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· La Iglesia local (3)

(Cristianismo en la postcristiandad)


© 2018 Josep Marc Laporta 

1-      Las megaiglesias de la postcristiandad
2-     El teorema de la mitad del todo
3-     El sistema fagocitador
4-     Iglesia predica iglesia

 

1- LAS MEGAIGLESIAS DE LA POSTCRISTIANDAD


Desde hace aproximadamente cuatro décadas, algunas de las grandes Iglesias locales del planeta optaron por volver a las casas mediante reuniones por zonas. Este fenómeno principalmente se dio como respuesta a la proliferación de las Iglesias de diseño: las MegaIglesias-parroquias-edificios . Al proliferar un tipo de congregaciones de gran número de fieles donde la gente prácticamente no se conocía ni interrelacionaba entre sí y en las que el culto dominical se convertía más en una función para sensibilidades religiosas cristianas que en una vivencia evangélica, surgió la necesidad de distribuir los fieles por zonas, barrios y hogares, pretendiendo alimentar y afirmar tanto un crecimiento cualitativo como numérico. Este prototipo, que comenzó en distintas ciudades de los Estados Unidos, Corea, México y Argentina, tuvo su éxito, extendiéndose rápidamente por el resto del planeta hasta llegar a congregaciones de membresía mediana e incluso más pequeñas.

Pero no tendríamos que obviar que el modelo nació como corrector de la MegaIglesia-parroquia-edificio, una evolución del tradicional prototipo protestante Iglesia-parroquia-edificio . La retroalimentación de este modelo en medio del crecimiento y desarrollismo occidental produjo congregaciones muy autosatisfechas y envanecidas en sus edificios y programas cúlticos y sociales. La inmensa mayoría de las congregaciones occidentales anhelaban crecer en número para lograr tener su MegaIglesia-parroquia-edificio, como una muestra indudable de espiritualidad y beatitud. Fue un objetivo admitido como bueno y fructífero con el que se suponía que se podría alcanzar mejor a los no creyentes. Tener templos grandes y espaciosos, con toda una serie de servicios y ministerios apropiados para cada necesidad, en teoría convertiría a las iglesias en poderosas y particulares cristiandades que lograrían abastecer de salvación a sus áreas de influencia.

Sin embargo, la realidad fue que el desarrollismo evangélico se convirtió en autoabastecimiento de un tipo de cristianismo consumista de modalidad parroquial. Una forma de hacer cristianos donde la fortaleza de las congregaciones locales se mediría más por sus actividades internas y diseñados cultos que por su efectiva relación con la sociedad. Así que la vuelta desde las MegasIglesias-parroquias-edificios a las casas o a grupos más domésticos, en parte fue un intento de acercamiento al concepto donde la Iglesia posee su verdadero valor: el contacto con las personas en su necesidad diaria; no semanal ni puntual.

Pero, como dato importante, no se debería obviar que la modalidad evangélica de parroquia autosuficiente en realidad es una adaptación del prototipo católico Iglesia-parroquia-circunscripción. Así que, en su globalidad, la personalidad sociológica de la Iglesia no ha cambiado, aunque en el evangelicalismo se ha desplazado en dos direcciones. Por un lado, la apertura de hogares en grupos reducidos ha significado un intento de vuelta al espíritu de la Ekklesía original. Y, por otro, se ha producido un retorno conceptual al modelo de las MegaIglesias-parroquias-edificios, ahora establecidas en nuevos terrenos, polígonos industriales o lugares apartados de los centros urbanos, a modo de centros comerciales de la fe. Pero a pesar de las correcciones y de los compensatorios ministerios o reuniones en los hogares, psicológicamente sigue existiendo una absoluta dependencia al concepto parroquia y edificio que no refuerza la verdadera misión de la Iglesia. La realidad resultante es una personalidad centrípeta hacia la estructura simbólica del edificio y sus actividades.


