© 2018 Josep Marc
Laporta
1-
Estructuras
arquitectónicas
2-
La arquitectura simbólica
3-
Orantes sin oratorios
4-
La Iglesia cercana y accesible
1- ESTRUCTURAS
ARQUITECTÓNICAS
Cuando Jesús ascendió al cielo y la Iglesia empezó a
formarse,
muchas de las preguntas de la naciente Iglesia obtuvieron respuesta en el propio
camino, en el trayecto, enfrentándose a las nuevas situaciones que irían
surgiendo.
Las respuestas vendrían solas, con la sorprendente venida del Espíritu Santo el
día de Pentecostés, con los primeros prodigios y con las realidades
espirituales, sociales y logísticas de una comunidad en tránsito hacia un nuevo
destino. Así que cada día tuvieron que dar nuevas soluciones a nuevas preguntas,
con la seguridad de que no necesariamente habrían de reproducir antiguos
prototipos,
sino que la Buena Nueva recibida del Maestro de Galilea era el fundamento sobre
el que deberían andar. Una de las preguntas tuvo que ver con el lugar de
reunión.
El principal modelo que habían recibido tenía el Templo de
Jerusalén como el edificio central del judaísmo al que ir una vez al año. Y
junto
al Templo, el otro arquetipo era la sinagoga,
(1)
un lugar de reunión cercano y accesible para todo el pueblo: el centro de
oración e instrucción religiosa judía para aquellos que por vivir lejos de
Jerusalén no podían acudir al Templo. Su origen se encuentra en tiempos del
exilio y el cautiverio del pueblo hebreo en Babilonia al querer reunirse aún
lejos del Templo de Jerusalén. Por lo tanto, a la vuelta del exilio, las
sinagogas proliferaron tanto en Palestina como fuera de la región, también en
las distintas diásporas. Prácticamente todas las poblaciones tenían la suya,
puesto que una de las prioridades de los judíos emigrados era levantar una
sinagoga en el lugar donde se encontraban. Y, precisamente, esta particularidad
sería primordial para el anuncio del Evangelio en la extensión misionera. Las
sinagogas fueron uno de los primeros lugares de los confines del Imperio Romano
donde los nuevos misioneros irían para predicar y anunciar las Buenas Nuevas de
salvación a sus compatriotas
(Hechos 13:5
y 14; 14:1; 17:1 y 10; 18:19).
Por otro lado, el Templo de Jerusalén fue para los judíos
el lugar por antonomasia del culto sagrado, así que la Iglesia primitiva
conocía muy bien la historia de los tres Templos. El primero, construido por el
rey Salomón, fue destruido por Nabucodonosor, rey de Babilonia
(
922 a
.C.).
El segundo
fue edificado por los judíos a su regreso de la cautividad babilónica sobre las
ruinas del primero, aunque de más modestas proporciones
(
537 a
. C.).
Y el
tercer Templo, construido de nuevo por el rey Herodes el Grande
(
19 a
.C.),
siguió
el prototipo del primero, pero con mayor envergadura y accesos más amplios. El
edificio central pasó de
30
codos de altura a
40
(1ª
Reyes 6:2; Flavio Josefo; Guerras, I.XVI).
Este Templo, que no se culminaría
hasta principios de los años sesenta, sería destruido por los emperadores
Vespasiano y Tito en el año
70
d. C.
Los primeros cristianos conocían muy bien el tercer Templo,
grande y admirable, erigido sobre una gran explanada y protegido por grandes
murallas. Su interior estaba formado por atrios y por el santuario, cuya parte
anterior, el lugar Santo, contenía el altar de oro, la mesa de los panes de la
proposición y el candelabro de oro de siete brazos. Y en la parte posterior el
lugar
Santísimo: la morada de Yahvé, en la que había estado el Arca de la Alianza,
pero que en tiempos de Jesús y los apóstoles era un lugar oscuro y vacío.
Precisamente
la Iglesia primitiva sabía muy bien que el velo que daba acceso a ese lugar
oscuro había sido rasgado en dos en el momento cumbre de la cruz
(Mateo
27:50-51; Hebreos 8:13).
Y también entendían que mediante la sangre de Jesús tenían
plena libertad para entrar en el lugar Santísimo por el camino vivo y nuevo que
él abrió mediante su cuerpo
(Hebreos 10:19-20).
Así
que, bajo esta nueva disposición salvífica, la
Ekklesía
e
ntendió
que ya no habría más lugares santos ni templos a donde acudir. El templo eran
los creyentes.
A pesar de ser parte de la geografía personal de los
primeros cristianos, la arquitectura del Templo y las edificaciones públicas
grecorromanas, con sus simbolismos y funciones religiosas, no les vincularon
espiritualmente de manera absoluta. La nueva propuesta de fe circunscrita al
mensaje de la cruz de Jesús y del culto en el espíritu les liberó de
prácticamente toda dependencia estética y estática. La transferencia fue un
proceso acumulativo de convicciones, progresivo e inequívoco. No tenían
edificios ni construcciones destinadas a actividades litúrgicas; y las
referencias judaicas no suplían las convicciones adquiridas. El culto sería
allá donde estuvieren. Se levantaban muy de mañana, al amanecer, para orar y
alabar
a Dios. Y al anochecer se reunían para compartir el pan, cantar himnos y orar.
Es
por este comportamiento que los cristianos primitivos eran, básicamente,
orantes.
Un cambio significativo sucedió a finales del siglo segundo
y durante el tercero. Erróneamente los cristianos empezaron a adoptar la
costumbre pagana de venerar a los muertos. Las catacumbas son prueba de ello.
Debido
a esta creencia, cuando Constantino hizo del cristianismo la religión oficial
del Imperio se empezaron a erigir los primeros monumentos o edificaciones
religiosas como una manera de legitimar la fe. La mayoría se edificaron encima
de cementerios o tumbas de los santos fallecidos; un lugar donde desde hacía
años los cristianos se reunían y donde progresivamente les otorgaron categoría
de lugar sagrado. Y de la misma manera que los paganos ponían el nombre de sus
dioses a sus templos, Constantino hizo lo mismo con los templos cristianos que
se edificaban: adjudicaba el nombre del santo que estaba enterrado en aquel
lugar,
considerándose sagrado por la veneración de los cristianos hacia sus mártires.
Esta
práctica estaba basada en la idea de que los mártires tenían el mismo poder que
antes habían atribuido a los dioses del paganismo.
(2)
Y aunque era una costumbre pagana, los cristianos la adoptaron de manera
integral.
