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· Confinamiento y desorientación

© 2020 Josep Marc Laporta

1- La desorientación situacional
2- El aturdimiento psicológico
3- El estrés por confinamiento

 

En todos los confinamientos, ya sean carcelarios o sanitarios, se produce una desorientación que se manifiesta muy claramente hacia el décimo día. En las primeras jornadas, la psicología conductual del individuo va a remolque de la novedad de la situación, a pesar de que ésta sea muy incómoda, indeseable o incluso detestable. Pero más allá de una semana, con la reiteración de los días, la reproducción de algunas rutinas ya adquiridas y los automatismos, la capacidad de tolerancia disminuye, por lo que se produce una gran desorientación psicológica con una palpable inadaptación al medio.
Este periodo aproximado de diez días rompe con las expectativas anteriores, más o menos optimistas, llevaderas o soportables, para aterrizar a una realidad imprevista. La incierta novedad inicial da paso al desasosiego; y la incapacidad de acomodación a la ansiedad. Y en medio de todo ello aparecen tres elementos característicos: la desorientación situacional, el aturdimiento psicológico y el estrés por confinamiento.

1- La desorientación situacional 

La desorientación situacional aparece tras un primer periodo de consciencia de reclusión en los pocos metros cuadrados del habitáculo familiar. Todo lo que sucede en el mundo real del individuo empieza, transcurre y acaba en ese pequeño espacio. Por consiguiente, todo lo anteriormente aprendido que fue localizado en múltiples lugares, entornos o ámbitos se reduce obligatoriamente a unos pocos metros. El aprendizaje social de la vida se comprime obligatoriamente a un lugar que antes, en cualquiera de los casos, era una parte del todo. Cuando esto sucede, nuestra mente sigue tratando de ajustarse a la manera y modo anterior, buscando las referencias aprendidas y aprehendidas sin que realmente le sean válidas o útiles. Pero también perdemos la noción de los días de la semana, lo que también añade una desubicación espacio-temporal.
Para salir de la desorientación situacional es necesario ejercitar la ‘mente lenta’, la que no se apresura pretendiendo resolver las cosas rápidamente y a la máxima velocidad bajo el impulso del aquí y ahora. La ‘mente lenta’ es la que razona paso a paso, identificándose uno mismo como el actor principal e ineludible de la nueva realidad, asumiéndola. Tomar consciencia pausada pero decidida de la situación, de las condiciones, las circunstancias y los diferentes escenarios que se presentan, ayudará a tomar decisiones proporcionadas con la mirada puesta en el futuro, superponiendo el mañana al presente.
 Un paso vital para salir de la desorientación situacional es adquirir consciencia de que el tiempo de reclusión tendrá su final y que pensar en el mañana es más importante que anclarse mentalmente en el presente. No hay que pensar con la mente del pasado ni con la mente del presente, sino con la del futuro. En otras palabras, qué debo hacer hoy para que el futuro liberado, que seguro que vendrá, me encuentre en buenas condiciones para alcanzarlo con la mejor consecución y con las mínimas secuelas.
 Numerosos estudios realizados a presos recluidos en cárceles han presentado esta realidad: la conciencia de un futuro liberado implica un presente responsable que tome actitudes de acorde a ese futuro. Por tanto, gran parte de la resolución psicológica del confinamiento radica en mirar hacia el futuro con la finalidad de asirnos a pensamientos, actitudes y actos que preparen ese mañana. Los reclusos que han salido de manera más exitosa de la prisión son los que han aprovechado su tiempo para estudiar una carrera universitaria, han aprendido una profesión o han descubierto una vocación o pasión hasta el momento desconocida. Simple y llanamente: preparar en presente el futuro. Así que en este tiempo de confinamiento obligatorio por causa de la propagación del SARS-CoV-2, lo más aconsejable es pensar con la ‘mente lenta’, decidiendo prepararnos de la mejor forma posible para el futuro que vendrá. Consecuentemente nos liberará de gran parte de la presión que nos imponen los pocos metros cuadrados de confinamiento, concentrará nuestra mente de manera más efectiva y nos hará más proactivos para el fin que perseguimos.

