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· Capitalismo contradictorio


© 2012 Josep Marc Laporta

              Dice la teoría del capitalismo que el libre mercado es la prueba irrefutable de que el sistema se regenera automáticamente, provocando nueva riqueza, oportunidad y autorregulación. En esencia, el postulado es cierto, mas en su desarrollo se vislumbran errores de praxis social, económica y cultural; pero las objeciones emergen por sí solas, con serias contradicciones. La búsqueda incesante de beneficios, amparada en un crecimiento constante y perdurable en favor de la riqueza privada o individual, provoca paradojas. La especulación, como economía de diseño, propone una riqueza fantasma que motiva grandes riquezas, pero también estimula otras abundancias como la economía sumergida. Son dos de los extremos del capitalismo, que se tocan, aunque no parezcan molestarse.

          Enumerar todas y cada una de las contradicciones del capitalismo, supondría una tarea dificultosa y compleja, pues sus subgrupos serían incontables. No obstante, sí que se pueden especificar algunos de los contrasentidos de un sistema que pretende riqueza común al amparo de la fortuna privada. Es cierto que visto lo visto, y observados los derroteros del anarquismo, comunismo, socialismo, liberalismo de izquierdas y tantas otras opciones de economía social, el capitalismo no deja de ser el menos malo de los sistemas; como la democracia, un modelo de gobierno imperfecto, pero absolutamente necesario.

          Una de las contradicciones más extravagantes del capitalismo es la asombrosa capacidad de exterminar recursos naturales en favor de su crecimiento económico. Éste es un claro ejemplo de lo que los sociólogos llamamos los efectos perversos del capitalismo. No hay duda de que el capitalismo es un sistema que destruye el medio ambiente, aunque, paradójicamente se autorregula. Esto se puede ver, por ejemplo, en la gran industria que se basa en limpiar la basura que genera el mismo capitalismo. Amparados y sustentados por el mismo sistema, el ecologismo militante (o no militante) ha creado empresas que se dedican a limpiar el ambiente, los espacios y los lugares, propiciando que el mismo sistema se perpetúe por su propio procedimiento regulador. Es decir, mientras una parte de la economía destruye, la otra limpia o repara.

          Otro ejemplo de su capacidad de flexibilidad y autorregulación es que la prosperidad capitalista puede inducir a que la gente tenga más hijos, pero el exceso de población es malo para la economía, por lo que nos regulamos. En un primer momento, se desboca, pero luego se frena. El crecimiento y las posibilidades económicas de las familias les permite tener más hijos, pero, demográficamente, no hay ningún país desarrollado que no baje la natalidad. Mientras tanto, en los países pobres, como en el continente africano, crece excesivamente. En teoría, el capitalismo podría proporcionar mejor calidad de vida para tener más hijos y dedicarles mejores recursos, pero el crecimiento parece resultar incompatible con unas familias extensas. Cuando los emigrantes llegan a un país occidental, en la primera generación tienen muchos hijos, en la segunda menos y en la tercera o cuarta ya se han puesto al nivel del país de acogida. Pero para entonces la población ya ha crecido muchísimo, por lo que el ritmo de corrección de las tendencias perversas del capitalismo no es suficiente.

          En otro ámbito, podemos observar las incongruencias del capitalismo en la presente crisis. Mientras todos los occidentales creemos que estamos en una gran crisis, la realidad es otra: estamos en una pseudocrisis. Nada comparable con la del 1929, que sí fue una auténtica crisis. Fruto de la democracia y la ilustración, el estado del bienestar nos permite tener unas organizaciones sociales más competentes y efectivas (en el 29 prácticamente no existían), aunque también nos proporciona economías fuera de la ley, evidentemente bajo la estructura del capitalismo. Los desempleados actuales que no perciben prestación buscan su sustento en actividades sumergidas y paralelas; y la familia, como agrupación de relaciones afectivas y graníticas, se ha convertido en el amparo social y económico de muchas personas. Los jubilados, que reciben prestación del Estado, abrigan a sus hijos y nietos con lo necesario. El contrasentido del capitalismo es que el crecimiento económico que postula no logra una riqueza equidistante, auspiciando al mismo tiempo las entidades de protección social.

          Una de las incoherencias del capitalismo es que cualquier persona puede montar una empresa capitalista, pero también puede montar un ONG para defender a los pobres o una empresa de calificación o, incluso, una iglesia cristiana dependiente de su riqueza patrimonial pretendiendo ayudar a los más necesitados. Todo cabe en el sistema capitalista y todo queda extrañamente regulado bajo su paraguas, aunque pese a pretender ser totalitario no pueda determinar ni controlar todos los extremos de su global implantación.

