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· Psicología de la sociedad americana post 11-S


© 2011 Josep Marc Laporta
 

Los atentados terroristas a las Torres Gemelas y al Pentágono del 11 de septiembre del 2001 supuso un antes y un después en la psicología de la sociedad americana. Pese a que muchos de los comportamientos que posteriormente se dieron habían empezado a formase años antes incluso más de una década atrás aquel  caluroso martes de septiembre significó una contundente confrontación psicológica con la estricta realidad de la población estadounidense.
No podríamos comprender toda la dimensión de la psicología de la sociedad americana post 11-S sin previamente obtener una perspectiva de su perfil comunitario anterior a dicha fecha. Como un preámbulo necesario, apuntaré y desarrollaré lo más resumidamente posible cinco aspectos que son primordiales para entender lo que acontecerá después:
1. El síndrome de los elegidos;
2. El sueño americano;
3. Comercio dominante y capitalismo liberal;
4. Belicismo poderoso e influyente; y
5. Un imperio en decadencia.

1. El síndrome de los elegidos
Pese a que la palabra Dios no figura en la Constitución de los Estados Unidos,[1] la expresión 'In God We Trust' comenzó a aparecer en las monedas estadounidenses en el siglo XIX. Y aunque a comienzos del XX, el presidente Theodore Roosevelt entendió que ninguna ley obligaba a incluirla, la frase continuó en los billetes hasta el día de hoy. Pero esta particular percepción de pueblo elegido se formaría ya en sus inicios, incluso antes de la propia Constitución.
En la Declaración de Independencia[2] se expone el derecho de “tomar entre las naciones de la Tierra el puesto separado e igual al que las leyes de la naturaleza y del Dios de esa naturaleza”.  Seguidamente afirma que “todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Posteriormente, en la conclusión de la carta de ruptura con la Corona Británica, la misma declara: “Por tanto, nosotros, los Representantes de los Estados Unidos, reunidos en Congreso General, apelando al Juez supremo del Universo, por la rectitud de nuestras intenciones, y en el nombre y con la autoridad del pueblo de estas colonias, publicamos y declaramos lo presente: que estas colonias son, y por derecho deben ser, estados libres e independientes; que están absueltas de toda obligación de fidelidad a la corona británica: que toda conexión política entre ellas y el estado de la Gran Bretaña, es y debe ser totalmente disuelta, y que como estados libres e independientes, tienen pleno poder para hacer la guerra, concluir la paz, contraer alianzas, establecer comercio y hacer todos los otros actos que los estados independientes pueden por derecho efectuar. Así que, para sostener esta declaración con una firme confianza en la protección divina, nosotros empeñamos mutuamente nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor”.
La visión y perspectiva de futuro que los colonos europeos arribados al continente percibían y defendían tenía su base en el derecho a la vida, la justicia, la libertad y en el concepto bíblico ‘tierra prometida’. Claramente los peregrinos manifestaron que llegaban “al Nuevo Mundo para glorificar a Dios y extender la fe cristiana". Esta fórmula fundacional fue referencia sociológica intrínseca de una nueva nación que se postuló perpetuamente como tierra de libertades, derechos, honor y preeminencia divina. Un territorio y un pueblo elegido por Dios, de manera aleatoria y unilateral.
El síndrome de los elegidos se postula y fundamenta en la seguridad de que Dios está con ellos, de que llegaron a la tierra prometida para construir y edificar una nación libre, de derechos, justicia y libertades; pero todas ellas ancladas en la promesa y seguridad de que Dios era el supremo proveedor. Pese a que durante más de doscientos años el lema de la nación ha sido 'In God We Trust', los compromisos de confianza en la divinidad no han permeabilizado todos los rincones de la sociedad. El trinomio de derechos, justicia y libertades no siempre ha sido interpretado bajo el respeto a los derechos humanos que emanan del carácter de la divinidad a la que se apela, sino a través de múltiples interpretaciones, omisiones y tergiversaciones éticas y morales. Pero ello no ha impedido que la sociedad norteamericana, en su conjunto, se sienta un pueblo elegido, una sociedad única, creciente y pujante, depositaria de verdades universales, fueren cristianas o no. El creciente multiculturalismo, multiracismo y multireligiosidad no han impedido que en la gran mayoría de sus ciudadanos habite y permanezca una latente sintomatología de pueblo elegido.
2. El Sueño americano
El ‘Sueño americano’ correctamente, el ‘Sueño estadounidense’ puede definirse como la igualdad de oportunidades y libertades que permite que todos los habitantes de Estados Unidos logren sus objetivos en la vida, únicamente con el esfuerzo y la determinación. Expresada por primera vez en 1931 por el historiador estadounidense James Truslow Adams,[3] se refiere a que la prosperidad depende de las habilidades de uno y de su trabajo, aunque no en un sentido rígido de jerarquía social. Pero el significado de la frase ha cambiado durante la historia de Estados Unidos.
Para algunos, es la oportunidad de adquirir más riqueza de la que podrían atesorar en sus países de origen; para otros, es la oportunidad de que sus hijos crezcan con una buena educación y grandes oportunidades; y por último, hay quienes lo ven como la oportunidad para ser un individuo sin restricciones impuestas por motivo de raza, clase, religión, etc.
A pesar de que el término se asocia a la inmigración en Estados Unidos, los nativos estadounidenses lo describen como la estabilidad suprema de un cierto ‘estado del bienestar’, que tanto puede estar relacionado con el Estado en su acepción de nación o con un estado social, como un magnetismo empático de bien hacer, de superación y de riqueza.
Sin embargo, el concepto ‘Sueño americano’ se retrotrae al siglo XVI. Tanto en el XVI como en el XVII, pioneros ingleses intentaron persuadir a los ciudadanos de su país para trasladarse a las colonias británicas en América del Norte. Su lenguaje y promesas sobre estas colonias terminaron creando tres persistentes mitos separados pero a la vez interrelacionados:
1. América como tierra de abundancia;
2. América como tierra de oportunidades; y
3. América como tierra de destino.

