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· Sociología de las pandemias (2)

© 2020 Josep Marc Laporta

1-Teoría del cambio de rasante psicosocial
2-El confinamiento ideológico
3-Desdoblamiento capitalista
4-Capitalismo en red

 

1- TEORÍA DEL CAMBIO DE RASANTE PSICOSOCIAL 


     El tiempo pandémico no solo ha traído a las sociedades una profunda conciencia de indefensión sanitaria, sino también una desubicación general de carácter psicosocial. En ambas acontecen similares mecanismos de desamparo. Sin embargo, la aparición de un agente tan desconocido e invisible, capaz de alterar profundamente la vida de las personas, al final se convertirá en una agresión de resultados beneficiosos que afectará a todas las esferas de la vida. Como ya apunté en un anterior capítulo, en distintas pandemias de la historia se ha podido observar cómo tras el paso de un virus se produjeron importantes cambios de mentalidad social. Y aunque en muchos casos la vuelta a Dios o a lo transcendente y religioso fue el gran hallazgo para la superación espiritual ante la calamidad sanitaria y el vacío existencial, por lo general también aparecen determinantes indicios que estimulan una maduración de la psique social, provocando un profundo cambio de pensamiento y perspectiva colectiva. Son pasos adelante de gran alcance donde los individuos de las sociedades resultantes descubren nuevos horizontes de vida y diferentes comprensiones comunitarias, hasta aquel momento veladas.

Introducirnos en la teoría del cambio de rasante psicosocial nos lleva a considerar ciertos sucesos cumbres de la historia como dos tramos de distinta inclinación en una misma vía, que obliga a aminorar la marcha de conducción en la subida ante la poca visibilidad y gran peligrosidad que presenta, para seguidamente superarla en la cumbre, con mayor claridad y nuevos horizontes en la pendiente de bajada. Las pandemias entran dentro de esta teoría del cambio de rasante en que las sociedades quedan paralizadas por un acontecimiento natural muy superior a sus capacidades vigentes, por lo que un país, gran parte de un continente, un hemisferio o, incluso, el planeta entero se ve obligado a reducir al máximo sus actividades y ritmos de vida para intentar alcanzar y rebasar la cúspide pandémica, y superar todas las adversidades a fin de encarar nuevos y desconocidos horizontes. Por lo tanto, la superación de una crisis pandémica no solo es el descabezo de la acción y actividad del virus, con todas las víctimas y pérdidas humanas y materiales que implica, sino el aprendizaje psicosocial del cambio de rasante histórico. Hay un paso adelante que se puede denominar progreso, producto de la tensión que supone la dilatada y difícil subida de la cuesta, la insuficiente visibilidad que se divisa en la cima y la experiencia resultante de la acumulación vital histórica. Y el punto álgido del cambio de rasante es, en realidad, un gran paso adelante en la emancipación del pensamiento social, gracias a la dura, prolongada e inapelable lucha de ascensión impuesta por la pandemia y, muy especialmente, por la acumulación de la mochila histórica.

La cumbre o superación de la curva pandémica es el lugar donde se puede observar el pasado y el presente para intuir un futuro que, en principio, aún se presenta muy incierto. En ese punto hay una perspectiva social nueva y diferente desde ambas miradas, vislumbrándose un aprendizaje existencial de alto poder transformador. La lucha a muerte —o más bien a vida— frente a un elemento tan invisible y poderoso como es un virus, obliga a profundos replanteamientos sanitarios, morales y sociales que obligarán a dar un gran salto cuantitativo y cualitativo hacia un nuevo y todavía desconocido mañana. Las sociedades que han superado una epidemia han aprendido la auténtica orfandad psicosocial que significa subir la pendiente sin atisbar ningún futuro, por lo que la cúspide y la postpandemia asoma repleta de experiencias y aprendizajes de fondo, tanto históricos como contextuales, que exponencialmente dibujarán nuevas perspectivas.

