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· Sociología de las pandemias (1)

 © 2020 Josep Marc Laporta

1-Equilibrios de estabilidad social
2-Transformaciones morfológicas
3-Las pandemias y el efecto cobra

 

Todas las pandemias llegan de sorpresa y plagadas de misterio.
Así ha sucedido a lo largo de la historia y así se ha repetido en todas las epidemias, que han saltado de continente a continente y se han constituido en pandemias no solo por la importación sino, y sobre todo, por la transmisión comunitaria interna. Todas tienen en común la imprevisibilidad, lo que provoca un gran desconcierto y confusión entre la población. Nunca avisan ni anuncian su aparición. Surgen rodeadas de cierto misterio que las hacen incomprensibles e inexplicables durante mucho tiempo, incluso cuando sus efectos han empezado a desaparecer. Ante el desconcierto, la población afectada intenta poner su confianza en la ciencia, en la medicina o en la religión, porque no tienen respuestas rápidas ni sencillas ante el gran reto viral que se avecina.

Estas características comunes hacen de las pandemias un obligado campo de estudio sociológico. La imprevisibilidad, el hermetismo y la discreción de su aparición, obligan a la observación y al estudio del comportamiento humano. Y lo que hasta entonces parecía tener categoría de infalibilidad, se convierte en falible. Como apuntó el sociólogo Zygmunt Bauman refiriéndose al desencanto vital de nuestra época, «la única certeza es la incertidumbre». Las certezas acumuladas en cada momento histórico se convierten en incertidumbres, incluso en el adelantado y evolucionado siglo XXI.
 
1- EQUILIBRIOS DE ESTABILIDAD SOCIAL
 
         Todas las pandemias de la historia se han comportado de similar manera: llegan sin avisar y cuando menos se les espera, sea cual sea el nivel médico, sanitario o tecnológico de cada sociedad. A lo máximo se pueden predecir sus efectos, pero solo tras estudiar otros casos anteriores, sin que ello suponga una competente ventaja para combatirla. Más bien es insuficiente, porque la novedad supera las previsiones. En todas se genera una lucha por la vida a fin de impedir que afecte a toda la población y cambie los ritmos de vida cotidianos. No obstante, todas las pandemias han afectado a los comportamientos sociales y los estilos de vida hasta un punto de no retorno.

«La historia es un equilibrio entre desafío y respuesta, cuanto mayor es el desafío más juiciosa debe ser la respuesta». Esta reflexión del historiador británico Arnold Toynbee hace hincapié en la verdadera lucha de la supervivencia humana. El equilibrio entre desafío y respuesta viene a ser una imprecisa e indeterminada fórmula que permite alcanzar una cierta estabilidad social, más o menos permanente. En plena pandemia, la pericia de comprensión y acción para enfrentar el nuevo desafío y acertar en las respuestas sociales y sanitarias es, en gran parte, la superación y solución de la misma. Pero existen otros condicionantes de carácter sociológico que intervienen en el tratamiento y resolución.

Emerge un binomio que aparentemente se presenta como incompatible: libertad y seguridad. Cuanta más libertad tengamos menos seguridad; y cuanta más seguridad, menos libertad. Son vasos comunicantes que en los extremos tienen sus riesgos, mientras que en su justa medida parece dar óptimos resultados. Sin embargo, en las pandemias la seguridad acostumbra a ir en detrimento de las libertades, puesto que no se puede garantizar seguridad sin que la autonomía personal quede afectada. También son vasos comunicantes. En este caso, el desafío y la respuesta se materializa en que las resoluciones sanitarias acostumbran a reducir las libertades para proteger la seguridad, por lo que se abre un nuevo campo de contrariedades civiles.