El ‘Sueño americano’ también tiene connotaciones de éxito cuantitativo o cualitativo. Las condiciones del sueño podrían ser un espejismo si no atesorara la forma interna de alcanzar el éxito. Jennifer L. Hochschild,[4] señala que la definición ‘éxito’ implica cantidad y contenido, estableciendo tres categorías que tienen importantes consecuencias normativas en el comportamiento:
1. Éxito absoluto (algún objetivo importante que supera con mucho la posición en la que uno empezó);
2. Éxito competitivo (requiere una victoria sobre alguien; "Mi éxito conlleva tu fracaso"); y
3. Éxito relativo (en términos comparativos: mejor que un vecino, que otra clase social, que un personaje ficticio, etc.)

Junto al ‘Síndrome de los elegidos’, en la psicología común del estadounidense nativo o inmigrado radica la creencia de que el ‘Sueño americano’ prácticamente proporcionará el cielo en la tierra; una especie de reinado divino de la abundancia, de hedonismo funcional y de suprema felicidad, especialmente amparada en lo material, aunque con cierta o bastante observancia de lo espiritual.
3. Comercio dominante y capitalismo liberal
Como consecuencia de los dos primeros aspectos, el comercio dominante es el medio más eficiente para que el llamado ‘Sueño americano’ llegue a ser una realidad. La fuente de riqueza o el motor de generar sueños es la fabricación, producción, comercio y rueda consumista y hedonista. Para lograrlo es imprescindible regirse por un liberalismo económico que permita que las relaciones comerciales alcancen dinamismo y vitalidad.
El ‘Sueño americano’ sería una entelequia sin el dominio de los mercados. Como sostiene Ayn Rand,[5] “el capitalismo liberal es el único sistema que reconociendo la naturaleza ‘racional’ del ser humano, y, por tanto, la ‘libertad' como exigencia de ésta, se fundamenta en la relación existente entre la inteligencia, la libertad y la supervivencia del hombre. Sólo en la sociedad capitalista los hombres gozan de libertad para pensar, disentir y crear; y fue esa libertad la que permitió que el capitalismo superara a todos los sistemas económicos anteriores”.
Para Estados Unidos de América, alcanzar un comercio dominante en el planeta implica que la propiedad privada, la iniciativa empresarial y el capitalismo liberal sean las máquinas de tren del sistema. Junto a ello, el contrato libre, las ganancias liberadas y la movilidad social de empresas y trabajadores son los vagones que acomodan la producción. Por su parte, el libre mercado y la competencia permiten que la sociedad pueda desarrollarse con desenvoltura, proporcionando un crecimiento constante y permanente.
Durante decenios, la psicología de la sociedad americana se ha edificado sobre los parámetros anteriormente mencionados. Un pueblo elegido, con un sueño nacional de prosperidad y crecimiento necesita de unas estructuras comerciales absolutistas. El modelo norteamericano ha reinado inapelablemente en el planeta, impulsando a otras economías con el fin de fortalecer la propia, forjando un poderoso sistema de conductos de importación y exportación. Sin duda, el fin de todo comercio es el crecimiento económico: una rueda sinfín de constante superación, aunque sin límites y, muchas veces, sin control. En esta rueda es donde se forjan y anidan los deseos más avaros, codiciosos y egoístas, aquellos que, como ha sucedido en la primera década del siglo XXI, ponen en peligro el propio sistema y, también, los valores y el modelo del llamado ‘Sueño americano’.
4. Belicismo omnipresente y prepotente
