© 2013 Josep Marc Laporta
El que calla otorga. Y
quien asiente, enmudece. La perspectiva histórica acostumbra a ponernos a todos
en nuestro lugar y determina la auténtica realidad de nuestros actos, tanto a
nivel individual como colectivo. La historia habla, debate y dialoga, y es notaria
de responsabilidades e irresponsabilidades que, en muchos casos, han quedado relegados
al perpetuo silencio por la caprichosa sociología del momento y sus lealtades
sociales. Pero el que calla asiente, consiente, permite y autoriza e, incluso,
participa. Es la cruda realidad del silencio de los santos. Un silencio traidor
ante las injusticias sociales, éticas y morales que envuelven nuestro mundo.
A lo largo de la historia
muchos cristianos han permanecido en sepulcral silencio ante injusticias de toda
índole. Los santos –cristianos de a diario y de a pie que poseen la conciencia
de vivir apartados para Dios–, muchas veces han callado ética y estéticamente
ante los desatinos o atrocidades sociales que les rodeaban. Protegidos por una confinada
liturgia que los aislaba de las realidades de afuera, multitud de cristianos
instalados en la seguridad social de sus templos se han dejado llevar por la
protección de unos muros que no sólo los aislaban del mundo, sino también los excluían
de las penosas realidades éticas de ese mismo mundo.
Recientemente, la Iglesia
Católica ha proclamado al cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio pontífice
romano. El Papa Francisco también tiene pasado. Rápidamente las empresas
periodísticas han buceado en los archivos y han desvelado ciertas complicidades
con la Junta Militar del dictador Jorge Rafael Videla. En este
sentido, un grupo de víctimas acusaron Jorge Mario Bergoglio de ser responsable
del asesinato de dos sacerdotes a los que previamente había sacado la protección.
Estos dos sacerdotes habrían perdido el amparo por orden del nuevo Papa, y se
les envió a la Escuela Militar donde fueron torturados.[1]
Cierto o
no cierto, la historia siempre tiene una pizca de cruda memoria. Sea o no sea
verdad, hay informaciones que permanecen marcadas por el cuño de la duda, con pies de
página que incitan al recelo. Pero más allá del supuesto pasado del nuevo pontífice,
otras cristianas realidades –silenciadas por supereclesiales halos de
espiritualidad– han quedado apartadas de la memoria colectiva.
No son
necesarios grandes esfuerzos académicos e intelectuales para descubrir que,
detrás de grandes o pequeñas cristiandades, han ocurrido insólitos silencios
éticos respecto a situaciones y acontecimientos excepcionales del mundo que les
tocó vivir. No obstante, ni siquiera me atrevería a señalar la ausencia de
decididas y contundentes denuncias, ni tampoco me arriesgaría a enumerar o resaltar
los errores de no ser voz profética en medio de innumerables desastres éticos.
Tan sólo constato el silencio.
A modo de
breve reseña e incompleto resumen, destaco dos cercanos silencios históricos;
además del propio, el de la iglesia evangélica en España durante el franquismo.
El primero se sitúa en la Alemania nazi (1933-1945), con la sórdida
complicidad de las iglesias luteranas y católicas; indolentes y
colaboracionistas ante el devenir de los acontecimientos y con estrechas alianzas
con el régimen del Tercer Reich de Adolph Hitler.[2] Como un doloroso y triste ejemplo, las palabras del pastor Friedrich Wieneke definen
muy bien la situación socioreligiosa del momento: "La cruz en forma de
esvástica y la cruz cristiana son una misma cosa. Si Jesús tuviera que aparecer
hoy entre nosotros sería el líder de nuestra lucha contra el marxismo y contra
el cosmopolitismo antinacional". No obstante, las siguientes aseveraciones
del pastor protestante Dietrich Bonhoeffer ante la barbarie que se avecinaba,
no tuvieron suficiente eco entre los cristianos de su época. Mucho antes de que
Hitler llegara al poder, Bonhoeffer había dicho en una predicación, refiriéndose a cómo se estaban desarrollando los acontecimientos políticos en su país: “No nos
debemos extrañar si vienen tiempos para nuestra iglesia en los que se exigirá
el martirio. Pero esta sangre, si realmente aún tenemos el coraje y el honor y
la fidelidad de derramarla, no será tan inocente y luminosa como la de los
primeros testigos. Sobre nuestra sangre pesará una culpa enorme: la culpa del sirviente
inútil”. Sus palabras aún resuenan y claman al cielo.