(3)
Como el edificio ya entraba dentro de la consideración de sagrado, los fieles, antes de acceder al interior, debían pasar previamente por el rito de la purificación. Para tal fin, en el siglo cuarto se construyeron fuentes en el atrio para que los cristianos pudieran lavarse antes de entrar al edificio. Por otro lado, las iglesias construidas bajo Constantino tenían el modelo de basílica, el edificio gubernamental romano que había sido diseñado siguiendo el estilo de los templos paganos griegos. Por su tradicional práctica de veneración al sol, el emperador dispuso la fachada de los templos hacia el este, de manera que, en la hora del día adecuada, a través de los vitrales entrara la luz del astro rey cayendo sobre el orador cuando predicaba. Asimismo los fieles estaban pasivamente sentados y dispuestos a la usanza de las antiguas plateas griegas: todos mirando hacia la parte anterior para admirar la función de los oficiantes — el clero — , que estaban situados en una plataforma elevada y separados de los laicos — el pueblo — por una barandilla o una pantalla. A diferencia de los primeros cristianos que se reunían alrededor de una mesa, en círculo o en diferentes colocaciones según la vivienda, la disposición unívoca hacia el frente transformó radicalmente la psicología del culto cristiano.
Este prototipo de templo, que ha llegado hasta nuestros
días en todas las variables denominacionales de la cristiandad, sigue vigente y
mantiene su preponderancia eclesiástica y arquitectónica. Las Iglesias locales
de la postcristiandad, tanto las católico-romanas como las protestantes y
evangélicas, básicamente siguen los modelos arquitectónicos y de disposición
mobiliaria de Constantino. Y pese a que en algunos sectores existe una cierta
voluntad de cambiar la tendencia, las capillas son, en fondo y forma, lugares
de función religiosa donde los fieles se sientan mirando hacia delante, donde
parece suceder lo importante y donde en unos escalones más arriba acontece
aquello que se le da trascendencia espiritual. Si bien la participación de los
fieles en los últimos dos siglos ha ido creciendo progresivamente, la realidad
es que mayormente ha sido en el canto, sin afectar a otros aspectos del culto.
El concepto contemporáneo de altar viene del tiempo en que el lugar más sagrado del edificio era donde se guardaban las reliquias de los mártires. Y con que era un lugar sagrado, se ofrecía sobre el altar y solo aquellos que eran considerados hombres santos — el clero — se les permitía oficiar allí. Y frente al altar estaba la silla del obispo, denominada cathedra . Por eso el término ex cátedra proviene de esta silla, que significa ‘desde el trono’. Y, precisamente, el sermón era predicado desde la silla del obispo con la autoridad magistral y solemne propia del cargo. También la palabra catedral viene de la raíz cathedra , que significa el edificio que alberga la cathedra , la silla del obispo donde impartía su versado sermón.
Es evidente que durante la cristiandad todas las familias y
denominaciones cristianas nunca abandonaron ni la
cathedra
ni la
catedral
.
Todas conservaron el significado original del siglo
IV
como
lugar donde se predica la Palabra de Dios
ex
cátedra;
desde la autoridad del trono. Así fue cómo la disposición
de las capillas de la cristiandad y la postcristiandad continuaron manteniendo
un formato inequívocamente constantiniano centrado en el frontal: el lugar y el
espacio donde aparentemente sucede todo lo importante y desde donde se imparte
solemnemente
la predicación y la enseñanza. Este modelo se repite alrededor del planeta, ya
sea en Europa, América, Asia, África u Oceanía, con fieles dispuestos a
contemplar un espectáculo, a pesar de que participen con el canto. Sin embargo,
el contraste con el interactivo movimiento del camino de los primeros
cristianos es abismal. Reunidos en hogares, con las familias como elemento
neurálgico de la comunidad y con la predicación participada e interpelada, las
iglesias locales eran focos centrífugos dinámicos y misioneros. Movilizados
hacia
distintos lugares, desde sinagogas a lugares públicos, como el Pórtico de
Salomón
(Hechos 5:12),
el Areópago
(Hechos
17:20-24)
o la escuela de Tiranno
(Hechos 19:9),
los
primeros cristianos crecían en la fe y se fortalecían espiritualmente en la
disposición
estratégica de la
Iglesia-familia-casa
(Hechos
2:46; 20:20; Romanos 16:3-5; 1ª Corintios 16:19; Colosenses 4:15; Filemón 1:12;
2ª Juan 10-11).
Robert Banks lo expone con estas palabras:
«Los
cristianos de los primeros siglos carecían de la publicidad de los cultos
paganos. No tenían santuarios, templos, estatuas o sacrificios. No realizaban
festivales, bailes, espectáculos o peregrinajes públicos. Su principal rito
involucraba una comida que tenía un origen y un entorno doméstico heredados del
judaísmo. Por cierto, los cristianos de los primeros tres siglos solían
reunirse en residencias privadas que habían sido convertidas en espacios de
reunión adecuados para la comunidad cristiana… Esto indica que la austeridad
ritual de los primeros cultos cristianos no debe ser tomada como una señal de
primitividad sino, más bien, como una forma de enfatizar el carácter espiritual
del culto cristiano»
(4)
Como el edificio ya entraba dentro de la consideración de sagrado, los fieles, antes de acceder al interior, debían pasar previamente por el rito de la purificación. Para tal fin, en el siglo cuarto se construyeron fuentes en el atrio para que los cristianos pudieran lavarse antes de entrar al edificio. Por otro lado, las iglesias construidas bajo Constantino tenían el modelo de basílica, el edificio gubernamental romano que había sido diseñado siguiendo el estilo de los templos paganos griegos. Por su tradicional práctica de veneración al sol, el emperador dispuso la fachada de los templos hacia el este, de manera que, en la hora del día adecuada, a través de los vitrales entrara la luz del astro rey cayendo sobre el orador cuando predicaba. Asimismo los fieles estaban pasivamente sentados y dispuestos a la usanza de las antiguas plateas griegas: todos mirando hacia la parte anterior para admirar la función de los oficiantes — el clero — , que estaban situados en una plataforma elevada y separados de los laicos — el pueblo — por una barandilla o una pantalla. A diferencia de los primeros cristianos que se reunían alrededor de una mesa, en círculo o en diferentes colocaciones según la vivienda, la disposición unívoca hacia el frente transformó radicalmente la psicología del culto cristiano.
