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· Psicología de la espiritualidad (1)

(Cristianismo en la postcristiandad)


© 2019 Josep Marc Laporta

1-      La falsa introspección
2-     El mimetismo religioso
3-     La persecución de la espiritualidad

Una de las incorporaciones más destacables al cristianismo de la postcristiandad es la evolución moderna de las supersticiones antiguas mediante modos y modas psicológicas. Aquellas viejas supersticiones religiosas, la mayoría sustentadas en ritos y liturgias opacas, a día de hoy han tomado forma psicológica. La más moderna y común que consiste en la utilización de la ascendencia del líder sobre la masa presenta un cuadro de amplias contingencias y eventualidades dignas de estudio. Pero junto a ella también aparecen otras que obedecen a sinergias del propio grupo. Y aunque muchas son modas y corrientes psicológicas que aún hay que contrastarlas con la concreción sociológica de la historia, sí que podemos apuntar algunas de las mejor observadas.

LA FALSA INTROSPECCIÓN

 

La religiosidad es, esencialmente, una experiencia de la psicología humana. Este principio vital determina gran parte del análisis de la espiritualidad de todos los tiempos. Sin embargo, la religiosidad de la postcristiandad posee en lo psicológico un punto de apoyo más intenso y acentuado que en anteriores sociedades. La gran dependencia a una supuesta introspección e introversión tiene dos fuentes que la alimentan. Por un lado están las filosofías y espiritualidades orientales, con una gran propensión hacia la abstracción interior y consideración de lo pneumático. Y, por otro, la conciencia de lo psicológico en la espiritualidad moderna, de la experimentación aural y del abandono de la introspección meditativa.
Volver hacia uno mismo o tener conciencia de espiritualidad interna es una de las máximas en las religiones orientales. Tanto el budismo como el bahaísmo, confucianismo, jainismo, sijismo, sintoísmo o el taoísmo son doctrinas filosóficas o espirituales que buscan en la observación interna la identidad y el bienestar. La conciencia de estados pausados en una profunda introspección como modo de captar lo psíquico y existencial es el mecanismo predilecto de identificación entre lo humano y lo divino o espiritual. La abstracción religiosa o la disposición a interiorizar una experiencia pneumática es el modo más viable para alcanzar un tipo de placer religioso que se centra en obtener un bienestar interior, una placidez del espíritu.
En esta línea de introspección psicológica, el cristianismo de la postcristiandad ha descubierto nuevas maneras de ser cristiano y de acceder a las verdades bíblicas. El misticismo, la contemplación y la fascinación por el misterio que antiguamente pertenecían a grupos enclaustrados u órdenes religiosas apartadas del mundo, ahora se han proyectado en la postcristiandad aunque de modo menos solemne, silencioso y formal; ahora se ha vitalizado y ensordecido. El silencio de la introspección monacal, tanto occidental u oriental, se ha sustituido por una aparente introversión disfrazada de una capa de extroversión pública y comunitaria que se expresa con gran exuberancia hacia afuera, mientras que, supuestamente debido a esa manifestación externa, se afirma en su psique espiritual.

