jml

· Pere Casaldàliga: antropología misionera

 © 2020 Josep Marc Laporta


      1- Lo humano, nexo con lo divino
      2- Eclesiología misional
      3- La trascendencia del Reino de Dios
      4- Ricos y poderosos; pobres y menesterosos
      5- Antropología misional indígena
      6- Apéndice


  Acercarse a Pere Casaldàliga (1928-2020) desde una perspectiva protestante implica aceptar, de entrada, algunas diferencias teológicas de base. El anuncio de las Buenas Nuevas que el protestantismo imprime a las misiones, discrepa con la del obispo católico, uno de los más destacados activos
de la Teología de la Liberación. El Evangelio preferencial por los pobres que Casaldàliga defendía, disiente de la predicación proselitista, que hace de la salvación del alma el único punto de partida y llegada de toda proclamación. Mientras el primero observa también la realidad cultural, social y económica del receptor para actuar más integralmente en su favor, el segundo acostumbra a obviar dichas particularidades y peculiaridades, priorizando la espiritualidad.   
 
     Conocí a Pere Casaldàliga el año 2007. Y aunque dos brevísimos días en São Félix do Araguaia no fueron suficientes para retener toda su teología vital, sí que la profundidad ética y antropológica de su misión absorbió mi conciencia. En el Mato Grosso y con la fértil y exuberante Amazonia a sus pies, la suya fue una misión evangélica de un alto contenido antropológico y de una sencillez humana apabullante. Es cierto que la Teología de la Liberación manifiesta una opción preferencial por los pobres de manera que, según sus postulados, una salvación integral habrá de darse con la liberación económica, política y social como significativos cambios de la dignidad humana. Pero en Casaldàliga hay, además o en paralelo, un particular poso antropológico y de honestidad ética que exige una detenida observación de su obra y pensamiento.
       Es por estas razones que en este documento no me centraré en la Teología de la Liberación como corpus teórico y dogmático, sino en la antropología misionera de amor radical y comprometido que advertí en Pere Casaldàliga y que fue la praxis que guió toda su vida. Y como también era un apasionado y notable poeta, al final de cada apartado incluiré algún breve fragmento de sus poemas: un testimonio contextual y alusivo de su pensamiento y obra. Y que su voz profética también hable por él.
 
LO HUMANO, NEXO CON LO DIVINO
 
       Lo humano, lejos de significar un impedimento para la obra de la divinidad, para Pere Casaldàliga fue uno de los grandes nexos de relación y consumación de lo divino. En los Evangelios, el Hijo del Hombre es uno de los títulos más utilizados en referencia al Maestro de Galilea, de manera que, implícitamente, Jesús se postula como el más humano de todos los humanos para acceder a la humanidad. Según palabras del obispo, «Dios se hizo humano en gran manera para que nosotros nos humanicemos divinamente».
        Este apunte aporta un concepto básico y fundamental para entender que lo humano no es la antítesis de lo divino sino que la humanidad ya que el hombre y la mujer fueron hechos a imagen y semejanza de Dios y que el mismo Dios se hizo hombre para salvarnos es la más pura y antropológica esencia de la misión cristiana. Entender la humanidad como Dios la entiende es propiedad de la misionología. Por lo tanto, la salvación no es un asunto tan etéreo que solamente trate del devenir espiritual del alma, sino que también incorpora una iniciativa redentora de todo lo humano y de cualquier ámbito que tenga que ver con el ejercicio de su humanidad, evidentemente afectada por el pecado. En consecuencia, el anuncio de las Buenas Nuevas de salvación no debiera prescindir ni desentenderse de las coordenadas humanas que constituyen su identidad: la cultura, la economía, su modus vivendi, los valores sociales e, incluso, sus formas de entender lo religioso.
        La tradicional tendencia protestante de desdeñar lo humano por pecaminoso, solo por ser humano, es un factor que históricamente ha desdibujado gran parte de su teología y misión. Asimismo, el miedo al humanismo, considerado en su base filosófica como antítesis de la fe, ha participado en la construcción del recelo a todo aquello que tuviera una excesiva marca humana. Pero el pensamiento y acción de Pere Casaldàliga va en otra dirección. Por un lado ve al hombre y la mujer como un todo, creado a imagen de Dios, aunque profundamente dañado por la caída original. Y, por otro, considera que el pecado no solo ha afectado lo humano individualmente, sino que se extiende a todas las facetas que éste toca. Según el obispo, «Las personas pecan, naturalmente, pero dentro de unas estructuras que ellas han construido. Y por eso el capitalismo es pecado y el latifundio es pecado. Es el pecado social: el imperio, la esclavitud, el machismo, el capitalismo, los latifundios...».
        Esta substancial perspectiva de pecado en afectación a todo lo humano no solo al humano, conduce a Casaldàliga a una misionología de rescate integral del hombre y la mujer, estén dónde estén, estén cómo estén y en las condiciones que estén; incluyendo el dónde, el cómo y las condiciones. Por lo tanto, la obra vicaria de Cristo no es solo un asunto del alma que la salva de lo humano sino que la hace más humana, porque implícitamente ansía rescatar también el entorno social y cultural que el pecado ha afectado. Es decir, su evangélica misión propone no solamente salvar el ser, sino también intervenir mediante la salvación en el círculo vital que conforma su particular historia.
      Es por ello que el ministerio pastoral y misional de Pere Casaldàliga tuvo la cualidad de «ser humano entre los humanos, humanizando la humanidad»; porque sin entender plenamente y con todas las consecuencias que Dios se hizo hombre hasta el punto de vivir, sufrir y morir como hombre, no se puede alcanzar a comprender que la misión a la que fuimos llamados es involucrarnos con el hombre y la mujer en todas sus dimensiones. Como Jesús, que anduvo con todos los que le necesitaban, fuere cuando fuere y en el momento que fuere, anunciando la salvación y el Reino de Dios, y afectando sus vidas en toda su extensión humana, tanto individual como comunitaria. Casaldàliga lo definió así:
«Jesús fue tan humano, tan humano, que solo podía ser Dios. Así que Dios se hizo humano en gran manera para que nosotros nos humanicemos divinamente».
 