Argentina
vivió la dictadura militar del general Jorge Rafael Videla (1976-1983),
que rompió el estado democrático, violando el orden
constitucional y produciendo la desaparición de más de 30.000 personas. Los
cristianos argentinos vivieron un profundo claroscuro ético. Amplios sectores
de la membresía de clase media –dominante en todo el protestantismo argentino
con excepción del pentecostalismo– e incluso dirigentes de iglesias
pentecostales, asumieron su apoyo de clase a la dictadura militar. Fueron
seducidos por la apelación al orden y el trabajo, la propaganda anticomunista,
la defensa de la cristiandad frente a las fuerzas disolventes del marxismo, la
eliminación de la violencia subversiva y la promesa de seguridad.[3] A pesar de que otros cristianos e iglesias a título individual tomaron
parte activa en la defensa de los derechos humanos y en la censura pública del
régimen y su fechorías, el silencio de la gran mayoría de cristianos sólo se rompió
con cierta determinación hacia el final, después del año 1981, cuando el desgaste y
debilitamiento de la dictadura hizo que fuera posible comenzar a arriesgar
actos públicos, protestas y manifestaciones. Sólo y a partir de esta fecha, la
presencia protestante fue visible, superando ampliamente su proporción en la
sociedad argentina. Anteriormente, un mayoritario silencio fue el triste aliado
de los cristianos.
España
vivió una cruenta guerra civil y unos posteriores cuarenta años de férrea dictadura
militar y política (1936-1975). El general Francisco Franco impuso un severo
régimen, autócrata y autoritario, afianzándose en la represión política y
económica de los opositores. La libertad de expresión y asociación se vieron gravemente
limitadas. Pero en medio de un clima político monopolizado y socialmente
uniformado, el silencio ético y estético de las iglesias evangélicas en
España frente a las indecencias, abusos y arbitrariedades del régimen, parece haber
quedado olvidado en los anales de la historia. Lamentablemente, por lo general y concretamente durante los años de dictadura,
el protestantismo español ejerció una silenciosa y, por los acontecimientos, obligada connivencia con el
régimen que férreamente le controlaba, gracias a que éste le fue permitiendo
gradualmente una fiscalizada libertad de culto y confesión, a pesar del cierre de templos, la restricción de permisos de apertura, las detenciones, multas y
otras acciones discriminatorias.
Es
evidente que no podemos juzgar el pasado con los parámetros del presente ni
presuponer el pensamiento y condición social de aquel momento histórico con una
tentativa hipótesis intelectual del hoy. Pero aceptada de antemano esta
concepción sociológica de fondo, sí que debemos constatar una cierta conformidad de los evangélicos españoles y, también, una sórdida condescendencia hacia el régimen opresor que progresivamente le permitiría espacios
de celebración religiosa.
El
contexto internacional es el que poco a poco incidirá en la resolución
religiosa española. Desde el extranjero se enviarán a España delegaciones para
comprobar sobre el terreno la auténtica realidad religiosa del país. Se
desatarán campañas a favor de la libertad de culto, partiendo incluso del
catolicismo anglosajón y llegando hasta la negativa del presidente norteamericano Harry S. Truman a
establecer relaciones normales con España si no se subsanaba, entre otras
cosas, la libertad religiosa.[4]
Si bien
es cierto y condenable que el catolicismo español tomó forma de férreo nacional-catolicismo y
fue absolutamente colaboracionista con la dictadura de Franco, siendo una
extensión moderna de las cruzadas medievales e implacabilidad de los estados
confesionales,[5] ¿qué hay
de aquellos protestantes que, a salvo en sus propias comunidades, se
atrincheraron y no levantaron voces ante la hostilidad de un
régimen que, mientras tanto, les empezaba a permitir espacios de vida y un poco
de aire religioso, y les instruía coaccionadamente sobre su
conducta social y las bondades del silencio?
El obligado mutismo
del protestantismo español frente a las injusticias políticas, sociales y
humanitarias del régimen de Franco, relegó la fe cristiano-evangélica a la
placidez controlada de una libertad de culto medio clandestina. Esta impuesta y, hasta cierto punto, cómoda posición litúrgica fortaleció un cristianismo de gran consumo interno y sometido, sin muchas más propuestas espirituales y sociales que la predicación, la oración y la celebración
cúltica. Orar por los que les perseguían fue la mejor y más segura inversión espiritual de unas iglesias atemorizadas. Fue un silencio de oración, doloroso, intenso y rico, aunque sin la decidida y pública implicación que se aprecia en los Evangelios. Las nuevas conversiones llegaron a ser militantes subrepticios,
cautelosos y muy asustadizos de lo que sucedía afuera, pero seguros y firmes en la retroalimentada socialización evangélica. Al mismo tiempo, este fortín reducto
propició algunos advenedizos fieles que se alistaron a una fe nominal como único
espacio posible de silenciosa resistencia política y social al régimen insaturado.