Estados Unidos es el país más bélico del mundo. Tan sólo el presupuesto de defensa nacional supera a todos los presupuestos de todos los países del mundo juntos. Su dominio es incuestionable, sobre todo si agregamos el siguiente dato: EUA ha sido el único país del mundo que ha lanzado la bomba atómica. Para conquistar, mantener y proteger su territorio, históricamente hicieron de las armas una razón de ser ciudadana y social. El belicismo poderoso e influyente que darán a conocer al resto de naciones del planeta está amparado en distintos sucesos históricos. Los colonizadores ingleses e irlandeses, al adquirir identidad en la nueva tierra y defender sus derechos, tuvieron que luchar incesantemente contra el propio imperio británico para lograr su independencia. Asimismo, distintas guerras contra los vecinos del norte de procedencia francesa, como contra los mexicanos del sur, además de la Guerra Civil interna, como contra los nativos indios del oeste americano, forjaron un perfil de ciudadano muy defensor de sus derechos de libertad y muy dispuesto a protegerlos de manera contundente y definitiva; es decir, con las armas.
Denominada a sí misma como la organización de derechos civiles más grande y más antigua de América, la Asociación Nacional del Rifle (NRA)[6] viene a expresar manifiestamente la defensa de un modelo de sociedad que está dispuesta a protegerse por encima de todo e, incluso, más allá de cualquier límite de carácter ético. La percepción que desde la sociología tenemos de la realidad armamentística y belicista es significativa: el ciudadano norteamericano convive indistintamente tanto con la libertad como con el miedo a perderla. El alto valor que le da a los derechos y libertades alcanzadas, al mismo tiempo lo convierte en temeroso y ofensivo. Una contradicción de carácter incívica y, en cierta manera, esquizofrénica.
Tras años de guerras internas y externas colindantes, el modelo de prosperidad y crecimiento amparado en un comercio dominante y en un coactivo capitalismo liberal, necesitaba de una defensa de sus intereses a gran alcance: la globalidad del planeta. El modelo interno de defensa del territorio e intereses comerciales se trasladó al mundo exterior. Si la situación lo determinara, todos los continentes del planeta serían objeto de intervención armada. Los derechos civiles sustentados en el propio territorio se convertirían en deberes obligantes para los países que no se alinearan con su preeminencia comercial y social.
El resultado de todo ello es la confusión y mezcolanza entre libre comercio, economía capitalista y liberal, y belicismo aleatorio. Bajo la conciencia comunitaria de pueblo elegido, sueño americano y supremacía mundial, al final no se puede llegar a saber a ciencia cierta donde se sitúan los límites éticos de cada uno de ellos (libre comercio, economía capitalista y liberal y belicismo omnipresente, prepotente y aleatorio). La fuerza de la sociedad norteamericana radica en estos cuatro anteriores conceptos muy bien homogeneizados en la psicología comunitaria. Pero hay un quinto aspecto a tener en cuenta.
5. Un imperio en decadencia
La decadencia de un país o de un imperio acostumbra a sobrevenir por distintos caminos. No obstante, todos los imperios del mundo egipcios, griegos, romanos, etc. han caído, básicamente, por razones de su propio colapso. La tesis del colapso es el derrumbe de las sociedades complejas, a su tiempo y en su medida tecnológica, científica y social. Este es el caso de los Estados Unidos de América: a medida que una sociedad se desarrolla, se diferencia cada vez más socialmente y se hace más compleja, de modo que para poder seguir existiendo necesita de un crecimiento correspondiente.[7]
Desde la última década del siglo XX, Estados Unidos es un país en decadencia. Pero es necesario puntualizar que su decadencia es muy heterogénea y multiforme. No se debe a un solo aspecto ni a una exclusiva razón. Son varios los componentes que inciden aleatoriamente, conformando un mapa sociológico bastante diverso. No obstante, podemos apuntar cinco motivos genéricos:
5.1. El colapso energético y de materias primas;
5.2. La permeabilidad cultural, religiosa y social;
5.3. La diversificación de los valores;
5.4. El colapso militar; y
5.5. La ascensión de países emergentes.