2- El aturdimiento psicológico 

El aturdimiento psicológico hunde sus raíces en la incertidumbre, el miedo y la inseguridad. Ante una situación totalmente nueva y no controlada, la mente acostumbra a refugiarse buscando aquellos parámetros de certidumbre que antes disponía. De ahí la aparición del miedo o el temor a lo desconocido. Es evidente que los parámetros antiguos que eran un refugio para enfrentar las dificultades pasadas no servirán en esta nueva etapa. Así que lo más sabio es aprender cuáles son las nuevas referencias lo más pronto posible. Optar por comprender dónde están situados los nuevos contornos domésticos, sociales y familiares ayudará a superar el aturdimiento de la confinación.
     En primer lugar se deberá asumir que el miedo es un recurso propio de nuestra mente cuyo fin es prevenirnos de alguna situación indeseable y peligrosa para nuestra integridad. Por tanto, sabemos que su misión es preventiva, no resolutiva. Es decir, el miedo no determina el grado de intensidad o gravedad de cualquier futuro suceso, sino que básicamente es un anuncio. No obstante, el miedo también aparece en muchas personas como una luz de emergencia muy incontrolable y aleatoria. Asoma de manera espontánea y caprichosa ante cualquier situación que se salga del cauce habitual, por pequeña que sea. Tampoco es que ese miedo predetermine situaciones graves o catastróficas, sino que más bien salta de manera automática sin ninguna razón evidente. Es por esto que se deberá aprender a distinguir entre los dos tipos de miedo para saber responder adecuadamente.     
Ante la disyuntiva de los dos temores, habrá que aprender a separar el miedo de la prevención real del miedo caprichoso y sobrevenido. Esto es básico y esencial para saber cómo actuar en periodos de confinamiento obligado. Si no aprendemos a conocer cuál de los dos miedos nos asedia, difícilmente sabremos actuar de manera responsable y acertada. Una manera de distinguirlos es cotejar la emergencia que se nos anuncia con la más ajustada realidad que vivamos y preveamos. Es decir, pensar con la ‘mente lenta’ y valorar detalladamente el anuncio del miedo con la auténtica realidad del supuesto futuro. Y aunque es totalmente comprensible y lógico que el actual y obligatorio confinamiento en el hogar nos genere importantes estados de incertidumbre e inseguridad, tanto en lo familiar como en lo económico y laboral, también es innegable que hay cosas que no podemos controlar y cosas que sí. Y las que sí se pueden controlar son las dependen de nosotros mismos para aprovechar el tiempo presente y preveer el futuro que nos espera. La mejor manera de hacerlo, ya que tenemos tantos recursos a nuestro alcance mediante Internet y las redes sociales, es, por ejemplo, prepararnos y aprender más sobre nuestra profesión o actividad laboral. Prácticamente cualquier actividad que podamos imaginar tiene en la red alguna posibilidad de aprendizaje o reciclaje.     
Actuar resolutivamente con responsabilidad acobarda cualquier miedo, ya sea justificado o injustificado. Acobardar el miedo es demostrarle que uno está por encima de él y de sus timoratos argumentos. Y para lograrlo es necesario tomar cartas sobre el asunto que nos compete, no dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy y asumir que gran parte de nuestro futuro va a depender de muchas pequeñas y determinadas decisiones que tomemos en tiempo presente. El confinamiento solo es un encierro físico, no mental. Dar un paso decidido para entenderlo y asumirlo es vital para que ningún miedo nos atenace y manipule a su antojo. 

3- El estrés por confinamiento      

El estrés por confinamiento envuelve tres variables: la convivencia familiar permanente, el estrés informativo y la apatía de la inactividad. 