El concepto contemporáneo de altar viene del tiempo en que el lugar más sagrado del edificio era donde se guardaban las reliquias de los mártires. Y con que era un lugar sagrado, se ofrecía sobre el altar y solo aquellos que eran considerados hombres santos — el clero — se les permitía oficiar allí. Y frente al altar estaba la silla del obispo, denominada cathedra . Por eso el término ex cátedra proviene de esta silla, que significa ‘desde el trono’. Y, precisamente, el sermón era predicado desde la silla del obispo con la autoridad magistral y solemne propia del cargo. También la palabra catedral viene de la raíz cathedra , que significa el edificio que alberga la cathedra , la silla del obispo donde impartía su versado sermón.
Tras la constantinización de la Iglesia, en la
configuración estática y territorial del modelo
Iglesia-parroquia-edificio
aparecen
tres prototipos de Iglesia local que durante siglos prevalecerían. Los tres
exponen
cómo fue la formación del concepto de iglesia y cómo esa disposición se ha
transmitido a las denominaciones cristianas de toda índole como una peculiar
forma
de entender el cristianismo. El primer modelo es la capilla previa a la
población. Como sucedió en muchos pueblos de la Europa católico-romana a partir
del siglo
IV
, en sus inicios el edificio de una iglesia dio origen a la
población. Alrededor de una capilla, normalmente asentada en un cruce de
caminos, se formaba una comunidad con terrenos adyacentes de sembrado, casas y
camposanto. En este caso resalta la importancia del camino trazado para ir de
un lugar a otro, vinculando la geografía con el establecimiento de un lugar
dedicado a la fe. Este concepto implantó el lugar de culto religioso previo a la
llegada del pueblo, los barrios o las ciudades.
El segundo patrón sitúa el barrio o la población antes del
enclave de la capilla que debiera albergar la Iglesia. Es decir, primeramente
aparecen casas de campo con sus terrenos y plantaciones que con el tiempo y por
la cercanía entre sí darán lugar a la edificación de una pequeña ermita o,
posteriormente, una capilla de mayores dimensiones: un lugar de reunión común.
En este caso resalta la habitabilidad del lugar y la necesidad de construir una
capilla, constituyéndose una iglesia estática. Como el anterior, este prototipo
de barrio o población previo a la iglesia fue muy común durante toda la Edad
Media y el Renacimiento, perdurando hasta el siglo
XX
.
El siguiente y último modelo aparece ya en las medianías
del siglo
XX
cuando el edificio de una iglesia se construye al mismo
tiempo o a la par que el barrio o la población. Es propio del desarrollismo
industrial y la inmigración, cuando por necesidad de vivienda y acogida
espontáneamente se forman barrios o conurbaciones de baja calidad y salubridad.
Ya sea primeramente en chabolas y más tarde en pequeñas edificaciones, o con
casas y polígonos destinados a la acogida de la población inmigrada y mano de
obra barata, la necesidad de dar contenido religioso al lugar obliga a la
construcción de pequeñas capillas católicas y protestantes que más pronto o más
tarde se convertirán en parroquias de barrio con todas sus implicaciones
sociales y religiosas.
En los tres casos, el modelo preponderante es el binomio
población-capilla
o
capilla-población,
definiendo por capilla una edificación representativa de Iglesia parroquial como
concepto de cuerpo de personas reunidas para un fin litúrgico. En este punto es
importante destacar que en la cristiandad la liturgia definió la actividad y
personalidad del edificio, por lo que el mensaje que subyace es que la función
de la Iglesia, como cuerpo universal y local, es básica o preferentemente
litúrgica. Es decir, la Iglesia es un edificio que acoge a fieles y donde se
realiza
una liturgia religiosa. Este concepto y modelo trascenderá los siglos hasta
quedar impregnado en la mentalidad futura. Así es que en la psicología de la
cristiandad
y la postcristiandad
—
tanto católica, ortodoxa, como protestante y evangélica
—
predomina
la definición social de que una Iglesia local es un edificio con funciones
básicamente
litúrgicas. No es necesario apuntar que esta común percepción socioeclesiológica
dista mucho del concepto bíblico de
Ekklesía
primitiva.
Este prototipo, que ha marcado a fuego todos los siglos de
la cristiandad, sigue siendo el modelo que define lo que es Iglesia y lo que no
es. Es decir, la visibilidad de una edificación que representa un cuerpo
invisible que solo es visible y real cuando se reúne un día a la semana en un
edificio representativo, cumpliendo con una determinada liturgia religiosa.
Entonces,
desde dicha perspectiva, ser Iglesia es entrar a formar parte de esa estructura
corporativa, de un edificio con preferenciales finalidades litúrgicas. No cabe
duda de que ésta es otra de las grandes carencias de la cristiandad, que las
iglesias de la postcristiandad aún conservan en su esencia simbólica y práctica.
2- LA
ARQUITECTURA SIMBÓLICA
Una de las particularidades de las capillas de la
cristiandad es el acaparamiento y la monopolización de la nomenclatura
iglesia,
otorgándole más valor al continente que al contenido. La simbología, con sus
distintos discursos alegóricos, metafóricos, representativos o de
interaccionismo simbólico que estimulan una determinada actitud, se convierte
en lo que para los animales son los instintos. Son emociones representadas que
estimulan
un determinado tipo de pensamiento o actividad de manera instintiva, eludiendo
la interiorización, la reflexión y la evaluación. Por consiguiente, los
símbolos alcanzan un poder casi absoluto cuando estimulan emociones y les dan
sentido de pertenencia figurada por encima de la vinculación madurada e
implicada.
El traspaso conceptual de la
Iglesia-familia-casa
original a la
Iglesia-parroquia-edificio
de la
cristiandad y postcristiandad ha dado a la misión de la
Ekklesía
una significación más simbólica
y emocional en una relación instintiva con el templo físico. El edificio, con
su arquitectura y lenguaje figurado, ha introducido en los fieles una condición
alegórica al auténtico contenido bíblico. La representación del espacio ha
venido a ocupar el lugar de la identidad real y de la misión proactiva. La alta
figuración dada a lo emblemático y a los edificios religiosos en realidad
describe
una emocionalidad instintiva de la fe que se profesa. De este modo el creyente
tiene más tendencia a asentar su credo en lo representativo porque le
identifica y le da un marco de referencia que incluso fácilmente puede llegar a
ser sustitutivo de su esencia. Abandona gran parte de su compromiso en manos de
aquello que le representa porque la disposición escenográfica de la
Iglesia-parroquia-edificio
llena
ese espacio de identificación emocional que en realidad debería llenar el
vínculo con el contenido.
