© 2020 Josep Marc Laporta
1-Teoría del cambio de rasante psicosocial
2-El confinamiento ideológico
3-Desdoblamiento capitalista
4-Capitalismo en red
1- TEORÍA DEL CAMBIO DE RASANTE PSICOSOCIAL
El
tiempo pandémico no solo ha traído a las sociedades una profunda conciencia de
indefensión sanitaria, sino también una desubicación general de carácter
psicosocial. En ambas acontecen similares mecanismos de desamparo. Sin embargo,
la aparición de un agente tan desconocido e invisible, capaz de alterar
profundamente la vida de las personas, al final se convertirá en una agresión de
resultados beneficiosos que afectará a todas las esferas de la vida. Como ya apunté
en un anterior capítulo, en distintas pandemias de la historia se ha podido observar
cómo tras el paso de un virus se produjeron importantes cambios de mentalidad
social. Y aunque en muchos casos la vuelta a Dios o a lo transcendente y
religioso fue el gran hallazgo para la superación espiritual ante la calamidad
sanitaria y el vacío existencial, por lo general también aparecen determinantes
indicios que estimulan una maduración de la psique social, provocando un
profundo cambio de pensamiento y perspectiva colectiva. Son pasos adelante de gran
alcance donde los individuos de las sociedades resultantes descubren nuevos horizontes
de vida y diferentes comprensiones comunitarias, hasta aquel momento veladas.
Introducirnos en la teoría del cambio de rasante psicosocial nos lleva a considerar ciertos sucesos cumbres de la historia como dos tramos de distinta inclinación en una misma vía, que obliga a aminorar la marcha de conducción en la subida ante la poca visibilidad y gran peligrosidad que presenta, para seguidamente superarla en la cumbre, con mayor claridad y nuevos horizontes en la pendiente de bajada. Las pandemias entran dentro de esta teoría del cambio de rasante en que las sociedades quedan paralizadas por un acontecimiento natural muy superior a sus capacidades vigentes, por lo que un país, gran parte de un continente, un hemisferio o, incluso, el planeta entero se ve obligado a reducir al máximo sus actividades y ritmos de vida para intentar alcanzar y rebasar la cúspide pandémica, y superar todas las adversidades a fin de encarar nuevos y desconocidos horizontes. Por lo tanto, la superación de una crisis pandémica no solo es el descabezo de la acción y actividad del virus, con todas las víctimas y pérdidas humanas y materiales que implica, sino el aprendizaje psicosocial del cambio de rasante histórico. Hay un paso adelante —que se puede denominar progreso—, producto de la tensión que supone la dilatada y difícil subida de la cuesta, la insuficiente visibilidad que se divisa en la cima y la experiencia resultante de la acumulación vital histórica. Y el punto álgido del cambio de rasante es, en realidad, un gran paso adelante en la emancipación del pensamiento social, gracias a la dura, prolongada e inapelable lucha de ascensión impuesta por la pandemia y, muy especialmente, por la acumulación de la mochila histórica.
La cumbre o superación de la curva pandémica es el lugar donde se puede observar el pasado y el presente para intuir un futuro que, en principio, aún se presenta muy incierto. En ese punto hay una perspectiva social nueva y diferente desde ambas miradas, vislumbrándose un aprendizaje existencial de alto poder transformador. La lucha a muerte —o más bien a vida— frente a un elemento tan invisible y poderoso como es un virus, obliga a profundos replanteamientos sanitarios, morales y sociales que obligarán a dar un gran salto cuantitativo y cualitativo hacia un nuevo y todavía desconocido mañana. Las sociedades que han superado una epidemia han aprendido la auténtica orfandad psicosocial que significa subir la pendiente sin atisbar ningún futuro, por lo que la cúspide y la postpandemia asoma repleta de experiencias y aprendizajes de fondo, tanto históricos como contextuales, que exponencialmente dibujarán nuevas perspectivas.
