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Del libro "El dilema del arte"
© 1991 Josep Marc Laporta
Estoy en la sala Prioral del Real Monasterio de San Lorenzo de «El Escorial». La estancia está adornada con pinturas venecianas del siglo XVI; entre ellas está la magnífica Última Cena de Tiziano. Dispongo mi atención ante ella y observo que en esa Última Cena no hay doce discípulos y el Maestro, hay alguien más, en total catorce personas. La sorpresa me lleva a indagar el motivo de ese invitado... ¿Hay un discípulo más?, ¿es un intruso?, ¿o es un improbable descuido del autor?. La investigación me aclara la situación. El personaje que aparece en la esquina derecha del lienzo es el propio Tiziano, que se autoinvitó en esa representación de la Última Cena.
En principio me parece una buena excusa artística para ser partícipe de la maravillosa sensación de estar en aquel momento histórico. Pero su figura aparece en el cuadro como un autorretrato, no realiza ninguna acción concreta; está presente, pero da la sensación de estar bastante alejado de aquella circunstancia, parece que su vista y su mente se aislan del hecho en que parece participar. Me sorprende su posición: de pie y mirando hacia el otro extremo, mientras los demás discípulos disfrutan de la vivencia de estar cerca del Maestro. No entiendo la situación y no alcanzo a comprender cuál es su misión en esas circunstancias. Más tarde me doy cuenta del significado de su presencia. Tiziano era tremendamente supersticioso y no podía admitir que en ese cuadro apareciesen trece personas. Él rompió el supuesto maleficio incluyéndose entre los invitados.
.../... Lo que él pintó era cierto hasta que su personalidad implantó el hecho diferencial e introspectivo, o sea, su cosmovisión de la vida. Lo que quiso plasmar era natural, pues simplemente significaba una reacción social; su arte era neutral porque no estaba partiendo de una base vivencial y bíblica, sino de un hecho totalmente indefinido, impersonal y adquirido, aunque el contenido fuera cien por cien religioso. Posiblemente, Tiziano quería reflejar algo que había asumido, pero que no era suyo; su cosmovisión traicionó una supuesta neutralidad. Su figura en el extremo derecho del lienzo es el sedimento que le delató.
.../... Neutral o partidista, la obra resultante será el fruto de un creador totalmente parcial y entregado a sus luchas, ideales y creencias. El partidismo de su creatividad estará sujeto a su personalidad, porque, a fin de cuentas, los elementos que componen una obra de arte se originan en el ámbito de la experiencia y de los sentimientos y no en el terreno de las ideas. Nuestras ideas las podemos disfrazar, pero nuestro sentimientos raramente podremos omitirlos o cambiarlos, pues están entretejidos en los más profundo de nuestro carácter y personalidad.
.../... En el creador existe una capacidad especial de acumulación de conceptos, vivencias, ideas y aspectos que después configurarán la nueva obra. La recolección pasiva de toda una serie de motivaciones serán las que al final exploten en la siguiente creación. La inspiración no es sólo un trabajo de probabilidades para lograr un objetivo artístico, también en ella actúan la cantidad y cualidad de retenciones vivenciales. No es sólo transpiración y acercamiento al lenguaje artístico de su generación, también es intensidad de experiencias. Su desarrollo como lenguaje artístico dependerá de su capacidad de acumular toda una serie de sensaciones y acciones en su interior. Podríamos decir que la acumulación produce una inspiración más enérgica y viva. Es la capacidad de retener, trabajar, esperar y desear una nueva alocución artística, la que dará un nuevo engendro con interés. La acumulación rebosante emerge con fuerza hacia fuera a una nueva experiencia artística, la cual ofrecerá una visión más real del sentimiento de su autor. En la acumulación hay saturación y necesidad de expresión.
.../... La estética es una belleza que se mide por la gratuidad del arte y no por las implicaciones de éste. Lo que el creador quiso decir importa, siempre y cuando desarrolle en el sujeto una vivencialidad de hermosura en la recepción, importando poco lo que deseaba reflejar, sino cómo lo iba a expresar. Lord Morley decía con picardía que «en un discurso sólo hay tres cosas que importan, y son: quién lo dice, cómo lo dice y qué dice. De las tres, la última es la menos importante». En el discurso artístico, lo que éste dice casi no tiene importancia, porque lo bello está en quien lo dice y cómo lo dice, anulando casi en interés de lo que expresa.
.../... Existe una dependencia total de la estética resultante con la belleza vivencial y espiritual. La diferencia, en realidad, es el tipo de belleza interior del creador y eso, solamente eso, será lo que realmente influya en una sociedad.
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tiempo atras lei este libro ey n espanol me pareció una tesis sobre el arte execelente. lo preste, lo he estado buscando y ya no lo venden. ¿Se hara ua reedicion? ¿es posible que haya cambiado de título y en lugar de el dilema del arte sea otro? Agradeceria una respuesta a andrewdyer@hotmail.com
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