Como ya describí anteriormente, los edificios grecorromanos
eran construcciones prácticamente cuadriculadas, con altas columnas, capiteles
muy labrados y un techo raso generalmente en bajante de dos aguas. Por su
parte, el Templo de Jerusalén tenía unas dimensiones más reducidas, sin tantas
columnas, con techo plano y aledaños muy espaciosos. Por lo tanto se puede
considerar que tanto los templos grecorromanos como el hebreo eran de la misma
familia arquitectónica. No obstante, con la irrupción de Constantino y su
cristianización por decreto, las edificaciones cristianas difieren de las
anteriores en un aspecto central: los techos dejan de ser absolutamente planos
o de simples dos aguas para empezar a dibujar algunas ábsides, con pequeñas
bóvedas
y cúpulas. Y aunque aún mantienen ciertas similitudes con los modelos griegos,
ya no son simples estructuras planiformes sino que buscan elevarse hacia el
cielo, con naves adyacentes a la principal y con la aparición de la torre del
campanario y pequeñas cúpulas.
(5)
En la implementación ya mencionada de la iglesia parroquial
de cruce de caminos con población alrededor de la capilla, el campanario ejerce
una función socioreligiosa de convocatoria. La llamada a la misa o al culto
perdurará
durante toda la cristianad e incluso en la postcristiandad. Convocar a los
fieles al acto litúrgico es la función del campanario, lo que implicará la
asociación de ideas de que en el edificio representativo de la Iglesia es donde
realmente se hacen actos litúrgicos, por lo que la función de la iglesia será
la liturgia y no la misión. Con su aspecto circular o cuadrangular elevado
hacia el cielo en busca de lo divino, el campanario se estableció como el icono
por excelencia de la cristiandad. Su efigie alta y distinguida permanecería no
solo en el catolicismo, también se impondría con éxito en gran parte del
protestantismo
e incluso en el moderno evangelicalismo.
El románico y su arquitectura religiosa elevada hacia el
cielo presidió prácticamente toda la Edad Media, hasta que hacia sus últimos
años apareció el gótico en la escena europea y, con ello, las cúpulas y las
puntas emergieron aún con más fuerza. Sin embargo, la cúpula no fue un invento
del siglo
IV
. Realmente es tan antigua como la humanidad civilizada, a
pesar de que los griegos la conocían y prácticamente no la utilizaron, y los
romanos la dispusieron en algunos de sus edificios públicos. A pesar de que en
el románico aparecen con distintas formas y patrones, no fue hasta el
Renacimiento que las capillas cristianas empiezan a destacar por sus altas
cúpulas
en dirección vertical, con sus puntas cada vez más afiladas y largas. Los
edificios ya no son tan cuadriformes ni planiformes sino que se levantan del
suelo con mucha mayor altura, con más espacio interior en sus diferentes naves y
con cúpulas mucho más grandes y esbeltas.
(6)
El mensaje emocional que se traduce tras las majestuosas arquitecturas es un
intento humano de duplicar lo que es celestial y espiritual, provocando un
sentido de misterio, trascendencia y sobrecogimiento.
En el gótico, el mensaje principal de las distinguidas
construcciones religiosas, con sus bóvedas, cúpulas, campanarios y torres y con
sus agujas apuntando al cielo es que Dios es majestuosamente grande,
trascendente e inalcanzable, pero no habita en el corazón del hombre y la mujer
sino en los espacios donde se le adora. El mensaje es: Dios no es accesible,
tan solo te puedes acercar a él si te reúnes en un lugar llamado iglesia o
catedral donde básicamente se le da culto mediante liturgias. Una mentalidad
concéntrica. Este fue el pensamiento del catolicismo durante un milenio. Pero en
el siglo
XVI
los reformadores heredaron la tradición romana de
Iglesia-parroquia-edificio
y en poco tiempo las catedrales medievales se convirtieron
en propiedad protestante. En verdad no hubieron cambios en la estructura y
definición de los inmuebles.
(7)
Todos mantuvieron su función y belleza, aunque en su interior algo
cambió. La mesa del altar fue sustituida por el púlpito; y la predicación
sustituyó la eucaristía. Fue un pequeño avance que, por otro lado, generó otra
nueva simbología emocional. La idea que subyacía detrás de la renovación era
que las personas no podrían conocer a Dios ni tener un crecimiento espiritual a
no ser que escucharan ilustradas predicaciones dentro de un edificio religioso.
Se pasó de adorar el altar a adorar la Biblia y al predicador-pastor.
El deseo de alcanzar simbólicamente el cielo no es nuevo.
En Babel ya intentaron construir un edificio que subiera hacia el infinito.
Pero no lo consiguieron. Los babilonios y los egipcios también procuraron
elevar a lo alto sus edificaciones religiosas y mortuorias, con los obeliscos y
las pirámides buscando en el cielo la eternidad y la inmortalidad. Con la
filosofía griega llegó la mirada horizontal, potenciando la creencia en la
democracia, con dioses celestiales arraigados a lo humano y la igualdad entre
mortales. Sin embargo, la simbología vertical es la respuesta arquitectónica de
la cristiandad a la necesidad de elevarse sobre lo terrenal mediante
estructuras representativas. La práctica de coronar techos con puntas
y con torres cada vez más altas y estrechas
llegó con las iglesias protestantes. Sus arquitectos compitieron para elevar
aún más los chapiteles y dar sensación de conexión entre el cielo y la tierra.
(8)
En el siglo
XVII
un
suceso provocó una moda de agujas más puntiagudas y torres mucho más estrechas
y altas. En el año
1666
un incendio arrasó la ciudad de Londres, asolando la
mayoría de sus
97
edificios de iglesias. La reconstrucción general se
encomendó a Sir Christopher Wren, rediseñando todos los templos de la ciudad.
Con innovaciones estilísticas basadas en la torre afilada de Saint Dennis en
París y otras alemanas, Wren dio a las atalayas mucha mayor esbeltez al
adelgazarlas aún más, conduciéndolas a agujas o chapiteles más largos y
afilados.
A partir de ese momento todas las iglesias protestantes copiaron el formato de
Wren. Cuando los puritanos se distanciaron de la teología de la Iglesia
Anglicana y formaron sus congregaciones, pese a realizar construcciones más
sencillas y baratas, siguieron manteniendo el mismo tipo de torre adelgazada y
de aguja afilada.
(9)
Asimismo este tipo de construcción fue llevado a América del Norte, donde la
gran mayoría de los edificios de iglesia se construyeron siguiendo el mismo
modelo del arquitecto inglés. A día de hoy se puede observar cómo en todas las
ciudades
norteamericanas muchos templos presbiterianos han quedado encajonados entre dos
edificios de apartamentos o rascacielos, con sus torres sobresaliendo y
elevándose muy delgadamente para acabar en chapiteles extremadamente finos y
puntiagudos.