En los
años 50, en el marco de la Guerra Fría, la posición geográfica de España y su
dictadura militar acabaron convirtiéndose en estratégicos para Estados Unidos y
sus aliados europeos frente a la Unión Soviética. La alianza de España con los
Estados Unidos puso fin al aislamiento internacional del régimen y favoreció
una paulatina apertura de la economía nacional, que seguía a unos niveles de
desarrollo inferiores a los del resto de economías de Europa occidental, que en
la guerra mundial habían sufrido desastres similares a los de la Guerra Civil
española.
A
principios de los años 60 el gobierno español quiere salir del aislamiento en
el que se encuentra, para lo cual juega su carta europea. Con la llegada a
España del turismo extranjero se quiere dar un aire de mayor libertad; es así
como se encarga al Ministro de Asuntos Exteriores preparar un Estatuto para los
protestantes.[6] La
alianza estratégica del régimen de Franco con los Estados Unidos incluyó sendos acuerdos de
libertad supervisada hacia los evangélicos españoles, así como protección
legal y administrativa a los nuevos misioneros norteamericanos que arribaban al
país. Los convenios significaron para las iglesias evangélicas españolas un balón
de oxígeno de más libertad. Por parte de los evangélicos, años antes, en 1956, se había dado un importante paso en la propia y pancista lucha hacia unos unilaterales y exclusivos derechos, más libertad de culto y libre asociación con la
constitución de la llamada Comisión de Defensa Evangélica Española.[7] Mientras se sucedían las distintas connivencias, algunos silencios perduraban y los grandes exiliados eran mayoritariamente otros.
Analizar
o estudiar el protestantismo español durante la dictadura franquista y presentar una exclusiva respuesta colectiva y general sería una grave injusticia respecto a un determinado número de creyentes y pastores que sufrieron persecución, represalias, exilio, penurias físicas y psicológicas. e, incluso, muerte. No obstante, salvo
esas tristes y dolorosas excepciones, por lo general, la gran mayoría de los casos fueron
asuntos que se resolvieron con cierta severidad, con días de calabozo, cierres de iglesias, desmantelamiento de escuelas e instalaciones o con multas y
retiradas de permisos de reunión –un agravio compartido con otros muchos estratos de la sociedad de aquel entonces–. Pero ello no nos debe hacer olvidar que,
globalmente y de manera conjunta, las iglesias evangélicas ejercieron una
silenciosa complicidad de facto con el régimen que las controlaba y que, al mismo
tiempo, les permitía cierta libertad. Un extraño y obligado equilibrio, lógicamente impulsado por el instinto de protección de vida y la difícil compaginación diaria ante la rudeza del momento.
En muchos casos, aunque no en todos, el
tradicional silencio de los santos ha propiciado una iglesia muy dependiente de las
liturgias y celebraciones, con especial complacencia en la renovación de las
mismas y la satisfacción ritual. La herencia recibida por ciertos comportamientos durante los años de dictadura nos transfirió una iglesia evangélica socialmente y
psicológicamente débil; sin capacidad social de ser sal y luz mucho más allá de los sólidos muros de la comunión eclesial. Como apunté al principio, ni
siquiera se trata de enumerar y señalar ausencias de
determinación, ni cuantificar o resaltar supuestos errores de no alzar alguna voz
en medio de los innumerables desastres éticos y morales, ni tampoco menospreciar a quienes entregaron su vida en medio de circunstancias duras, difíciles y dolorosas.[8] Tan sólo constatar ese silencio histórico, del que todos somos herederos.
[1] Otros
asuntos también han salido a la luz, como la participación en programas de niños
robados y colaboracionismo político con la dictadura de Videla. No obstante,
como en todo hecho social e histórico, las condiciones sociales podrían
determinar acciones que en posterior madurez le serían totalmente reprobables.
En crédito de Bergoglio y a su juventud en los sucesos, se debería
sopesar lo cierto e incierto de los hechos y las pretenciosas inculcaciones
sociales y periodísticas.
[2] Desde
1930 los protestantes se organizaron en la «Iglesia del Reich» de los Deutschen
Christen, los «Cristianos Alemanes», cuyo lema era: «Una nación, una Raza, un
Führer.» Su proclama: «Alemania es nuestra misión, Cristo nuestra fuerza.» El
estatuto de la Iglesia se modeló según el del partido nazi, incluido el
denominado «párrafo ario» que impedía la ordenación de pastores que no fueran
de «raza pura» y dictaba restricciones para el acceso al bautismo de quien no
poseyera buenos antecedentes de sangre.