2- EL TEOREMA DE LA MITAD DEL TODO


La verdadera medida de un grupo organizado y establecido es la que representa la mitad de sus afiliados. Esta afirmación tiene su origen en los estudios que el sociólogo Richard Breen (1) inició a principios de los años noventa y que completó a finales de siglo. Todo grupo tiene su verdadera fuerza vital en la mitad de sus asociados, puesto que la totalidad nunca estará graníticamente comprometida con los objetivos del colectivo. El teorema conjuga con el concepto yo-yo-objeto y el yo-yo-sujeto ya expuesto, también indicando el tipo y la calidad de implicación de los elementos en el colectivo. Pero el planteamiento de Breen tiene dos variables que se mueven desde el punto de partida del centenar de miembros o asociados. La primera expone que cuanto mayor en número sea el grupo, la mitad vital de éste en lugar de mantener la media, decrece ostensiblemente. O, lo que es lo mismo, en un colectivo numeroso, la verdadera medida vital del grupo representada inicialmente en su mitad se va reduciendo progresivamente hacia un tercio del total. Y la segunda variable afirma que cuanto más pequeño sea el grupo, la media vital aumentará en una proporción que puede encaminarse a superar el setenta por ciento del total. Un desplazamiento inverso al primero.

Para la eclesiología de las Iglesias-parroquias-edificios y de las MegaIglesias-parroquias-edificios esta teoría tiene su relevancia, puesto que, desde la referente posición de partida del medio centenar, cuanto más crece el grupo, la media vital más decae. A mayor número, mayor dilución de la responsabilidad individual dentro del colectivo. Por eso es interesante observar cómo las grandes agrupaciones no son socialmente trascendentes por sí mismas, por el número de asociados, sino por la representatividad icónica y pública que ejercen. Esta representatividad tan solo es una parte de la presencia social, la cual depende muy exclusivamente del anuncio, reclamo o difusión mediática. De la autopublicidad, no de su implicación social.

Si relacionamos más concretamente el teorema con las comunidades protestantes de la actualidad, advertiremos que las grandes congregaciones de más de 100 personas tienen un gran número de miembros pasivos o displicentes, en algunos casos superando el cincuenta por ciento. Tan solo la simple observación a algunas congregaciones conocidas nos daría una primera ratificación; aunque sobre el papel y bajo análisis específico los datos resultarán inequívocos. Pero, ¿cuál es la razón de este fenómeno? Básicamente estriba en que en la aglomeración de personas se diluyen las particularidades e individualidades, traspasándolas al grupo. Es decir, el colectivo, como ente, toma tanta personalidad y categoría propia que disuelve o hace dejación de lo particular e individual en la comunidad: una transferencia de responsabilidad y compromiso al colectivo.

Esta perspectiva nos pone en alerta ante las MegaIglesias-parroquias-edificios. Mientras que mediante sus edificios, actividades y celebraciones adquieren mayor iconografía e imagen social, en cuanto a la vinculación y compromiso con los principios fundacionales, mengua la implicación y la operatividad. Es por ello que, pese a que en principio las MegaIglesias-parroquias-edificios aparentan ser un gran movimiento social, aparentan ser muy activas y pueden llegar a permeabilizar la opinión pública de su entorno, en realidad pueden convertirse en un espejismo de lo que pretenden. Acaban encasillándose públicamente en sus atrios religiosos, circunscribiendo su influencia sociológica a la propia congregación, cada vez más consolidada en su sistema introspectivo y con una mayor dejación de la responsabilidad fundacional en el grupo. Es por ello que para aminorar esta realidad, muchas congregaciones de más de 100 o 150 miembros han intentado fortalecer la Iglesia en los hogares, con nombres muy variados: células, oikos, barcas, tribus, grupos de compañerismo, iglesia en las casas, etc.