(10)
Es evidente que la arquitectura simbólica condujo a la
cristiandad a unos estándares de fe muy arraigados a los instintos religiosos.
La
estimulación de las emociones espirituales a través de elementos figurativos y
arquitectónicos, pese a la gran belleza estética y artística que atesoran, ha
generado una espiritualidad eclesial bastante dependiente de la simbología. Aún
hoy muchas congregaciones evangélicas desean disponer de emblemáticos y
postmodernos edificios parroquiales que les representen; pero sus deseos se
nutren de emociones religiosas con comportamientos simbólicos. Sin embargo, más
allá de lo bello y lo alegórico, esta herencia de la cristiandad nada tiene que
ver con el legado neotestamentario de Iglesia.
3- ORANTES
SIN ORATORIOS
Una de las congregaciones con las que el apóstol Pablo tuvo
más trabajo fue Corinto. A diferencia de Filipos y Tesalónica que se
desarrollaron más proactivamente como Iglesias y centros misioneros, la de
Corinto le supuso muchos quebraderos de cabeza. Las dos cartas a la Iglesia y,
tal vez, una perdida así lo constatan. La tendencia a magnificar las
experiencias carismáticas individuales, algunos desórdenes con la sexualidad y
las disputas y disensiones entre ellos fueron la causa de que el apóstol
tuviera que emplearse a fondo. No obstante, a pesar de esta particularidad,
Corinto nos aporta algunos interesantes elementos sobre cómo eran las primeras
congregaciones locales primitivas.
Cuando Pablo escribe su epístola a los Romanos,
precisamente desde su estancia de tres meses en Corinto, el apóstol termina con
las debidas y entrañables salutaciones. Entre la larga lista, uno de los
saludos transmitidos es de Gayo, especificando que era
«su hospedador
y de toda la Iglesia»
(Romanos 16:23).
Sin lugar a dudas está
diciendo que el apóstol estaba hospedado en casa de Gayo, pero por la
terminología usada también indica que éste cedía su casa para toda la Iglesia
en Corinto. El apunte es significativo. A mediados de los años
50
del
primer siglo, la Iglesia en casa de Gayo podía ser perfectamente una entre
varias. Según la arqueología y algunos detalles bíblicos, el número de
cristianos que había en Corinto, teniendo en cuenta la expresa mención de
catorce personas en sus cartas, muy probablemente podría ser entre
40
y
80
reunidos
en cuatro o cinco casas. Esto indicaría que la Iglesia de Corinto era una sola,
como cuerpo universal y epistolar, aunque reunida en diferentes hogares como
pequeñas congregaciones. Así que Pablo menciona a Gayo como su hospedador; es
decir, quien le daba alojamiento, cama y algún tipo de manutención. Pero
seguidamente
está afirmando que Gayo también es el hospedador
«de toda la
Iglesia»,
dando a entender que, de manera puntual pero con cierta
regularidad, reuniría en su casa a todas las congregaciones de los diferentes
hogares de Corinto.
Este primer detalle apunta a un tipo de Iglesia
neotestamentaria congregada en diferentes casas de una misma ciudad, que de
manera regular, pero puntualmente, todas ellas se reunirían en una vivienda de
mayor espacio. Y aquí entra Gayo, que muy probablemente disponía de una
vivienda más grande, especialmente con un patio más amplio y mejores estancias
para el encuentro. Pero junto al saludo de Gayo en la carta a los Romanos,
Pablo acompaña otra salutación de parte de Erasto, a quien el apóstol
seguidamente dice que era el tesorero de la ciudad, y que en una piedra
recientemente
encontrada en una excavación de un camino de las inmediaciones aparece la
siguiente inscripción:
«Erasto, comisionado de obras públicas».
Erasto, que fue compañero de Pablo y uno de los primeros enviados a Macedonia
junto a Timoteo para predicar
(Hechos 19:22)
y que
en la segunda carta a Timoteo el apóstol dice que dejó a Erasto en Corinto
(4:20),
es un
personaje clave en la ciudad, tanto por lo que se refiere a su faceta de
predicador como a su competencia profesional. Es por ello que algunos eruditos
deducen
que Gayo era una persona muy bien posicionada económicamente en Corinto y que,
dada su preparación profesional, Erasto tendría una fluida relación con Gayo.
(11)
Lo que sí sabemos con certeza es que no solo las dos
epístolas
de Pablo a los Corintios y el apunte de Romanos hablan de la vida de la Iglesia
de Corinto, sino que Juan también se refiere en una de sus misivas. Cuando el
apóstol Juan escribe a Gayo en su tercera carta, alude al conflicto dentro de
la Iglesia corintia con un tal Diótrefes, que acostumbraba a desear el primer
lugar y a no querer acoger a los hermanos, ni siguiera al mismísimo Juan. La
situación de Diótrefes contrasta con Demetrio, a quien el apóstol ya anciano
alaba por su compromiso con la verdad. Y asimismo Juan destaca la hospitalidad
de Gayo y le anima a seguir acogiendo a hermanos, incluso a desconocidos. Y
también le anima a seguir en el camino de la verdad.
De todas estas referencias a Gayo y a la congregación de
Corinto se observan algunos importantes detalles sobre la articulación de las
Iglesias locales del primer siglo. En primer lugar aparece el concepto
Iglesia-familia-casa
como
centro neurálgico de reunión y misión. La Iglesia está muy vinculada a la
familia porque se reúne en las casas y no en otro lugar, por lo que la
implicación y compromiso con el Evangelio se descubre en la transparencia de
los individuos en el hogar, y no en actividades grupales de fascinantes
liturgias. Y segundo, las Iglesias de las ciudades referenciadas en las cartas
apostólicas en realidad son la suma de congregaciones que se reunían en
diferentes casas y que probablemente se unían una vez cada cierto tiempo para
una reunión conjunta. A diferencia de las
Iglesias-parroquias-edificios
o,
especialmente, de las
MegasIglesias-parroquias-edificios
de la postcristiandad que parten de estructuras y
actividades conjuntas para definirse como Iglesia, para después, como una
sucursal, tener reuniones o cultos en las casas; la Iglesia primitiva tenía en
los hogares su definición de
Ekklesía
y, en
consecuencia y como una transmisión natural, se unían formando un cuerpo
espiritual en una localidad. La diferencia de punto de partida y de sentido de
koinonia
y misionero es importante.