La convivencia familiar permanente presenta una de las tipologías de estrés más acusadas, puesto que la constante reclusión diaria es, paradójicamente, un estado poco habitual en el núcleo familiar. No obstante, es absolutamente concluyente que convivir requiere un claro orden en las relaciones entre miembros y en las actividades caseras, con una buena disposición del espacio compartido y un efectivo respeto por la intimidad de cada uno.
Básicamente todas las relaciones humanas saludables se construyen desde la observancia del conjunto, no desde la individualidad. Y, especialmente, al estar confinados en un mismo espacio o habitáculo es necesario tener muy en cuenta que la individualidad no puede pasar por encima del grupo, aunque, lógicamente, tampoco al contrario. Atender la salud social del grupo, implícitamente atiende la salud social del individuo. Esto implica que cada uno de los miembros del núcleo confinado deberá de tener una clara conciencia del valor del colectivo para conciliar las relaciones, tanto humanas como logísticas. Ambas, las relaciones humanas y las logísticas, se deberán acordar y ajustar de la mejor manera posible para que el orden y la coordinación fluya naturalmente y para que cada uno mantenga su espacio privado como un lugar de libertad y realización personal aspecto importantísimo para una buena relación e interacción comunitaria. Sin embargo es probable que los conflictos por alta contigüidad aparezcan y que cualquier interlocución se convierta en una discrepancia mayor. Por ello establecer rutinas caseras para niños y mayores, bien identificadas y aceptadas por el grupo familiar permitirá compensar o armonizar mejor las relaciones sociales.

Algunas ideas para familias con niños son:

1- Continuar con horarios de desvelo y sueño muy similares a los del tiempo escolar.
2- Realizar las tareas escolares encomendadas por las mañanas y desde primera hora.
3-   Dedicar la tarde a diferentes formas de juego individual y colectivo.
4-   Introducir por las tardes juegos de mesa y de reunión familiar sin pantallas u ordenadores.
5-   Realizar diversas actividades físicas a modo de gimnasia o divertidos juegos aeróbicos o anaeróbicos. Los anaeróbicos son más aconsejables para las últimas horas del día.
6-   Disponer el tiempo de baño o ducha para antes de ir a la cama, no a primera hora de la mañana o en medio del día.

Algunas pautas para los adultos son:

1- Mantener los horarios habituales, como levantarse, asearse, las comidas o ir a la cama por la noche
2-    Dedicar un tiempo suficiente aunque no excesivo a las tareas domésticas diarias.
3-    Cuidar el aspecto físico y mental. Estar en casa no significa dejadez en el aseo, evitar la actividad física o estar durante horas mirando la televisión. Tanto el ejercicio como la práctica de algún tipo de relajación ayudará a mantener el tono físico y mental.
4-    Dedicar tiempo a la lectura o al descubrimiento de libros.
5-    Invertir un tiempo similar a la dedicación laboral, con nuevos aprendizajes o reciclajes sobre el trabajo profesional.
6-    Aprovechar la tarde para hacer cosas para las que nunca teníamos tiempo y que ahora sí pueden tener su momento.
7-    Planificar qué día de la semana se saldrá de casa para ir a hacer la compra semanal y las que correspondan al mantenimiento de la casa o salud de sus integrantes.

Por su parte, el estrés informativo supone un importante hándicap en la superación del síndrome del confinamiento. Reducir drásticamente la frenética, cambiante y sobreexpuesta información que los medios de comunicación ofrecen diariamente es absolutamente imprescindible para una buena salud mental. Como norma es conveniente empezar el día sin mirar o escuchar noticias radiales o televisivas, aplicando una estricta dieta informativa. Si es absolutamente necesario, tan solo una lectura breve y rápida de noticias por Internet será suficiente, prosiguiendo con las tareas matutinas que cada uno disponga. Incluso es aconsejable no ver ni escuchar nada hasta el noticiero de primera hora de la tarde. La televisión, con sus dramáticas imágenes y locuciones tremendistas provocan en el espectador confinado una sensación de agobio informativo y aumentan exponencialmente el estrés. Según un estudio del 2012 realizado en Gran Bretaña, las noticias negativas suelen afectar más a las mujeres que a los hombres, recordándolas durante más tiempo. Asimismo los jóvenes tienen una alta permeabilidad a las informaciones dramáticas, causándoles estrés y ansiedad, que en su franja de edad se manifiesta con disfunciones conductuales y actitudes y actividades irresponsables e imprudentes.