En unas sociedades como las del siglo XXI, tan acostumbradas a una alta custodia de sus cotas de libertad y seguridad, cuando las ve vulneradas hasta el punto de intuir perderlas, sufre una dicotomía psicosocial que lleva a los individuos a un proceso de desconcierto e inadaptación. Muchas de las actitudes de no admisión de la realidad pandémica son consecuencia de un repentino proceso de inseguridad vital e inadaptación psicosocial de la realidad. El descubrimiento de la gran fragilidad del ser humano es un valor que aparece súbitamente y sin previo aviso, en contraste con el mundo anterior que preconizaba libertades y seguridades eternas. Consecuentemente, las incertidumbres psicológicas se postularán como verdaderas afecciones psicosociales en el imaginario cotidiano, con una asunción de la realidad pandémica lenta, confusa e imprecisa.

Estos aspectos son absolutamente primordiales para una buena ordenación de las respuestas gubernamentales en sus consecuentes declaraciones públicas. Porque, precisamente, una de las propiedades fundamentales de la democracia es que quien da órdenes también ofrezca una convincente explicación, sino la confusión social y los trastornos de susceptibilidad se multiplicarán. Ser específicos y comunicar desde la transparencia es una de las más importantes responsabilidades políticas del administrador hacia el administrado.
 
2- TRANSFORMACIONES MORFOLÓGICAS
 
     Una realidad llamativa y curiosa de las pandemias es que, en el hemisferio norte, prácticamente todas han irrumpido en los meses de febrero y marzo, a las puertas de la primavera. Otra de las curiosidades es que todas han tenido una segunda oleada, generalmente más letal que la primera. Y una tercera particularidad ha sido la gran transformación morfológica experimentada en las sociedades de cada época. Un cambio de ciclo histórico. En los siguientes decenios acostumbran a producirse grandes cambios sociales respecto a todo lo conocido anteriormente. La pandemia transforma estructuras, contenidos y percepciones antiguas, propiciando un gran paso adelante de la humanidad en muchas de sus áreas políticas, sociales, económicas, sanitarias o tecnológicas, manifestándose en cada una de ellas de diversas maneras y con distintas características.

En realidad, las pandemias anuncian y presentan un cambio de ciclo de la historia general de la humanidad por su propia personalidad absolutista, porque, salvo excepciones, no existe otro efecto de la naturaleza que se globalice tan rápidamente ni que sus efectos sean tan letales. Ni inundaciones, ni tsunamis, ni terremotos, ni hambrunas, ni erupciones volcánicas... Todas pueden afectar masivamente a una región o a varios territorios con efectos devastadores, e incluso alguna puede llegar a tener algunas semejanzas; pero las pandemias, al constituirse repentinamente como enemigos ilocalizables y al transmitirse de manera invisible y aleatoria, son el adversario más temido. Es por ello que la superación y victoria sobre las mismas necesariamente provoca profundas transformaciones en las sociedades que las sufren, con importantes cambios en los ciclos históricos, afectando trascendentalmente a la cultura, la espiritualidad, la medicina, los procedimientos sanitarios, la socialización, la economía o la política.
 
     La gran epidemia de la primavera del 542, con un brote de peste bubónica aparecido durante la Pascua, alcanzó la populosa ciudad de Constantinopla, que vivía sus días más gloriosos de la mano del emperador Justiniano. Los médicos encontraron la razón de la plaga en el interior de las hinchazones de los cadáveres, aunque sin poder aislar la causa. Pronto la peste alcanzó las islas británicas, la actual Dinamarca e Irlanda, convirtiéndose en pandemia y abarcando tres continentes: Asia, África y Europa. Junto a la muerte del 25% de la población unos 50 millones de personas—, desaparecieron muchas plantas y un buen número de animales. Fue el fin de una época. La administración estatal se redujo al mínimo, produciéndose un estancamiento administrativo y militar, lo que supuso el fin de toda una serie de proyectos de unidad en el Mare Nostrum.