Anteriormente señalé que la religiosidad es, esencialmente, una experiencia de la psicología humana. Es en la construcción de las imágenes mentales religiosas donde se construye, que no gesta, la percepción de la divinidad, del más allá y de la trascendencia. Y aunque la conciencia religiosa se edifique sobre certidumbres vivenciales y textos bíblicos y patrísticos bajo el aval de la experiencia más personal e íntima, la implicación psicológica humana sitúa la fe en un abanico muy amplio de perspectivas, configuraciones y matices. Y la postcristiandad, con la gran secularización de la cotidianidad y la creciente globalización de las ideologías y el pensamiento social, ha favorecido esa multiplicidad de pasiones religiosas.
La falsa introspección que el epígrafe inicial apunta, reside en la eventualidad de la experiencia y en la creciente extroversión de los cultos y rituales cristianos, especialmente en el evangelicalismo. El camino interior de reflexión y atención a la solidez de la fe y sus elementos constitutivos queda afectado y comprimido por la efusión e intensidad de la declaración exterior. Así que, pese a reproducir los elementos más significativos de las espiritualidades orientales, basados en ejercicios de introspección de bienestar y placidez psicológica espiritual, el cristianismo de la postcristiandad parece recluirse en el contrapeso de su propia extroversión. Los cultos y celebraciones extremadamente enfervorizadas y exaltadas que buscan avanzar en un camino introspectivo de intimidad con la divinidad, quedan muy mediatizados precisamente por su gran sentimentalidad y efusividad externa. El contraste es cuanto menos interesante y, ciertamente, inquietante: una gran extroversión de carácter ambiental y cenestésica pretende crear una profunda introspección espiritual de examen y conciencia. Un contrasentido psicológico; una falsa introspección. El hombre y la mujer pueden hablar a Dios desde la pausa tranquila del alma, en la calma de su espíritu e, incluso, a grandes voces, con sonidos, música, ruido y jolgorio. Pero Dios acostumbra a comunicarse en el silencio y en la quietud de nuestras mentes, en nuestra psicología más íntima. Los espacios de conversación divina más fructíferos son aquellos en los que la conciencia se encuentra a sí misma frente a la verdad, oye la voz divina y la sigue.  

EL MIMETISMO RELIGIOSO

 

Las ilusiones espirituales, tan comunes en la historia cristiana, muchas veces han sido inducciones de la propia mente para obtener y alcanzar una supuesta beatitud y virtud. Ya en el siglo XVII, Francisco de Sales relataba con cierta gracia el caso de una religiosa que a fuerza de leer los escritos de Teresa de Jesús, imitando su modo de hablar y actuar, llegaba hasta tener éxtasis o episodios de elevación similares a los que la santa abulense había tenido en su vida. Según cuenta Francisco de Sales, el caso se reprodujo en otras religiosas de su época, llegando a la conclusión de que la santidad se puede copiar e imitar hasta el punto de vivir una espiritualidad prestada, con convicciones prestadas y certezas prestadas. (1).

Este episodio nos introduce en la psicología del mimetismo religioso como comportamiento místico de espiritualidad. Este tipo de introspección o de falsa introspección puede proveer al devoto un marco adecuado para sentir que experimenta una fe viva y útil, llena de emociones espirituales y experiencias emocionales, aunque infructuosa respecto a su identidad cristiana. Por consiguiente, el mimetismo es un medio acrítico por el que escenificar una piedad impostada, simulando fe mientras que en realidad imita las experiencias psicológicas de otros.
Escribía Marià Corbí en su libro 'El camino interior más allá de las formas religiosas' que «cada día que pasa es más patente que lo que interesa de la religión no son sus creencias, sus preceptos y sus ritos sino la realidad que ofrece». (2). Como descripción está en lo cierto. Arrastrada por los constantes cambios informáticos, tecnológicos y científicos de la postcristiandad, la religión y sus estructuras tradicionales han aminorado su impacto en el urbanita occidental y su psicología transitiva, por lo que el buscador de esperanzas acostumbra a subirse al caballo de lo experiencial, de la comprobación cenestésica de una realidad prestada. Por alguna razón sociológica de procesos renacentistas de interregnos postmodernos, la religión es ya un pesado fardo que hay que echar de las espaldas para aliviar la molesta convivencia del cristiano con un mundo que deshecha cualquier organización de creencias. 
        El cristianismo en general, y concretamente el evangelicalismo, está dentro de ese tipo de religión que anhela más ofrecer una realidad espiritual de experiencias emocionantes que un encuentro con la pura y desnuda verdad. Y es ahí donde la mimética religiosa se manifiesta como una mágica fórmula para sentir como un cristiano sin realmente ser cristiano, cambiando superficialmente de razonamientos, hábitos o comportamientos para asemejarse moralmente a aquello que produce paz presente y eterna. Esta es, en definitiva, una de las herencias más infaustas de la cristiandad y la marca más tangible del poder de la postcristiandad. Desilusionados y decepcionados con la marca histórica de un cristianismo todavía aprisionado por sus nuevas tradiciones, el mimetismo psicológico religioso produce, como apuntaba Corbí, una realidad fantástica, llena de sensaciones y emociones litúrgicas que por mucho que se repitan no colman el sentido íntimo y psicológico de paz y esperanza espiritual.