La cuestión que subyace detrás de todo es si el modelo de Iglesia local, medianamente grande o suficientemente grande, es realmente operativa y útil en cuanto a los objetivos neotestamentarios de la Ekklesía . Y, también, la pregunta de fondo es si el gran deseo del cristianismo y de las Iglesias de la postcristiandad de mutación de Iglesia-parroquia-edificio a MegaIglesia-parroquia-edificio para, en realidad, volver a las células en los hogares y, asimismo, volver a sostener y nutrir como un circuito cerrado a las MegaIglesias-parroquias-edificios, es realmente un modelo que tenga algún sentido sociológico, o cuanto menos bíblico. Diría que desde ambos supuestos se pueden apreciar bastantes carencias.

Pero más allá del planteamiento operativo, lo cierto es que este escenario eclesial pone de manifiesto cómo tras dos mil años de cristianismo y cristiandad las congregaciones evangélicas todavía no han sabido librarse del parroquialismo y de su consecuente templismo. Y pese a que en muchas Iglesias locales, y también en el evangelismo pionero, la vuelta al modelo de las casas ha significado una revolución y un significativo crecimiento, el meollo de la cuestión es si el modelo de las MegaIglesias solo se sustenta en el espejismo de una tipología de Iglesia de cristianismo lobby, justificado en el empeño socioreligioso de un nuevo patrón de cristiandad.


3- EL SISTEMA FAGOCITADOR


Todo grupo que pretenda perdurar tiene una altísima tendencia a sistematizarse. La sistematización es el modo social y estructural interno en que un colectivo defiende los derechos adquiridos por la consecución de objetivos básicos. Cuando un grupo se consolida en sus principios, propósitos y metas primarias, ya sean constitutivas, vitales o simplemente inmobiliarias, la innata reacción es la protección de lo alcanzado. Para ello implanta fórmulas estructurales internas de mantenimiento y sustentación, instituyendo principios, ritos, tradiciones, actos, reconocimientos o actividades icónicas que refuercen su personalidad institucional. En este proceso de consolidación, el sistema, la inercia y el estatismo se imponen con facilidad a la movilidad, el dinamismo, la reflexión, el sentido o incluso la dirección.

Pero, en realidad, el sistema es la respuesta del grupo a su inseguridad, tanto interna como externa, y a la vacuidad de sentido. Y también es una celosa protección y afirmación de sus valores. Por ello se institucionaliza, buscando en lo corporativo su identidad. Pero en este camino de identificación propia pierde gran parte de su impuso fundacional, ya que en la protección de lo identitario descuida la espontaneidad y naturalidad de los elementos cardinales que le dieron vida. Como efecto y consecución, la sistematización es más que una forma de pensamiento o actividad grupal. También y sobre todo es la interrelación de la economía, lo político, la sociología, las relaciones, la comunión, la tradición, los ritos, las creencias o las liturgias de ese grupo para la consecución de un sistema granítico de autoprotección y salvaguarda, buscando visibilidad social mediante el lenguaje de la estructura del sistema.


Como analizaremos y profundizaremos en posteriores apartados, la pregunta subsiguiente es ¿cómo fue que la Iglesia primitiva cambió su mundo en tres siglos sin ser un organismo social, sin ser un sistema de autoprotección y sin institucionalizarse? La respuesta tiene mucho que ver con el movimiento y el camino. Gran parte de su éxito no estuvo en la economía del sistema y, ni mucho menos, en la constitución de una estructura que demandase específicas atenciones y cuidados estructurales. Ni tampoco radicó en la contabilización semanal de cristianos, ni en liturgias bien diseñadas y jerarquizadas, ni en la construcción de edificios, ni en la planificación de ministerios, ni en fastuosos proyectos evangelísticos, ni en complejas ordenanzas. Su gran victoria estuvo en ser maleables al camino y en andar junto a los que sufren y necesitan consuelo y esperanza. Ese fue el gran secreto que les hizo universales: una cualidad de Ekklesía que derivaría en acción y movimiento permanente. Pero en el momento en que llegaron los primeros impulsos de sistematización con la constantinización, aparte de la usurpación de las esencias, la Iglesia se convirtió en defensa de sus derechos sociales y religiosos y en institucionalización de formas   y rituales, con conductas muy saturadas de intereses de casta.