       * ECOLOGÍA SUPREMA
                        Prohibido polucionar
                        la imagen de Dios:
                        el Hombre.
 
ECLESIOLOGÍA MISIONAL
 
    Tanto para la Iglesia Católica como para su Sumo Pontífice, Casaldàliga fue un obispo muy incómodo, hasta el punto de rozar la excomunión por sus controvertidos planteamientos eclesiásticos que contravenían los de la Santa Sede. Su incomodidad frente el poder, la riqueza y el boato de la Iglesia a la que perteneció, le obligaba a una constante discrepancia, especialmente porque no entendía la Iglesia fuera de la misión. Iglesia y misión era lo mismo: esencialmente una encarnación ética.
        Su oposición a una Iglesia burguesa y opulenta le llevó a categóricas afirmaciones. Como alto prelado, igual denunciaba que «muchos obispos tienen mal de tortícolis de tanto mirar al Vaticano», como que «el Papa es, básicamente, el obispo que une la Iglesia». Sin más. Y abogaba por una Iglesia pobre para vincularse con los pobres, porque «si hablásemos de una Iglesia de los pobres, pero no habláramos de una Iglesia pobre, estaríamos hablando de una hipocresía, de un farisaísmo. ¿Cómo puede ser?». La unión conceptual entre Iglesia y misión le llevó a ejercer un ministerio de obispado tan cercano e involucrado con las personas que su propio hogar se convirtió en hogar de todos, donde en sus humildes dependencias siempre había una cama dispuesta para aquél que no tuviera dónde pasar la noche o donde dejaba la puerta del baño abierta para que lo usaran aquellos que no tenían en su vivienda.
        Al contrario que en el catolicismo y el protestantismo tradicional y contemporáneo, su Iglesia no tenía dirección social. Estaba donde estaban las personas. Por eso, creer en una Iglesia que se movía al paso de las necesidades de las personas le llevó a celebrar misa delante en la puerta de su casa, en el campo, en la cárcel o en cualquier espacio o instante apropiado. En lugar de edificar un pomposo templo, santo y seña de un cristianismo opulento en la Amazonia, prefirió celebrar la eucaristía donde estuviera la gente. Y se preguntaba: «¿Por qué no podemos tomar la comunión con el pan y el vino? ¿Por qué he de dar yo la comida, si son personas adultas? Hay un gesto un poco infantil en dar la comunión, en parte para potenciar el poder clerical».
      Pretendía ser Iglesia del camino antes que del edificio: «Hay que tener una disposición misionera de caminar, sin establecerse cómodamente. Pensando más en ser tiendas de campaña que edificio establecido». Y entendía que «la Iglesia no tiene suficientemente capacidad para encarnarse en las culturas. Es centralizadora». La resolución del dilema que se planteaba Casaldàliga difiere del pensamiento y la praxis de la inmensa mayoría de las iglesias, tanto católicas como protestantes, muy asentadas en el edificio, la liturgia y la comunión iglecéntrica. Y como contraste del establishment eclesial postmoderno que incluso se incomoda, perturba y hasta se queja de la persecución y sus adversidades, Casaldàliga entendía que la Iglesia-misión ha de ser capaz de convivir con el sufrimiento e incluso el martirio, porque
«la prueba mayor del amor es esa: dar la vida por aquellos que amamos. Si una iglesia no es martirial, no es una iglesia cristiana».
 
   * YO, PECADOR (fragmento)
                    Yo, pecador y obispo, me confieso
                    de soñar con la Iglesia
                    vestida solamente
                    de Evangelio y sandalias,
                    de creer en la Iglesia,
                    a pesar de la Iglesia, algunas veces;
                    de creer en el Reino, en todo caso,
                    caminando en la Iglesia».
 
