jml

· La Iglesia local (1)

(Cristianismo en la postcristiandad)


© 2018 Josep Marc Laporta

1-        La Iglesia-familia-casa
2-     Una Iglesia sin edificios
3-     La personalidad social de la Iglesia primitiva

 

«La vida se vive hacia adelante, pero se comprende hacia atrás». La cita del filósofo danés Soren Kierkegaard expresa a la perfección cual es la actitud más acertada para, en nuestro caso y en primera instancia, analizar la gran mochila que la postcristiandad ha heredado de la cristiandad. Y muy especialmente para observar las consecuencias que las usanzas rutinarias de un cristianismo totalitario de siglos y siglos ha impuesto a nuestra convulsa y globalizada sociedad. Con respecto a aquéllas, a las tradiciones, J. C Ryle apuntaba la siguiente reflexión: «La experiencia ofrece pruebas dolorosas de que las tradiciones alguna vez creadas primero son consideradas útiles, luego se vuelven necesarias. Finalmente, con demasiada frecuencia se convierten en ídolos, y todos deben inclinarse ante ellas para no ser castigados».

En la trayectoria de análisis de este tratado sobre cristianismo en la postcristiandad, al examinar el concepto Iglesia local actual aparecen un sinfín de aspectos que tienen que ver con la historia y las tradiciones que necesariamente necesitan de una ponderada reflexión. No podremos entender el presente que nos corresponde sin conocer ni entender el pasado, que también nos incumbe, no solo desde la teología espiritual, sino desde la teología social.


Más allá del arquetipo y la inicial peculiaridad de la Iglesia madre de Jerusalén, las iglesias locales son un modelo neotestamentario consecuencia de la acción misionera en la dispersión hebrea. Las iglesias que se fundan en Macedonia y Asia Menor son fruto de la siembra del evangelio en enclaves judíos de la diáspora. Este concepto constituirá las primeras comunidades del Espíritu. Son congregaciones que se forman por el énfasis de alcanzar a todo ser humano. «Al judío primeramente y también al griego», especificaría el apóstol (Romanos 1:16). Pero la misión evangelística tiene mucha relación con el exilio que había comenzado aproximadamente dos siglos antes del nacimiento de Jesús y que prosiguió gradualmente hasta alcanzar la masiva huida por la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. La explicación de por qué Pablo detalla que el «evangelio es poder de Dios para todo aquel que cree, primeramente al judío y después al griego», tiene que ver con la dispersión hebrea pre y post año cero. En la mente del apóstol están todos los judíos: los de las primeras migraciones por lo general mejor asentados económicamente, y los de las nuevas y urgentes dispersiones más necesitados, quienes deben conocer la buena noticia. Y la predicación también es para los gentiles, provocando nuevos y peculiares escenarios, y propiciando la primera disyuntiva teológica que el Concilio de Jerusalén tuvo que resolver (Hechos 15).


1- LA IGLESIA-FAMILIA-CASA


La misión evangelizadora en la dispersión es la fórmula constitutiva de las primeras iglesias locales, principalmente establecidas en las casas. (1) Por consiguiente, el concepto casa y familia aparece repetidamente en los pasajes neotestamentarios como modelo fundacional de las primeras congregaciones. El episodio de Pablo y Silas en Filipos, anunciando al carcelero que si creyere sería salvo él y su casa (Hechos 16:31) , es una clara expresión del impulso misionero original: la familia. Este es un detalle a tener en cuenta cuando desde la postcristiandad observamos la importancia y pervivencia de la iglesia local.

El episodio de Filipos también se reproduce con Crispo, un alto dignatario de la sinagoga que «creyó con toda su casa; y muchos de los corintios, al oír, creían y eran bautizados» (Hechos 18:8). En otro pasaje Pablo se refiere a los de la casa de Estéfanas, a quienes bautizó, señalando este pormenor respecto a los otros hogares de la ciudad, de los cuales a nadie bautizó (1ª Corintios 1:16). Posteriormente, al transmitir a los corintios el afecto de las iglesias de Asia, el apóstol comunica que «Aquila y Priscila os saludan cariñosamente en el Señor, con la iglesia que está en su casa» (1 Corintios 16:19). Y en otro pasaje, cuando se refiere a la misma pareja «saludad a la iglesia de su casa» (Romanos 16:35), vuelve a apuntar a la familia y al hogar como el epicentro de la iglesia neotestamentaria.