Todos estos conceptos nos introducen en la psicología y sociología de las Iglesias-parroquias-edificios y de las MegaIglesias-parroquias-edificios. Como con la constantinización de la Iglesia en el siglo cuarto, las Iglesias locales de la postcristiandad persisten en un sistema estratificado y fagocitador. Es decir, absorbe y neutraliza. Porque a pesar de las buenas intenciones evangélicas, sus procedimientos internos siguen procurando la conservación de los privilegios de un régimen eclesial institucionalizado que engulle la misión. Y al final de cuentas, ese edificio simbólico se convierte en una constante defensa de la patente religiosa que solo parece buscar la subsistencia y perdurabilidad del sistema.


El mecanismo de control social que tiene como objetivo crear sujetos fuertes, productivos y resistentes y, al mismo tiempo, débiles, sumisos y obedientes, tiene en el cristianismo de la postcristiandad su reflejo. Es la teoría del panóptico de Foucault (2) aplicada a distintas estructuras sociales en que, por mimética social, las Iglesias locales también actuarían como sistema fagocitador. Bastantes de las organizaciones eclesiales de la actualidad tienden a fagocitar a sus miembros mediante una doble acción: primeramente les otorga poder para su autorealización, consistencia y resistencia religiosa dentro del engranaje eclesial, para más tarde absorberlos y neutralizarlos mediante sistemas de sumisión, control o manipulación espiritual. Esta modalidad eclesiológica produce miembros siempre dispuestos a la aceptación del liderazgo espiritual, bajo la premisa bíblica de «someteos a vuestros pastores como al Señor» (Hebreos 13:17) y en la confianza de que el sometimiento será recompensado de alguna manera.

Y aunque el mandato bíblico apremia al respeto y sometimiento a los pastores, también se evidencia que en muchos casos existe un mecanismo sociológico que tiende a un absoluto control de la membresía a través de la confianza ciega en el líder. Esta disfunción se da muy especialmente en los liderazgos carismáticos, entusiásticos y, en algunos casos, manipuladores; en líderes que tienen la habilidad de no solo hacer creer que ellos son los enviados de Dios sino que su ascendencia espiritual es la única solución para una vida satisfactoria y completa. Pero aparte del predicamento del liderazgo para su implementación, el modelo tiene mucho que ver con el tipo de organización adquirida y admitida por el colectivo. Muchas Iglesias locales de la postmodernidad han adoptado el panoptismo como forma propia y habitual de eclesiología. La manera cómo se establecen las relaciones entre ascendientes y ascendidos normaliza un comportamiento tipificado en unos rangos que al final se consideran absolutamente correctos e intachables. Por lo tanto, en tales Iglesias locales se premia la dependencia y obediencia absoluta a la dirección de los pastores como, prácticamente, la gran prueba de vitalidad, veracidad y salubridad espiritual.

La complejidad de todo ello no estriba exclusivamente en la forma en que un liderazgo pastoral marcadamente carismático, entusiástico o incluso de proyección mediática y empresarial ejerce su autoridad en una congregación, sino en el modelo instalado por defecto en las Iglesias locales. Es un paradigma eclesiástico muy generalizado que alcanza a todo el evangelicalismo. Se admite de manera tan consuetudinaria que el sometimiento a los pastores es tan altamente bíblico y espiritual, que la respuesta del cristiano deberá ser de absoluto acato y resignación a su voluntad. Pero en realidad es una autoridad autoimpuesta en un autocontrol del mismo individuo lo que, al mismo tiempo, dificulta cualquier percepción despótica del liderazgo. Y este modelo está tan asumido y aceptado en las entrañas del evangelicalismo, que la percepción de una pastoral abusiva y extensiblemente dominante pasa muy desapercibida, precisamente por la conducta de ciega sujeción de los fieles, tan aprehendida y autoimpuesta. Cuando espiritualmente se está tan acostumbrado a que el importante solo es el otro el pastor y el subsidiario eres tú el feligrés , uno asume con pasmosa y excepcional naturalidad las reglas de un poder y sistema eclesiástico fagocitador y neutralizador.