LA TRASCENDENCIA DEL REINO DE DIOS
 
   Los últimos compases del anterior poema expresan buena parte del pensamiento de Pere Casaldàliga respecto al Reino de Dios y la Iglesia: «me confieso… de creer en la Iglesia, a pesar de la Iglesia, algunas veces; de creer en el Reino, en todo caso, caminando en la Iglesia».
     Jesús fundó la Iglesia, pero condenó las ‘iglesias’ de su tiempo. Es decir, las asociaciones religiosas judaicas que se perpetuaban mediante el cumplimiento de su recta doctrina y la observación de todas las variables dogmáticas, con sus excelsas liturgias, templos, ritos y ceremonias. Así que cuando el Maestro de Galilea habló de su Iglesia no estaba describiendo los modelos fariseos. Tanto corporativa como orgánicamente su proyecto difería sustancialmente de todo lo conocido. Su propósito, vacío de estructuras piramidales y superfluas ritualidades religiosas, era hacer del camino y del discipulado en el camino el procedimiento para servir al sufriente y anunciar la salvación eterna y presente. Si prescindimos por un momento de las extensas aportaciones epistolares de Pablo y otros apóstoles respecto a la Iglesia y su función, observaremos que ésta no fue la única y gran prioridad de Jesús. Las constantes e innumerables alusiones al Reino que describen los Evangelios invita a pensar que por encima de la movilización humana y espiritual de la asamblea de creyentes la Iglesia, está la inminencia de un Reino de los Cielos que se acerca y camina también con la Iglesia en estrecha proximidad y relación con el hombre (Lucas 8:1; 9:2; Mateo 10:14; Lucas 6:20).
        Pere Casaldàliga entendió con gran precisión la teología y la aplicación práctica del Reino que Jesús anunció: «Siempre que se quiera hablar de seguir a Jesús, de continuar su obra, se ha de hablar del Reino. Durante muchos siglos, la expresión, y quien sabe si la realidad, por muchos siglos y muchos sectores de la Iglesia ha sido olvidar el Reino que fue la pasión de Jesús, su vida, sus palabras, su muerte, su resurrección, y que debe ser nuestra pasión. Arder en caridad, abrazar por donde se pase. Eso no significa que debamos ser unos misioneros superexaltados, supercarismáticos, sacudiendo cielos y tierra. Hay que saber conjugar la pasión por el Reino por una connaturalidad humana». Para el presbítero claretiano, la opción de hacer visible el Reino de Dios en medio de la misión evangélica significaba seguir el ejemplo de Jesús de la manera más viva y real posible: «El mayor peligro que la misión puede tener es que se convierta en una profesión, en un encargo, en un cargo. Funcionarios del Reino de Dios no es posible».
      En otra ocasión, rememorando la oración de Jesús recogida en Juan 17:15–17, Casaldàliga apuntó: «No somos del mundo, pero estamos en el mundo y a servicio del mundo. La Iglesia está a servicio del Reino para salvar y transformar el mundo». Y refiriéndose a Santiago 2:14-17, afirmó: «La fe sin obras está muerta. Sin justicia y sin caridad la fe es ritualismo, pantomima semanal para tranquilizar conciencias al módico precio de unas preces rituales».
      Su radical compromiso con el ser humano y con el Reino fue la esencia teológica y práctica de su llamado, hasta el punto de entender que la misión evangélica no se podía reducir a un proselitista anuncio de la salvación para lograr la conversión de los perdidos, sino que incluso debería ir más allá. «¿Jesús hacía política?», se preguntó. «Sí. Él hacía la política del Reino. Yo no puedo decir: ¡todos somos hermanos!, y prescindir de si tienen pan o no tienen pan». Y aseveraba: «Toda acción humana es también política. Una acción pastoral también lo es, por un lado o por otro. Cuando se quiere considerar neutral, ya se queda de aquel lado, defendiendo el status vigente. Si defiendo los campesinos, si contesto la deuda externa, si pido igualdad, si contesto la prepotencia del primer mundo, ¡claro que hago política!».
      Ante una cristiandad postcristiana que acostumbra a mecerse espiritualmente en excelentes rituales y distinguidas celebraciones cúlticas, Casaldàliga defendía una implicación mayor: traer el Reino de Dios a la Tierra de manera más trascendente, visible y efectiva: «Yo hablo del Reino y del antiReino. Todo lo que es injusticia, hambre, marginalización, discriminación, racismo, machismo…, todo esto es antiReino, porque es contra la vida, contra la dignidad de las personas y los pueblos. Si yo creo en el Dios de la vida, en el Dios del Reino que anunció Jesús, automáticamente me he de oponer al antiReino. Jesús no murió en la cama, ni de una pulmonía ni de viejo. Murió en la cruz. Anunció el Reino de Dios y automáticamente se puso en contra los poderosos, los privilegios, del Templo, de los latifundios y del Imperio».
      Esta posición radicalmente no neutral respecto a la legitimidad universal del Reino de Dios que Casaldàliga preconizaba es la que le llevó a comprometer su vida hasta más allá de sus últimas consecuencias. Así se entiende que arriesgara su salud hasta acumular en su cuerpo ocho malarias, que recibiera frecuentes amenazas de muerte, que sufriera varios intentos de asesinato y deportaciones, que tuviera que enterrar a más de mil peones y campesinos anónimos que morían a manos de los latifundistas o que llegara a experimentar el más profundo dolor al ver caer a su lado, asesinado por un disparo a quema ropa de un militar, a su compañero de misión, el sacerdote João Bosco Penido Burnier (1917-1976), cuando ambos iban a buscar a una mujer que había sido torturada en la sede de la Policía. Por eso decía y repetía que «mis causas valen más que mi vida»,
porque vivir como súbditos del Reino de Dios nos obliga a no acunarnos en ritos y mitos que anestesian nuestra fe. Habrá, entonces, que dar la vida. Si fuere necesario.
 
   * LOS DOS SEÑORES
                No se puede servir a dos señores:
                al Pueblo y al poder,
                al Reino y al sistema,
                al Dios de Jesucristo y al diablo del dinero.


   * PALABRA (fragmento) 

                Volver al mismo surco
                pero hundiendo 

                la reja en el arado

                cada vez más adentro.

                Hasta la tierra viva
                de donde brota el Reino.

 
R
ICOS Y PODEROSOS; POBRES Y MENESTEROSOS
 
              El Espíritu del Señor está sobre mí,
            por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
              Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
              A pregonar libertad a los cautivos,
              y vista a los ciegos;
             A poner en libertad a los oprimidos;
             A predicar el año agradable del Señor.
Lucas 4:18-19
 
