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· La génesis de la música

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© 2008 Josep Marc Laporta

A la pregunta de cuál fue el primer músico, la ciencia religiosa, la teología, nos dice que fue Jubal, quien fue padre de todos los que tocan arpa y flauta. Es lo que dice el primer libro de la Biblia, el Génesis. Pero el génesis autentico hay que situarlo casi 400.000 años antes. El primer homínido bípedo con su bamboleo de la bípedación, en busca del equilibrio, es la primera danza. Y su jadeo, el ritmo primigenio.

Posteriormente otro homínido intentó ordenar los sonidos de la naturaleza mediante el litófono, dos piedras percutidas entre sí. Junto al idiófono de golpeo y , luego, el odiófono de raspado (dos huesos entrechocados o frotados entre sí), el litófono es el más antiguo. De eso hace 200.000 años.

Seguidamente surgieron las trompas de corteza, en Australia; flautas con varias perforaciones, en Centroeuropa, hace 40.000 años; y rombos, desde hace 25.000 años. El rombo era una pieza de hueso de forma romboidal, con un agujero en un extremo: por ahí se pasaba un hilo vegetal o de tripa, y se hacía girar el rombo en el aire. Su sonido podía parecerse al mugido de un bisonte.

El rombo tiene una característica especial: al parecerse al mugido de un bisonte, en ciertos puntos de una caverna se registra mejor resonancia que en otros, precisamente ahí es donde los prehistóricos pintaron bisontes y símbolos. Esta relación es porque la música era parte del conjuro para dominar la naturaleza. Intentar aprehender la naturaleza y controlarla mediante rituales es lo que nosotros llamamos cultura. De alguna manera se puede decir que la música y la cultura nacen juntas, ya que al ritualizar los sonidos, darles un sentido y convertirlos en relato permite crear relaciones de cultura, es decir, rituales para influir en el ultramundo.

Podríamos afirmar que la cultura empezó siendo sonido. La conciencia del primigenio humano empezó alimentándose por el oído, con los ecos, los truenos, lo rayos. El mundo era sonido que provocaba un gran impacto psicológico. Nietzsche decía que el oído es el órgano del miedo. O Kierkegaard: “de los sentidos, el oído es el más espiritual”.

El lenguaje musical es previo al lenguaje oral articulado. Los primigenios tenían un pensar acústico. En realidad, la música es una forma velada de conocimiento. Al nacer la palabra, el ser humano se dispuso a explicarse a sí mismo, mientras que anteriormente la música y el sonido explicaba y conectaba la naturaleza con el hombre. Era una conexión perfecta. Así operaba la música chamánica, los egipcios convocaban a dioses, que protegían las cosechas agitando el sistro, una especie de sonajero hecho de juncos.

En la antigüedad, la música podía llegar a sanar. Dada la conjunción entre el hombre y el sonido, la música propiciaba estados de ánimo diversos. Igual podía sanar como aterrorizar. La especialidad del hombre antiguo era dominar e influir con la música los estados de ánimos. Pero ello sólo era posible por la auténtica unión y compaginación que había entre hombre y sonido. En la actualidad resultaría imposible reproducir el nivel de relación y sanidad de aquel tiempo, ya que tenemos muchas influencias socioculturales y tecnológicas que nos hacen insensibles en relación a anteriores etapas.

Posteriormente la música alcanzó niveles de acústica reseñables. Dufy, un músico del siglo XV, recibió el encargo de componer un motete para inaugurar la cúpula de Brunelleschi en Florencia, y él estudió todas las proporciones de la cúpula antes de crear su motete. Cuando se escucha en la actualidad, casi se pueden oír las nervaduras de la cúpula.

Por su parte los griegos tenían los mejores cuencos de bronces, invertidos y emplazados junto al escenario y bajo las gradas, a la distancia idónea para conseguir que los sonidos resonasen y se amplificasen. También tañían liras, cítaras y crótalos; el aulós era un tubo con lengüeta en la boquilla que debían soplar fuerte para sentir la presencia de los dioses. Un impacto para el pueblo, que se reunía expectante, al tiempo que disfrutaban de la experiencia del baile sagrado.

La música, según sentenció Platón, “es el orden del alma”. Jankelevitch apuntó certeramente que “la música es lo que el silencio nos deja oír”. Para los primitivos humanos, la música era lo que no era silencio. El sonido creó al ser humano al sentir el impacto que le proporcionaba los distintos timbres, tonos y melodías de la naturaleza y de su propia respiración. La música enseñó al hombre a ser humano.
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