2- EL CONFINAMIENTO IDEOLÓGICO
Todos
los cambios y transiciones históricas han estado alimentados en sus entrañas
por algún largo proceso de confinamiento ideológico. La gran crisis del siglo
XIV no solo fue una crisis social, demográfica y sanitaria provocada por la
Peste Negra de 1348 que aniquiló a una tercera parte de la población europea,
sino también estuvo muy ligada a una inadecuación del modelo de producción
feudal respecto al aumento de las fuerzas productivas. El patrón feudal
empezaba a ser incapaz de asumir una mayor y mejor producción, contrastando con
el creciente aumento de la población que se había producido aproximadamente
desde el año 1000. También la imposibilidad de acrecentar el lento ritmo de
mejoras técnicas y agrarias que pudieran desconectar de la ciencia medieval influyó
de manera muy determinante en la desconexión del modelo feudal. Paradójicamente,
bajo la norma del feudalismo los señores no convertían los excedentes de
producción en capital colectivo; así que los campesinos, que eran el auténtico
granero de la sociedad, quedaban condenados a una producción sin capitalización
de su propia productividad, mientras que la burguesía y los pequeños enclaves de
servidumbre se convertían en acaparadores subsidiarios de un capital impropio
que al mismo tiempo no revertía en el equilibrio social. Es
entonces, con la crisis pandémica, cuando a partir del siglo XIV el feudalismo
empieza a disolverse, no solo en sus aspectos económicos, sino en los sociales
y políticos. Es el fin de la servidumbre y el vasallaje en Europa Occidental y
se produce una segmentación entre la alta y baja nobleza, propiciando un
aumento de poder de las monarquías autoritarias frente a las soberanías feudales
anteriores. La transición y transformación que empieza con la Peste Negra es un
cambio ideológico en la concepción económica de la sociedad. Es por ello que
los cambios de rasantes psicosociales tienen, sobretodo, un marcado acento
económico por su gran importancia de transformación social, siendo puntos de
inflexión históricos en la recomprensión de la riqueza común. Posteriormente
y en gran parte impulsado por la irrupción del protestantismo, emergerá el
valor del trabajo, la propiedad privada, la competencia, el libre mercado, la propiedad privada y un primitivo sistema de precios como valores
fundamentales del incipiente capitalismo, que decenio tras decenio se irá
convirtiendo en el eje productivo y de avance tecnológico más revolucionario de
la historia. Muy posteriormente, el paréntesis político y económico del socialismo
y comunismo de finales del siglo XIX hasta muy avanzado el XX, propondrá la participación
conjunta de los medios de producción, la propiedad colectiva, la planificación
económica centralizada y la eliminación de las clases sociales. No obstante, la
vigencia del comunismo como modelo económico y social será aniquilada por la
gran vitalidad productiva, competitiva y tecnológica del capitalismo. Sin
adentrarnos mucho más a fondo en otras consideraciones históricas y
contextuales, sirva este breve y rápido apunte sobre el feudalismo y la aparición
del capitalismo como ejemplo de que los cambios sociales postpandémicos tienen
un gran poso de confinamiento o prisión ideológica precedente, que es donde
radica la verdadera fuerza de las transiciones históricas. Desde
los años 80, el capitalismo está dando serios síntomas de agotamiento. El gran
y exponencial crecimiento occidental en tecnología, industria, servicios y
comunicaciones que se produjo desde finales del siglo XIX ha excitado un tipo
de capitalismo acaparador y usurero que, en lugar de ser fuente de recursos paritarios,
poco a poco se ha convertido en concentración de dinero invisible, dividendos
contables y acciones volubles que, preferencialmente, solo enriquecen a ricos. Es
evidente que desde hace algunos decenios el concepto de capitalismo no está
asociado específicamente al valor del trabajo y el esfuerzo productivo sino a la
riqueza flotante que generan y mantienen los más poderosos. En el entramado y
enmarañado sistema financiero internacional, el verdadero corazón del
capitalismo del siglo XX y XXI son los fondos de inversión y las bolsas, con sus
apuestos ejecutivos que negocian con simples números sin que haya una relación
directa con la producción y el esfuerzo productor; es decir, el trabajo de los
individuos. Así que la enfermedad moral del capitalismo es que sus grandes gestores
manejan mucho más dinero que el de los presupuestos de los países más ricos del
mundo y más números fantasmas que la comparativa producción en horas de