5.1. El colapso energético y de materias primas
Las diferentes crisis del petróleo acontecidas en las últimas dos décadas han obligado a replantear, en buena medida, la dependencia energética y de materias primas de Estados Unidos. Las últimas guerras en el Medio Oriente y el control por el petróleo en la zona del Golfo Pérsico son resultado directo de la propia asfixia energética interna. El tradicional e histórico modelo de crecimiento y desarrollo comercial, económico y social autoimpuesto, exige una gran cantidad de materias primas, ya sea de origen, vegetal, animal, mineral, líquido o gaseoso o fósil.
El modelo de liberalismo económico, productivo y comercial que desde hace dos siglos ha caracterizado Estados Unidos es el patrón que ha provocado el actual colapso socioeconómico. Observado tanto desde un punto de vista económico como sociológico, resulta imposible mantener perpetuamente un constante y desmesurado crecimiento económico, productivo y comercial, incluyendo, claro está, el despilfarro consumista. Los mecanismos del desarrollismo permanente pueden proporcionar seguridad y confianza social a corto y medio plazo, pero a largo plazo son realmente insostenibles. Los resultados de esta desmedida ambición es el desmoronamiento de las mismas estructuras que lo sostienen.[8] En la actualidad, tanto los modelos energéticos como de consumo están en profunda revisión, ya que no se sostienen a sí mismas. Ésta ha sido y es una de las causas más importantes de la lenta decadencia de Estados Unidos.
5.2. La permeabilidad cultural, religiosa y social
Los valores morales y religiosos que definieron a los colonos que llegaron a los territorios de América del Norte, ya no son los mismos que sostienen y definen a la gran mayoría de los ciudadanos actuales. La llegada de nuevos inmigrantes y la lenta y progresiva permeabilidad cultural, religiosa y social que en el último siglo ha sufrido Estados Unidos, ha facilitado la absorción de distintas formas culturales y religiosas que afectan a los comportamientos comunitarios.
La religión cristiana, de denominación metodista, anglicana o presbiteriana que arribó al nuevo mundo, se ha mezclado paulatinamente con nuevas filosofías y espiritualidades. Asimismo, religiones provenientes de otros continentes, muy dispares y diferentes a la cristiana, han creado una sociedad multicolor, multiforme y multicultural. A modo de ejemplo, la llegada de esclavos africanos que arribaron hacia el siglo XIX y que la población americana los absorbió y los convirtió a las religiones cristianas, ya no se repetiría de igual manera en la segunda parte del siglo XX. Los nuevos ciudadanos que llegaron de Centroamérica, de Sudamérica, del Japón, de Oriente Medio o de Asia, traerían bien arraigada su propia identidad religiosa, importando también nuevas costumbres que no sólo quedarían enmarcadas en la espiritualidad, sino que alcanzarían hábitos de vida integrales
La decadencia que ha sufrido el país no proviene directamente del abandono de la religión originaria, sino en la diversidad de modelos espirituales. En realidad, una multireligiosidad no debe significar obligatoriamente decadencia, pero sí que indica distintas formas de ver una misma realidad, lo que muy probablemente participará en una cierta dejación de propósitos comunes.
5.3. La diversificación de los valores
        Como resultado de la permeabilidad religiosa, cultural y social, los valores intrínsecos del pueblo estadounidense sufrieron cambios sustanciales. La moralidad, como referencia de comportamiento colectivo, ya no tiene un valor universal en la población. Distintas formas y procedimientos sociales llegaron y se aposentaron, ofreciendo una diversificación de conductas y usos.
        Parte de esta diversificación provino del propio desarrollo de las libertades del pueblo norteamericano. Los deseos de libertad que en el siglo XVIII indujeron a los colonos del nuevo mundo, fortalecería un cierto libertinaje. El pietismo inicial no sería excusa ética para que la libertad, como bien supremo y derecho humano, alcanzara su esplendor. Si el cristianismo de los padres de la patria ofreció un cierto contenido ético a las acciones políticas y sociales, el deseo de libertad sería el contrapeso que fortalecería nuevas formas éticas que con el paso de los decenios variarían y conformarían una diversificación de valores.
5.4. El colapso militar
        La tradicional capacidad armamentística de Estados Unidos que hizo gala durante el siglo XX, resultó gravemente alterada a principios del siglo XXI. Los dos océanos que durante decenios habían protegido al país más poderoso del mundo de los países enemigos, ya no resultarían tan eficaces ante los supuestos ataques terroristas. Si en 1947, el ataque aéreo de la Armada Imperial Japonesa a Pearl Harbor significó la primera aproximación a territorio norteamericano (Hawai), el año 2001, con el ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono en Washington, significó la primera agresión en el mismo corazón de los estadounidenses, en el corazón financiero de América.
