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· Acampados en la plaza

© 2011 Josep Marc Laporta

        ¿La democracia llevada a pie de calle? ¿La democracia de las trincheras? ¿La democracia reactiva? ¿O la democracia de los más desvalidos? Los acampados en las plazas de algunas ciudades de Cataluña y de España han revolucionado a los conceptos clásicos de democracia y participación ciudadana. Para los indignados, manifestarse de forma pacífica pero con resistencia activa parece haber sido la única manera de luchar contra una democracia que no les representa. Para los no indignados o indignados algo menos, estas manifestaciones y acampadas habrá sido una tomadura de pelo, sobre todo para los ciudadanos que viven, se esfuerzan, van a sus quehaceres, trabajan y soportan los inconvenientes de las protestas.

        Como primer dato cabe recordar que de acampadas reivindicativas ya hace años que se realizan. Tal vez han sido poco concurridas o se han resuelto decididamente por las fuerzas de orden público, pero han existido. Por ejemplo, las acampadas del año 2004 en la Diagonal de Barcelona y otros lugares del país por 0,7% del PIB en ayuda al desarrollo de los países del sur, fue una más reseñables. Pero, ¿cuáles han sido las diferencias entre aquellas protestas y las de este año 2011?

        Uno de los aspectos más destacables de la psicología de las manifestaciones populares es la incidencia que el motivo de la protesta tiene en los afectados. Ya sea por fuertes convicciones sociales, religiosas, humanitarias o por una implicación personal límite, cuando un asunto afecta de lleno al individuo, éste será el detonante para implicarse. En el caso que nos ocupa hay razones de peso: la crisis económica y el alto porcentaje de paro en todas las edades y, especialmente, en los jóvenes, ha sido clave para revolucionar voluntades, además de otras perspectivas críticas con los poderes políticos y económicos.
Otro de los rasgos esenciales de las manifestaciones populares son los efectos miméticos en cadena. Las acampadas de los indignados de todo el país han sido posible gracias, en buena parte, a los ejemplos acontecidos en los países del norte de África y Oriente Medio. La resistencia en las plazas durante días y semanas significó un aprendizaje mimético y una fortaleza psicológica para las protestas de nuestro país. Si analizamos los diferentes procesos, convendremos que en cuanto a concepto, forma y duración han sido similares.

        Todavía hay otro aspecto a considerar. La psicología de masas indica que una movilización popular, habitualmente responde a necesidades de visibilidad y permeabilidad social. Es decir, los grupos y colectivos con postulados no conocidos, no reconocidos o no aceptados mayoritariamente necesitan de actos diferentes y atrevidos para hacer visibles y patentes sus posturas. Si, además, tenemos en cuenta que las personas que participan en las propuestas minoritarias suelen ser más militantes y activistas que aquellas que pertenecen a propuestas más mayoritarias, nos daremos cuenta por qué la respuesta ciudadana a las manifestaciones y acampadas de 15M ha tenido un considerable eco. Además, las redes de comunicación social, con Internet y los terminales móviles, han espoleado y socializado las movilizaciones. El mundo ha cambiado y, de repente, todo el mundo ha entendido que la democracia de la red puede tener su paralelismo en la vida política y social de los pueblos.

        Es evidente que todas las acciones masivas y populares responden a razones ideológicas o de contenido filosófico y social. En el caso de las últimas acampadas existe un serio desencanto con el tipo de democracia que tenemos, no con la democracia. No es necesario ir demasiado lejos sino revisar los datos y las respuestas de los abstencionistas en las últimas elecciones para darnos cuenta de que los que se abstienen no lo hacen inconscientemente, sino que la mayoría dispone de razones suficientemente argumentadas y estructuradas.

        Las personas que han acampado en las plazas y se han manifestado no son sólo los que se abstienen, sino también son votantes habituales de los grandes partidos, de todas las edades, críticos con el funcionamiento político impuesto. Quieren y piden una democracia más real, menos sometida a los poderes económicos; quieren sentirse parte de la democracia. A pesar de que la ciencia política afirma que la esencia de la democracia es votar, habrá que revisar si el voto es la única herramienta política que pertenece al ciudadano —además de la afiliación y la asociación— o hay nuevos formatos de expresión , vinculación y participación.

        Quizá, por la heterodoxa ideología política de los indignados y por la dificultad añadida de ir a contracorriente en un mundo occidental tan organizado y sistematizado, han tenido que hacerse escuchar con otras herramientas: la voz pacífica expresada en el ágora de la calle. Pero, como suele suceder en las manifestaciones espontáneas y masificadas, entre los indignados de buena fe hay grupos y personas infiltradas que responden a un perfil reaccionario y extremista, con actitudes violentas o, al menos, belicosas.

        Aún no podemos saber a ciencia cierta si estas movilizaciones llegarán a ser un movimiento, avanzarán hacia una organización o se quedarán exactamente en eso: en unas movilizaciones. Pero es posible que el proceso se enquiste e, incluso, degenere si no se encuentran caminos de diálogo y de articulación social y política que vayan más allá de las plantadas y acciones reivindicativas. Hasta ahora, la auténtica ágora del pueblo eran los parlamentos; pero si no atendemos convenientemente, es posible que otro parlamento del pueblo se arme en las trincheras de la democracia.

© 2011 Josep Marc Laporta
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