que en algunos casos carecen, en otros necesitan, y en los más, desean. Porque el cantante espera que el director dé contenido a su voz. Es ésta una relación de amistad y de representatividad que el cantor deposita en su maestro. Un ejercicio constante de dependencia en una sumisión bien entendida.

¡Cómo suenan las voces que se entregan! La fuerza de su unión reposa en las manos de un director que establece las prioridades del sonido y de la comunicación. Recuerdo aquel soberbio Coro de Cosacos del Don, dirigido por Serge Jaroff, de voces tan penetrantes como la de Marian Anderson o Berta Singerman, sin olvidar ni menospreciar otras colectividades populares. Pero existe un nivel más alto en el canto común: la transmisión de algo más que folklore.

Cantar en grupo es terapia para el alma atribulada por la velocidad de estos tiempos. Cantar es expresión del alma que busca desgranar las prioridades. Y muchas de las más altas prioridades pertenecen a la fe y al corazón, a Dios.

Expresar fe es la función más elevada del canto en la que el maestro ejerce su invisible batuta, elevando corazones que quieren creer y creen. Dirigir nos implica completamente. No se trata de cantar para expresarse, si no de cantar juntos para comunicarse, además.

Comunicar unidos es comunicar desde la misma fuente: la fuente más fluida que nace del mismo Dios en el que el maestro de canto ejerce de sacerdote santo recogiendo gavillas llenas de agradecimiento. Es la sola voz circundante al ademán inspirador del director. Es la poesía colectiva que se hace expresión por la manera cantada de ser dicha.

Y para expresar más convenientemente esa voz colectiva, nada mejor que autoescucharse, nada mejor que descifrar el sonido individual en referencia al colectivo. El coro que se escucha mantiene aquella máxima coral de que las voces que mejor suenan son las que se reconocen. El maestro conoce su oficio docente e invita a la comunión de la escucha, al reconocimiento del propio sonido, a la personalidad de grupo.

Al fin, los diferentes instrumentos vocales aunados y entretejidos emergen en un cometido superior: el del instrumento unífono. El coro es el instrumento. Las voces son los matices de un todo. El director defiende sus intereses sonoros, mientras las voces persiguen los de su director. La supuesta tensión de poderes es más bien un diálogo de recorrido. Una entente. Una fructífera colaboración.

Si a ello añadimos la posibilidad de saber vocalizar y teatralizar el sonido sin que se aprecie, ya tendremos el germen del coro. Curiosamente, las alegrías compartidas se multiplican, mientras que las penas se dividen; este milagro es el embrión y la causa de una coral sincera, y una coral sincera es la única agrupación que puede llegar a coro convincente.
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1 comentario:

  1. Hola me gussto lo que dice referencia a la direccion coral.

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