 
2- EL CONFINAMIENTO IDEOLÓGICO
 
     Todos los cambios y transiciones históricas han estado alimentados en sus entrañas por algún largo proceso de confinamiento ideológico. La gran crisis del siglo XIV no solo fue una crisis social, demográfica y sanitaria provocada por la Peste Negra de 1348 que aniquiló a una tercera parte de la población europea, sino también estuvo muy ligada a una inadecuación del modelo de producción feudal respecto al aumento de las fuerzas productivas. El patrón feudal empezaba a ser incapaz de asumir una mayor y mejor producción, contrastando con el creciente aumento de la población que se había producido aproximadamente desde el año 1000. También la imposibilidad de acrecentar el lento ritmo de mejoras técnicas y agrarias que pudieran desconectar de la ciencia medieval influyó de manera muy determinante en la desconexión del modelo feudal. Paradójicamente, bajo la norma del feudalismo los señores no convertían los excedentes de producción en capital colectivo; así que los campesinos, que eran el auténtico granero de la sociedad, quedaban condenados a una producción sin capitalización de su propia productividad, mientras que la burguesía y los pequeños enclaves de servidumbre se convertían en acaparadores subsidiarios de un capital impropio que al mismo tiempo no revertía en el equilibrio social.
     Es entonces, con la crisis pandémica, cuando a partir del siglo XIV el feudalismo empieza a disolverse, no solo en sus aspectos económicos, sino en los sociales y políticos. Es el fin de la servidumbre y el vasallaje en Europa Occidental y se produce una segmentación entre la alta y baja nobleza, propiciando un aumento de poder de las monarquías autoritarias frente a las soberanías feudales anteriores. La transición y transformación que empieza con la Peste Negra es un cambio ideológico en la concepción económica de la sociedad. Es por ello que los cambios de rasantes psicosociales tienen, sobretodo, un marcado acento económico por su gran importancia de transformación social, siendo puntos de inflexión históricos en la recomprensión de la riqueza común.
     Posteriormente y en gran parte impulsado por la irrupción del protestantismo, emergerá el valor del trabajo, la propiedad privada, la competencia, el libre mercado, la propiedad privada y un primitivo sistema de precios como valores fundamentales del incipiente capitalismo, que decenio tras decenio se irá convirtiendo en el eje productivo y de avance tecnológico más revolucionario de la historia. Muy posteriormente, el paréntesis político y económico del socialismo y comunismo de finales del siglo XIX hasta muy avanzado el XX, propondrá la participación conjunta de los medios de producción, la propiedad colectiva, la planificación económica centralizada y la eliminación de las clases sociales. No obstante, la vigencia del comunismo como modelo económico y social será aniquilada por la gran vitalidad productiva, competitiva y tecnológica del capitalismo.
   Sin adentrarnos mucho más a fondo en otras consideraciones históricas y contextuales, sirva este breve y rápido apunte sobre el feudalismo y la aparición del capitalismo como ejemplo de que los cambios sociales postpandémicos tienen un gran poso de confinamiento o prisión ideológica precedente, que es donde radica la verdadera fuerza de las transiciones históricas.
 