No obstante, el concepto de Iglesia radicada en diferentes
casas no es un modelo que exclusivamente se contempla en Corinto. En la misma
epístola de Pablo a los Romanos, el apóstol también deja entrever cómo se
reunían y distribuían los cristianos en la ciudad romana. Después de saludar
muy afectuosamente a Aquila y Priscila
(Romanos 16:3-4),
en el
siguiente versículo extiende el saludo a
«la
Iglesia de su casa».
Es evidente que si el apóstol está escribiendo a la Iglesia
en Roma, el apunte de saludar a
«la Iglesia de
su casa»
—
de
Aquila y Priscila
—
,
viene a decir que en la ciudad habían diferentes congregaciones en distintas
casas y que a todas ellas, en conjunto, Pablo les escribía la epístola, por lo
que es plausible que la carta se leyera en los distintos hogares-congregaciones,
pasando de una a otra. Pero unos versículos más abajo
(v. 10
y 11),
también saluda
«a los de la
casa de Aristóbulo»
y
«a los de la
casa de Narciso».
No sabemos con precisión si Pablo se refería a ellos como
una familia concreta sin necesariamente ser una congregación en el hogar o
realmente formaban una Iglesia; pero por el contexto se podría deducir que sí
eran Iglesia. No obstante, tres versículos después
(v.
14)
solicita que saluden de su parte a
«Asíncrito, a Flegonte, a Hermas, a Patrobas, a
Hermes y a los hermanos que están con ellos».
Es muy probable que
los hermanos referidos formaban parte de una Iglesia en un hogar.
Todo ello nos invita a observar la Iglesia local desde una
perspectiva más celular que inmobiliaria; con una relación más íntima e intensa
por la cercana implicación de sus integrantes que una aglomeración de fieles en
un edificio representativo. Es más, las trazas que las cartas neotestamentarias
dejan entrever manifiesta que la Iglesia local tiene su verdadera fuerza en la
cercanía e inmediatez de relación y acción. Esta vivencia de proximidad de una
congregación, que crece en el espacio corto de la cotidianidad, es lo que en
realidad obliga a vivir la fe de manera más auténtica veraz. En los mismos
pasajes antes referenciados se pueden ver esas trazas de activa intimidad y
actividad santa. La invitación del apóstol Juan a Gayo a abrir su casa para
hospedar a los hermanos, aparte de ser lo propio de las condiciones y modos
sociales de la época, es una incitación a un testimonio cristiano más natural y
transparente. Incluso le estimula a hospedar a desconocidos
(1ª
Juan 5).
Porque, ¿qué sentido tiene ser cristiano si no se está
dispuesto a las molestias o a las incomodidades en lo más privado? La
invitación a una Iglesia cotidiana y de relaciones próximas es una de las
propuestas más claras de la
Ekklesía
del
Nuevo Testamento. Constantemente alude a una actitud abierta con los hermanos y
con los necesitados como una forma de comportamiento diario. Pablo recomendaba
a Febe, una diaconisa de la Iglesia en Cencrea, a que la Iglesia en Roma la
recibiera
«en el Señor, como es digno de
los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros»
(Romanos
16:2).
Esa cualidad espiritual y logística de servicio accesible
y dispuesto en cualquier momento es uno de los sellos de la Iglesia primitiva
que en la cristiandad se perdió y que en la postcristiandad sigue sin realmente
encontrar su auténtica esencia. El
osculor
santo,
aquel que se daba en la mano y en la mejilla, diferenciándose del
suavior
, el
basio
o el
columbor
,
(12)
es una muestra más de la intimidad y cercanía del ministerio de la Iglesia
primitiva. Porque ser cristiano necesariamente implicaba que las personas eran
lo primero, porque ellas son, además de Dios, la única razón de que exista
Iglesia.
Les tenía gustar las personas, sino no eran cristianos.
El modelo neotestamentario de congregaciones en las casas
difiere radicalmente del tipo de expansión misionera dependiente de diseños
inmobiliarios geoestratégicos o de modernos establecimientos parroquiales. En
el Nuevo Testamento no encontramos ninguna constitución de Iglesia fuera del
hogar y la familia, tal vez porque entendían bien que éste era el medio
socialmente
más natural para ser, compartirse y vertebrarse. La proximidad y familiaridad
relacional cotidiana era suficiente para ser Iglesia y anunciar el Evangelio. Y
tampoco existían prospecciones poblacionales para establecer iglesias
emblemáticas
o referenciales como si fueran iconos cristianizantes. Para los primeros
cristianos este concepto sería un modelo extemporáneo, absolutamente ajeno a la
personalidad de la Iglesia del Camino
(Hechos 11:26)
. Eran
un movimiento en adaptación constante a la misión, por lo que nunca imaginaron
ni
previeron la gran marca y logosímbolo de la futura cristiandad: la
Iglesia-parroquia-edificio
.
La manera en que las Iglesias neotestamentarias se
consolidaron
y desplegaron fue mediante las relaciones y el contacto diario con las personas.
No tenían otro plan ni ningún secreto misionológico. La única razón de ser y
existir era
«ser testigos en
Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra»
(Hechos
1:8).
Es decir, ir por todo el mundo estableciendo relaciones
para salvación donde la familia y el hogar vendrían a ser una referencia
visible del modelo; una transcripción a escala del Reino. La Iglesia era la
familia mayor, por lo que las congregaciones crecieron, se consolidaron y
dinamizaron descansando en la multirelación de la estructura familiar. Las
numerosas conexiones sociales de sus miembros serían la gran malla asociativa y
reproductiva.
Por otro lado, el ministerio que los apóstoles emprendieron
tuvo en las sinagogas esparcidas por Asia Menor un primer y trascendente punto
de contacto con las personas. Entre otros lugares de concurrencia pública ya
apuntados,
(13)
las
sinagogas fueron espacios procedentes para la predicación, porque allí podían
entablar contacto con hebreos exiliados o tener alguna ascendencia por razón de
cultura y lengua común, para, seguidamente, predicar a los gentiles
(Hechos
9:20; caps. 13, 14, 17, 18 y 19).
Por lo tanto, básicamente la
predicación se sustentó en la relación con las personas y en el contacto humano.
No obstante, tras la comunicación anunciadora, las congregaciones se formaron
fuera de las sinagogas y de los salones e instalaciones públicas. Salieron de
todos
ellos, entraron en los hogares y los cristianos se convirtieron en orantes sin
oratorios y en misioneros de familias y circuitos relacionales propios.
Como todo lo que es observado desde la perspectiva
postmoderna, una Iglesia establecida en hogares y con una relación diaria tan
próxima induce a observaciones muy contrastadas. La realidad es que una Iglesia
local del tipo neotestamentario, tan cercana, cotidiana e incluso íntima,
suscita serias objeciones. Una de las primeras es que los tiempos han cambiado.