      Tras leer detenidamente este pasaje de Lucas 4:18-19, en el que Jesús actualiza y revitaliza el original de Isaías 61:1-3, surge una paralela, pero inquietante pregunta: ¿por qué la primera alocución pública de Jesús no estuvo dirigida al pecado de todos, sino al sufrimiento de algunos? La ausencia del concepto pecado, al menos directamente, contrasta con la importancia que Jesús da a los que sufren y padecen sus consecuencias, las del pecado. Y a pesar de que teológicamente acostumbramos a contextualizar cada una de las palabras hasta la sublimación para darles un sentido unívocamente espiritual, cierta incógnita de fondo persiste. No obstante, las respuestas ofrecerán diversas interpretaciones, según sea la posición teológica que defienda cada uno.
   Estoy seguro que Pere Casaldàliga sacaría sus propias conclusiones del texto que, aunque las desconozca en su profundidad teológica, sí puedo testificar que su praxis era congruente con el Evangelio de salvación, un Evangelio que al mismo tiempo abrió caminos de liberación en el territorio de su misión, en el Mato Grosso. Tengo esta certeza porque su compromiso de vida respondió por él. Y porque en cierta ocasión, para puntualizar los términos de su sentir, manifestó: «Estoy a favor de la salvación de los ricos y de los pobres. Hay que evangelizar a los ricos y a los pobres, sí. Pero solamente se puede evangelizar a los ricos y a los pobres si se opta por los pobres».
      Repasando el contenido de sus palabras creo que no resultará nada difícil adivinar los porqués de su conclusión. La seducción de adaptar o acomodar la motivación de nuestra misión a los ricos o a los que viven en la suficiencia más próxima a la nuestra, fácilmente podría obnubilarnos y hacernos perder el sentido original del Evangelio, tanto en lo divino como en lo antropológico. El Hijo de Dios descendió hasta nuestros abismos humanos, se hizo hombre habitando anónimamente en su pueblo, dispuso su vida entre los necesitados, sanó, dio vista a los ciegos, caminó con los que sufren y ofreció su vida para ser inmolado por los pecadores; y aunque estuvo con ricos y poderosos nunca se adaptó a ellos sino que su mensaje y misión fue enseñarles a hacer el camino inverso. Por eso Pere Casaldàliga explicaba con pasión cómo los ricos eran invitados a hacer éticamente ese camino inverso: «¿Te imaginas, por ejemplo, al presidente del Gobierno subiéndose a una higuera para ver pasar a Jesús? Y cuando llega a casa le dice: “Maestro, si he robado, devolveré cuatro veces más de lo que robé, y la mitad de lo que tengo lo daré a los pobres”. Estoy seguro que cuando Jesús salió de la casa de Zaqueo, Zaqueo era pobre».
        Anunciar el Evangelio de salvación tanto a los pobres como a los ricos no tiene nada que ver con tomar parte por los poderosos para así poder ayudar a los menesterosos. Jesús denunció la alianza con los ricos, esencialmente porque el amor al dinero de éstos desfiguraría la esencia de la misión, y porque dicha asociación que no relación fácilmente suscitaría una lucha de intereses ilegítima. Asociarse con los poderosos es optar por el poder y acomodar el Evangelio a una normalidad pudiente de derechos y prebendas que poco tiene que ver con las Buenas Nuevas del Salvador. Normalmente, cuando un pastor evangélico toma posesión y se instala en una nueva congregación, una de las primeras actividades sociales que realiza es presentarse a las autoridades del municipio, al alcalde o a algún concejal, para prestarse a acuerdos de colaboración y servicio; pero muy pocas veces se le verá presentándose ante los necesitados y los pobres de la ciudad o del barrio para decirles: ‘aquí estoy, he venido para servirles y ser de ayuda en todo lo que, con la ayuda de Dios, esté en mi mano y en las de mi congregación’. «Jesús era una persona sencilla, humilde, y hasta anónima. Nuestra voluntad es hacer lo mismo que él», testificaba Casaldàliga.
      La convocación de Jesús a «ir por todo el mundo y predicar el Evangelio a toda criatura», para que «el que creyere y fuere bautizado, sea salvo» (Marcos 16:15-18) es una llamada de ámbito universal que apela al anuncio de un Evangelio completo, donde la Buena Nueva no es obligar a creer y bautizar sino a proclamar una salvación que sea comprensible por todos y que alcance al ser humano en toda su dimensión humana. Es el anuncio que no solo toma la salvación de almas como único y excluyente estandarte de la predicación, sino que también asume como propio el modelo ministerial de Jesús, encarnado en pobres e indigentes, tanto de espíritu como del cuerpo. En su lenguaje y de acuerdo a sus circunstancias eclesiológicas, Pere Casaldàliga lo expresaba de esta manera: «Basta de guerras de religión, basta de bautismos a fuego, basta de hacer la misión como si nosotros tuviésemos la única y la total verdad, y fuéramos los adultos, dialogantes y plenipotenciarios de Dios, y los demás fuesen prácticamente animalillos». Por ello insistía en que «muchas veces, el Evangelio va en contra de los oprimidos, porque los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. El Evangelio también es para ellos, pero va en contra de su riqueza, va en contra de sus privilegios y de su capacidad de crecer como seres humanos». Y concluía su reflexión aseverando que «derechos humanos y Evangelio van unidos. Es profeta que anuncia y denuncia».
        Según se desprende del ministerio de Jesús, el cuidado de los derechos humanos y la atención a las necesidades más básicas de los receptores de las Buenas Nuevas es consustancial con la proclamación de la salvación. En el contexto de la narración que el evangelista Marcos hace de la alimentación de los cinco mil y el milagro de los cinco panes y dos peces (6:30-44), al final de cuentas, la preocupación real de Jesús no era si se habían convertido, si habían dejado de pecar o si eran personas devotas que oraban y cumplían los mandamientos. Por lo que descubre el relato bíblico, lo que a Jesús le preocupaba en ese momento era que la multitud no tenía comida, tenía hambre y, por lo tanto, les faltaban las fuerzas para volver a sus casas. E hizo un milagro para ellos. El texto utiliza el verbo griego shlagchmizomal, que significa «conmoción de las entrañas». Es el mismo verbo que se utiliza en las parábolas de la misericordia: el Buen Samaritano (Lucas 10:29-37) y el Hijo Pródigo (Lucas 15:11-32). Esa conmoción en las entrañas revela a Jesús como compasivo, lleno de bondad y amor, y cercano a lo más humano. Casaldàliga definía este proceso de conmoción con estas palabras: «Quisiera que todos creyeran a Jesús, pero para que crean primero hay que amarlos».
   La misión no puede prescindir del amor auténtico y shlagchmizomal; no el tipo de amor generalista y bienintencionado de misericordia recurrente, sino del amor que se mueve porque se conmueve. Un amor distinto al de la predicación proselitista que solo ve números de perdidos espirituales y eternos, y no ve personas que sufren en medio de una biografía y un contexto que les es adverso. «Hace 2000 años que tenemos el Evangelio… ¿Cuántos hemos vivido el Evangelio de verdad?»,
se preguntaba Casaldàliga. Así que la balda que ensambla el amor con las obras es la justicia. Una justicia que convulsione conciencias y libere caristias. Y ésta, la justicia, no se puede ejercer desde posiciones de poder ni en alianzas con poderosos. Sería una administración de las cadenas.
 