trabajo. Hace
ya muchos decenios que el planeta ha quedado atrapado en un confinamiento
ideológico capitalista que se ha postulado como interminable, lo que, a pesar
de las evidencias, ha inducido a pensar que la pandemia ha acabado de concretar
la idea de que el capitalismo no tiene alternativa. Esta paradoja entre el
agotamiento del sistema y la no viabilidad de solución es una gran incoherencia
social. Por lo tanto, queda patente que hemos estado en un confinamiento
ideológico planetario sin oportunidad de desconfinamiento. Entre treinta y
cuarenta años atrás podría ser la fecha más o menos acertada para situar el
momento en que paulatinamente nuestro mundo empezó a sospechar que las bondades
del capitalismo ya no eran tan benignas sino que empezaban a ser muy
inmisericordes. Superada la batalla contra el comunismo como modelo de
organización socioeconómica —con la
propiedad común de los medios de producción y el intento de eliminación de las
clases sociales—, el mundo quedó abocado a un
modelo de mercado libre y liberado, no gobernado de manera prioritaria por saludables transacciones comerciales sino por el capital fantasma, las bolsas y los fondos
de inversión. Y estos modelos se impusieron hasta el punto de monopolizar el
concepto de progreso y evolución económica. Consecuentemente, la idea dominante
que durante años ha prevalecido es que no hay una alternativa real al
capitalismo. Los
últimos coletazos del capitalismo liberal, con su rostro más agresivo, el
neoliberal, parece haberse postulado como el único camino para un mundo que no
cree en otras alternativas porque realmente las desconoce, por lo tanto,
psicosocialmente ni se opone ni lo resiste. El confinamiento ideológico
con el que convivimos desde hace tiempo y los efectos de la pandemia del
coronavirus está determinando un futuro socioeconómico aún mucho más agresivo e
impulsivo, pero también muy incierto, en el que las personas que anteriormente
se habían liberado de la ideología comunista no encuentran en el capitalismo
suficientes garantías de pervivencia y pelean para encontrar un modelo más
colaborativo. La
crisis pandémica y el cambio de rasante que se avecina está poniendo al
descubierto con mayor celeridad y severidad las carencias del sistema
capitalista neoliberal, hasta el punto de que la confianza en las supuestas ventajas
que podría aportar la globalidad han quedado maniatadas por la gran fortaleza
socioeconómica de las multinacionales en red que usan la globalización para
monopolizar la riqueza del planeta. Consecuentemente, el modelo de e-commerce,
junto al capital fantasma del dinero invisible, apunta a convertirse en la
mayor transformación socioeconómica de la postpandemia. (También, y como desarrollaré más adelante en un posterior apartado, la degradación del planeta y el cambio climático es otro de los confinamientos ideológicos que proviene del siglo XX). 3- DESDOBLAMIENTO CAPITALISTA Asumida
la realidad sociológica del confinamiento neoliberal de los últimos decenios, hay
que tener en cuenta que, a pesar del estancamiento ideológico, en el presente subsisten
básicamente dos modelos de capitalismo. Por un lado, el chino, con el capitalismo
de estado; y, del otro, el apadrinado por Occidente y representado por
Estados Unidos y Europa: el capitalismo neoliberal. Sin embargo, desde
los inicios del presente siglo, con la consolidación de Internet, las
comunicaciones en red y el e-commerce, ambos modelos han descubierto la
potencia y posibilidades capitalistas de la gran red. Y aunque en este tipo de
negocios los emprendedores estadounidenses han sido quienes han tomado una
cierta ventaja con empresas punteras como Apple, Microsoft, Google o Amazon, Asia,
y más concretamente China, también ha creado sus grandes plataformas de negocio
on-line, con WeChat, Alibaba y sus diferentes marcas según el tipo de
negocio, como Taobao, Tmall, Alipay y Aliexpress, el motor de búsqueda Baidu,
NetEase, Tencent Music Group o Giant Interactive Group, entre otros. Por
lo tanto es indudable que el mañana postpandémico llegará para quedarse bajo
dos modelos de capitalismo que en una lucha sin cuartel persiguen acaparar su
espacio de negocio con el fin de controlar económicamente cuantas más regiones
del planeta posible. Estados Unidos y Europa pretenden seguir dominando todo el entorno de Occidente,
y China procura hacer lo mismo con una buena parte de Asia, Sudamérica y África. Es decir, capitalismo
de estado contra capitalismo neoliberal con las multinacionales en
red como actores determinantes del futuro capitalista, junto al dinero fantasma.