Ya no necesitamos los hogares como centro y base de la Iglesia, ya que hoy
podemos alquilar edificios para albergar congregaciones de todo tipo, mientras
que en aquellos tiempos sería prácticamente imposible por las condiciones de
vida y, sobretodo, por la latente persecución de la Iglesia. Conceptualmente
podría ser cierto; pero visto desde la socioeclesiología neotestamentaria la
realidad es que la esencia de una Iglesia nuclear significaba compartir
dispuestamente sin propuesta de límites. Lucas lo especifica diciendo que
«los que habían creído eran de un corazón y un
alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían
todas las cosas en común»
(Hechos 4:32).
Este
modelo es muy exigente con el compromiso cristiano: reclama darlo todo, no solo
el diezmo. Y es más difícil ofrecerse y darlo todo escondido entre la masa de
una congregación multitudinaria que en la vivencia diaria del grupo más
reducido, donde las necesidades y la involucración con las carestías de
cualquier prójimo aparecen constantemente, y donde no solo se necesita estar,
sino ser. Ser cristiano sin red de protección.
Otra de las objeciones es que una de las dificultades de las
congregaciones celulares es la gran familiaridad y confianza que obliga la
cotidianeidad, lo que fácilmente puede resultar en un excesivo comadreo y en
problemas propios de la cercanía, con todos los defectos de las socializaciones
enfermizas. Pero estas situaciones no serán nada más que muestras palpables del
verdadero alcance del Evangelio en las personas. Es en la inmediatez donde los
seres humanos se muestran tal y como son, y donde se prueba la verdadera
afectación
del Evangelio. También es cierto que los grupos reducidos pueden tender a la
autoreclusión,
conformismo y acomodamiento; pero precisamente es por ello que en la Iglesia
primitiva el ministerio pastoral se plantea más como un cuidado atento y
educador, e itinerante de ministerio apostólico en el sentido de supervisión
constante, que de un cargo obispal bajo el modelo de cátedra bíblica, como una
autoridad a quien hay que escuchar sus predicaciones y seguir ciegamente. La
diferencia es muy notable.
4- LA
IGLESIA
CERCANA Y ACCESIBLE
Las Iglesias locales de la postcristiandad son herencia
directa de la cristiandad. Con todas sus virtudes y con todos sus defectos.
Muchas de las virtudes tienen que ver con el remanente fiel que recibe y pasa
el testigo a otros de manera que el testimonio persiste y permanece en
diferentes formatos y distintas modalidades eclesiales. Es una multitud de
cristianos que se muestra fiel y que en sus particularidades sociales,
sociológicas y antropológicas se esfuerza en adaptar el mensaje eterno al mundo
de hoy. Y entre los defectos destaca la gran dependencia a los modelos y
tendencias de la cristiandad. Uno de ellos, probablemente el más trascendente,
sea la sumisión a la
Iglesia-parroquia-edificio
en
detrimento de la
Iglesia-familia-casa,
entendiendo el modelo neotestamentario como la Iglesia cercana y accesible, y
también
multiplicadora, aunque liberada de estadísticas. Pero no puede haber Iglesia
cercana y accesible si no hay cristianos cercanos y accesibles. Y para que esto
suceda, la medida de Iglesia local habrá de ser suficientemente flexible,
dinámica y adaptable, con capacidad de moverse allí donde están las personas,
donde hacen su vida, donde realmente se expresan y sienten, donde son como son
y se muestran tal como son. En el lugar donde los cristianos viven más
obligadamente
transparentes y colindantes unos con otros y con la sociedad a la que
pertenecen. Y ese lugar normalmente está en los espacios pequeños y próximos,
en los círculos donde los creyentes son más accesibles y se presentan como en
realidad son. Es decir, cristianos sin el amparo de la simbología emocional de
edificios representativos, ni dependientes de absorbentes liturgias, ni
domesticados por la masificación religiosa.
Hace unos años tuve la ocasión de vivir una iglesia muy
diferente a las comunes. En Alemania existe una congregación que se autodenomina
La
Iglesia excursionista,
que
centra su vida y ministerio en conocer a Dios y compartirlo junto a la
naturaleza. Cada domingo, o también los sábados, organizan una salida al campo
o a la montaña, haciendo senderismo o caminatas de mayor o menor envergadura
según el tiempo y la ocasión. La peculiaridad de esta Iglesia es que no solo
disfrutan de la creación de Dios, sino que cuando llegan al lugar previsto para
ese día, además del descanso y reposición de fuerzas, tienen un tiempo de
reunión y comunión espiritual alrededor de un pequeño fuego en un escampado;
entre una hora y hora y media, aproximadamente. Allí, en el lugar escogido y
ante la Creación, abren la Biblia, oran, cantan y alaban a Dios acompañados de
una o dos guitarras, comparten sus testimonios y, en un ambiente más informal
pero nada ausente de trivialidad, se edifican unos otros. Y de entre los
invitados a la caminata el Señor añade los que han de ser salvos
(Hechos
2:47).
Al principio el grupo no era muy grande, tan solo unas
catorce
personas. Y esas catorce personas decidieron que eran un número suficiente para
ser Iglesia, en este caso nada local, sino del camino; con ministerio pastoral
y otros de enseñanza. En unos meses el grupo creció con nuevas conversiones y,
por logística y organización, se dividió en dos. Nació una nueva Iglesia
excursionista. Al cabo de dos años, al crecer con nuevos convertidos, volvieron
a dividirse. Y nació otra nueva congregación, totalmente autónoma, con
ministerios básicos y dinámica organización. Y a día de hoy todas ellas siguen
saliendo cada domingo al campo o la montaña, a caminar, a disfrutar de la
naturaleza admirando la obra de Dios mientras le adoran y testifican de él a
nuevos excursionistas. Y cuando el invierno llega con un intenso frío y llueve
o nieva, se reúnen en hogares, en bibliotecas o salones públicos del municipio.
Otras congregaciones de diferente tipo han surgido por la
necesidad de ser Iglesia de vivencia y proximidad real. Algunas tienen como
pretexto de asociación la música, el arte o el deporte. Otras se reúnen en
salones públicos, en colegios o en una red de hogares. Y aunque el nexo lúdico
tenga su impulso aglutinador, uno de los principios indelebles de estos grupos
es que, ante todo, son Iglesia del Camino. La prioridad de estar muy cerca de
las personas para ser testimonio de la Buena Nueva de salvación es lo que les
mueve a vivir la
Ekklesía
en su
particularidad y modo neotestamentario. Porque volver a los orígenes no es
copiar estrictamente sus condiciones de vida, sino la esencia en el sentido y
propósito de cercanía más transparente.