    * POBREZA EVANGÉLICA
                    No tener nada.
                    No llevar nada.
                    No poder nada.
                    No pedir nada.
                    Y, de pasada,
                    no matar nada;
                    no callar nada.
                    Solamente el Evangelio, como una faca afilada.
                    Y el llanto y la risa en la mirada.
                    Y la mano extendida y apretada.
                    Y la vida, a caballo dada.
                    Y este sol y estos ríos y esta tierra comprada,
                    para testigos de la Revolución ya estallada.
                    ¡Y "mais nada"!


 
ANTROPOLOGÍA MISIONAL INDÍGENA
 
      La Amazonia es un extensísimo territorio de vasta riqueza natural de unos siete mil millones de kilómetros cuadrados repartidos entre nueve países, de los cuales Brasil posee la mayor extensión, seguido de Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Ecuador, Guayana Francesa y Surinam. Su patrimonio, tan universal como amazónico, tiene en la naturaleza su más visible y trascendente valor. La exuberante selva, con sus miles de especies vegetales, animales y particularidades orgánicas y biológicas es una radiante heredad del planeta que en los últimos cien años está siendo seriamente amenazada. Las máquinas del primer mundo están entrando en sus entrañas, aniquilando y aplastando sus bosques para convertir su fecunda riqueza en capital y capitalismo del primer mundo. La colonización europea que en siglos anteriores sufrieron los continentes africanos y asiáticos, ahora mismo y en este preciso instante se está reproduciendo en la Amazonia. Y a pesar de las lecciones que se podrían haber aprendido sobre los errores del pasado, la colonización persiste y aniquila mundos dentro de nuestro mundo.
      Pero dentro de este vastísimo territorio natural hay pueblos, etnias, tribus y culturas. Y personas, indígenas, que viven el tiempo al ritmo de ningún reloj, porque ellos son el tiempo. Ellos son la mañana, la media tarde, el anochecer o la punta del alba, porque son la naturaleza, son todas las estaciones del año, son enciclopedia de la historia. Y ante todo ese gran patrimonio ancestral, ¿cómo podrá adentrarse en sus entrañas un misionero cristiano postmoderno para anunciarles que hay un Dios más allá de su mundo y una salvación que nunca han creído necesitar, si tienen en sus manos los tiempos y la historia natural del planeta? ¿Cómo podrán congeniar si unos son el tiempo y los otros viven del instinto y el instante?
      Para un cierto tipo de cristianismo postmoderno, saciado de teologías y tecnificado hasta las conciencias, los indígenas son solo almas sin Dios a los que hay que rescatar cuanto antes para cumplir el mandato de «ir por todo el mundo y predicar el Evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15). Sometidos a infundadas prisas que creen que son ordenanzas bíblicas, obvian que entre unos y otros hay siglos de distancia que no se pueden unir con la apresurada predicación de instinto y del instante. Y al igual que las máquinas pasan por encima de la vegetación y de los pueblos indígenas para extraerles toda su riqueza ancestral, asimismo el cristianismo ha pasado con su religiosidad y moralidad por encima de ellos, allanando sus culturas, formas de ser y hacer.
 
