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· Perder los orígenes, perder la identidad


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@ 2008 Josep Marc Laporta

Raimon cantaba en los años de dictadura un entrañable fragmento del poeta Joan Salvat-Papasseit: ‘Quién pierde los orígenes, pierde la identidad’. La identidad es la base emocional de nuestro paso por este mundo; es el esqueleto que soporta nuestra perspectiva de las cosas y la que las equilibra convenientemente.

La identidad se forma a partir de dos ejes esenciales que tienen que ver con los orígenes:
1- el lugar de nacimiento y las circunstancias familiares, sociales y afectivas que comportan; y
2- el lugar de crecimiento; y en algunos casos, especialmente, la etapa de la adolescencia.

Estos dos conceptos, ‘lugar y entorno de nacimiento y adolescencia’, son básicos para entender a la persona que emigra y que se establece en otro país. De esta manera se puede entender que los inmigrantes que llegan tras la etapa de la adolescencia, pese a ser jóvenes, al tener todo un pasado más completo de vivencias, tienen más dificultades objetivas para adaptarse al nuevo lugar que los que vienen en plena adolescencia.

Para identificarse a un nuevo lugar y entorno se precisa establecer un puente idóneo entre el origen y el destino. Estos puentes son conductos que se establecen permanentemente como una manera de relacionarse con el pasado en una comunicación con el presente. Las personas que se quieren adaptar, necesitan de este puente que va del pasado al presente en una doble dirección, sin más circulación en un sentido que en el otro. Es decir, cuando mentalmente sólo se viaja hacia el pasado y no se retorna al presente, se puede decir que la adaptación será más incierta.

Cuando a mediados de los años 50 y 60 del siglo pasado llegaron muchos andaluces a Cataluña, lo hicieron de adultos. Sus orígenes e identidad ya estaba construida. La mayoría de ellos nunca se pudieron vincular de una manera cierta a una nueva cultura, porque su formación sociocultural ya estaba concluida. Pero muchos hijos de estos inmigrantes también sufrieron una creciente inadaptación, especialmente porque los núcleos relacionales de los recién llegados estaban cerrados y no se mezclaban fácilmente con los nativos. Los ghettos se formaron como un mecanismo de prevención, y algunos hijos de emigrantes nacidos en Cataluña continuaron viviendo de acuerdo a los orígenes de los padres, no a los de su nacimiento.

Actualmente la situación continúa con el mismo denominador común, aunque existen algunas variantes a reseñar. Los recién llegados reproducen las mismas actitudes de aquellos andaluces que llegaron en los años 50 y 60. Los marroquíes o los latinos que ya han venido de adultos mantienen su identidad muy bien determinada, pero los hijos que han llegado con ellos generalmente también continúan agrupándose de manera granítica y reiterativa, como los anteriores. Pero existe una variante: los países de origen están mucho más lejos, lo que en principio permitiría una mejor adaptación para lograr una ‘seudoamnésis geográfica’ del país de origen. Pero esta condición de lejanía también infiere una variante cultural: la religión, las formas de vida, los modelos de sociedad y de relación son, por lo general, muy distintos. Aquí radica una seria dificultad, muchas veces insalvable, ya que las diferencias culturales —especialmente religiosas— pueden ser una lastre que condicione la integración.

El proyecto de comunidad, de país o nación pasa por ciudadanos que no pierdan ni los orígenes ni la identidad, sean de donde sean y vengan de donde vengan; pero al mismo tiempo que entiendan que el origen no siempre es toda la identidad. La identidad también es un nuevo aprendizaje de formas de hacer y de pensar que no siempre va en consonancia con el país de origen, sino con el de acogida. Esto es lo que podríamos denominar adaptación, pero más que adaptación deberíamos llamarlo reidentificación; es decir, volver a identificarse razonablemente. No obstante, una reidentificación no puede repetirse tantas veces como se cambie de lugar de residencia de país o de cultura. Múltiples cambios no llevan obligatoriamente a una identificación, más bien a una dispersión sociocultural, que si en pricipio parecería ser positiva, sumiría al emigrante en una falta de identidad latente, tanto personal como social. Sin duda, el sentido de pertenencia es vital para la indentificación.

Para lograr los objetivos de correcta inserción y vinculación, es necesario que el lugar de acogida proporcione valores que tengan carácter de futuro y proyecto. Las personas recién arribadas a un nuevo país no necesitan recibir una identidad que mira al presente-pasado, sino que mira al presente-futuro. Es necesario dotar al país, cada vez más, de mecanismos sociales de adaptación que proyecten hacia el presente-futuro: entidades, organismos culturales, fiestas y actividades, donde la identidad cultural divise un horizonte nuevo y alentador, lleno de aventuras y sorpresas socioculturales. Al fin y al cabo, los elementos socializadores permiten crear nuevas pertenencias.
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2 comentarios:

  1. Sinboa03:55

    SI como no, el que lleha último es el que ha de adaptarse. Normalmente quien se adapta siempre es el que está en su tierra a los que acaban de llegar.

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  2. david07:46

    Estoy de acuerdo con lo reidentificación. Me parece la palabra más adecuada al concepto de emigrante adaptado.

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