LA PERSECUCIÓN DE LA ESPIRITUALIDAD

 

Una de las peculiaridades de nuestro tiempo es la persecución del placer o del bienestar instantáneo. A diferencia de siglos anteriores, en los que la búsqueda del placer era más un proceso que un fin inmediato, a día de hoy la necesidad de encontrar un bienestar psicológico rápido e instantáneo condiciona la personalidad antropológica de los individuos occidentales. Pero también hay urgencia de felicidad y complacencia espiritual en el cristianismo. Incrustados dentro de sociedades postcristianas aceleradas e impelidas hacia un constante y asfixiante progreso, los creyentes también demandan una espiritualidad rápida, de fácil acceso y consumo rápido.
Esta particularidad cristiana se observa en las distintas y emotivas formas de alusión a lo divino en las modernas liturgias. Al estar sujetos a infinidad de estímulos y demandas sociales y materiales, la fe se ha ido convirtiendo cada vez más en una mercancía de la misma sociedad. Por ello existe la búsqueda casi persecutoria de una espiritualidad inmediata, de consumo, de consumidores religiosos expuestos a propuestas religiosas de mercancía cristiana.
Es interesante leer a Ignacio de Loyola en sus 'Ejercicios Espirituales' cuando enseña el ancestral y monacal proceso de alcanzar la conexión espiritual:  «Entrar en la contemplación, cuando de rodillas, cuando postrado en tierra, cuando supino rostro arriba, cuando asentado, cuando en pie, andando siempre a  buscar lo que quiero. En dos casos advertimos: la primera es que si hallo lo que quiero de rodillas, no pasaré adelante, y  si postrado, asimismo, etc.; la segunda, en el punto en el que hallaré lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener ansia de pasar adelante basta que me satisfaga». (3).

De Loyola narra su propia experiencia de contemplación y de qué manera y bajo qué proceso psicológico se asía para encontrar su propio adminículo de acercamiento a la divinidad. Al parecer, su contacto con Dios mediante la meditación necesitaba de ciertas posiciones corporales para conducirle. Si en una postura lograba entrar en conexión, permanecía en ella. Si no lo lograba, buscaba otra forma que le permitiera llegar a la unión deseada. No obstante, al parecer no ansiaba un superior trance posicional innecesariamente.
La persecución psicológica de la espiritualidad en la postcristiandad tiene características más autónomas, instantáneas y aparentemente más efectivas. A diferencia de las reflexiones de Ignacio de Loyola, a día de hoy la búsqueda del rostro divino está muy monopolizada por la música, la alabanza y una mediatización del objeto de culto. Es decir, el creyente utiliza psicológicamente un único y unívoco estado y posición para aspirar alcanzar la presencia del Padre: la música. Sin este objeto mediático de culto, la persecución de su espiritualidad quedaría tan mermada que sin esas estrictas condiciones tal vez no llegaría a tener suficiente conciencia de fe y, por consiguiente, credo. Es evidente que si la música desapareciera totalmente de los cultos del evangelicalismo, muy probablemente el impacto y la percepción de espiritualidad quedaría tan reducida y aminorada que indefectiblemente tendría que ocurrir una reeducación integral del sentido de la vivencia cristiana. Así que si el instrumento que debiera proveer belleza a la fe se constituye en providencia de fe, la certidumbre cristiana podría quedar sometida a una psicología utilitarista del sentido de espiritualidad, sin más consistencia que una expresión cautiva.



     [1] «Les vrays entretiens spirituels»: Obras completas, Annecy, VI, 139-140.
     [2] «El camino interior más allá de las formas religiosas»; Marià Corbí. Bubok Publishing S.L. 2013.
     [3] A. Brou, La espiritualidad de S. Ignacio. Los ejercicios espirituales de S. Ignacio. Historia y psicología. París, 1922.


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