Entre otros documentos que
han de hacer reflexionar a todos los cristianos, pero de manera muy especial a
los protestantes, cito la crónica enviada por el corresponsal en Alemania del
periódico norteamericano Time, publicado en el número que lleva fecha del 17 de
abril de 1933, es decir, un par de meses después del ascenso a la cancillería
de Hitler: «El gran Congreso de los Cristianos Germánicos ha tenido lugar en
el antiguo edificio de la Dieta prusiana para presentar las líneas de las
Iglesias evangélicas en Alemania en el nuevo clima auspiciado por el
nacionalsocialismo. El pastor Hossenfelder ha comenzado anunciando:
"Lutero ha dicho que un campesino puede ser más piadoso mientras ara la
tierra que una monja cuando reza. Nosotros decimos que un nazi de los Grupos de
Asalto está más cerca de la voluntad de Dios mientras combate, que una Iglesia
que no se une al júbilo por el Tercer Reich."»
[3] De
acuerdo con la documentación e investigación llevada a cabo por el Movimiento
Ecuménico por los Derechos Humanos, la suma demostrada de desaparecidos y
personas asesinadas evangélicas durante el período de la dictadura es de
aproximadamente cuarenta. Aunque es probable que sean más, debido a que no se
cuenta con información respecto a víctimas que hayan sido miembros de iglesias
pentecostales, bautistas y otras denominaciones no vinculadas a esa institución,
las que tampoco tuvieron mecanismos eclesiales propios para canalizar la
denuncia pública o ante las autoridades militares.
Cálculos incompletos
elaborados por la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (CONADEP), refieren
el asesinato o desaparición de más 120 religiosas y / o religiosos, entre ellos
de 2 obispos, 18 sacerdotes, 11 seminaristas, 46 católicos laicos, 40 protestantes.
Otros 10 religiosos fueron encarcelados y luego liberados y 34 sobrevivieron a
sus secuestros en centros clandestinos de detención.
[4] El 10
de marzo de 1949 el Ministerio de la Gobernación envía un escrito en el que se
adjunta un cuestionario sobre las actividades, en sus respectivas
demarcaciones, de las iglesias disidentes, pidiendo que sean facilitados con la
mayor brevedad posible los datos que se piden, a fin de poder contrarrestar la
propaganda antiespañola en el extranjero. Esta información será enviada
anualmente, durante varios años, y es una buena fuente para seguir las
actividades no católicas. Se especifican los locales existentes, el número de congregantes,
información sobre sus dirigentes (si han sido detenidos, su posición política,
etc.), subvenciones recibidas, incidencias, etc.
[5] En el
año 1953 se firmará el Concordato entre España y la Santa Sede, por el que se
venía a sancionar el apoyo incondicional de la Iglesia católica al régimen de
Franco. De esta manera la Iglesia legitimaba y apoyaba la sublevación de 1936,
mantenía el poder adquirido ilegítimamente, y, por otro lado, el nuevo régimen
español concedía, como contrapartida, a la Iglesia católica, todas las
facilidades y privilegios que pudiera necesitar para el desarrollo de su
misión.
[6] El
documento que sale del Ministro de Asuntos Exteriores, Sr. Castiella, es
bastante amplio, pero sucesivos retoques hacen que lo que al final salga a la
luz sea un tenue reflejo de lo que era en su origen. El Ministro Castiella supo
entrar en contacto con algunos dirigentes evangélicos, tanto extranjeros
afincados en España como españoles. En 1961 entrega al Vaticano el anteproyecto
de Ley que, cuando se publica, seis años después, es más restrictivo de lo que
se deseaba. Ya el nombre con el que se promulgaba era muy explicativo: “Ley
Reguladora de Libertad Religiosa”.
[7] El 14
de mayo de 1956, en reunión celebrada en la calle Beneficencia 18, de Madrid, sede
de la Iglesia Española Reformada Episcopal, se constituyó la Comisión de
Defensa Evangélica Española. El acta de constitución fue firmada por tres
representantes de otras tantas denominaciones y uno de una organización
paraeclesial: Santos Molina, obispo de la Iglesia Española Reformada Episcopal;
Francisco García Navarro, de la Iglesia Evangélica Española; Juan Luís Rodrigo,
de la Unión Evangélica Bautista Española, y José Flores. Flores era por
entonces un líder reconocido en las Asambleas de Hermanos y a la vez Secretario
de la Sociedad Bíblica en España. Pero en aquella reunión del 14 de mayo no
representaba a ninguna de las dos; estaba allí nombrado por la Alianza
Evangélica Española, de la que era miembro. José Cardona sería el primer secretario general de la Comisión de Defensa, aunque Ernesto Vellbé, un abogado de prestigio, fue quien prestó inicialmente sus servicios, redactando la carta enviada por la Comisión al general Franco, documento que tuvo amplia difusión en España y en el extranjero. No obstante, a día de hoy, la lectura de aquella carta compromete aún más el proceso evangélico durante la dictadura. Muchas de las expresiones utilizadas son de cierta condescendencia y vasallismo respecto al régimen franquista.
