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· ¿Prohibir o regular?



Centre d'Estudis Jordi Pujol
© 2010 Josep Marc Laporta .
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Era un día de mayo del 2007 cuando escuchamos por boca del expresidente José María Aznar —refiriéndose a la campaña de concienciación de la Dirección General de Tráfico con el slogan: ’no podemos conducir por ti’—, las siguientes aseveraciones: ‘¿Y quién te ha dicho que quiero que conduzcas por mí? Déjame que beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie ni hago daño a los demás. A mí no me gusta que me digan no puede ir usted a más de tanta velocidad, no puede usted comer hamburguesas, debe usted evitar esto y además a usted le prohíbo beber vino. Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie ni hago daño a los demás’.

Sin entrar en un análisis pormenorizado de las palabras del expresidente, que por sí solas se analizan y reciben su juicio, es de reseñar el desconcierto social existente respecto a la prohibición y/o la regulación. Hasta tal punto llega a ser notorio y trascendente este desconcierto, que cada vez que alguna administración dictamina una nueva norma se multiplican las voces que levantan quejas, justificadas o no, criticando tanta prohibición. Recientemente se ha añadido al ideario ciudadano del ‘prohibicionismo’ la decisión del Parlament de Catalunya al aprobar una propuesta popular para abolir las corridas de toros en esta comunidad. Las declaraciones no se han hecho esperar. Especialmente los afectados han denunciado, entre otras razones políticas, un desmedido afán de prohibición de los poderes públicos.

No obstante, una mirada apresurada, emocional o superficial no avala alguna objetividad ni rigor al análisis, especialmente porque los idearios prohibitivos instalados en una sociedad tan postmodernizada van más allá de cualquier reacción instintiva; son consustanciales con distintas corrientes de pensamiento social, entretejidas a través del paso del tiempo y de los sucesos cotidianos.

Cuatro supuestos socioculturales participan en el perfil social del presente rechazo a la prohibición: 1- el modelo del anarcosindicalismo de los años 30 (siglo XX); 2- la imposición dictatorial y restrictiva del régimen de Franco; 3- los prototipos libertarios de la generación hippy de los años 60; y 4- la nueva etapa de libertad política iniciada en 1976, con una transición vertiginosa. Además de estos cuatro conceptos, un quinto aspecto sociogeográfico y sociocultural determina el perfil refractario de nuestra sociedad.

En primer lugar, el anarcosindicalismo y el anarcocomunismo catalán impulsó una manera de pensar y sentir reaccionaria, en que la asociación y pacto voluntario sin ninguna coacción de un individuo sobre otro era la máxima expresión del orden político. Pero como es de preveer, para un óptimo funcionamiento de los postulados anarquistas son necesarios altos valores individuales de responsabilidad, coherencia y lealtad individual y comunitaria. En nuestra sociedad subyacen ciertas reminiscencias del comportamiento anarquista, especialmente en algunos entornos que vivieron o conocieron de primera mano la victoria franquista y la derrota de los postulados comunistas o libertarios.

Como segundo aspecto, la imposición dictatorial y restrictiva del régimen de Franco generó ciudadanos con manifiestos síntomas de rechazo a la autoridad establecida. La dictadura fue el acontecimiento histórico que más influyó y sugestionó un comportamiento social sistemático de no acatamiento e insumisión. En consecuencia, también imbuyó un rechazo visceral a cualquier genérica prohibición o regulación.

En tercer lugar, el movimiento contracultural hippy, nacido en los años 60 en los Estados Unidos y que gran parte de la juventud de nuestro país adoptó psicológicamente en medio de un estado de ansiedad social en busca de las propias libertades. Con sus postulados de socialismo libertario, ecologismo, rechazo del consumismo, sociedad alternativa, amor libre, comunidades intencionales y experiencias autogestionadas, este movimiento cautivó el ideario de la juventud de los 60 y 70. Posteriormente, aquellos jóvenes fueron adultos que, en muchos casos, tendrían serias dificultades con respecto a la tolerancia de la frustración y la admisión de la autoridad convencional.

Y como cuarto: la nueva etapa democrática iniciada en 1976 comportó una vertiginosa transición estética y social. Si políticamente, el paso de la dictadura a la democracia fue bastante veloz, estéticamente y socialmente también fue rápido. Los modelos de comportamiento social anteriores poco tenían que ver con la nueva etapa. La tensión desbravada generó un perfil de sociedad de cariz más libertario. Es conveniente tener en cuenta que a pesar de que en aquellos años de transición existía un cierto estancamiento productivo, depresión económica y fuerte inflación, el país estaba instalado en el ideario del crecimiento continuo. Este modelo permaneció sedimentado en el pensamiento social, y junto a las libertades conquistadas ofreció un nuevo espacio de emancipaciones sociales, muchas veces sin saber exactamente cuáles eran los límites.

La psicología social de nuestro país es el resultado de múltiples situaciones más o menos convulsas, superpuestas entre ellas. Se superpone indiscriminadamente el recuerdo romántico del anarquismo con cuarenta años de privación de libertades, con experiencias paralelas de postulados del movimiento hippy y con deseos de libertad política y social. Una auténtica miscelánea. Pese a que pareciera que dichos eventos sociales pudieran quedar lejos en el tiempo, lo cierto es que su influencia es muy dinámica en cuanto al influjo generacional. Los ciclos generacionales también superponen experiencias que se transmiten simpáticamente. Por lo tanto, una generalizada respuesta social de aversión a la prohibición no es fruto del presente sino de distintas acumulaciones transmitidas.