          En la presente pseudocrisis, o crisis amoral de crecimiento desmedido, es de resaltar la dependencia de las sociedades a los servicios sociales, a las ONG’s o a la benevolencia de las familias. Si de repente éstas desaparecieran, todo se vendría abajo. Las estructuras económicas del capitalismo no serían capaces de sostener el modelo democrático. Esto es lo que sucedió en 1929, cuando no había la red social que existe. En EEUU, sólo la Cruz Roja y el Ejército de Salvación eran los dispositivos sociales que podrían proteger insuficientemente a todas las personas que sucumbieron ante la gran crisis. Prueba de aquel desastre económico y de la consecuente desestabilización social fue el ascenso de Hitler, Stalin o Mussolini. Una sociedad regulada por el capitalismo pero, paradójicamente, sin su protección, se ve abocada al caos y a sistemas autárquicos.

          Hoy acostumbramos a organizar caritativamente caravanas a Mauritania, Senegal y otros pueblos sumidos en la pobreza, mientras que los impuestos que pagamos al Estado cubren gastos innecesarios y se despilfarran los recursos. La ley del capitalismo es dar con una mano para nuestra propia organización, estabilidad y seguridad social y, con la otra, proveer a quienes lo necesitan, ya que nuestras excelentes estructuras capitalistas no son capaces de alcanzar y ayudar. Pero curiosamente y al mismo tiempo, aquellas caravanas que se dirigen a los países indigentes, con camiones ostentosos, llenos de medicinas y de productos de alimentación básicos, están esponsorizadas por macroempresas del capitalismo, que cotizan en bolsa y que tienen a bien, después de la lucha de su propio crecimiento económico, ejercer de samaritano bueno.

          Como diría Goethe, el capitalismo es un sistema que tiene afinidad electiva con nuestro sistema político, la democracia liberal. Y la democracia liberal tiene entre sus dogmas la autonomía de la sociedad civil. Cualquier persona puede montar una empresa capitalista, comprar y vender, crecer, amasar una gran fortuna y, al final de la historia, maquillar sus números con ayudas a fundaciones humanitarias. Por un lado explotan; por el otro, dan dinero. Y aunque a veces es simple maquillaje y en otras ocasiones es auténtica conciencia de ayuda al prójimo, el modelo que nos presenta el capitalismo está lleno de contradicciones.

          La presente pseudocrisis o crisis amoral de crecimiento desmedido, es una muestra más de cómo el capitalismo llega a ser incongruente. Mientras los bancos y sus propietarios han quebrado las economías de millones de familias, los estados los protegen y rescatan, admitiendo y perdurando hasta sus últimas consecuencias un modelo capitalista feroz. El profundo contrasentido es el siguiente: quienes no crearon la situación de crisis –el ciudadano medio– son los que acabaron pagándola. O dicho en otros términos, los exponentes más insaciables y bárbaros del capitalismo son quienes, como mínimo, han perpetuado su riqueza.

          A pesar de todo lo expuesto, no se debería culpar de todos los males al capitalismo, sino al deseo irrefrenable de avaricia de la raza humana. El capitalismo, como todas las áreas y disciplinas humanas, no es perfecto; el hombre y la mujer de nuestros días, tampoco. Por lo tanto, el futuro nos depara una mutación más del capitalismo, una asimilación de éste a las nuevas realidades sociales, económicas y culturales. No obstante, de la capacidad de cooperación de la raza humana y de la habilidad de promocionar un capitalismo más austero, dependerá la cohesión política, económica y social en los próximos decenios.

© 2012 Josep Marc Laporta .

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2 comentarios:

  1. Madí00:50

    El capitalismo nos está haciendo pobres. Que contradiccion!!! Generar dinero se convierte en generar pobreza. No hay quien nos entienda. Al final acabaremos con un gobierno internacional dominado por los newcom y todos controlados como los códigos de barras. Cada vez iremos a peor si los gobiernos democráticos no se situan por encima de los poderes económicos.

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  2. .....EN LUCHA POR LOS DESAHUCIADOS16:39

    Estoy muy de acuerdo con usted. Explica perfectamente lo que en realidad sucede y que muchos nos negamos a admitir. Por eso hay que luchar por los que se quedan sin casas y los bancos se enriquecen con ellos. Arriba la lucha y abajo el capitalismo!

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