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· Semiótica del debate Obama-McCain

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@ 2008 Josep Marc Laporta

Noche de debate presidencial, el republicano McCain y el demócrata Obama. El ademán elegante de Barak contrastaba con el rígido rictus de John. Los 1’84 centímetros de esbelta estatura del demócrata ponía de manifiesto que el republicano es un hombre del siglo pasado, con gestos miméticos de un excombatiente; un cuerpo pesado.

En todo el debate, Barak Obama hizo gala de su elegancia, tanto cuando estaba en pie como cuando estaba sentado en el taburete-silla. Su ademán tranquilo, con un pie en tierra y el otro en un travesaño del taburete, ha sido el detalle de elegancia que ha mantenido durante toda la noche. Siempre que se sentó, el demócrata estuvo en la misma posición, mientras el republicano variaba constantemente. Unas veces se sentaba, otras se mantenía en pie junto a la silla como queriendo enviar un mensaje de superioridad a su contrincante, mientras hablaba Obama. Este detalle manifestaba un acusado nerviosismo e intranquilidad que le alejaba del centro del debate: el de saber esperar su momento y escuchar cuando era necesario escuchar.
La diferencia de altura es un detalle a tener cuenta, especialmente cuando Barak Obama se mantenía bien enderezado, con la mirada altiva y segura. Cuando hablaba McCain, Obama lo miraba fijamente, con aires de tranquilidad. Al revés, McCain diluía la vista entre la escucha, los papeles y el público. El republicano, sabedor de su inferioridad, se perdía en sí mismo. Los constantes apuntes en un montón innecesario de papeles, las diferentes posiciones entre de pie y medio sentado, y las miradas furtivas hacia su contrincante, contrastaban con la seguridad de Obama: ningún papel, ningún apunte; muestras de seguridad y autosuficiencia en sus datos mentales.

Cuando el senador republicano se levantaba para tomar la palabra, su mano derecha cogía el micrófono con un brazo rígido, casi ortopédico. Siempre que hablaba, la imagen se repetía: un brazo medio muerto que sostenía una mano que al mismo tiempo cogía un micrófono inerte. Nunca cambió el micrófono de mano. Por su parte, el senador demócrata utilizó las dos manos, de manera ambivalente, pese a que preferentemente utilizó la mano derecha.

Uno de los detalles más curiosos fueron las miradas. McCain acostumbraba a acabar sus discursos con una mirada de perfil, seca y esquiva, pero muy aleccionadora. Es decir, intentaba enviar a su contrincante un mensaje de padre que regaña a su hijo, que le dice lo que debe hacer, como dándole lecciones de maneras y formas. Era como decir: ‘¡mira lo que acabo de decir, a ver qué es lo que tú dices ahora!’ Obama lo miraba de lejos, impasible, siguiendo con la vista allá por donde iba. Nunca le sacaba la vista de encima, y su rostro no mostraba ninguna afección por las palabras de McCain. Este gesto ejemplificaba seguridad en el demócrata, mientras que el republicano anunciaba intranquilidad y desasosiego.

Algunas veces surgieron palabras de uno de los dos que, por su contenido, al otro le afectaron de manera más directa y comprometida. La respuesta de cada aludido fue diferente. En el senador republicano se significó en movimientos sin aplomo, diversificados. En el senador demócrata fue recibido con atención y, alguna vez, con una sonrisa cómplice, pero suspicaz. La sonrisa delata muchos estados de ánimo. Unas veces, pese a que se quiera transmitir tranquilidad, se expresa desasosiego; en otras, aunque se intente disimular un estado de firmeza y seguridad, delata todo lo contrario, inseguridad y debilidad. Esto es lo que se dedujo de la sonrisa de John McCain: una sonrisa que intentaba decir que lo tenía todo controlado, pero más bien decía todo lo contrario. Especialmente se pudo observar en la sonrisa forzada de los músculos inferiores de la cara, mientras los de los globos oculares se retiraban.

El debate mostró y demostró que el estado de ánimo y de control de la situación no siempre se puede disimular, más bien nunca. Para concretarlo mejor, lo podríamos resumir en la altura de las miradas. Mientras Obama miraba por encima de su propia horizontalidad, McCain miraba por debajo. Una diferencia determinante que muestra la seguridad y confianza de cada uno de los oradores y, también, las expectativas de quien de los dos sería el ganador. Quien miró por encima ganó, no hay duda.
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1 comentario:

  1. Santiago06:42

    CLarísma exposición. El debate lo seguí con atención y ud reafirma mis impresiones.

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