Y, mientras tanto, Japón se alista con ambos. Consecuentemente, el modelo
capitalista de acumulación —privada y macro empresarial— se está convirtiendo en
necrótico. Mientras
la pandemia parece estar acabando de introducir e imponer la gran comodidad y viabilidad del
comercio en red, la realidad es que en los últimos meses han desaparecido
100.000 empresas en España o, lo que es lo mismo, un 7% de ellas. Y los datos
proyectados indican que podría llegar a un 20%. Pero, aparte del efecto destructor empresarial de la pandemia, estas cifras evidencian los estratosféricos monopolios económicos
universales que tanto preocupan y que ya son imposibles de detener. El 59% de
la riqueza potencial mundial está controlada y gestionada por el 10% de la
población. Mientras que un 22% de menor incidencia está administrado por el
20%. Así que, sumados los números y analizado en contexto, significa que el 30%
de la población controla el 81% de la riqueza mundial, indicando una
concentración cada vez más grande de grandes fortunas en unos pocos. Pero un
detalle preocupante descuella con fuerza: el 10% más pobre de la población
controla el -0’3% de la riqueza. Sí: menos cero coma tres por ciento. ¿Cómo es
posible esta disparidad?: porque las deudas contraídas de ese 10% de población
superan su propio patrimonio. Estos
datos nos descubren otra realidad: la gran diversificación de las clases
sociales. En Occidente, la antigua y tradicional distribución de clase alta,
clase media y clase baja, a día de hoy se ha redimensionado en otra categorización:
clase alta, clase media alta, media-media, media baja y baja, y en algunos casos baja-baja. Mientras que en gran
parte de Oriente, África y algunos países sudamericanos las clases sociales
están ordenadas bajo una simple ecuación prácticamente binaria: clase alta,
clase media-alta y clase baja y baja-baja. En
la presente pandemia, estas desigualdades que se nutren de los dos
modelos ya expuestos de capitalismos planetarios imposibles de revertir, se
están acelerando tanto sociológicamente como económicamente por la creciente
fuerza de un nuevo tipo de negocio capitalista de altos dividendos y omisión de
responsabilidades sociales: el e-commerce. 4- CAPITALISMO EN RED El
siglo XXI empieza definitivamente con este progresivo cambio histórico de
carácter capitalista de las empresas en línea. Como uno de los ejemplos del
gran alcance transformador del nuevo valor en alza, emerge Amazon Inc. —la compañía estadounidense de comercio electrónico y
servicios de computación en la nube. Durante
los primeros meses de la pandemia, Amazon ha consolidado su desarrollo mundial,
por ejemplo y más concretamente en España, con un crecimiento exponencial de
más del 70%. Y en el resto de Occidente los números alcanzan valores similares
o superiores, como es el caso de los Estados Unidos, que supera el 80%. De manera que en la
actualidad Amazon tiene el 50% más de empleados que tenía hace un año, y se
estima que a esta velocidad en dos años será la compañía con más empleados del planeta.