   Desde los años 80, el capitalismo está dando serios síntomas de agotamiento. El gran y exponencial crecimiento occidental en tecnología, industria, servicios y comunicaciones que se produjo desde finales del siglo XIX ha excitado un tipo de capitalismo acaparador y usurero que, en lugar de ser fuente de recursos paritarios, poco a poco se ha convertido en concentración de dinero invisible, dividendos contables y acciones volubles que, preferencialmente, solo enriquecen a ricos. Es evidente que desde hace algunos decenios el concepto de capitalismo no está asociado específicamente al valor del trabajo y el esfuerzo productivo sino a la riqueza flotante que generan y mantienen los más poderosos. En el entramado y enmarañado sistema financiero internacional, el verdadero corazón del capitalismo del siglo XX y XXI son los fondos de inversión y las bolsas, con sus apuestos ejecutivos que negocian con simples números sin que haya una relación directa con la producción y el esfuerzo productor; es decir, el trabajo de los individuos. Así que la enfermedad moral del capitalismo es que sus grandes gestores manejan mucho más dinero que el de los presupuestos de los países más ricos del mundo y más números fantasmas que la comparativa producción en horas de trabajo.
   Hace ya muchos decenios que el planeta ha quedado atrapado en un confinamiento ideológico capitalista que se ha postulado como interminable, lo que, a pesar de las evidencias, ha inducido a pensar que la pandemia ha acabado de concretar la idea de que el capitalismo no tiene alternativa. Esta paradoja entre el agotamiento del sistema y la no viabilidad de solución es una gran incoherencia social. Por lo tanto, queda patente que hemos estado en un confinamiento ideológico planetario sin oportunidad de desconfinamiento. Entre treinta y cuarenta años atrás podría ser la fecha más o menos acertada para situar el momento en que paulatinamente nuestro mundo empezó a sospechar que las bondades del capitalismo ya no eran tan benignas sino que empezaban a ser muy inmisericordes. Superada la batalla contra el comunismo como modelo de organización socioeconómica con la propiedad común de los medios de producción y el intento de eliminación de las clases sociales, el mundo quedó abocado a un modelo de mercado libre y liberado, no gobernado de manera prioritaria por saludables transacciones comerciales sino por el capital fantasma, las bolsas y los fondos de inversión. Y estos modelos se impusieron hasta el punto de monopolizar el concepto de progreso y evolución económica. Consecuentemente, la idea dominante que durante años ha prevalecido es que no hay una alternativa real al capitalismo.
    Los últimos coletazos del capitalismo liberal, con su rostro más agresivo, el neoliberal, parece haberse postulado como el único camino para un mundo que no cree en otras alternativas porque realmente las desconoce, por lo tanto, psicosocialmente ni se opone ni lo resiste. El confinamiento ideológico con el que convivimos desde hace tiempo y los efectos de la pandemia del coronavirus está determinando un futuro socioeconómico aún mucho más agresivo e impulsivo, pero también muy incierto, en el que las personas que anteriormente se habían liberado de la ideología comunista no encuentran en el capitalismo suficientes garantías de pervivencia y pelean para encontrar un modelo más colaborativo.
     La crisis pandémica y el cambio de rasante que se avecina está poniendo al descubierto con mayor celeridad y severidad las carencias del sistema capitalista neoliberal, hasta el punto de que la confianza en las supuestas ventajas que podría aportar la globalidad han quedado maniatadas por la gran fortaleza socioeconómica de las multinacionales en red que usan la globalización para monopolizar la riqueza del planeta. Consecuentemente, el modelo de e-commerce, junto al capital fantasma del dinero invisible, apunta a convertirse en la mayor transformación socioeconómica de la postpandemia. (También, y como desarrollaré más adelante en un posterior apartado, la degradación del planeta y el cambio climático es otro de los confinamientos ideológicos que proviene del siglo XX).
 
3- DESDOBLAMIENTO CAPITALISTA
 
   Asumida la realidad sociológica del confinamiento neoliberal de los últimos decenios, hay que tener en cuenta que, a pesar del estancamiento ideológico, en el presente subsisten básicamente dos modelos de capitalismo. Por un lado, el chino, con el capitalismo de estado; y, del otro, el apadrinado por Occidente y representado por Estados Unidos y Europa: el capitalismo neoliberal. Sin embargo, desde los inicios del presente siglo, con la consolidación de Internet, las comunicaciones en red y el e-commerce, ambos modelos han descubierto la potencia y posibilidades capitalistas de la gran red. Y aunque en este tipo de negocios los emprendedores estadounidenses han sido quienes han tomado una cierta ventaja con empresas punteras como Apple, Microsoft, Google o Amazon, Asia, y más concretamente China, también ha creado sus grandes plataformas de negocio on-line, con WeChat, Alibaba y sus diferentes marcas según el tipo de negocio, como Taobao, Tmall, Alipay y Aliexpress, el motor de búsqueda Baidu, NetEase, Tencent Music Group o Giant Interactive Group, entre otros.
     Por lo tanto es indudable que el mañana postpandémico llegará para quedarse bajo dos modelos de capitalismo que en una lucha sin cuartel persiguen acaparar su espacio de negocio con el fin de controlar económicamente cuantas más regiones del planeta posible. Estados Unidos y Europa pretenden seguir dominando todo el entorno de Occidente, y China procura hacer lo mismo con una buena parte de Asia, Sudamérica y África. Es decir, capitalismo de estado contra capitalismo neoliberal con las multinacionales en red como actores determinantes del futuro capitalista, junto al dinero fantasma. Y, mientras tanto, Japón se alista con ambos. Consecuentemente, el modelo capitalista de acumulación —privada y macro empresarial— se está convirtiendo en necrótico.
 
