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· Desglobalización centrípeta

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© 2011 Josep Marc Laporta

Tras dos décadas de locura globalizadora en las que el proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran escala sumió al mundo en una auténtica relación de interdependencia, la globalización ha empezado a contraerse. La unificación de mercados, sociedades y culturas está dando paso a una desglobalización centrípeta, impulsada inversamente por la eclosión de la crisis, cuya resolución será lenta y en ningún caso volveremos al antiguo escenario de las dos últimas décadas en las que el sistema estaba creando su propio colapso.

Una economía global y, en muchos casos, ficticia va en detrimento de la economía regional y real. Mientras que, en la primera, la producción aumenta gracias a una economía supuesta y sin base relacional, con préstamos, avales, agentes de bolsa y dinero de plástico, la segunda opera con ahorros, dinero en metálico y transacciones comerciales más domésticas. En este sentido, el sociólogo norteamericano Richard Sennett ha aseverado que una de las razones del derrumbe es el violento sistema globalizador, que había “abandonado su economía real, la que se nutre de trabajadores y de los artesanos de la producción”.

La recesión de la economía global, la caída del comercio y el proteccionismo son algunos de los factores que están desencadenando este periodo de desglobalización. El repliegue, que tiene un cariz económico, también tiene una variante social. El colapso de la globalización producido por un estancamiento financiero aviva el nacionalismo económico. Distintos países poderosos como el Reino Unido y los EUA ya han apostado por una mirada interna. El inquilino de la Casa Blanca, Barak Obama, con su controvertida cláusula Compre Americano —que prohíbe el uso de hierro y acero extranjero en la construcción de infraestructuras financiadas con los más de 800.000 millones de dólares de su plan de reactivación económica— no sólo ha puesto el dedo en el gatillo de las denuncias ante la OMC por socios comerciales de EE UU como la Unión Europea o Canadá, sino que inauguró la veda del proteccionismo.

“Iniciar una guerra comercial no interesa a nadie, pero Obama está focalizado en crear o preservar tres millones de empleos en su país y es difícil explicarle al contribuyente americano que hay que poner dinero en algo que no sirva para crear puestos de trabajo en casa”, explicó el presidente de la Cámara de Comercio de EE UU en España, Jaime Malet. “Cuanto mayor es el pánico, mayor es la tentación de caer en la retórica nacionalista, y, sobre todo, de caer en la demagogia más baja, porque la presión social es fortísima”, reflexiona Pablo Videla, director del departamento de Economía de la escuela de negocios IESE. El catedrático de Economía y presidente de Justicia y Paz, Arcadi Oliveras, apunta que el proteccionismo en los países ricos “está fuera de lugar” pero que posiblemente es “imprescindible para crecer” en los menos desarrollados.

En regiones más pequeñas y con menos poder político, como Cataluña, se han producido interesantes cambios sociopolíticos. Recientemente ha aparecido un nuevo partido de carácter identitario e independentista que ha entrado con fuerza en el Parlament, Solidaridad Catalana per la Independència, avalado por el descarnado desequilibrio fiscal que continuadamente sufre esta comunidad con el resto del Estado Español y, también, por la acuciante crisis económica. Este nuevo nacionalismo no solamente argumenta su discurso con realidades culturales, lingüísticas o de identidad nacional —cuestiones que de por sí solas tienen su validez y defensa— sino que también incorpora la realidad económica como argumento de independencia y, como no, de implícita desglobalización centrípeta. Inequívocamente estamos ante sociedades que se recluyen en su identidad e identificación para tomar impulsos homogéneos que les permitan afrontar nuevos retos.

Llegados al escenario de la desglobalización —producto del llamado maldesarrollo— el proteccionismo es una de sus consecuencias. Este movimiento es sintomático para la economía y también para los movimientos sociales de carácter nacional. Como indicó el economista Jeffery Sachs, “el nacionalismo crece y nuestros sistemas políticos miran mucho más hacia adentro en tiempos de crisis”. Esto se puede observar en las políticas que ciertos gobernantes están desarrollando, con una migración inversa: en lugar de exportar o importar para el desarrollo social y el crecimiento económico, ahora se empieza a vislumbrar el autoabastecimiento como un medio de subsistencia económica y social.

Algunos partidos y gobernantes de países más desfavorecidos por la crisis han estudiado fórmulas viables para ocupar parados sin prestación, reactivando aquella agricultura que quedó abandonada por la globalización. Con ello se cubren dos necesidades: por un lado, ofrecer un medio de subsistencia doméstica y, por otro, facilitar la aparición de cooperativas regionales que abastezcan necesidades dentro del propio territorio. Si a ello añadimos el previsible aumento de los costes del petróleo, de materias primas y de los transportes, podemos atisbar que la desglobalización centrípeta será una realidad en el próximo decenio. Es cierto que la globalización de la información, del mercado, de la cultura y de la economía continuará su trayectoria; no obstante, la desglobalización hará que nuestros pueblos y comunidades miren más hacia el interior, abasteciendo no solamente los intereses de identidad y de subsistencia, sino creando nuevas reflexiones que impulsarán nuevos valores sociales y de mercado.

© 2011 Josep Marc Laporta .

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2 comentarios:

  1. Ramon Miravitlles17:54

    Bon article, comparteixo!

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  2. Anónimo00:42

    O SEA VOLVER PARA ATRAS. UNA VUELTA A LOS ORIGENES Y CONTRAERSE PORQUE NOS DA MIEDO LA DIMENSION QUE ESTA TENIENDO TODO ESTO.

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