        Desde su independencia de la Corona Británica y posterior Constitución, Estados Unidos había permanecido a salvo de cualquier ataque e invasión extranjera. Habían sido muchos decenios de seguridad nacional protegidos por sus fronteras marítimas naturales, haciendo un país inexpugnable. Pero la caída de las Torres Gemelas por el ataque terrorista de Al Qaeda fue el preludio de un lento colapso militar. Dos años más tarde, tras la invasión de Irak, empezó a decaer su fuerza armamentística gracias, en gran parte, a los errores militares en Irak y Afganistán, y a la grave situación económica.
5.5. La ascensión de países emergentes
        Mientras la nación más poderosa de la tierra triplicaba su gasto militar, presentando batalla en cualquier región donde sus intereses estuvieran amenazados, otros países, como China, India o Brasil, empezaron un lento e inequívoco despertar económico. La influencia de Estados Unidos en el planeta no se discutiría en términos de poderío militar, pero sí que entraría en cuestión su tradicional fortaleza comercial y económica. Evidentemente, sin la fuerza de estos dos últimos aspectos, lo militar entraría en una seria recesión. Todo ello aceleraría aún más la, en principio, lenta decadencia del imperio de la modernidad.
        La China, India o Brasil o, incluso, la Unión Europea no significan una amenaza a la administración americana por su particular crecimiento, sino por la conjunción de todas ellas. Los 193 millones de habitantes de Brasil, los 1.331 millones de la China, o los 1.155 de la India son una auténtica amenaza a la supremacía comercial y económica de los Estados Unidos (308 millones). Entre los dos países asiáticos y el sudamericano, se contabiliza casi el 50% de la población mundial, lo que supone un gran eje de revolución comercial y económica, a pesar de la precaria situación de gran parte de sus ciudadanos.
Psicología de la sociedad americana post 11-S
        Los atentados del 11 de septiembre del año 2001 fueron sociológicamente muy trascendentes para la población estadounidense, hasta el punto de cambiar hábitos, comportamientos y actitudes que estaban enraizadas en su propia personalidad. La seguridad y tranquilidad que anteriormente disfrutaban, de repente se vio drásticamente alterada y seriamente condicionada. La invulnerabilidad con la que vivían en el siglo XX, de repente se convirtió en absoluta vulnerabilidad. El perfil psicológico anterior era el de una nación poderosa y segura frente a cualquier agresión externa, a la que nadie podría atacar de ninguna manera. Por ello, el impacto del 11-S trastocó a la población hacia una conciencia de auténtica vulnerabilidad, de indefensión y desprotección.
        Una de las consecuencias del atentado terrorista fue el significativo cambio de actitud cívica entre los neoyorquinos. Anteriormente, la ciudad de los rascacielos se la consideraba fría, distante y socialmente conflictiva. Tras los sucesos, la cosmopolita  y multicultural población cambió de actitud, propiciando relaciones más cercanas y amigables. Se instauró un fuerte sentimiento de proximidad y complicidad, como si en el fondo todos supieran que el vecino podría ser aquella persona que, en un momento dado, ayudaría en una nueva situación crítica y límite.
        Es interesante observar un dato curioso y revelador. Antes del 11-S, Nueva York estaba considerada como una de las ciudades más conflictivas de Norteamérica. Tras el atentado, y durante los siguientes 10 años, la delincuencia bajó exponencialmente hasta mínimos históricos, convirtiendo Nueva York en una de las ciudades más seguras de Estados Unidos. Sociológicamente, éste es un cambio abismal y sorprendente que ha propiciado un serio debate entre expertos y sociólogos. No hay respuestas satisfactorias. Para unos es la consecuente penitencia que la ciudad vivió en sus entrañas y que tuvo que pagar para  redimirse; para otros significa una nueva conciencia en una población que se necesita mutuamente; y, para los menos, es resultado de una timorata actitud de prevención ante lo desconocido e imponderable.
        Otra de las secuelas del 11-S fue la limitación de ciertas libertades públicas y el endurecimiento de la justicia. El ciudadano norteamericano vio reducidas sus libertades por causa de los atentados. La persecución de responsables y terroristas llevó a la administración a rastrear ordenadores, comunicaciones, teléfonos móviles y todo aquello que pudiera aportar datos relevantes. Se crearon nuevas empresas que trabajarían para el gobierno y se invirtieron gran cantidad de fondos públicos para garantizar un seguimiento exhaustivo de cualquier indicio de los responsables, así como de neutralizar cualquier otro posible atentado. Gracias a ello, el sistema democrático es menos libre y el ciudadano no puede controlar cuándo le escuchan, le investigan, le persiguen, le espían o deciden qué guerra se debe iniciar. La indefensión del ciudadano no es sólo ante los terroristas, sino ante su propio gobierno. El perfil psicosocial de los estadounidenses es ahora más inseguro e indeterminado: una desubicación de carácter psicológico.