Sin embargo la sociedad reaccionó. Cambió la geopolítica y se adaptó al nuevo mundo surgido tras la epidemia. Aparecieron los longobardos en Italia, los ávaros en el Danubio y los francos en Francia. Pero el hecho más destacado fue la formación del imperio Carolingio, un primer esbozo de lo que siglos más tarde sería Europa. Y también la irrupción arábica en la frontera sudoriental del imperio romano, que daría lugar al Islam. Fueron cambios sociopolíticos y religiosos realmente trascendentes. (1)
 
     La peste negra, que alcanzó su algidez entre 1347 y 1353, fue un efecto de la primera globalización de la historia, que unió Europa y China en tiempos de Marco Polo. Empezó en Caffa, en el Mar Negro, y a partir de ahí la expansión se produjo gracias a la ruta de la Seda, por donde se transmitió la bacteria mortal, la Pasteurella Pestis, en el estómago de la pulga Xenopsilla, que vive en el pelaje de las ratas negras. La microscópica bacteria afectó a Europa en pleno siglo XIV, matando a más de la mitad de la población. Unos 25 millones de personas murieron por peste sólo en Europa, junto a otros 40 a 60 millones en África y Asia. La pandemia dejó grandes consecuencias psicológicas en la población, ya que las muertes se manifestaban horrendas y los supervivientes arrastraron secuelas psicológicas ante el hecho de ver, oler y sentir los cadáveres que se amontonaban en las calles. Sin embargo, un nuevo arte popular surgió al intentar entender y aceptar los efectos de la epidemia en la vida social: la danza de la muerte, y, también, una nueva espiritualidad basada en la devoción privada.

La peste negra cambió la sociedad subsecuente de arriba abajo. Se organizó de forma diferente a lo conocido hasta entonces, con novedades como la introducción de la cuarentena o la utilización de la mascarilla en los galenos. Se instauró una política más eficaz respecto a la higiene pública y el urbanismo; se reflexionó sobre las líneas maestras de la administración pública, se limitaron los populismos y sus luchas campesinas, y se difundió el humanismo, creándose las condiciones para el advenimiento del Renacimiento, que empezaría a deslumbrar en los albores del siguiente siglo. Un auténtico cambio de ciclo.
 
     1492 significó el inicio de las grandes epidemias en el Nuevo Mundo, transportadas y transferidas desde el Viejo. Los exploradores y conquistadores llevaron un buen número de enfermedades infecciosas que acabaron con más de la mitad de los indígenas: más de 50 millones de muertes. Todo comenzó con las epidemias por vía respiratoria: la gripe en 1493, el sarampión en 1500 y la viruela en 1519. Más tarde las que se propagaban por vía digestiva, diarreas o la fiebre tifoidea. Y, finalmente, las que lo hacían por las picaduras de mosquito, como el tifus. Así que, además de la conquista imperialista de carácter genocida, también sobrevino la aniquilación de una inmensa población indígena por causas sanitarias, aunque con el añadido de la destrucción pandémica de grandes culturas y etnias indígenas, como, por ejemplo, los aztecas. Todo ello significó el fin de una era y el principio de un nuevo mundo en las relaciones planetarias. Asimismo, el continente descubierto importó al viejo otras enfermedades, como la sífilis.

Sin embargo, la inmensa afectación sanitaria entre costas opuestas del Atlántico estimuló grandes evoluciones sociales. Las ciudades virreinales mesoamericanas fueron una nueva manera de establecer el progreso social en las urbes, con nuevos modelos urbanísticos, distintos a los del viejo mundo. Tras el impulso del descubrimiento y la aniquilación pandémica, el imperio español se impuso en la política europea, con un idioma que por primera vez traspasaría sus propias fronteras y se convertiría en lengua común en diversos territorios de dos continentes. Consecuentemente y como movimiento sociopolítico de alcance, la idea tradicional de imperio se ensancharía con una nueva concepción geopolítica de rango planetario: el colonialismo.
 
     La guerra de los 30 años entre 1618 y 1648 convirtió el siglo XVII en una secuencia de desastres con tres orígenes: la pequeña edad del hielo, la guerra de religión y una sucesión de epidemias de tifus, viruela, paludismo y peste. La región Lombarda fue el principal foco, con su capital en el centro neurálgico, por lo que se la conoció como la Peste de Milán. Su impacto inicial aniquiló a cerca de un millón de personas. El movimiento de tropas favoreció el contagio, al trasladarse por diferentes países, infectando a su paso en Alemania o en los Países Bajos, y alcanzando media Europa con grandes picos de infección en Austria y Hungría.

