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· Dejar de presentar excusas

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Del libro "100 Propuestas para atrevidos"
Barcelona (Catalunya) © 2007 Josep Marc Laporta

La verdad sirve para encarar el futuro,
la mentira para no resolver el pasado. (Anónimo)


El compositor y virtuoso violinista Nicolò Paganini estaba tocando en un gran auditorio cuando de pronto una de las cuerdas del violín se rompió. El concierto continuó con tres cuerdas, como si nada hubiera sucedido. Entonces, otra cuerda saltó por los aires dejándolo sólo con dos. Tras tocar un poco más, sucedió lo que parecía imposible: otra cuerda se rompió y solamente quedó una.

Ante la extrema dificultad, Paganini detuvo el concierto. Miró sonriente al auditorio y al violín, lo levantó y dirigiéndose al público asistente dijo: ‘Una cuerda y Paganini’. Volvió a poner el violín bajo la barbilla y con una sola cuerda interpretó una canción tan magnífica que al acabar la pieza, el auditorio, puesto en pie, lo aplaudió entusiasmado. Sin duda, el artista no presentó ninguna excusa, hizo lo mejor con lo que tenía en sus manos.

Habitualmente, ante situaciones comprometidas, dar excusas es la señal más clara de nuestras limitaciones y, al mismo tiempo, denota una cierta incapacidad a aceptar la realidad más sencilla. En el caso de Paganini, la verdad era tan manifiesta que no había lugar a excusarse ni a disculpar la situación. Aceptó la evidencia, ofreciendo lo máximo que tenía, de su arte, de su buen hacer.

Excusas para excusarse

—María, esta noche, Carla, Miquel y yo pensábamos ir a cenar a La bruja coja. ¿Quieres venir?
—Vaya, lo siento, hoy no me va bien, ya tengo un compromiso. ¡Qué pena! ¡Habérmelo dicho antes!
En realidad, María no tenía mucho interés en salir a tomar algo con Carla y Miguel, y mucho menos gastar dinero en una cena poco animada. Ante la incómoda situación, escoge el camino del pretexto más recurrente, en lugar de decirle claramente que no le apetecía, sin especificar más.

Normalmente, las excusas son mentiras que decimos a los demás para intentar ganar tiempo, a fin de mantener bien cerrado nuestro espacio más íntimo. Es como si dijéramos: ‘de ninguna manera quiero que entres en mi vida privada y te doy una excusa para mantenerte a cierta distancia; no acepto decir la verdad porque me compromete excesivamente’. En realidad, tenemos miedo a lo que perderíamos.

Un dicho popular hace referencia a ‘no dar excusas de mal pagador’. De hecho, los inverosímiles pretextos para no pagar no son más que la constatación de que, como mínimo, no se es como corresponde y que en realidad no se quiere pagar. Pero, ¿y si aceptáramos decir la verdad sin la muleta de la excusa? ¿Sabríamos vivir? Tal vez sí.

Dejar de dar excusas obtiene algunos beneficios. Uno de ellos: en lugar de invertir la memoria en inventar complicados pretextos, que después, por un olvido, podrían volverse en nuestra contra, mejor emplearla en otras cuestiones y asuntos más genuinos y rentables.
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