El modelo Iglesia-familia-casa se reproduce por toda Macedonia y Asia Menor. Al escribir a los Filipenses, el apóstol concluye su carta diciéndoles que «todos los santos os saludan, y especialmente los de la casa de César» (Filipenses 4:22). Esta pormenorización insinúa que todos los santos la Iglesia se reunían en casas, y que todos los que se reunían en los hogares tenían una familia mayor o menor que los acogían, en este caso especificando en el saludo la casa de César. Cuando redacta su epístola a los Colosenses, Pablo saluda «a los hermanos que están en Laodicea, y a Ninfas y a la iglesia que está en su casa» (Colosenses 4:15). Pero teniendo en cuenta que la distancia entre Laodicea y Colosas es de 18 kilómetros, seguidamente pide que la carta se haga leer a los laodicenses, y que la remitida a éstos también se lea entre ellos. Pero en su referencia al saludo personalizado a Ninfas es plausible que Pablo mencionara a los hermanos que están en Laodicea como los que se reúnen en otras Iglesias-familias-casas de la ciudad, diferenciándolos de la Iglesia-familia-casa que está en el hogar de Ninfas.


Los pasajes bíblicos que aluden a la Iglesia identificada en un hogar y una familia son suficientemente explícitos como para considerar que, aparte de la particularidad de las casas como lugar físico, la familia receptora era el núcleo formativo de las congregaciones. E incluso por esta conjunción entre Iglesia-familia-casa es por la que Pablo define la función pastoral determinando que la familia también es partícipe de la responsabilidad ministerial, instando al obispo a «que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad» (1ª Timoteo 3:4).

Pero el concepto familia también podía incluir a otros integrantes, como los sirvientes o esclavos. Cuando Pablo saluda a Filemón en el inicio de su breve carta, también alude a la amada hermana Apia, y a Aquipo, compañero de milicia, y a la iglesia que está en su casa. En realidad, el único propósito de la carta es Onésimo, un esclavo que había robado a Filemón, huyendo. Ya restaurado, Pablo quiere retornárselo con buenos informes sobre su arrepentimiento, servicio y entrega al Señor. Es muy probable que Apia y Aquipo fueran marido y mujer, y es totalmente constatable que en el hogar se reunía una Iglesia local.

Así que de todo ello también se puede entrever cual era la situación de los esclavos dentro del círculo familiar, en algunos casos desleales y, en otros, como sucedió con el centurión al que Jesús sanó, prácticamente uno más de la familia (Lucas 7:2-10). Hasta el punto de que cuando el apóstol habla de la Iglesia los incluye, dando por supuesto que algunos eran creyentes, seguramente por el testimonio y la relación familiar: «Esclavos, obedeced a vuestros amos de este mundo con respeto y temor, con sencillez de corazón, como a Cristo, no por ser vistos, como quien busca agradar a los hombres, sino como esclavos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios; de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres; conscientes de que cada cual será recompensado por el Señor según el bien que hiciere: sea esclavo, sea libre» (Efesios 6:5-8).

Es evidente que el Evangelio rompe barreras de todo tipo, incluso las de clase. Es desde esta perspectiva general, y como ya apunté en otro apartado que, aparte de la transformación espiritual, la Ekklesía es y se puede considerar uno de los mejores instrumentos de inserción e inclusión social que existe, en la que el modelo del hogar y la familia se constituye como una de las fortalezas en la didáctica de la salvación.

Todas estas razones apuntan a que el concepto Iglesia-familia-casa es más que algo puramente figurativo o circunstancial dentro del cristianismo primitivo. Y si bien es cierto que por lógica y contexto histórico este modelo tiene una estrecha relación con las concretas circunstancias neotestamentarias, es asimismo evidente que el prototipo original de Iglesia-familia-casa abarca una perspectiva mucho más amplia y profunda respecto a la eclesiología local. Sin embargo, los sucesos y devenires de la historia llevaría a la Iglesia a una profunda desviación del concepto inicial, definida en el procedimiento constantiniano del siglo cuarto de Iglesia-papado-obispado-localidad-parroquia-edificio.