Jeff Bezos, su propietario y actualmente el hombre más rico del mundo, ha sido
el primero que ha llegado a una fortuna de 200 mil millones de dólares. Como un
detalle más que anecdótico, se puede afirmar que tras los efectos de sus
negocios en red en plena crisis del coronavirus, Jeff Bezos es tan rico que
podría dar una gratificación a cada uno de sus empleados —unos 798.000—
en torno a los 70.000 dólares y después de ello sería tan rico como cuando
empezó la pandemia. Prosiguiendo
con el mismo ejemplo de la compañía norteamericana, Amazon no es solo una gran
red de venta de productos on-line con más de 140 km2 de almacenes y
centros logísticos en muchas ciudades del planeta, sino un modelo de servicio
increíblemente efectivo para el gran público, que encarga y recibe el producto
elegido desde sus casas en un tiempo récord, de manera muy rápida, asequible y
personalizada. Sin embargo, el coste del crecimiento de Amazon lo sufren las
tiendas del sector en las ciudades, aunque, por otro lado, afecte positivamente
a algunas pequeñas empresas regionales que trabajan para la compañía
estadounidense. Pero no solo el comercio local siente su zarpazo, sino también
lo sufren las urbes que ven cómo la base impositiva cambia de manera radical.
Amazon paga tan solo el 1’2% de tasa impositiva en Estados Unidos, que es su
residencia fiscal, aunque una inmensa parte de las ganancias de su negocio no
repercute en las ciudades donde entrega los paquetes. Sin embargo, Amazon
genera una gran movilidad y transporte por la actividad de reparto que, en una
ciudad como Madrid, se estima que es entre trescientos y cuatrocientos mil
paquetes al día. En el mundo el rendimiento diario es 1,6 millones de paquetes
enviados. Evidentemente
estos números tienen un gran impacto medioambiental, además de una gran repercusión
sobre el uso de las infraestructuras de las ciudades, como la movilidad o la
recogida de residuos y embalajes. Y, sin embargo, en términos de impuestos solo
es un tipo impositivo insignificante, en un país que no es donde realmente está
radicada la empresa. Y aunque genera miles de puestos de trabajo alrededor del
mundo, la inmensa mayoría de ellos son precarios y no especializados, con la
particularidad añadida de la determinante y cada vez más creciente apuesta por
la total automatización de los almacenes. Es evidente que este modelo de negocio on-line
está generando una gran inquietud en todo el mundo por el gran e incontrolable
impacto que están teniendo los e-commerce y todas las multinacionales en
red. No solo Amazon. Pero sigamos con el ejemplo de la compañía de Seattle
para observar un poco qué puede haber detrás del cambio de rasante. De
momento y a pesar del éxito de otras compañías norteamericanas como Google —que es capaz de guardar todos nuestros movimientos y
trayectos para informarnos minuto a minuto de todos los detalles de dónde hemos
estado en cualquier día de nuestra vida para, además, ofrecernos una
información personalizada—, Amazon se está poniendo por
delante de Apple, Microsoft o del mismo Google en un tiempo récord. No hace mucho tiempo que
Amazon ha empezado a introducirse en los medios de comunicación, creando su
plataforma de televisión: Amazon Prime Video. En 2017 abrió la primera
tienda física de comestibles, Amazon Go, el supermercado de proximidad y
cibernético donde todo son algoritmos y cada vez que se coge un producto ya se
está cargando en el teléfono móvil y al salir no es necesario pagar en una caja,
porque directamente se carga en la correspondiente cuenta corriente. Pero asimismo
Amazon también se está introduciendo en el mundo de la automoción, con el
proyecto de enviar un coche directamente a la dirección postal del solicitante,
para después de usarlo dejarlo aparcado en cualquier lugar del planeta, tan
solo informando de la calle para que lo recojan. La
empresa norteamericana ya es mucho más que una multinacional: es un ente de
diferenciación y diversificación de productos y servicios planetarios. Una parte
fundamental de su negocio es Amazon Web Services, la compañía de hosting
—alojamiento web— que se estima que almacena ya el 30% de Internet.