        El endurecimiento de la justicia y las permanentes preguntas de por qué atentan contra el pueblo americano, ha hecho reflexionar a los estadounidenses, aunque sin encontrar respuestas definitivas. El sentido de justicia está muy arraigado en los Estados Unidos, pero, tradicionalmente, ha sido siempre una justicia muy concreta, dura, contundente y prácticamente inapelable; a veces casi inhumana. Para muchas personas, matar a Bin Laden es justicia y el final de una historia; no obstante, otros muchos norteamericanos ya han aprendido que no es el final de la historia. Saben que la justicia determinante y conclusiva no significa el final de nada, sino el germen de un nuevo conflicto. Es por ello que socialmente se empieza a vislumbrar un cambio de pensamiento, un lento aprendizaje de por qué les odian. Es decir, una nueva conciencia de que el ojo por ojo y diente por diente dejará a todos ciegos y sin dientes.
        Tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, el norteamericano medio siente que algo de su nuevo perfil psicológico no concuerda con las decisiones gubernamentales. A unos les invita a una seria reflexión sobre su propia identidad como ciudadanos de la autodenominada nación más grande de la tierra; para otros, es la prueba evidente de que Norteamérica se ha alejado de Dios, de aquel Dios fundacional de los padres de la patria. Estos dos polos opuestos son la esencia de una confrontación de mentalidad que proviene de decenios atrás, pero que a día de hoy se está recrudeciendo.
        La llamada Sodoma y Gomorra norteamericana, liberal, hipertolerante e individualista, es ahora una ciudad pacífica, con signos evidentes de cooperación y mejor convivencia. Nueva York tiene en la antigua Zona Cero y en los nuevos monumentos y memoriales del 11-S un centro de peregrinaje y redención comunitaria. Las casi 3.000 personas que murieron en la caída de las Torres Gemelas son un recordatorio constante de que la vida y la muerte habitan simultáneamente y drásticamente en la sociedad del ‘Sueño americano’. Una sociedad y un ‘Sueño americano’ venido a menos, pese a conservar gran parte de las esencias que la llevaron al estrellato.
        Otra cuestión a considerar son los ciudadanos musulmanes norteamericanos. Posteriormente y tras los atentados, el FBI documentó un aumento del 1.600% de delitos de odio en los meses siguientes al 11-S. Una ola de violencia barrió Estados Unidos. Los musulmanes sufrieron alzas discriminatorias en el empleo, acoso en las escuelas y menosprecio público. No obstante y a pesar de las reprimendas, la comunidad musulmana vivió de igual manera que sus compatriotas el trauma social de aquellos días. Experimentaron la conmoción y la tristeza en primera persona, aglutinándolos en torno a la religión. A día de hoy, aquella revuelta de odio hacia los musulmanes ha descendido hasta variables insignificantes.
        En el momento en que se acometen los atentados del 11-S, Estados Unidos se encuentra en una situación difícil: paro elevado, economía en recesión, privatización e los servicios, retroceso de los derechos sociales, sanitarios y educativos, y baja popularidad de George W. Bush. En esta coyuntura, los ataques a Estados Unidos representan un ‘giro positivo’ para la política del presidente que encuentra un filón para ejecutar sus proyectos, mejorar su imagen ante la ciudadanía y recuperar la popularidad anhelada. Pero la sociedad empieza un proceso bipolar de confianza y desconfianza hacia sus autoridades. Encuestas y sondeos realizados en los siguientes meses a los atentados muestran una población muy dividida ante la política gubernamental. El fondo de la cuestión es que, pese a que la sociedad americana apoyó a su gobierno en su nueva lucha contra el ‘eje del mal’, empieza a plantearse preguntas que nunca antes se había formulado. La confianza y desconfianza en la administración del país habitan al mismo tiempo con suma facilidad. Realmente, el 11-S se convierte en una película real del lento derrumbe sociológico del ‘Sueño americano’.
Para una sociedad que no está acostumbrada a ser atacada, que representaba hasta entonces el bastión de la seguridad y era la superpotencia mundial que aparecía blindada ante los ojos del mundo, los atentados significan un antes y un después. Los ataques generaron un enorme sentimiento de desánimo en la población norteamericana, que veía como la ‘Gran América’ desfallecía. La sensación inmediata era que el enemigo podía volver a atacar en cualquier momento y se agudizaron el miedo y la inseguridad. Sólo dos semanas después de los ataques, se duplicaron las ventas de artículos de seguridad: alarmas, venta de armas, etc.