La virtud de saber adelgazar o reducir la sumisión
psicológica a la parroquia, al edificio y a las estructuras eclesiales
recargadas
de contenidos litúrgicos estériles puede dar un mayor sentido y significado a
la misión encomendada. Las dependencias creadas por una excesiva
sistematización religiosa se están dando con
fuerza en todas las denominaciones cristianas de las postcristiandad. La
búsqueda de la relevancia evangélica y del crecimiento numérico ahoga la
naturalidad y la espontaneidad de la misión. Pero los guarismos no son parte
del llamado. En ningún pasaje neotestamentario se relaciona la contabilización
de conversos con el propósito universal de la Iglesia
(Hechos
2:47)
. Por lo tanto, ser cercano y próximo es la esencia y la
primera razón de ser de la
Ekklesía
. Y si como instruía Jesús a
sus discípulos que
«donde dos o
tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»,
¿por
qué no puede existir Iglesia con un pequeño número de congregantes, si su
convicción de cuerpo y misión de ser sal y luz es inalterable y su propósito
tiene sentido?
(Mateo 18:15-20).
Es incuestionable que un buen número de congregantes en
grandes instalaciones permite otro tipo de ministerios que también pueden
conectar con la sociedad y las personas en distintas formas de proximidad y
conexión sociocultural; aunque es posible que en la magnitud se pierda la
esencia del ser y la implicación del querer. A pesar de ello, todas las
dimensiones de Iglesia pueden ser necesarias. No obstante, la capacidad de
cercanía, contacto real y adaptabilidad de la Iglesia local o de proximidad a
su entorno social será lo que realmente dará sentido a la medida. La medida
habrá
de ser directamente proporcional a la capacidad de contacto y contigüidad con
el pequeño mundo que les corresponde. Y en todos los casos
—
ya
sean pequeñas o medianas congregaciones
—
,
empoderar al creyente y no a las estructuras simbólicas es la verdadera esencia
de ser Iglesia. Porque es imposible ser Iglesia sin que los creyentes, todos,
hayan sido enseñados a tomar radical y determinantemente su responsabilidad
diaria de ser cristianos veraces, transparentes y accesibles, dispuestos a
pagar el precio de serlo en el servicio y entrega del día a día. De hora en
hora.
Pero mientras las estructuras eclesiales de la
postcristiandad aún sigan alimentando el clericalismo mediático, el
parroquialismo evangélico, el liturgialismo postmoderno y la masificación de la
comunión, cientos y miles de cristianos continuarán engordándose de menús
religiosos servidos lejos de sus hogares y de sus auténticos círculos sociales,
enclaves donde verdaderamente reside el germen de la misión
.
Y seguirán cogiendo el coche
para ir a la ‘iglesia’ del centro comercial o del polígono industrial, o a la
‘iglesia’ de un barrio de ciudad deshabitado de creyentes porque viven a
decenas de kilómetros de ella. Así que, lamentablemente, en el cristianismo de
la postcristiandad aún persiste la obstinación de ser sal en saleros de
porcelana
fina y luz en fastuosas lámparas de araña con colgantes de cristal de Bohemia.
Salir de ese tipo de saleros y de esos modelos de lámparas es urgente para ser
Iglesia del Camino.
[1] Las sinagogas eran un edificios en forma de sala, generalmente rectangular y orientada al Templo de Jerusalén. En algunas, en el atrio de entrada había una pila para lavatorios, y a sus lados había pequeñas estancias o edificios destinados a escuelas y albergues de peregrinos. Acostumbraban a estar decoradas con pinturas o mosaicos y en el interior había un armario o arca donde se custodiaban los rollos de las Sagradas Escrituras. También había un púlpito desde donde un lector leía, y unos bancos para sentarse que ocupan el resto del espacio. Las reuniones se celebraban obligatoriamente todos los sábados y días festivos hebreos por la mañana y por la tarde. El resto de los días la asistencia era voluntaria. En las reuniones se leían las Escrituras, se recordaban las tradiciones, se recitaban plegarias, se fortalecía la unión del pueblo hebreo propiciando el nacionalismo religioso y se terminaba con la bendición sacerdotal del libro de los Números
[2] Los ‘espacios sagrados’ cristianos más famosos cristianos fueron: San Pedro, sobre el monte Vaticano, construida sobre la presunta tumba de Pedro, San Pablo Extramuros, edificada sobre la presunta tumba de Pablo, la gran iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén, construida sobre la presunta tumba de Cristo, y la iglesia de la Natividad, en Belén, construida sobre la cueva donde supuestamente nació Jesús. El empeño de Constantino con la edificación de lugares sagrados le llevó a construir tan solo en Roma nueve iglesias, además de muchas más en Jerusalén, Belén y Constantinopla.
[3] «En el proceso de reemplazar las antiguas religiones, el cristianismo se convirtió en una religión» (Alexander Schmemann)
[4] The Church Comes Home. Robert Banks (Peabody: Hendrickson Publishers, 1998), pp. 49-50. Robert Banks reproduce a Frank Seen (Christian Liturgy, p. 53).
[5] La torre del campanario aparece en la cristiandad en el siglo quinto; un siglo después de la constantinización de la Iglesia.
[6] A History of Religious Architecture; Ernest H. Short. Pág. 62.
[7]
Más detalles
en
A History of Religious Architecture,
capítulos
11 a
14, y el volumen clásico de Otto Van Simon,
The Gothic Cathedral: Origins of Gothic
Architecture & the Medieval Concept of Order
(Princeton: Princeton
University Press, 1988).
[8] Temple to Meeting House, pág. 244; The Growth of Church Institutions, págs. 219-220.
[9] The Architecture of Sir Christopher Wren; Victor Furst (London: Lund Humphries, 1956), Pág. 16.
[10] Exploring Churches; Paul Clowney Págs. 72-73.
[11] St. Paul's Corinth; Jerome Murphy-O'Connor. The Liturgical Press, Collegeville, Minesota (1983-2002).
[12] El osculor: dar un beso en la mano o en la mejilla. El suavior: dar un beso en la boca. El basio: dar un beso apasionado. El columbor: dar besos seguidos. [13] Entre otros, el pórtico de Salomón (Hechos 5:12), el Areópago (Hechos 17:20-24) o la escuela de Tiranno (Hechos 19:9).
© 2018 Josep Marc
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