2- UNA IGLESIA SIN EDIFICIOS


El antiguo judaísmo estaba centrado en tres elementos básicos: el templo, el sacerdocio y el sacrificio. Una religión anclada en conductas, actitudes y dependencias morales y formales. Pero con la venida de Jesús todo cambió: se cumplieron las profecías y se clausuraron las antiguas disposiciones. Jesús es el Templo, encarnando una casa nueva y viviente hecha de piedras vivas.(2) Él es el Sacerdote(3) que ha establecido un nuevo sacerdocio.(4) Y Él es el sacrificio perfecto y definitivo.(5) Pero aquellos tres elementos templo, sacerdocio y sacrificio también estaban presentes en el paganismo grecorromano. Tanto unos como otros tenían sus templos,(6) sus sacerdotes y sus sacrificios.(7) Así que solo Jesús, como hijo de Dios, se deshizo de todos ellos. Por eso el cristianismo fue y es la única de las religiones universales que no tiene edificio físico al cual recurrir para entrar en contacto con la divinidad. Los primeros cristianos entendían que ellos eran el templo y la casa de Dios, por lo que no había un lugar específico al que ir para hacer sacrificios puesto que Jesús hizo el único y suficiente. Y ya no habrían más sacerdotes: el sacerdocio correspondía a todos los que habían recibido la salvación expiatoria de la cruz de Cristo (1ª Pedro 2:9). 

El cambio de paradigma fue radical. Los primeros cristianos entendieron que ser ekklesía no tenía nada que ver con un edificio especialmente construido y dedicado.(8) En palabras del profesor bíblico Arthur Wallis, «En el Antiguo Testamento, Dios tenía un santuario para su pueblo; en el Nuevo, Dios tiene a su pueblo como un santuario». La diferencia es tan sustancial, que las Iglesias locales del cristianismo primitivo se fundaron bajo esta premisa. No entendían un templo como edificación. Ellos eran el templo del Espíritu Santo.


La primera vez en la historia que aparece la palabra Ekklesia referida a un lugar de reunión cristiano fue en el año 190 d.C, por Clemente de Alejandría (150-215), al utilizar la frase ‘ir a la iglesia’, algo que para los cristianos del primer siglo sería absolutamente extraño e inconcebible.(9) Aunque para Clemente ‘ir a la iglesia’ era una referencia a asistir a un hogar privado, no a un edificio especial. No obstante, el cristianismo no erigió edificios para el culto hasta la llegada de Constantino al poder romano, en el siglo cuarto, ni tampoco tendrían una casta sacerdotal. Los únicos sacrificios que ofrecían eran los espirituales de alabanza y acción de gracias, allá donde estuvieren.(10)

La articulación sociológica de los primeros siglos del cristianismo era la Iglesia-familia-casa. Se reunían en los hogares con la logística de una familia porque no entendían que hubiera un lugar mejor para compartir el evangelio y tener comunión, además de predicar donde había tránsito de personas. Y pese a que durante un tiempo los cristianos de Pentecostés visitaron el templo de Jerusalén y las sinagogas, pronto dejaron de hacerlo al tener conciencia de que allí solo podían ir para testificar, como cuando Pedro y Juan subieron al templo a orar y se encontraron con un cojo de nacimiento pidiendo limosna (Hechos 3). Rápidamente se dieron cuenta de que el cumplimiento de los preceptos tradicionales judíos era algo absolutamente insustancial ante el ministerio de proclamación que tenían por delante. Lo cierto y paradójico del suceso es que tras aquel milagro, aún asidos al cojo, ni Pedro ni Juan entraron al templo a orar. Pedro estuvo predicando largo tiempo al gentío que se había congregado expectante frente al pórtico de Salomón.


No hay evidencia de ningún tipo, ni literaria ni arqueológica, de que ninguna de las casas de la expansión misionera se convirtiera en un edificio para una asamblea, para una Iglesia. El educador y erudito bíblico Graydon F. Snyder apunta a ello con precisión: «Las primeras iglesias se reunieron invariablemente en hogares. Hasta el año 300 no conocemos ningún edificio que haya sido construido primero como iglesia».(11) El movimiento de fe que conquistó el Imperio Romano estaba centrado en las casas, en los patios, en los caminos y en las familias. Y así, en 200 años, pasaron de unos 25.000 cristianos a 20 millones. Al crecer las congregaciones, los cristianos empezaron a adaptar sus hogares para acomodar a más personas. La arqueología nos ha descubierto una de aquellas casas que se remodelaron para acoger mejor a la concurrencia. La casa de Dura Europos, en lo que hoy es Siria, es el lugar de reunión cristiano antiguo mejor identificado. Data del año 232 d.C., y era simplemente un hogar remodelado como lugar de reunión para una Iglesia local. Sus propietarios habían quitado una pared entre dos dormitorios con la finalidad de crear una sala de estar más grande, donde se podrían alojar hasta unas sesenta personas.