El síndrome postraumático tras los atentados pudo haber afectado, según diferentes fuentes, entre un 5 y un 10% de la población que directa o indirectamente estuvo expuesta a la tragedia. Los heridos o familiares de los desaparecidos tuvieron que seguir tratamiento psicológico para superar el haber visto cuerpos destrozados y carbonizados de sus compañeros de trabajo o de conocidos. Según Luis Rojas Marcos, entonces responsable de la seguridad sanitaria de Nueva York, “el sentimiento de vulnerabilidad se apoderó de los ciudadanos”.[9] Una de las preguntas que la gente más se hacía en la calle tras el 11-S era: ‘¿Y por qué nos odian?’ Luego vino el miedo al ántrax, a abrir cartas; y los libros más vendidos fueron los que hablaban de la cultura árabe.
En la psicología del norteamericano se instala un elaborado duelo por la catástrofe. Sobreviene un sentimiento de temor consecutivo: lo que duele no es la pérdida sino la posibilidad de volver a perder. Este aspecto atormenta las mentes de los ciudadanos y les provoca un permanente duelo que, de momento, ha llegado hasta los 10 años. La década de conmemoraciones por los atentados ha podido ser una fecha definitiva para cerrar el trágico capítulo vivido. No obstante, aún pendiente la finalización del One World Trade Center, es posible que la superación psicológica del 11-S no se complete hasta, como mínimo, la inauguración de esta nueva y sustitutiva torre.
Paradójicamente, las sociedades modernas equipadas con todo tipo de materiales y protecciones, son aquellas donde el sentimiento de inseguridad es moneda corriente, atravesando todos los estratos sociales bienes. Esta paradoja lleva a R. Castel a plantear una interesante hipótesis: la inseguridad moderna no sería la ausencia de protecciones o medios, sino todo lo contrario, una obsesiva manía vinculada a la búsqueda incesante de seguridad en un mundo social muy interrelacionado. Esta propia búsqueda frenética en sí es la que genera el constante sentimiento de inseguridad.[10] En el caso que nos ocupa, la sociedad americana tras el 11-S sufre mayúsculamente la exacerbación de una seguridad inalcanzable.
Desde la perspectiva sociológica, diversas investigaciones presentan los siguientes efectos sobre el transporte masivo y comportamiento turístico: 1) las mujeres tienen una mayor percepción del riesgo que los hombres; 2) los hombres mayores tienen una menor percepción del riesgo que los jóvenes; 3) los vínculos familiares disminuyen la posibilidad de experimentar riesgo en los destinos turísticos; 4) los medios de comunicación son un interesante comunicador y transmisor de los eventos trágicos, en ellos el riesgo se transforma en temor; 5) existen estructuras psicológicas que evaden el riesgo y otras que se ven atraídas por éste; 6) la ansiedad y el pánico aumentan cuando no se muestra una salida clara al conflicto; 7) entre los riesgos percibidos primero está las enfermedades infecciosas y luego el terrorismo; 8) la percepción negativa en caso de desastre natural o atentados también afecta a los países vecinos; 9) los riesgos no recaen en los países sino sobre regiones geográficas como un todo homogéneo; y 10) mientras los casos de terrorismo pueden se identificados geográficamente en los países industrializados, el riesgo a una pandemia es focalizado en países subdesarrollados o del tercer mundo.
Según el Dr. Lucas van Germen, tras el 11-S, hasta un 40% de las personas tienen algún grado de ansiedad a volar. Según el Instituto Nacional de Salud Mental, el porcentaje de estadounidenses que tienen miedo intenso, como un trastorno de fobia o ansiedad, está sobre el 6’5% de la población. Un ataque de ansiedad o de pánico es extremadamente físico, marcado por la sudoración, entumecimiento de las manos y los pies y un corazón latiendo de prisa, lo que lleva a pensar en los enfermos que están teniendo un infarto. En este episodio, las imágenes en su mente se sienten como si realmente pudiera suceder.
El 11 de septiembre del año 2001 quedará grabado en el recuerdo de los norteamericanos durante mucho tiempo, pasando de generación a generación. Si tenemos en cuenta que nunca antes el territorio continental de Estados Unidos sufrió un ataque tan contundente y directo, podemos prever que los atentados nunca se borrarán de las mentes de los estadounidenses, especialmente si consideramos que las imágenes televisivas se reproducirán insistentemente año tras año. Un dato importante a valorar es que nunca antes un atentado o un ataque a intereses americanos fueron grabados tan profusamente por cámaras de vídeo o retransmitido en directo por televisión. La fuerza de las múltiples imágenes y de los innumerables programas, series y documentales es una losa en la superación del amargo recuerdo. En sucesivos decenios y, consecuentemente, siglos, el 11-S significará algo más que un atentado; permanecerá como una de las fechas clave para entender la psicología de un pueblo. Aquel 11 de septiembre del 2001 tendrá similitudes de impacto sociológico a otro día señalado en el calendario de Estados Unidos: el 22 de noviembre de 1963, el día que asesinaron a John F. Kennedy. Ambos, junto al ataque a Pearl Harbor, son tres trágicos episodios que por siempre rememorará el ciudadano de la, hasta ahora, primera potencia mundial.


