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· No responderé a las agresiones

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Del libro "100 Propostes per a agosarats"
Barcelona © 2007 Josep Marc Laporta



La humanidad no puede librarse de la violencia
más que por la no-violencia.
(Mahatma Gandhi)


 
Con sencillez, pero con vehemencia, el anciano musicólogo Karlis Vaïke contestaba a las preguntas de los periodistas. Uno de los párrafos que el día siguiente resaltaron los diarios ingleses fue: “Las palabras tienen más poder que las armas. Las armas llevan a la muerte, mientras las palabras pueden curar, incluso invitan a cambiar el punto de vista de las cosas”.

La agresión forma parte de la raza humana. Es una triste condición que desde las religiones, la filosofía y otras disciplinas se ha abordado sin llegar a definitivas soluciones. Cuando sucede y se responde con la misma moneda, las consecuencias son imprevisibles. Pero las agresiones físicas, las de las acciones, habitualmente empiezan previamente por la acometida de las palabras.

Provocaciones con espada y sin espada

Cerca de Tokio vivía un gran samurai, ya viejo, que se dedicaba a enseñar a los jóvenes. Pese a su avanzada edad se decía que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario. Una tarde, un guerrero conocido por la falta de escrúpulos apareció por su casa. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación. Esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una privilegiada inteligencia para observar los errores cometidos, contraatacaba con una velocidad fulminante. Debido a la reputación del viejo samurai, fue hasta allá para derrotarlo y aumentar su fama.

Todos los estudiantes se manifestaron en contra de la idea, pero el anciano aceptó el desafío. Todos se dirigieron a la plaza de la ciudad y el joven guerrero empezó a insultar al anciano maestro. Le tiró piedras, le escupió en la cara y le gritó con todos los insultos más soeces, pero el viejo quedó impasible. Al final, exhausto, el guerrero se retiró. Desilusionados de que el maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
—¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué has soportado tanta indignidad? ¿Por qué no has usado tu espada aunque pudieras perder, en lugar de mostrarte cobarde ante todos nosotros?
El maestro preguntó:
—Si alguien llega, os hace un regalo y vosotros no lo aceptáis, ¿a quién pertenece el obsequio?
—A quién quería entregarlo —respondió uno de los alumnos.
—Lo mismo sucede con la envidia, la rabia y los insultos —dijo el maestro—. Cuando no se aceptan, continúan en poder de quien los traía con él.

Difícil, pero no imposible. No responder a las agresiones evita problemas posteriores. Pero también hay algo muy importante y valioso: nos hace vencedores sin prácticamente haber luchado.
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