      Allá, en el Mato Grosso y a pocos pasos de los poblados indígenas de la selva, Pere Casaldàliga se comprometió y mezcló con ellos. De entrada afirmó que «la dignidad humana es una reivindicación primerísima. Los pueblos indígenas son antes, tienen un derecho primero. Y los latifundios es una iniquidad. Primeramente porque se apodera de unas extensiones que daría para unas ciudades. Segundo porque talan la forestación». Y señalaba que «en los últimos años se ha talado el 80% de los bosques de la región». Casaldàliga relacionaba lo que sucedía en los latifundios de São Félix do Araguaia con la pretensión capitalista de allanar las propiedades indígenas. En São Félix el 2% de los terratenientes poseían el 52% de las tierras y más de 12 millones de campesinos perdieron sus tierras a manos de los terrafundistas. Esa fue gran parte de su lucha y misión evangélica. Y con esa misma energía y decisión denunciaba el capitalismo, que sigue pretendiendo destruir la Amazonia para enriquecer a unos nuevos terratenientes globales. Así que antes de predicarles un Evangelio de mentalidad capitalista occidental, Casaldàliga tomó partido por los pobres, por los indígenas, por los campesinos sin tierra y por el respeto de las tribus amazónicas. De otra manera no habría podido hacer la misión.
      «Hemos de empezar diciendo que los indios no existen», indicaba Casaldàliga; «existen los maraní, los mayas, tapirapé, los guaraní… La palabra indio fue una palabra niveladora que negó las identidades. Y con el nombre de indio decretaron la muerte cultural y en muchos lugares la muerte física de pueblos enteros. Fundamentalmente, los pueblos indígenas son pueblos vinculados con la naturaleza. La tierra es un hábitat total: es un hábitat de cultivo, es un hábitat cultural, es un hábitat religioso, es un hábitat de memoria histórica, es un hábitat de utopía del futuro. Los indígenas son comunitarios: el pueblo, la comunidad, el clan están por encima del individualismo tan postmoderno». Y si para ellos la tierra es un hábitat absoluto que asimismo es cultivo, cultura, religión, memoria histórica y utopía de futuro, ¿cómo un misionero al uso occidental podrá allegarse y predicarles la salvación sin poner en riesgo todo su sistema de valores ancestrales que les dieron la vida? ¿Cómo se les podrá anunciar un Dios superior y eterno sin maltratar y descalabrar toda una herencia natural de siglos? Sin pretenderlo, a menudo los misioneros han sido utilizados como excusa para que pudiera entrar el imperio y el mercado occidental: la colonización.
      Durante los años de mi trabajo en África con Unicef he visto, veo y sobre todo observo perplejo cómo las misiones protestantes occidentales se internan en los poblados aborígenes anunciando un tipo de Evangelio mágico, intentando salvar almas a costa de sus culturas, de sus valores sociales y de sus siglos de historia. En cierta ocasión descubrí cómo unos misioneros pretendían educar a los nativos blandiendo en alto una Biblia en la mano libro que nunca habrían leído ni por supuesto podrían leer porque eran analfabetos, moralizándoles con innumerables reglas de vida occidentales que debían seguir. Los indígenas, con sus cuerpos semidesnudos miraban estupefactos y aceptaban sin entender, hasta que el jefe de la tribu se opuso rotundamente y los misioneros tuvieron que convencerle que debía convertirse sí o sí. Al final aceptó, evidentemente con el concurso de suficientes regalos occidentales.
   Los misioneros acostumbran a decir que los nativos se ‘convierten’; pero la gran mayoría más bien hacen un proceso de cristianización, estupefactos por encontrarse con seres desconocidamente superiores. Y se suben al ascensor social y religioso de los poderosos blancos: un montacargas tribal, donde todos caben sin saber ni a dónde van ni porqué. Una analogía ilustrativa: es como si en nuestra realidad occidental de repente bajara un Ovni del cielo y de dentro saliera un ser más o menos parecido a nosotros anunciándonos maravillosos mensajes divinos provenientes de las estrellas. Muy probablemente, por el gran impacto psicológico que recibiríamos, quedaríamos sometidos a una absoluta obediencia sin prácticamente cuestionamiento. Salvando las distancias, esto es lo que sucedió en aquella tribu del interior de Angola, los Ambundu.
      Los pueblos indígenas son siempre religiosos, y su identidad se mezcla con la tierra, la cultura, la alimentación, la memoria, las costumbres, las fiestas… Por lo tanto, no es posible acercarse a la realidad indígena sin el respeto y la reciprocidad. Esta es la forma de hacer misiones en la Amazonia de algunos religiosos. En el Mato Grosso, las Hermanas del Corazón de Jesús viven y conviven con los indígenas tapirapé, a pesar de que llegaron sin saber portugués ni su idioma. Vestidas con sus hábitos de monjas de color gris y con una cruz en su pecho, aún hoy viven el día a día como los indios, comiendo en el suelo y con un solo plato, al ritmo de su historia y costumbres ancestrales. «Ellas dan testimonio de su fe y acompañan la vida del pueblo. Un pueblo que antes era de 45 personas y ahora superan los 500. Les enseñan el Evangelio con la cara, con las manos, con la sonrisa, con los ademanes del cuerpo. Y después viene la Palabra», explicaba Casaldàliga.
      Como parte de su obispado en el Mato Grosso, él conocía muy bien a los taripé y las Hermanas del Corazón de Jesús. Y vio como la curva demográfica de los taripés, que había descendido hasta un punto de no retorno, cambiaba de tendencia. Las Hermanas se hicieron taripés y se quedaron a vivir con ellos, protegiéndolos con sus vidas. Y poco a poco aquella etnia que estaba en franca desaparición empezó a aumentar de población y dignidad. Y las Hermanas siguen entre ellos para mostrarles cómo el Creador de todos y de todo puede congeniar con su tierra, cultura, memoria y tradiciones, mostrándoles todas las variables del amor de Dios y su salvación. Como decía y repetía el obispo Casaldàliga: «la misión no solo es predicarles sino respetarles».
   Dios se hizo hombre y en Jesús estuvo treinta años encarnándose en un pueblo. Tal vez, para los postmodernos cristianos del instinto y el instante fue un tiempo excesivo, pero según parece sería el apropiado para vincularse y conocer todas nuestras miserias humanas. Y después de treinta años conviviendo con su pueblo, estuvo tres predicando, sanando y mostrando el camino hacia Dios hasta morir en la cruz. Así que la misión entre los pueblos indígenas también necesita tiempo, su tiempo, para protegerlos sin allanar sus culturas, tierras y memoria. Y para anunciarles la salvación. Por consiguiente, habrá que ir a las misiones como un misionero descalzo para, si es necesario, también convertirse.
 
      * EL MISTERIO (fragmento)
                      «Jugarse el tipo, de Gracia,
                      como los niños que juegan.
                      Servir bajo el día a día.
                      Crecer contra la evidencia.
                      Decir siempre una palabra
                      última de lucha, para
                      caer luego de rodillas
                      en silencio».
 