      La apatía de la inactividad es otro de los aspectos a considerar en el confinamiento familiar. Al disponer de mucho tiempo disponible en un reducto tan pequeño, fácilmente podemos conducirnos a un estado de indolencia y dejadez que definitivamente nos aboque a la apatía general. Sin embargo se puede evitar si tenemos en cuenta algunas directrices.
     En anterior apartado ya apunté algunas ideas para la actividad confinada adulta. Revindico aquellos conceptos incidiendo un poco más. En primer lugar es necesario acompasar los horarios de casa con los habituales del trabajo. Es imprescindible levantarse a la misma hora o, aunque sea una hora más tarde, mantener parecidas fracciones horarias, realizando los mismos rituales de aseo, cuidado personal y atuendos que haríamos en el caso de tener que salir a trabajar, etc. Este ordenado modo de proceder nos permitirá seguir un ritmo ocupacional similar al laboral. La cuestión central es cómo llenar el tiempo que acostumbramos a dedicar al trabajo. Si no hubiere la posibilidad de trabajar a distancia a través de la red con el teletrabajo, lo más provechoso es invertir el horario laborable establecido para profundizar o hacer un reciclaje mediante las distintas posibilidades de cursos por Internet o, en su defecto, en la multitud de opciones que se ofrecen de acorde a nuestra profesión.
     Una persistente inactividad en el hogar y la suposición de que el confinamiento es, en realidad, un tiempo vacacional, derivará en una apatía general que no solo afectará en tiempo presente sino que incidirá en la finalización del confinamiento en forma de impacto postraumático. Pero el confinamiento no es un tiempo vacacional sino preparacional. Una acertada manera de superar el día a día de reclusión es generar una rutina diaria que impida que el tiempo, la falta de perspectiva o la inactividad desborden nuestra capacidad de reacción. Para lograr convertir adecuadamente la aparente inactividad en un carga positiva para el futuro es recomendable pensar y actuar como si estuviéramos trabajando, con horarios bien especificados. Y apartarse de la inactividad mental para optar por la diligencia, la dedicación y el esmero, invirtiendo preferentemente las mañanas en las actividades más relacionadas con la vida laboral y dejando las tardes para el asueto, el descanso y el recreo familiar. Asimismo es necesario seguir manteniendo los días de descanso semanales con semejantes actividades, aunque se tengan que adaptar mucho al espacio del hogar o variarlas. De esta manera no nos desubicamos en el espacio-tiempo ni perdemos la noción de los días de la semana.

     No hay duda de que en muchos hogares la situación económica añadirá nuevas dificultades que afectarán seriamente a la estabilidad familiar. La gran parada laboral que sufre el país está precarizando tanto la economía global y local como la particular. Todo es menos fácil cuando el dinero no cubre las necesidades más elementales y más básicas como la comida. En estos casos hay que atender a la solidaridad y a la red de apoyo. Entrar en una red de apoyo no es una vergüenza o un estigma social sino un compromiso implicado y un nuevo aprendizaje de que todos somos parte de todos y nos debemos apoyar mutuamente. En estos casos lo más urgente no es solo la precariedad económica que se esté sufriendo, sino la liberación de las mochilas de la vergüenza social. Y en cualquiera de los casos, entrar en una red de apoyo será un saludable aprendizaje de que nada de lo que sucede al prójimo nos es indiferente, ni tampoco nada de lo que suframos o nos suceda será indiferente para otras personas que pueden ayudarnos desinteresadamente. Quien no vive para servir, no sirve para vivir.

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