[1] 17 de septiembre de 1787
[2] 4 de julio de 1776
[3] En American Epics, James Truslow Adams; ed. 1931
[4] Facing Up to the American Dream; Jennifer L. Hochschild; ed. 1996.
[5] Alisa Zinovievna Rosenbaum (1905-1982)
[6] Fundada en Nueva York en 1871
[7] Arnold Toynbee, James Burke y Joseph Tainter (The Collapse of Complex Societies; Cambridge, 1988).
[8] Este ha sido el caso de las llamadas sub-prime, que provocaron trágicas consecuencias económicas en cadena a nivel mundial.
[9] Fermín Apezteguía. Entrevista a Luis Rojas Marcos, psiquiatra y director del Sistema de Salud de Nueva York en el 11/S. Diario Sur, Madrid, 2002.
[10] Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas | 21 (2009.1) Publicación Electrónica de la Universidad Complutense.


© 2011 Josep Marc Laporta

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5 comentarios:

  1. Anónimo00:20

    MUY COMPLETO

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  2. CANSD15:45

    Muchas gracias por este documento. Me parece muy interesante.

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  3. Darin05:08

    Es lo más completo que he leido sobre el tema. Bien resumido y al mismo tiempo completo.

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  4. muu buen estudio, muy documentado¡

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  5. Super interesante y didáctico para entender el psique de la sociedad norteamericana, gracias.

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