En los pasados meses han aparecido distintas noticias en algunos medios de comunicación nacionales y extranjeros que han apuntado a un excesivo prohibicionismo de las administraciones gubernamentales catalanas —esta apreciación afecta también a otras comunidades de la península—. Es curioso observar cómo desde fuera de nuestras fronteras se valora negativamente este exceso regulador. Es el caso de The Economist, que de manera resumida afirma: “los catalanes le están cogiendo el gusto a prohibir cualquier cosa que les fastidie”. Como mencioné al principio, hay un quinto aspecto sociogeográfico y socialcultural que también incide notablemente.

Por lo general y por distintas razones que ahora sería imposible desarrollar en profundidad, las sociedades del centro y norte de Europa disponen de una mayor capacidad de responsabilidad social y asunción de los límites en la convivencia comunitaria. Algunas de estas razones tienen que ver con el trasfondo cultural protestante que a través de siglos ha generado una mayor conciencia de respeto a las normas comunes, un sentido más austero de la organización social, una convicción de respeto al bien común como valor vital para la ganancia privada, y un mejor discernimiento de dónde empieza la libertad del prójimo y dónde acaba la propia. Cuando la prensa extranjera cataloga a las administraciones de nuestro país de restrictivamente legisladoras o prohibicionistas, el detalle que pasan por alto —aparte de otros aspectos que pudieran ser tendenciosos o interesados—, es la dispar formación sociogeográfica y sociocultural de los distintos países. Lo que por un dilatado trasfondo de educación y proceso cultural allí no sería obligatorio regular, aquí, para una mejor convivencia es imprescindible.

A modo de ejemplo, podemos recordar la tradicional prohibición que en el pasado vivió Inglaterra respecto al alcohol. Los pubs cerraban a una hora determinada como método regulador de la ingesta indiscriminada. Hasta tal punto afectó socialmente esta restricción, que los jóvenes vieron en la costa Brava catalana la tierra prometida del consumo libre. Pero los datos objetivos son curiosos: en Inglaterra existe una firme conciencia social de no coger el coche cuando se bebe, pese a que cuantitativamente el inglés ingiere más alcohol que el ciudadano medio español. Tradicionalmente, un inglés bebe por encima de sus límites y se emborracha fácilmente en cualquier salida nocturna; sin embargo, posee una mayor conciencia de los límites de su acción, especialmente en lo que se refiere a tomar el coche y conducir. Como es de suponer, allí las leyes regulan con mayor firmeza los excesos etílicos y aquí se regula la seguridad vial.

Las diferencias geográficas, climáticas, sociales, antropológicas o culturales entre las distintas comunidades o países son determinantes a la hora de qué y cómo legislar o reglamentar para alcanzar una buena convivencia. Nuestra sociedad es tradicionalmente más permisiva y despreocupada en cuanto al respeto de lo comunitario y al bien común; es una realidad sociocultural. Consecuentemente, las ordenanzas y reglamentaciones administrativas deben responder convenientemente, con normativas adecuadas a cada realidad.

Un último aspecto que incide en la percepción negativa de la facultad legislativa de la administración es la confusión que existe entre los conceptos prohibición y regulación. Por lo general, desde el ejercicio de la política democrática prácticamente nada se prohíbe por sistema, sino que se regula. Al contrario, en una autocracia sí que se prohíbe. Pero en democracia, la función de la administración es regular para el bien común y la convivencia. Utilizando como ejemplo las declaraciones del expresidente del gobierno José María Aznar, la Dirección General de Tráfico no prohíbe beber vino, sino que regula en qué ocasiones su ingesta puede significar un grave peligro para uno mismo y para terceras personas; por lo tanto, regula dónde y cuándo, pero no lo prohíbe.

Regular es algo diferente a simplemente prohibir. Regular implica prohibición de algún aspecto de la conducta social humana, pero no es consustancialmente negación de libertades. Detrás de la regulación existe consideración, análisis, estudio y explicación: una ponderada razón para la convivencia, el bien y el progreso comunitario. A veces, más acertada; otras, menos, pero es el ejercicio de la responsabilidad pública, siempre que sea bien entendida por los legisladores. Cuestiones de exceso o defecto sería tema para otra reflexión.

Centre d'Estudis Jordi Pujol
© 2010 Josep Marc Laporta .

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3 comentarios:

  1. Genís M.01:52

    Ben documentat. El vaig llegir al butlleti del CEJP i ara l'he trobat en castellà. Estic prou d'acord. Molt complet.

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  2. XALIMA02:07

    ME GUSTA SU MANERA DE PLANTEAR LOS TEMAS. NO PUEDO ESTAR MAS DE ACUERDO POR LA NITIDEZ CON QUE LOS PRESENTA

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  3. Debo entender que para su pensamiento la regulación o prohibición de las corridas de toros es equívoca. Y aunque siempre me gustó la estética de la tauromaquia involucrada con el arte, debo admitir que está reñida con la visión cristiana de respeto a la vida. En la visión y ética cristiana una verdad a medias es una mentira completa y las corridas, concebidas como eran acá en mi país Ecuador con irespeto total a la vida, eran una mentira confundida con las "tradiciones y cultura".

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