En The Church Comes Home,(12) el teólogo y erudito australiano Robert Banks asegura que «los cristianos de los primeros tres siglos solían reunirse en residencias privadas que habían sido convertidas en espacios de reunión adecuados para la comunidad cristiana. Esto indica que la austeridad ritual de los primeros cultos cristianos no debe ser tomada como una señal de primitivismo sino, más bien, como una forma de enfatizar el carácter espiritual del culto cristiano».

La realidad que asoma detrás de todo ello es que el modelo Iglesia-familia-casa perduró indeleblemente en el cristianismo de los tres primeros siglos, quedando absolutamente alterado por la constantinización de la Iglesia del siglo cuarto y por la masiva construcción de templos y catedrales en los sucesivos. La representación socioeclesiológica del cristianismo mediante edificios ha sido su marca más icónica, hasta el punto de que, en la postcristiandad, la simbiosis entre cristianismo, templos, catedrales, ermitas y edificios grandes o pequeños y de toda índole se presenta como Iglesia local. La fiebre de la cristiandad de dar contenido y analogía espiritual a un edificio de ladrillo se ha convertido en la gran rémora del cristianismo de la postcristiandad. En el fondo y en la forma ha hipotecado su verdadera misión.


3- LA PERSONALIDAD SOCIAL DE LA IGLESIA PRIMITIVA


En la memoria de los primeros cristianos, tanto hebreos como gentiles, la iglesia de Jerusalén fue la Iglesia madre, la Iglesia de los doce apóstoles, la Iglesia de Pentecostés y la que marcó la pauta y línea a seguir. Pero pese a su pedigrí fundacional, pronto pasó a ser una más de las Iglesias locales primitivas. El Concilio de Jerusalén (Hechos 15) estableció una praxis teológica respecto a la cuestión de si los convertidos procedentes del paganismo debían o no someterse al rito de Moisés de la circuncisión para ser salvos. En el fondo, la propuesta de revisión ponía en cuestión los límites del judaísmo en el naciente cristianismo y su influencia sobre los aspectos más medulares de la fe. No fue una cuestión banal, sino absolutamente fundamental en el desarrollo misionero. No obstante, la contundente alocución de Pedro y el apasionado testimonio de Bernabé y Pablo contando «cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles» persuadió al Concilio, llegando a la inspirada resolución de «nos ha parecido bien, a nosotros, y al Espíritu Santo no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias…» (v. 28). Las conclusiones y recomendaciones finales de abstenerse del sacrificio de animales a ídolos y de su sangre, y de la fornicación, pusieron el colofón y llevaron el consuelo a los gentiles de Antioquía que estaban esperando noticias esperanzadoras.

La convocatoria del Concilio no fue una iniciativa de Pedro erróneamente distinguido por el catolicismo como el primer pontífice de la Iglesia. La convocación fue iniciativa de la Iglesia en Antioquía, y Santiago estuvo al cargo de la presidencia del acto. Pedro, Pablo y Bernabé intervinieron como testigos, mientras que Santiago desempeñó sus funciones de ministro de la Iglesia de Jerusalén, a la cual se había elevado la consulta, haciendo las oportunas conclusiones como cierre del acto. Después de la celebración del Concilio y de la partida de Pedro de Jerusalén y del envío de Pablo y Bernabé a Antioquía, la situación de la iglesia en Jerusalén anteriormente madre y referencia se convierte en una congregación más bajo la dirección de Santiago y los demás presbíteros. La Iglesia se convierte en universal y misionera, con múltiples congregaciones locales.

El cambio también atañe a la autoridad directa de los apóstoles, que ya no ejercen primacía sobre Jerusalén, sino que invierten su tiempo en expandir el evangelio desde Asia Menor y el norte de África hasta Roma. La transformación es sustancial. Las Iglesias-familia-casas se mueven bajo los designios del Espíritu Santo, a la luz del cumplimiento de los escritos veterotestamentarios y en el recuerdo del ministerio y sacrificio cumbre de Jesús, pero independientes entre sí, aunque relacionadas en el intercambio de documentación teológica y apoyo ministerial. En esa faceta destacó Pablo con sus escritos y viajes, aunque también los demás apóstoles se desplazaron por distintos territorios con la misma misión. Es a raíz de estas perspectivas fundacionales que la definición más aproximada de Iglesia local es la de un movimiento autónomo bajo la dirección del Espíritu, con plena identificación familiar y localización en hogares, y con ministerios apostólicos itinerantes de apoyo y servicio.