Es conocido que la base bíblica que habitualmente los líderes usan como justificación tiende a una férrea defensa del modelo autocrático pastoral. Pero junto a pasajes como Hebreos 13:17 que instan a la obediencia y a la sujeción, también hay otros, como 1ª Pedro 5:1-4, que reclaman una actitud pastoral contraria a cualquier totalitarismo directivo y tiranía psicológica. Ni el despotismo ni el caudillaje ni el absolutismo están contemplados en tales consejos pastorales. Pero hay un detalle que va más allá: por lo general las advertencias paulinas van simétricamente en ambas direcciones, lo que parece indicar una doble vigilancia de la sociología conductual de la Ekklesía.


4- IGLESIA PREDICA I GLESIA


Desde la perspectiva sociológica se constata que la supeditación al modelo Iglesia-parroquia-edificio o a la MegaIglesia-parroquia-edificio, mencionado en anteriores apartados, necesariamente impone un tipo de ética eclesial. Si en el diseño de la misión de una congregación prevalece la tenencia de edificios para realizar con mayor comodidad sus actividades de comunión y evangelísticas, es plausible que una de las resultas sea la predicación de la propia Iglesia. Y es aquí donde se aprecia con mayor claridad uno de los talones de Aquiles del cristianismo de la postcristiandad. La Iglesia, ya sea como asamblea de creyentes o como inmueble representativo o corporativo, se convierte en centro de la predicación, puesto que el abastecimiento estético y estático del modelo Iglesia-parroquia-edificio estimula y obliga la autoreferencia y la autodifusión.

En muchas capillas de hace años, e incluso en algunas de las actuales, en sus frontispicios se puede leer parte de un versículo bíblico que reza: «Predicamos a Cristo» (1ª Corintios 1:22-23). Y en otros lugares se completa y complementa con una forma más poética del mismo texto: «…y a éste crucificado». Y aunque el rótulo enmarca un principio vital de la misión de la Iglesia, en el fondo relata dónde se puede conocer al Cristo que se predica. El lugar es allí, en el púlpito o alrededor de él, en el salón de cultos o en el mal llamado templo evangélico o cristiano. Pero la composición de ideas que invoca el enunciado dentro del espacio también viene a expresar que la predicación es un acto que no se da demasiado fuera, en otros lugares, por lo que, por defecto, la Iglesia reunida en tal o cual lugar se predica a sí misma como Iglesia que se reúne en tal o cual lugar. Se podrá disimular más o menos, pero el mensaje subliminal y utilitario que subyace detrás del eslogan es predicar la institución como camino hacia Dios.  

Por otro lado, también es común oír a creyentes que animan a otros a asistir a la ‘iglesia’, es decir, a ese lugar donde se reúnen los creyentes, para que reciban la adecuada y necesaria predicación para que conozcan al Cristo que dicen predicar. E incluso son invitados a campañas evangelísticas y actividades socioreligiosas para que sean predicados convenientemente. Y en muchos casos se oye decir que se deberá ir a escuchar a tal pastor o tal evangelista porque él predicará mejor que otras personas o que ellos mismos. Lo que viene a significar que, en realidad, la gestión socioespiritual de la Iglesia-parroquia-edificio es desapoderar al creyente de su misión y responsabilidad, ya sea a través del pastor, de las actividades eclesiales o del inmueble.