No obstante, la expansión pandémica llevó a la sociedad a encontrar nuevas vías para superar las discordias entre los pueblos. Se inventó la diplomacia y se perfeccionaron las leyes, en contra de las tradiciones supersticiosas que las menoscababan. Se creó la doctrina que estructuró el estado-nación como centro administrativo de la sanidad pública y el movimiento de personas y mercancías. Surgió la conciencia crítica como respuesta a la epidemia y los ilustrados acomodados del siglo XVIII, convirtiendo el saber en un valor en alza, tanto sobre la diversidad del mundo animal como del humano. Y, como consecuencia, se impuso lavarse las manos, separar a los enfermos para evitar contagios y la edificación de hospitales, pasando éstos a ser una responsabilidad del estado, con primitivas tentativas de sanidad pública en lugar de la de los curanderos y los religiosos.
 
     La gran epidemia de 1918-1920, la mal llamada gripe española, dejó casi 50 millones de muertos civiles, triplicando los fallecidos de la primera gran guerra mundial. A pesar de que se originó en la base militar de Fort Riley en febrero de 1918, llegó a Europa por el traslado de las tropas americanas para la Gran Guerra. El impacto sobre la población europea fue descomunal, arribando primeramente a Francia, Reino Unido e Italia, y más tarde a España, desvinculada del conflicto militar y con más capacidad de observación de sus estragos. La gripe afectó de lleno al país en la primavera de 1918, contagiando a ocho millones de personas y matando a más de trescientas mil.

Pero la sociedad reaccionó, tomando conciencia de la situación sanitaria e investigando en laboratorios de nuevo cuño. Se crearon institutos específicos, con una tecnología cada vez más sofisticada e incorporando métodos científicos más responsables y acotados. A pesar del malestar social de los años veinte con los problemas financieros que culminaron con el crac de la bolsa de Nueva York y la posterior aparición del totalitarismo alemán, italiano y español, la gripe española significó un gran cambio en la mentalidad médica y científica. Fue una de las razones que posibilitó el descubrimiento de vacunas y antibióticos, y la gran expansión de la medicina occidental. A pesar de que la vacuna específica para el virus H1N1 tardó 40 años en llegar, el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming en la siguiente década fue uno de los avances médicos y sociales más importantes de la época y la historia médica.

Con todo, a pesar del rescate ideológico del ancestral modelo imperialista mediante la fulgurante aparición de los fascismos, nuevos e importantes cambios condicionarían el inmediato futuro. Un futuro que en 1945 descolló con la creación de las Naciones Unidas, dando pie a un proceso de entendimiento planetario que, entre la creación de sus diversas agencias, se constituiría la Organización Mundial de la Salud (OMS) Posteriormente, los idílicos años 60, con la revolución de las comunicaciones y el masivo tránsito aéreo de personas alrededor del mundo, significaría una nueva transformación global absolutamente ajena al más próximo pasado.
 
     La presente pandemia a causa del Coronavirus SARS-CoV-2 es un punto de inflexión de alcance universal. Es un cambio de ciclo que ya viene anunciándose desde hace más de una década y que aún no se ha producido en su auténtica dimensión ecológica, social, política y económica. El cambio climático, las transformaciones medioambientales, la disminución de la producción de los combustibles fósiles, la inviabilidad de las exploraciones petroleras, las nuevas energías renovables, las crisis e inestabilidades económicas y financieras, y el aumento y masificación de la población son elementos que en los próximos años y decenios encarnarán un auténtico cambio de ciclo mundial. Esta transformación morfológica del planeta tendrá una gran influencia en sus habitantes, afectando al orden social, a los procedimientos políticos y jurídicos, a las relaciones sociales y a las economías privadas.