Si se desconectaran sus servidores, la mayor parte de cosas que hacemos por
Internet, desde escuchar canciones a mirar películas, ya no funcionaría, porque
el peso del funcionamiento de Internet cae tanto sobre la estructura de Amazon
Web Services que sería imposible tener Internet sin que Amazon la sostenga.
Y a esto hay que sumarle The Washington Post, uno de los periódicos más
importantes del mundo, propiedad de Jeff Bezos. O compañías de exploración
espacial como Blue Origin; o el asistente personal Amazon Echo Dot, que
con siete micrófonos está atento para atender cualquier pregunta y resolverla
con una mirada cibernética en cualquier lugar del mundo; o la reciente
introducción en la industria farmacéutica con PillPack. La
pandemia y el modelo de servicio de Amazon ha contagiado el mercado y ha espoleado
la competencia con una gran redimensión del tratamiento del producto y la rápida entrega a domicilio. Y todo ello con un inconfundible sello de diferenciación,
diversificación y con una extrema comodidad y rapidez en el servicio.
Realmente, un cambio sociocultural de dimensiones incalculables. El espacio de
tiempo que va desde que en el salón de su casa el cliente decide qué producto
comprar y que ese producto esté en una caja viajando hacia el domicilio es tan
corto, que ahí radica el secreto de la compañía. Pero esa velocidad y servicio
genera mucho más impacto ambiental y emisiones de Co2 al tener miles de furgonetas
entregando paquetes en las casas de todo el mundo, que tener personas
desplazándose a los tradicionales comercios locales. Es un cambio sustancial de
modelo y comportamiento social. No obstante, si hay algo determinante en la filosofía de empresa de los e-commerce es eliminar a los más directos competidores, ya sea con la absorción por la fuerza o con una dura competencia basada en ofrecer el mismo producto hasta un 30% más barato hasta que el competidor se vea obligado a cerrar definitivamente. Son las garras del nuevo capitalismo en red.
Es
presumible que el impacto sociológico de la pandemia acabe de transformar de
manera muy determinante muchos de los hábitos socioeconómicos que ya se estaban
apuntando en los últimos años. Además de la fuerte competencia monopolística en la gran red y la predicción de las intenciones del comprador a través de algoritmos que delatan nuestras búsquedas y permiten que el producto se traslade rápidamente a la fuente de distribución para el posible envío, el impacto del e-commerce en los ciudadanos transformará el mundo urbano. Las tiendas de proximidad futuras cambiarán su fisonomía, y probablemente tendrán que ser mucho más especializadas y experienciales, con un disfrute presencial de
colores, sensaciones, estéticas e incluso olores que den a la
compra un sentido más completo, además del gran valor de la atención personalizada. También es probable que cada vez más se establezca una gran
distancia conceptual respecto a las típicas tiendas de productos primarios y de
cercanía, mientras que las del marketing experiencial adquirirán aún más una
aureola de parque temático comercial que de tienda de venta tradicional. Todos
estos grandes procesos de cambios económicos y de comercio on-line que
he ejemplarizado particularmente con Amazon, no son un simple asunto de hábitos
de compra o de prácticas mercantiles al uso, sino una transformación sociológica
y económica de gran alcance que tiene también otras muchísimas empresas del planeta
trabajando en la misma dirección. Hay ejemplos en todas las áreas: Spotify, eBay, Rakuten, Zalando, Otto, TripAdvisor, Workday, Airbnb, Netflix o Booking. El futuro impondrá la competencia comercial en un plató económico planetario y en la gran red. La aparición de Internet a finales del pasado
siglo ya empezó a dar claros síntomas de un comportamiento social distintivo y transformador,
sin embargo, los cambios fueron una adecuación muy paulatina y progresiva. Pero
desde esta crisis pandémica se observa no solo una mayor y exponencial utilización de los nuevos
recursos tecnológicos e informáticos sino un auténtico cambio de mentalidad
social con una dependencia aún mayor del capitalismo en red, que es el
fondo sociológico y antropológico que nos ocupa. Son dos modelos de capitalismo
—el capitalismo de estado y el
capitalismo neoliberal— que, enfrentados entre sí y con
ansias de control planetario, cambiarán la personalidad social e incluso el
comportamiento antropológico en el futuro más inmediato. Y todo mediante la presión cibernética y el control sin límites de la información privada. Sociológicamente,
las pandemias tienen la virtud de transformar los vectores internos y de
recorrido profundo de la historia y, en algunos casos, acelerarla. A diferencia
de anteriores pandemias, más pausadas y progresivas con sus marcas sociales, nuestro
futuro se precipita en una brusca aceleración que, cuando el cambio de rasante
se supere, es previsible que ya habremos sobreevolucionado y ya nos habremos transportado
sociológicamente unos diez años adelante. El resto, el recorrido profundo de la
sociología histórica, se visibilizará en los siguientes decenios.
