© 2016 Josep Marc Laporta
A aquellos que nacieron en tierra propia y se quedaron porque no supieron adonde ir, porque tenían solo lo que tenían: alguna herencia llena de recuerdos y un simple cobijo concebido a golpe de manos.
A aquellos que vivieron en medio de los que llegaban, sintiéndose como extranjeros en propia tierra. A los que hablaban el idioma que mamaron entre sopas de pan y leche, pero que tuvieron que aprender el del recién llegado por servil deferencia.
A aquellos que se expresaban con el lenguaje de los padres, y que cambiaban rápidamente al mínimo común denominador importado para no afrentar sensibilidades de los supuestamente naturalizados.
A aquellos que iban a la escuela y cantaban el himno de los otros, y comían del espíritu nacional al paso de palabras prestadas. A aquellos que miraban desde las ventanas un pedazo de mundo ajeno, mientras sus paredes rezumaban libertades encarceladas.
A aquellos que al descolgar el teléfono contestaban en la lengua del imperio y de usted, no fuera que al otro lado un infiltrado decidiera que pensar en otro idioma era no pensar, ni ser, ni sentir.
A aquellos que cuando los recién llegados iban de veraneo a su pueblo, se quedaban en casa preguntando dónde estaba el suyo, por si acaso aquellos tenían más que ellos y por si no tener pueblo era no tener nada.
A aquellos que empezaron a creer en Dios refugiados en apartadas capillas, huyendo de largas sotanas y estériles santuarios. A quienes la providencia les premió con todo lo eterno, sintiéndose muy ciudadanos del cielo, pero excesivamente extranjeros en su tierra.
A aquellos que veían la hostia con la inquietud del gusto ajeno y del interrogante incierto, mirándola de lejos por si caía alguna cerca y por si acaso la santidad de otros pecaba en boca propia.
A aquellos que cantaban himnos huyendo de la fe de los de más allá. A los que masticaron la Biblia entre muchos sermones: los de su propia iglesia y los de todos los moralizadores.
A aquellos que guardaron las fiestas de los demás y se privaron de las suyas propias. A los que no bailaron al son de otros sones ni se vistieron de mil colores, porque no ser del mundo era vivir de lado, desposeídos por cuenta propia.
A todos los que vivieron como emigrantes en casa propia, sufriendo internas deportaciones y forzados desdoblamientos. Porque de ellos es el reino de la tierra media, la tierra de todos; aquella que por gracia de los que llegaron sabemos que nos la prestaron.
© 2016 Josep Marc Laporta
Sin palabras. Gallina de piel como dijo el profeta.
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