El cambio climático global es una crisis de escala planetaria sin antecedentes en la historia moderna, que obliga a tomar medidas excepcionales para evitar peores consecuencias por la dependencia de los combustibles fósiles, el petróleo, el carbón y el gas. Consecuentemente, se impondrá un sin precedente cambio estructural de marca ecológica, dando paso a las energías renovables. A la dependencia de un modo de vida malgastadora de las riquezas naturales se le unirá, aún más, un profundo cambio de actitud relacional respecto a la revolución digital, las comunicaciones en red y el teletrabajo.

A todo ello se sumarán importantes transformaciones en la manera de entender la función política del estado-nación y la concepción ética de la democracia, con el declive del capitalismo tal y como lo entendemos a día de hoy y la aparición de una economía más colaborativa ante las desviaciones neoliberales del capital, cada vez más en manos de unos pocos. Pero sobre estas variables futuras de cambio de ciclo ahondaré más profusamente en otro apartado de esta serie de Sociología de las pandemias.

No obstante, es conveniente apuntar que todos estos procesos transformativos a escala mundial aún no se han producido y tan solo se han atisbado los primeros movimientos, aunque en algunos ámbitos la pandemia ha acelerado su proceso de manera vertiginosa. Con todos los datos cotejados se puede afirmar que, desde la teoría de los ciclos históricos, el futuro empezará con la victoria médica, social y política sobre el Coronavirus SARS-CoV-2. La superación de la pandemia marcará el verdadero comienzo del siglo XXI, ya que afectará a las relaciones políticas y sociales por mucho tiempo.
 
3- LAS PANDEMIAS Y EL EFECTO COBRA
 
     Cuando a finales del siglo XVIII los ingleses fueron a la India para convertirla en colonia británica, vieron que en los campos y en las inmediaciones de las poblaciones habían muchas serpientes cobras. Con la intención de reducir la gran masificación de aquellos venenosos reptiles, propusieron pagar una recompensa de mil rupias a cada ciudadano que trajera una cabeza de una cobra muerta, pensando que, al imponer una regulación y con el incentivo de un premio, la gente empezaría a cazar cobras, acabando con el problema en pocos días.

Pero no tuvieron en cuenta de cómo actúan las personas en realidad. Los indios descubrieron que si mataban una cobra y la entregaban, cobraban mil rupias. Pero también se dieron cuenta de que cada cobra pone cuarenta huevos al año y que, por tanto, si en lugar de matar la cobra cuidaban aquellos cuarenta huevos, lo que sucedería es que al final podrían entregar cuarenta serpientes y, consecuentemente, cobrar cuarenta mil rupias. Y si al siguiente año siguieran cuidando los huevos que aquellos reptiles habrían puesto antes de entregarlos a las autoridades británicas, cobrarían muchísimas más rupias y el negocio sería redondo. Así que se dedicaron a criar cobras. Cuando los ingleses vieron que los indios estaban actuando de esta manera y que realmente les estaban tomando el pelo, clausuraron definitivamente el programa. Pero los indios, que ya no tenían ninguna necesidad de criar y cuidar cobras, liberaron a los reptiles, aumentando exponencialmente el número de serpientes venenosas en el país.

En sociología y en economía hay un concepto que denominamos ‘ley de las consecuencias inesperadas’, que significa que la buena voluntad administrativa que puede existir en ayudar a las personas para protegerlas, puede acabar siendo socialmente contraproducente. Es lo que en un lenguaje popular y de actuación muy primaria se denomina ‘hecha la ley, hecha la trampa’, aunque el efecto cobra es más que la aceptación de una norma y la creativa interpretación o esquiva actuación para una respuesta favorable contra esa normativa. El efecto cobra tiene unos condicionantes sociológicos que se expanden más allá de la simple y particular respuesta a una ley. Su actuación y efecto social tiene una incidencia que, por lo general, es inesperada, sorprendente e incluso inverosímil, de consecuencias imprevisibles.