     Mientras la pandemia parece estar acabando de introducir e imponer la gran comodidad y viabilidad del comercio en red, la realidad es que en los últimos meses han desaparecido 100.000 empresas en España o, lo que es lo mismo, un 7% de ellas. Y los datos proyectados indican que podría llegar a un 20%. Pero, aparte del efecto destructor empresarial de la pandemia, estas cifras evidencian los estratosféricos monopolios económicos universales que tanto preocupan y que ya son imposibles de detener. El 59% de la riqueza potencial mundial está controlada y gestionada por el 10% de la población. Mientras que un 22% de menor incidencia está administrado por el 20%. Así que, sumados los números y analizado en contexto, significa que el 30% de la población controla el 81% de la riqueza mundial, indicando una concentración cada vez más grande de grandes fortunas en unos pocos. Pero un detalle preocupante descuella con fuerza: el 10% más pobre de la población controla el -0’3% de la riqueza. Sí: menos cero coma tres por ciento. ¿Cómo es posible esta disparidad?: porque las deudas contraídas de ese 10% de población superan su propio patrimonio.
  Estos datos nos descubren otra realidad: la gran diversificación de las clases sociales. En Occidente, la antigua y tradicional distribución de clase alta, clase media y clase baja, a día de hoy se ha redimensionado en otra categorización: clase alta, clase media alta, media-media, media baja y baja, y en algunos casos baja-baja. Mientras que en gran parte de Oriente, África y algunos países sudamericanos las clases sociales están ordenadas bajo una simple ecuación prácticamente binaria: clase alta, clase media-alta y clase baja y baja-baja.
     En la presente pandemia, estas desigualdades que se nutren de los dos modelos ya expuestos de capitalismos planetarios imposibles de revertir, se están acelerando tanto sociológicamente como económicamente por la creciente fuerza de un nuevo tipo de negocio capitalista de altos dividendos y omisión de responsabilidades sociales: el e-commerce.
 
