· Menelik
© 2015
Josep Marc Laporta
A veces, algunas veces, las aceras de cualquier ciudad del
mundo nos deparan sorpresas inexplicables. Las de Gondar son una chistera. Sus
espaciosas calles sin excesivos coches, con avezados transeúntes circulando pausadamente
al ritmo de la bonanza de su historia, conceden al cooperante regalos
inesperados.
Cuando nos cruzamos, me miraste fijamente, a la manera cómo
tus ojos acostumbraban a observar al desconocido. Tan penetrante fue el impacto,
que por largo rato estuve pendiente de la ventura de tu parpadeo. Mientras
hablabas, permanecí inmóvil frente a las traslúcidas retinas, intentando
escuchar la conversación de tu mirada, tan profunda como delicada.
Las confianzas y presentaciones que nos dispensó Sirhan, nuestro
interlocutor común, permitió entendernos más allá de lo visible. Supe que
dialogar era mirarte. Entendí que detrás de tus palabras se escondían
comunicaciones mejor cifradas. Y rápidamente concebimos bilateralmente una
emotiva amistad: tan intensa como espontánea, tan directa como inteligente.
El tiempo, mi tiempo occidental, no nos permitió el adecuado
cultivo de lo que para los dos era nuestro. Intercambiamos opiniones, pareceres
y discrepancias, todas atraídas por la bondad de aquello que perseguíamos tan
vivamente. Las enfrascadas deliberaciones sobre los terrenos de un dispensario
para los Gurage o las urgentes decisiones respecto a un repunte de la difteria en
los niños de Anuak fueron algunos de los muchos temas que dialécticamente disputamos.
Tú, con tus formas de estirpe gondara. Yo, con mi ilustrada educación europea. Sin
embargo, entre nosotros y con el equipo siempre nos entendimos.
No necesito rebuscar demasiado entre mis recuerdos para
cerciorarme de que la profundidad de tus explicaciones invadieron de culturas
etíopes mis sentidos. Y aprendí, como me insinuabas vez tras vez, que se puede
ser pobre, pero que la pobreza no es inconsciencia. Que no se necesitan muchos
libros para cultivar el respeto y la consideración. Que no hacen falta grandes
universidades para educar la razón. Que somos lo que nos enseñaron con la leche
y el mijo; y que todo saber –indispensable saber– nos es
dado con un pan bajo el brazo.
Decías que nosotros, los europeos, rebosamos de soberbia
rica y fastuosa, y que a vosotros, los africanos, os sobra modestia pobre. Y asegurabas que
nada de lo que tenemos tiene valor ante el color de la tierra y la veneración a
los ancianos. Que todo lo que verdaderamente somos lo hemos heredado y que,
inciertamente, todo lo que no somos no es de nadie y pretendemos atesorarlo.
Que vivimos agitados y perturbados por llegar a ningún lugar, mientras insistías
que los Dassanech saben meses antes que la estación lluviosa se presentará seca.
Y conocías muy bien los tiempos sin consultar el reloj. Porque mientras
nosotros calculábamos impacientemente la hora y el provecho que podíamos sacar
a cada minuto, tú caminabas escudriñando el regalo de la tierra y el cielo. Y me
dijiste: ‘toma el tiempo como
una referencia, no como un programa’.
Pero sobre todo aprendí que tras tus modestas palabras se
escondían ancestrales secretos que ya habíamos olvidado o que, tal vez, nunca llegamos a conocer. Y tras tu repentina partida eterna me has dejado con unos persistentes
y testarudos recuerdos: la dulce y profunda mirada de tus ojos, los infranqueables
argumentos de tu voz y todo lo que nunca pudimos compartir. Y de esto,
precisamente de esto, también me duelo, Menelik.
© 2015 Josep Marc
Laporta
Documento en PDF: Menelik
Que entranable recuerdo. Mi querido amigo la distancia con los que hemos vivido tanto duele aun más en la despedida. Muchos קיססעס a los hermanos de Menelik.
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