APÉNDICE
 
      Debía viajar a Ecuador para trabajar con Intermón Oxfam durante un año en los barrios periféricos más humildes de la ciudad de Quito. En el viaje me acompañaría otro cooperante más joven que yo, Hèctor López. Cuando nos reunimos para planificar los vuelos, me propuso salir tres días antes para pasar por Brasil y conocer a Pere Casaldàliga. Su entusiasmo me convenció, por lo que no me lo pensé dos veces y accedí. Pero un accidente de última hora le impidió volar. Y me quedé solo con un viaje preparado y dispuesto para visitar al obispo Casaldàliga, vía Madrid, São Paulo, Cuiabá y São Félix do Araguaia. Un viaje de muchas horas hasta llegar al último enlace de Cuiabá, de madrugada en una avioneta algo maltrecha rumbo a São Félix. Tres largas horas de viaje más. Era el mes de enero de 2007. Temporada de lluvias y calor en el Mato Grosso.
      Tal y como bajé del avión me encontré con quien sería mi guía improvisado. Un taxista, de nombre Luiz, se ofreció para llevarme a donde fuere necesario. Y con que lo único que tenía organizado eran los vuelos y no la estancia en São Félix, acepté. Directamente me llevó a una pensión en el centro de la población donde acordé lo necesario para pasar la noche. Seguidamente fuimos a la Prelatura donde vivía Dom Pedro, como le conocían los lugareños. Con que él no me esperaba ni nadie había sido informado de mi llegada, tuve que pasar por las lógicas explicaciones en la Prelatura, de que había viajado expresamente para conocerle. Tras unas breves preguntas y respuestas, por una puerta al fondo de la estancia apareció una frágil pero firme figura con un leve temblor en la mano derecha y una mirada fija, tranquila y penetrante. Era Pere Casaldàliga. Sin más, nada más verme me preguntó desde lejos: «Tu ets català, oi?». Tras recuperarme de la inesperada sorpresa, dije: «sí, clar!». Mi mal portugués, mezclado con un acento que él supo descifrar perfectamente, me delató. Sonrió y se me acercó como si me conociera de toda la vida. Esta fue la segunda sorpresa.
      A pesar de sus innatas capacidades intelectuales y frescura de mente, por aquel entonces el obispo emérito de São Félix do Araguaia ya mostraba serias muestras de senectud. El temblor del ‘hermano Parkinson’, como llamaba a su tembleque, descubría en su dedo medular un anillo negro hecho de Tucum, una palmera de la Amazonia. Un sencillo anillo en lugar del oro obispal. Me saludó con su temblorosa mano y con aquella sonrisa tan propia de quien se encuentra con alguien que precisamente le apetece hablar y conocer. Así que en menos de media hora ya me había invitado a sentarnos en uno de los bancos hechos de obra en una sencilla capilla al aire libre bajo un techado alto y espacioso. La naturaleza nos rodeaba entusiasmada. Me sentí muy cómodo de estar en ese lugar tan poco católico y, también, tan poco protestante. Asimismo me sedujo encontrarme con un obispo sin hábitos ni protocolos, sin el anillo episcopal de oro que los católicos debían besar y sin la distancia clerical que tanto gusta a los prelados. Las formas también son el mensaje: porque un sombrero de paja en lugar de mitra y un remo en lugar del báculo fue la puntilla que irritó a las altas esferas de la Santa Sede cuando en 1971 tomó posesión como obispo de São Félix do Araguaia. Unas formas muy indigestas para los acomodados cardenales romanos. Sin lugar a dudas estaba frente a un personaje peculiar que atrajo aún más mi atención y consideración.
    La conversación empezó con un acercamiento mutuo, buscando puntos en común. Para mí, saber mejor quién era él. Y para él, saber quién era yo. Pero más allá de las preliminares presentaciones, en Casaldàliga vi y sentí la verdadera alma de un pastor. Aquel hombre tenía en su corazón la santa capacidad de oír, ver y pronunciar palabra cuando era necesario, y la de entender y comprender sin adjetivar, clasificar ni juzgar. De pronto descubrí que el secreto de confesión católico para nosotros era el secreto de comunicación entre hijos de Dios. La libertad de hablar sin ser evaluado; la libertad de razonar sin ser cuestionado; la libertad de que un tema empiece y acabe y no lo interrumpa ni una insana curiosidad ni una ímproba desatención; la libertad de que las palabras se expresen en su significado y se comprendan de la misma manera; y la libertad de no recibir una puntilla teológica a cada cosa que a su parecer le pareciera errada..., todo ello era un bien que solo un alma pastoral podía deparar. Entre el claretiano obispo y pastor, y un protestante caminante y peregrino, se creó una comunicación de profundo respeto y veracidad que dio sus frutos durante más de tres horas.
      Tras la conversación matutina, una invitación de última hora me honró compartir mesa en la Prelatura junto al equipo, los hermanos y  hermanas, y el obispo titular, Leonardo Ulrich Steiner. De las pocas conversaciones que durante una comida tan episcopal se acostumbran a dar, me quedaron grabadas unas reflexiones de Steiner: «para formar sacerdotes misioneros, el seminario ya no es el mejor lugar ni el más útil». Dubitativamente pregunté a la mesa dónde se deberían formar. La respuesta la atajó al vuelo Pere Casaldàliga: «con las manos en la misión, donde todo sucede, incluso la teología». Tomé buena nota.
      Por la tarde me invitó a dar un largo paseo por algunos lugares que para él eran significativos. Luiz nos llevó en coche a Ribeirão Cascalheira, al Santuario de los Mártires, el lugar donde fue asesinado el sacerdote João Bosco Burnier y que Casaldàliga recordaba insistentemente. Allí fue donde sentí un cierto vértigo por la trascendencia histórica del lugar. Y aunque no soy nada dado a mitificaciones ni idolatrías, el mural con el recuerdo de los millares de campesinos y peones anónimos que dieron su vida a cambio de la riqueza de los poderosos, me dejó sin habla. Pero el silencio lo pusimos entre los dos. Él, todavía muy afectado; y yo sin ser capaz de entender tanta barbaridad. Callé buscando paralelismos. Y asumí cómo en mi país muchos terratenientes de traje y corbata de nudo Windsor también acumulan dinero y poder parapetados tras el IBEX 35 y los aledaños del poder. La codicia tiene muchos disfraces.
      Casaldàliga decía que «el consumismo está consumiendo las personas». Una frase muy recurrente en su discurso, pero llena de sentido. Consumir para saciar vacíos insondables que los terratenientes postmodernos gestionan, también, para su consumismo. Una rueda sin fin. Y por tres veces me repitió la misma consigna: «los ricos cada vez son más ricos a costa de los pobres cada vez más pobres. El primer mundo necesita al tercer mundo para su desarrollo». Y entendí que su apuesta de vida había sido los pobres y menesterosos no solo por una supuesta tendencia de su personalidad, que en principio desconocía, sino por una lectura correcta de los Evangelios y de la psicología de la usura: el problema no son los pobres sino nuestra avaricia.
      La tarde se desarrolló de manera muy distinta a la mañana. Si anteriormente nos habíamos conocido y conversado desde la tranquilidad y la confianza, compartiendo incluso algunas de las cargas biográficas que me acompañaban, por la tarde apareció el Casaldàliga más reivindicativo. Por un lado el pastor y sanador; y, por el otro, el luchador y defensor. «Mis causas valen más que mi vida», me había dicho, acompañándolo con un movimiento circular de la mano y el dedo índice extendido al cielo. Y continuaba su discurso como si fuera un verso aprendido desde niño: «Una vida sin causas es una vida vacía, triste. Las causas de una persona son las que dan sentido a la vida de una persona. Si no hay causas grandes, la vida no tiene sentido». La intensidad de su visión y compromiso la compartí hasta donde pude, pues me daba cuenta de que el alcance de sus causas no las podía retener en tan solo un día. Y pensé en las mías. En los barrios ilegales de Quito, con sus asentamientos y ‘conventillos’ que me esperaban dentro de tres días. Mi futuro era incierto y desconocido, pero estaba seguro de que iba a poner a prueba mi capacidad de asimilación y aplicación de las palabras de Casaldàliga.
      Y continuó con su proclama: «El capitalismo sobre todo es un pecado capital. El capitalismo, por definición, es lucro acumulado. Es privilegio del capital. Es exclusión. Quiere el lucro inmediato, si es necesario sacrificando no solo la naturaleza sino también las personas». Y asentí con la cabeza por no tener mejor respuesta. Cuando él enfilaba su discurso reivindicativo con tan sabia vehemencia, era cuando yo descubría cómo su capacidad de convicción había conquistado tantas personas, formando equipos y movilizando futuros. «No es que exista un mundo desarrollado y uno subdesarrollado. Tenemos solamente un mundo mal desarrollado». A cada paso y a cada palabra iba percibiendo que si Casaldàliga no hubiese sido religioso habría sido un revolucionario latinoamericano. Y esa percepción me descentró. ¿Estaba ante un revolucionario que podría haber sido sandinista, bolivariano o cubano?, o ¿con un obediente siervo de Dios en medio de las circunstancias más adversas del planeta?
      A la vuelta, en la última sentada abrigándonos de la lluvia que empezaba a caer, mis dudas empezaron a desvanecerse. Volvió el pastor. Y me di cuenta de que cuando se ponía de pie aparecía el Casaldàliga luchador y reivindicativo; y cuando se sentaba afloraba el pastor de almas. Años más tarde, al leer uno de sus muchos poemas, entendí mejor la intuición de mi analogía:
 