4- CAPITALISMO EN RED
 
     El siglo XXI empieza definitivamente con este progresivo cambio histórico de carácter capitalista de las empresas en línea. Como uno de los ejemplos del gran alcance transformador del nuevo valor en alza, emerge Amazon Inc. la compañía estadounidense de comercio electrónico y servicios de computación en la nube. Durante los primeros meses de la pandemia, Amazon ha consolidado su desarrollo mundial, por ejemplo y más concretamente en España, con un crecimiento exponencial de más del 70%. Y en el resto de Occidente los números alcanzan valores similares o superiores, como es el caso de los Estados Unidos, que supera el 80%. De manera que en la actualidad Amazon tiene el 50% más de empleados que tenía hace un año, y se estima que a esta velocidad en dos años será la compañía con más empleados del planeta. Jeff Bezos, su propietario y actualmente el hombre más rico del mundo, ha sido el primero que ha llegado a una fortuna de 200 mil millones de dólares. Como un detalle más que anecdótico, se puede afirmar que tras los efectos de sus negocios en red en plena crisis del coronavirus, Jeff Bezos es tan rico que podría dar una gratificación a cada uno de sus empleados unos 798.000 en torno a los 70.000 dólares y después de ello sería tan rico como cuando empezó la pandemia.
    Prosiguiendo con el mismo ejemplo de la compañía norteamericana, Amazon no es solo una gran red de venta de productos on-line con más de 140 km2 de almacenes y centros logísticos en muchas ciudades del planeta, sino un modelo de servicio increíblemente efectivo para el gran público, que encarga y recibe el producto elegido desde sus casas en un tiempo récord, de manera muy rápida, asequible y personalizada. Sin embargo, el coste del crecimiento de Amazon lo sufren las tiendas del sector en las ciudades, aunque, por otro lado, afecte positivamente a algunas pequeñas empresas regionales que trabajan para la compañía estadounidense. Pero no solo el comercio local siente su zarpazo, sino también lo sufren las urbes que ven cómo la base impositiva cambia de manera radical. Amazon paga tan solo el 1’2% de tasa impositiva en Estados Unidos, que es su residencia fiscal, aunque una inmensa parte de las ganancias de su negocio no repercute en las ciudades donde entrega los paquetes. Sin embargo, Amazon genera una gran movilidad y transporte por la actividad de reparto que, en una ciudad como Madrid, se estima que es entre trescientos y cuatrocientos mil paquetes al día. En el mundo el rendimiento diario es 1,6 millones de paquetes enviados.
     Evidentemente estos números tienen un gran impacto medioambiental, además de una gran repercusión sobre el uso de las infraestructuras de las ciudades, como la movilidad o la recogida de residuos y embalajes. Y, sin embargo, en términos de impuestos solo es un tipo impositivo insignificante, en un país que no es donde realmente está radicada la empresa. Y aunque genera miles de puestos de trabajo alrededor del mundo, la inmensa mayoría de ellos son precarios y no especializados, con la particularidad añadida de la determinante y cada vez más creciente apuesta por la total automatización de los almacenes. Es evidente que este modelo de negocio on-line está generando una gran inquietud en todo el mundo por el gran e incontrolable impacto que están teniendo los e-commerce y todas las multinacionales en red. No solo Amazon.
      Pero sigamos con el ejemplo de la compañía de Seattle para observar un poco qué puede haber detrás del cambio de rasante. De momento y a pesar del éxito de otras compañías norteamericanas como Google que es capaz de guardar todos nuestros movimientos y trayectos para informarnos minuto a minuto de todos los detalles de dónde hemos estado en cualquier día de nuestra vida para, además, ofrecernos una información personalizada, Amazon se está poniendo por delante de Apple, Microsoft o del mismo Google en un tiempo récord. No hace mucho tiempo que Amazon ha empezado a introducirse en los medios de comunicación, creando su plataforma de televisión: Amazon Prime Video. En 2017 abrió la primera tienda física de comestibles, Amazon Go, el supermercado de proximidad y cibernético donde todo son algoritmos y cada vez que se coge un producto ya se está cargando en el teléfono móvil y al salir no es necesario pagar en una caja, porque directamente se carga en la correspondiente cuenta corriente. Pero asimismo Amazon también se está introduciendo en el mundo de la automoción, con el proyecto de enviar un coche directamente a la dirección postal del solicitante, para después de usarlo dejarlo aparcado en cualquier lugar del planeta, tan solo informando de la calle para que lo recojan.
      La empresa norteamericana ya es mucho más que una multinacional: es un ente de diferenciación y diversificación de productos y servicios planetarios. Una parte fundamental de su negocio es Amazon Web Services, la compañía de hosting alojamiento web que se estima que almacena ya el 30% de Internet. Si se desconectaran sus servidores, la mayor parte de cosas que hacemos por Internet, desde escuchar canciones a mirar películas, ya no funcionaría, porque el peso del funcionamiento de Internet cae tanto sobre la estructura de Amazon Web Services que sería imposible tener Internet sin que Amazon la sostenga. Y a esto hay que sumarle The Washington Post, uno de los periódicos más importantes del mundo, propiedad de Jeff Bezos. O compañías de exploración espacial como Blue Origin; o el asistente personal Amazon Echo Dot, que con siete micrófonos está atento para atender cualquier pregunta y resolverla con una mirada cibernética en cualquier lugar del mundo; o la reciente introducción en la industria farmacéutica con PillPack.
    La pandemia y el modelo de servicio de Amazon ha contagiado el mercado y ha espoleado la competencia con una gran redimensión del tratamiento del producto y la rápida entrega a domicilio. Y todo ello con un inconfundible sello de diferenciación, diversificación y con una extrema comodidad y rapidez en el servicio. Realmente, un cambio sociocultural de dimensiones incalculables. El espacio de tiempo que va desde que en el salón de su casa el cliente decide qué producto comprar y que ese producto esté en una caja viajando hacia el domicilio es tan corto, que ahí radica el secreto de la compañía. Pero esa velocidad y servicio genera mucho más impacto ambiental y emisiones de Co2 al tener miles de furgonetas entregando paquetes en las casas de todo el mundo, que tener personas desplazándose a los tradicionales comercios locales. Es un cambio sustancial de modelo y comportamiento social. No obstante, si hay algo determinante en la filosofía de empresa de los e-commerce es eliminar a los más directos competidores, ya sea con la absorción por la fuerza o con una dura competencia basada en ofrecer el mismo producto hasta un 30% más barato hasta que el competidor se vea obligado a cerrar definitivamente. Son las garras del nuevo capitalismo en red.