El principio del efecto cobra se ha producido en muchos momentos críticos de la historia; y también se está reproduciendo en la presente pandemia. Cuando una administración regula una actividad mediante una ordenanza, la respuesta común de los ciudadanos es intentar escapar o eludirla, creando imprevisiblemente una nueva alteración social que, en algunos casos, incluso puede empeorar la situación anterior. Ejemplo de ello es el cierre de establecimientos de restauración en una ciudad o comunidad concreta. La respuesta de muchas personas es salir masivamente de esa ciudad o comunidad autónoma para disfrutar del asueto culinario en otra región en la que no hayan restricciones, por lo que la transmisión puede expandirse. Asimismo sucede al escapar de los confinamientos en las residencias habituales para trasladarse fuera de las ciudades, pasear por el campo o hacer excursiones en parajes conocidos y concurridos, generando nuevas aglomeraciones, conflictos y problemas sanitarios.

En una sociedad tan resuelta en el ejercicio de sus libertades y autonomía personal y donde las propuestas y posibilidades de expansión individual son muchas y muy variadas, y ante la pérdida de libertad que significa una restricción de carácter sanitario, los individuos parecen preferir libertad a seguridad. Y, como en el caso del efecto cobra, la respuesta ciudadana puede ser muy sorprendente e inverosímil, priorizando y anteponiendo los derechos individuales a los colectivos.

Habitualmente, las actuaciones de los gobiernos y administraciones públicas no tienen en cuenta el efecto cobra cuando planean actuaciones de carácter regulador. En el caso de la pandemia del Coronavirus SARS-CoV-2 hay muchos y suficientes ejemplos de cómo la población esquiva las reglamentaciones preventivas de maneras muy creativas para alcanzar sus objetivos e intereses particulares, manteniendo a toda costa sus privilegios de libertad personal. Y lo que en principio podría parecer una buena propuesta sanitaria, se transforma en un conflicto de mayores dimensiones.
 
     Durante la crisis del Ébola en África, uno de los mayores problemas sanitarios surgía en los funerales, porque, al despedirse de sus seres queridos, los velatorios se convertían en brotes, ya que los cadáveres seguían siendo muy infecciosos. Se producía una cantidad intolerable de contagios, pero las familias no hacían mucho caso de las tajantes recomendaciones de las autoridades sanitarias, generalmente llegadas de Europa. Hasta que se puso en marcha un equipo de antropólogos que, desde el conocimiento de la cultura y las costumbres africanas y junto a los líderes de las comunidades religiosas, repensaron los velatorios. De este modo, los rituales y las medidas sanitarias pudieron compatibilizarse, disminuyendo las muertes por contagios.

Ante la sorpresiva irrupción de la presente pandemia, los poderes públicos se olvidaron de diversos segmentos de la sociedad, como los ancianos. Muchos pagaron el olvido con sus vidas. Y, también, durante el confinamiento se olvidaron de los jóvenes, porque no causaban problemas. Fueron los que mejor se adaptaron, en parte por su vinculación con la cibercultura, un terreno en el que en parte ayudaron a los más mayores, y por lo que podemos llamar ‘la cultura de la habitación’. Pero cuando el desconfinamiento llegó volvieron a ser olvidados, tomaron posición de hartazgo y, al establecer nuevas regulaciones, mostraron su otra cara a modo del efecto cobra. Los botellones públicos y las fiestas privadas fueron la imprevisible respuesta a las normas. El error fue no contar con ellos para una estrategia de responsabilidad y cogestión. La juventud vive el presentismo, también porque, en general, en esta sociedad les resulta imposible planificar un futuro a medio o largo plazo, aunque también hay una tendencia en la cultura juvenil hacia un ocio más tranquilo, más lento, que conecta con la preocupación por la sostenibilidad y el cambio climático.

Conocer los rituales, las costumbres, los hábitos y, sobre todo, la capacidad de responsabilidad colectiva de una sociedad, es absolutamente imprescindible para una buena y adecuada resolución social de los conflictos. Por ello hay que entender las normas no escritas de cómo funcionan nuestras sociedades y cómo la amoralidad social afecta al ejercicio de la ética común, sino el efecto cobra toma posiciones de descontrol ciudadano.  

 

(1) Apuntes de El ‘día después’ de las pandemias históricas; José Enrique Ruíz-Domènech; Plaza edición, 2020.

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