[8] Muchos de los evangélicos que se opusieron a la dictadura también comulgaban con la República. Este fue el aspecto que provocó más virulencias hacia los evangélicos de parte del bando nacional en tiempos de guerra, más que la pertenencia a la religión evangélica. Años antes, durante el III Congreso Evangélico Español (25 al 28 de abril de 1934) se pudo escuchar en boca de Adolfo Araujo: "los protestantes son republicanos desde mucho antes del 14 de abril". Una ovación siguió a estas palabras.
© 2013 Josep Marc Laporta
Apasionante redacción tan realista y dura. He vibrado con la manera de presentar una cruda realidad q noshan escondido con excusas como q los protestantes sufrimos el franquismo como el q más. Alguna deuda história tendremos q saldar.
ResponderEliminarLa verdad es que nunca había pensado lo que usted dice. Siempre he pensado que los evangélicos habíamos sufrido como nadie la dictadura de Franco. Pero su post me da que pensar. Tendremos que revisar nuestra historia de una manera más crítica. Como hijo de creyentes viví la fe en la iglesia de Trafalgar en Madrid y experimenté la salvación personal que hay en Cristo Jesús. Pero pienso que mucho de lo que viví fueron realidades endogámicas, hacia adentro de nuestras paredes sin relación con un mundo diferente y lejano. Asi era con la dictadura de Franco y como dice vivimos en un silencio cómplice con el franquismo. No tuvimos capacidad de reacción, puesto que nos parecia que lo más importante era proteger nuestros cultos de mañana y tarde para sobrevivir. En fin que es interesante leerlo. Muy agradecido por invitarnos a pensar con sus escritos tan drectos y bien argumentados. Gracias
ResponderEliminarGrandes verdades, extensivas a muchos colectivos en semejante situación. El instinto de proteger la propia vida, en general, da como resultado este tipo de comportamientos y es difícil de juzgar desde nuestra propia actualidad. el mundo està lleno de personas "normales" capaces de las mayores bajezas para sobrevivir ante una amenaza cierta. Afortunadamente, hay un número indeterminado de seres en la humanidad que tienen vivo el sentido de la trascendéncia, la honestidad y la ética, seguramente estos son el principio de un "filum" humano que puede justificar nuestra presencia en esta tierra. Teillard de Chardin, jesuíta también, era optimista en este sentido.
ResponderEliminarHe leido con gran placer su exposición. Repetiré.
Cuando estaba leyendo vinieron a mi mente algunos creyentes que sufrieron exilio y muerte. Siento que no los haya mencionado, aunque ha los reseñado superficialmente. Pero me falta un homenaje hacia esos hermanos que sufrieron ek franquismo en sus carnes. Usted da a entender que eran pocos y yo añadiría que aunque fueren pocos eran importantes, a pesar que muchos de ellos fueron perseguidos no solo por ser evangélicos sino por estar a favor de la república derrotada. Este dato es importante para mi. Si eras evangélico y estabas en contra de la república podías ser tolerado. Por lo tanto lo que encabronaba al régimen no era ser protestante sino estar a favor de la república.
ResponderEliminarPor lo demás veo que reprocha el histórico silencio que habitualmente los protestantes hemos ejercido. Es cierto. Pero no sé como se podia levantar la voz en aquella realidad política. Si levantabas la voz te cortaban el cuello. Según entiendo ud va mas hacia la conformidad y comodidad evangélica de la época que cogía con una mano la gracia permisiva del franquismo y con la otra se dolía de las atrocidades.Un doble juego, que resulta inexplicable. Entonces si que veo que históricamente somos unos 'cagados' (perdonen, no encuentro mejor palabra) que no somos capaces de levantar la voz donde y cuando corresponde. Lo que deduzco de su artículo es que somos cobardes y cuando queremos levantar la luz del evangelio con todas sus consecuencias bíblicas y proféticas lo hacemos mal y a destiempo.
Que triste es sentirnos los cristianos silenciosos de nuestra patria. Dios quiera que levantemos esa voz afónica y angustiada para glorificarlo y proclamarlo en todas las circunstancias. Que Dios les bendiga.