La personalidad socioespiritual de la Iglesia primitiva se expresa meridianamente en la actitud misionera de Pablo en Corintio. La narración de Lucas revela que cada sábado intervenía en la sinagoga de la ciudad intentando convencer tanto a judíos como a no judíos. No obstante, como éstos no dejaban de llevarle la contraria y de insultarlo, el apóstol mostró su protesta, advirtiéndoles: «Vosotros sois los responsables de cuanto os suceda. Mi conciencia está limpia de culpa; a partir de ahora me dedicaré a los no judíos» (Hechos 18:6). El perfil eclesiológico del ministerio paulino y de las iglesias neotestamentarias radicaba en la koinonía y en la optimización de recursos y posibilidades kerigmáticas. Si en un lugar su predicación no era bienvenida o era rechazada, simplemente dejaba razón de su fe y marchaba a donde tuviera mejor recepción.

En otra ocasión, mientras hacía tiempo en Atenas esperando a Silas y Timoteo, el apóstol se enardecía al ver cómo la ciudad se había entregado a la idolatría, con sus innumerables altares y dioses. Así que, soliviantado por la situación, tanto discutía en la sinagoga con los judíos piadosos como con los que cada día concurrían en las plazas. Al adquirir cierta notoriedad y popularidad entre los atenienses fue llevado al Areópago para proseguir con su exposición (Hechos 17:16-34). La realidad que se esconde detrás de los sucesos es que su ministerio se constituía directamente entre y con las personas y sin importar el lugar, ya fuere una sinagoga, las plazas o la sede del alto tribunal.

El perfil de Iglesia que Pablo y los demás apóstoles establecieron no fue para nada de carácter estratégico, en el sentido de preparación de óptimas fórmulas evangelísticas perfectamente planeadas y diseñadas para ser bien recibidos y alcanzar una aceptación inducida. El procedimiento era absolutamente ordinario y corriente por lo usual, frecuente y cotidiano. No existían grandes planteamientos o diseños evangelísticos que determinaran perfectas actuaciones. Simplemente estaban donde tenían que estar, con las personas, haciendo en cada momento y lugar lo que debían hacer: testificar con naturalidad y denuedo, sin superfluos aspavientos. El resto solo dependería de la providencia.




     [1] Hay muy pocas referencias neotestamentarias a que la predicación en las sinagogas diera como fruto una iglesia en la misma sinagoga. Prácticamente es un supuesto sin suficiente documentación. No obstante, uno de los lugares de mayor predicación fueron las sinagogas, y pudiera darse algún caso aislado de que algunas de ellas pasara a ser iglesia cristiana. Algunos versículos apuntan solo a la predicación: Hechos 6:9; 9:2 y 20; 13:5, 14, 15, 42; 14:1; 15:21; 17:1, 10, 17; 18:4, 7, 8, 17, 19, 26; 19:8; 26:11.
     [2] Marcos 14:58; Hechos 7:48; 1ª Corintios 3:16; 2ª Corintios 5:1; 6:16; Efesios 2:21-22; Hebreos 3:6-9; 9:11-
24; 1ª Timoteo 3:15.
     [3] Hebreos 4:14; 5:5, 6, 10; 8:1.
     [4] 1ª Pedro 2:9; Apocalipsis 1:6.
     [5] Hebreos 7:27; 9:14, 25-28; 10:12; 1ª Pedro 3:18.
     [6] Ernest H. Short, A History of Religious Architecture (London: Philip Allen&Co., 1936). Capítulo 2.
     [7] Robin Lane Fox, Pagans and Christians (New York: Alfred Knopf, 1987), pág. 39, 41-43, 71-76, 206.
     [8] 1ª Corintios 3:16; Gálatas 6:10; Efesios 2:20-22; Hebreos 3:5; 1ª Timoteo 3:15; 1ª Pedro 2:5; 4:17.
     [9] Clemente de Alejandría, El Instructor, Libro III, Capítulo 11.
     [10] Hebreos 13:15; 1ª Pedro 2:5.
     [11] Graydon F Snyder, Ante Pacem: Archaeological Evidence of Church Life Before Constantine (Mercer University Press/Seedsowers, 1985), pág. 67.
     [12] Robert Banks, The Church Comes Home (Peabody: Hendrickson Publishers, 1998), págs. 49-50.

No hay comentarios:

Publicar un comentario