     Es presumible que el impacto sociológico de la pandemia acabe de transformar de manera muy determinante muchos de los hábitos socioeconómicos que ya se estaban apuntando en los últimos años. Además de la fuerte competencia monopolística en la gran red y la predicción de las intenciones del comprador a través de algoritmos que delatan nuestras búsquedas y permiten que el producto se traslade rápidamente a la fuente de distribución para el posible envío, el impacto del e-commerce en los ciudadanos transformará el mundo urbano. Las tiendas de proximidad futuras cambiarán su fisonomía, y probablemente tendrán que ser mucho más especializadas y experienciales, con un disfrute presencial de colores, sensaciones, estéticas e incluso olores que den a la compra un sentido más completo, además del gran valor de la atención personalizada. También es probable que cada vez más se establezca una gran distancia conceptual respecto a las típicas tiendas de productos primarios y de cercanía, mientras que las del marketing experiencial adquirirán aún más una aureola de parque temático comercial que de tienda de venta tradicional.  
 
    Todos estos grandes procesos de cambios económicos y de comercio on-line que he ejemplarizado particularmente con Amazon, no son un simple asunto de hábitos de compra o de prácticas mercantiles al uso, sino una transformación sociológica y económica de gran alcance que tiene también otras muchísimas empresas del planeta trabajando en la misma dirección. Hay ejemplos en todas las áreas: Spotify, eBay, Rakuten, Zalando, Otto, TripAdvisor, Workday, Airbnb, Netflix o Booking. El futuro impondrá la competencia comercial en un plató económico planetario y en la gran red. La aparición de Internet a finales del pasado siglo ya empezó a dar claros síntomas de un comportamiento social distintivo y transformador, sin embargo, los cambios fueron una adecuación muy paulatina y progresiva. Pero desde esta crisis pandémica se observa no solo una mayor y exponencial utilización de los nuevos recursos tecnológicos e informáticos sino un auténtico cambio de mentalidad social con una dependencia aún mayor del capitalismo en red, que es el fondo sociológico y antropológico que nos ocupa. Son dos modelos de capitalismo el capitalismo de estado y el capitalismo neoliberal que, enfrentados entre sí y con ansias de control planetario, cambiarán la personalidad social e incluso el comportamiento antropológico en el futuro más inmediato. Y todo mediante la presión cibernética y el control sin límites de la información privada.
    Sociológicamente, las pandemias tienen la virtud de transformar los vectores internos y de recorrido profundo de la historia y, en algunos casos, acelerarla. A diferencia de anteriores pandemias, más pausadas y progresivas con sus marcas sociales, nuestro futuro se precipita en una brusca aceleración que, cuando el cambio de rasante se supere, es previsible que ya habremos sobreevolucionado y ya nos habremos transportado sociológicamente unos diez años adelante. El resto, el recorrido profundo de la sociología histórica, se visibilizará en los siguientes decenios.
 

2 comentarios:

  1. Daniel Fernándes17:29

    Estoy siguiendo la lectura esta serie y aunque en algunas afirmaciones tendría algunos repoaros, me parece muy acertada la línea que toma. Cabe preguntarse si la pandemias van parejas al progreso o si son respuesta de ello. Lo sistémico no siempre es autémico.

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  2. Anónimo18:09

    Gran aportación lo del cambio de rasante para la comprensión de las pandemias y sus efectos interactuales. Gracias.

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