        «Yo moriré de pie, como los árboles:
        Me matarán de pie.
        El sol, como testigo mayor,
        pondrá su lacre
        sobre mi cuerpo doblemente ungido,
        y los ríos y el mar
        se harán camino de todos mis deseos,
        mientras la selva amada
        sacudirá sus cúpulas de júbilo
 
        Yo diré a mis palabras:
        no mentía gritándoos.
        Dios dirá a mis amigos:
        certifico que vivió con vosotros
        esperando este día.
 
        De golpe, con la muerte,
        se hará verdad mi vida.
        ¡Por fin habré amado!».
 
      Nos despedimos esa tarde después de toda una jornada de hablar catalán «pels colzes». De eso me di cuenta al acabar el día, al recordar con qué alegría tenía presente su tierra, su lengua, su Balsareny, su familia, sus raíces. Como acostumbraba a decir: «En mi cabeza tengo mi tierra catalana. La barretina representa mi parte catalana. Hemos de ser tan arraigados a la propia identidad como a la mundialidad». Sin planteármelo, le había hecho un regalo que agradecía inmensamente. Así me lo recalcó: «ha ‘set’ un goig parlar i trobar-nos en mig d’aquestes paraules tan ca-ta-la-nes», subrayando cada sílaba como si en cada una de ellas paladease su tierra y se curara de alguna añoranza. Supe que había decidido no volver nunca a su ‘bendita Cataluña’. Así la denominó en un momento dado. Su profundo compromiso con las gentes del Mato Grosso y su misión era superior a cualquier nostalgia. Nada ni nadie le perturbó de ese deseo final. 
 
       Al día siguiente, mientras esperaba mi hora para hacer el viaje de vuelta a São Paulo y después a Quito, me aislé en mí mismo rememorando aquel encuentro. Algunas cosas quedaron grabadas a fuego en mi mente y corazón; otras no las logré recordar como hubiera querido. Unas se archivaron para siempre en el baúl de los recuerdos; mientras que de unas pocas tan solo guardé algunas frases sueltas que me hicieron sonreír o me sorprendieron. Nunca olvidaré su obsesión por las camisas: «Si puedo vivir con tres camisas, ¿por qué voy a necesitar tener diez en el armario? Los pobres de mi Prelatura, viven con dos, de quita y pon». Me lo dijo por la mañana y me lo repitió por la tarde. Y es que su lema era «ser libre para ser pobre y ser pobre para ser libre». Una libertad gastada a fuego y vida entre el río Araguaia y la selva del Mato Grosso.
      Cuando llegué a Quito le escribí una carta agradeciéndole su
afable y cariñosa atención en nuestro improvisado encuentro. Fue un gran honor, sobre todo sabiendo que a pesar de estar jubilado seguía visitando a los amigos y hermanos del Mato Grosso para interesarse por sus vidas y necesidades. Fue la única correspondencia epistolar por mi parte. Al cabo de un mes recibí una nota suya en un sobre blanco, con unos inestables y emotivos trazos escritos con su temblorosa mano. Fue la última vez que nos encontramos, mientras esperamos reconocernos en el día de la resurrección.
 
      * TODO LO QUE SOY
                    «No voy,
                    va mi palabra.
                    ¿Qué más queréis?
                    Os doy
                    todo lo que yo creo,
                    que es más que lo que soy».
 
«Y al final del camino me dirán:
¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo, sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres».

 

1 comentario:

  1. Patri01:44

    Me emociona leer sobre Pedro Casaldáliga. Fue un profeta y obispo consagrado a los pobres y a las personas que sufrían. Nunca lo olvidaremos. Dios lo tenga en su gloria.

    ResponderEliminar