Todos
los cambios y transiciones históricas han estado alimentados en sus entrañas
por algún largo proceso de confinamiento ideológico. La gran crisis del siglo
XIV no solo fue una crisis social, demográfica y sanitaria provocada por la
Peste Negra de 1348 que aniquiló a una tercera parte de la población europea,
sino también estuvo muy ligada a una inadecuación del modelo de producción
feudal respecto al aumento de las fuerzas productivas. El patrón feudal
empezaba a ser incapaz de asumir una mayor y mejor producción, contrastando con
el creciente aumento de la población que se había producido aproximadamente
desde el año 1000. También la imposibilidad de acrecentar el lento ritmo de
mejoras técnicas y agrarias que pudieran desconectar de la ciencia medieval influyó
de manera muy determinante en la desconexión del modelo feudal. Paradójicamente,
bajo la norma del feudalismo los señores no convertían los excedentes de
producción en capital colectivo; así que los campesinos, que eran el auténtico
granero de la sociedad, quedaban condenados a una producción sin capitalización
de su propia productividad, mientras que la burguesía y los pequeños enclaves de
servidumbre se convertían en acaparadores subsidiarios de un capital impropio
que al mismo tiempo no revertía en el equilibrio social.
Es
entonces, con la crisis pandémica, cuando a partir del siglo XIV el feudalismo
empieza a disolverse, no solo en sus aspectos económicos, sino en los sociales
y políticos. Es el fin de la servidumbre y el vasallaje en Europa Occidental y
se produce una segmentación entre la alta y baja nobleza, propiciando un
aumento de poder de las monarquías autoritarias frente a las soberanías feudales
anteriores. La transición y transformación que empieza con la Peste Negra es un
cambio ideológico en la concepción económica de la sociedad. Es por ello que
los cambios de rasantes psicosociales tienen, sobretodo, un marcado acento
económico por su gran importancia de transformación social, siendo puntos de
inflexión históricos en la recomprensión de la riqueza común.
La
crisis pandémica y el cambio de rasante que se avecina está poniendo al
descubierto con mayor celeridad y severidad las carencias del sistema
capitalista neoliberal, hasta el punto de que la confianza en las supuestas ventajas
que podría aportar la globalidad han quedado maniatadas por la gran fortaleza
socioeconómica de las multinacionales en red que usan la globalización para
monopolizar la riqueza del planeta. Consecuentemente, el modelo de e-commerce,
junto al capital fantasma del dinero invisible, apunta a convertirse en la
mayor transformación socioeconómica de la postpandemia. (También, y como desarrollaré más adelante en un posterior apartado, la degradación del planeta y el cambio climático es otro de los confinamientos ideológicos que proviene del siglo XX).