Iglesia predica Iglesia es uno de los mensajes que se esconde detrás del modelo Iglesia-parroquia-edificio . Porque aunque predicar la propia Iglesia local es para muchos creyentes una forma de socializar al incrédulo con la fe, y pese a que ésta pudiera ser una función circunstancial, en ningún caso es la propuesta de partida . La Iglesia no es el objeto de la predicación, sino el sujeto. En otros términos, la Iglesia local no tiene como objetivo prioritario ser el modelo sino ser el sujeto anunciador. Por lo tanto, si la Iglesia-parroquia-edificio en algún supuesto se predicara a sí misma, el sujeto se convertiría en objeto y objetivo, en una interferencia: «Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo » (1ª Corintios 3:9).


Los datos expuestos hasta este punto arrojan ciertas inquietudes y preocupaciones. Mas la pregunta que subyace detrás del análisis es ¿cuál es la medida de la Iglesia?, o ¿qué formato es el más apropiado respecto a la misión encomendada? Es interesante observar que los apóstoles jamás construyeron edificios ni crearon grandes estructuras evangelísticas. Cuando el espacio de una casa se hacía pequeño, la congregación se reunía en lugares públicos comunes; cuando en algún lugar no les escuchaban seguían adelante, buscando una nueva oportunidad. No edificaron un nuevo modelo de sinagoga de formato cristiano, ni tampoco intentaron copiar formas religiosas del templo de Jerusalén ni de otras confesiones o corrientes filosóficas. La vida de la Iglesia local del Nuevo Testamento vivía y se movía en espacios cortos y cercanos. El testimonio brotaba en el contacto con la realidad de su sociedad y con las personas. Tanto espiritualmente como sociológicamente, eran Iglesias de proximidad y cercanía. Ekklesía del camino.

Es evidente que el modelo primitivo de Iglesia-familia-casa, transportado estricta y rigurosamente a las sociedades de la postmodernidad, no tendría mucho sentido. Si la psicología social de los tiempos de la Iglesia primitiva en esencia puede concordar con la nuestra, la sociología instrumental del segundo siglo nada tiene que ver con la del veintiuno, con la postcristiandad. Los contextos y las circunstancias son muy diferentes como para hacer de las familias y casas el único centro de toda operatividad. Pero hay un elemento trascendental en la psicología de la Iglesia local primitiva. Entendían que vivir y compartir el evangelio no era algo tan complicado y complejo como para requerir el auxilio de cómodos edificios, planificados ministerios y estudiados programas evangelísticos. Era algo más sencillo y cercano. Habían aprendido que simplemente debían mostrarse tal y como eran y hablar a otros de su fe con naturalidad y denuedo en todo lugar. Sin más. Tanto a los amigos y familiares más cercanos como a los más alejados. No existía más estrategia que ser, hablar y compartir lo que habían recibido del Señor en el poder del Espíritu Santo. No predicaron a la Iglesia, ni tampoco a ningún edificio, ni a ellos mismos. Y el gran secreto estratégico radicó en que los apóstoles y presbíteros empoderaron a los creyentes, nunca a las estructuras eclesiales.




     [1] Richard Breen (1954-) es investigador, profesor de sociología y miembro del Nuffield College, Oxford (UK). También fue profesor en Yale (EUA) y director del Center for   Research on   Inequalities and the   Life en 2007, además de la European University Institute, Florence (IT) en 1997 y en The Queen’s University, Belfast (UK) en     1991. Desde 1980 es Research Officer then Senior Research Officer.
     [2] El concepto panóptico fue ideado por Jeremy Bentham como un mecanismo aplicable al control del comportamiento de los presos en las prisiones, si bien la teoría se popularizó gracias a Michel Foucault. No obstante, la teoría tiene otras acepciones y aplicaciones, tanto en la psicología como en la sociología.

1 comentario:

  1. Jose Fonseca03:24

    Que duro eso de ''centros comerciales de la fe....'' Me pareció bastante duro aunque en algun modo puede tener razón. La iglesia a la que pertenezco entonces es un centro comercial de la fe?

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