Asumida
la realidad sociológica del confinamiento neoliberal de los últimos decenios, hay
que tener en cuenta que, a pesar del estancamiento ideológico, en el presente subsisten
básicamente dos modelos de capitalismo. Por un lado, el chino, con el capitalismo
de estado; y, del otro, el apadrinado por Occidente y representado por
Estados Unidos y Europa: el capitalismo neoliberal. Sin embargo, desde
los inicios del presente siglo, con la consolidación de Internet, las
comunicaciones en red y el e-commerce, ambos modelos han descubierto la
potencia y posibilidades capitalistas de la gran red. Y aunque en este tipo de
negocios los emprendedores estadounidenses han sido quienes han tomado una
cierta ventaja con empresas punteras como Apple, Microsoft, Google o Amazon, Asia,
y más concretamente China, también ha creado sus grandes plataformas de negocio
on-line, con WeChat, Alibaba y sus diferentes marcas según el tipo de
negocio, como Taobao, Tmall, Alipay y Aliexpress, el motor de búsqueda Baidu,
NetEase, Tencent Music Group o Giant Interactive Group, entre otros.
El
siglo XXI empieza definitivamente con este progresivo cambio histórico de
carácter capitalista de las empresas en línea. Como uno de los ejemplos del
gran alcance transformador del nuevo valor en alza, emerge Amazon Inc. —la compañía estadounidense de comercio electrónico y
servicios de computación en la nube. Durante
los primeros meses de la pandemia, Amazon ha consolidado su desarrollo mundial,
por ejemplo y más concretamente en España, con un crecimiento exponencial de
más del 70%. Y en el resto de Occidente los números alcanzan valores similares
o superiores, como es el caso de los Estados Unidos, que supera el 80%. De manera que en la
actualidad Amazon tiene el 50% más de empleados que tenía hace un año, y se
estima que a esta velocidad en dos años será la compañía con más empleados del planeta.
Jeff Bezos, su propietario y actualmente el hombre más rico del mundo, ha sido
el primero que ha llegado a una fortuna de 200 mil millones de dólares. Como un
detalle más que anecdótico, se puede afirmar que tras los efectos de sus
negocios en red en plena crisis del coronavirus, Jeff Bezos es tan rico que
podría dar una gratificación a cada uno de sus empleados —unos 798.000—
en torno a los 70.000 dólares y después de ello sería tan rico como cuando
empezó la pandemia.
La
pandemia y el modelo de servicio de Amazon ha contagiado el mercado y ha espoleado
la competencia con una gran redimensión del tratamiento del producto y la rápida entrega a domicilio. Y todo ello con un inconfundible sello de diferenciación,
diversificación y con una extrema comodidad y rapidez en el servicio.
Realmente, un cambio sociocultural de dimensiones incalculables. El espacio de
tiempo que va desde que en el salón de su casa el cliente decide qué producto
comprar y que ese producto esté en una caja viajando hacia el domicilio es tan
corto, que ahí radica el secreto de la compañía. Pero esa velocidad y servicio
genera mucho más impacto ambiental y emisiones de Co2 al tener miles de furgonetas
entregando paquetes en las casas de todo el mundo, que tener personas
desplazándose a los tradicionales comercios locales. Es un cambio sustancial de
modelo y comportamiento social. No obstante, si hay algo determinante en la filosofía de empresa de los e-commerce es eliminar a los más directos competidores, ya sea con la absorción por la fuerza o con una dura competencia basada en ofrecer el mismo producto hasta un 30% más barato hasta que el competidor se vea obligado a cerrar definitivamente. Son las garras del nuevo capitalismo en red.
Estoy siguiendo la lectura esta serie y aunque en algunas afirmaciones tendría algunos repoaros, me parece muy acertada la línea que toma. Cabe preguntarse si la pandemias van parejas al progreso o si son respuesta de ello. Lo sistémico no siempre es autémico.
ResponderEliminarGran aportación lo del cambio de rasante para la comprensión de las pandemias y sus efectos interactuales. Gracias.
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