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Josep Marc Laporta
El cristianismo de pancarta salió a la calle: ‘¿Hay
solución!’. Con este enunciado, recientemente los fieles evangélicos se movilizaron
en diferentes ciudades españolas para proclamar la propuesta redentora. Fueron
decenas de actos, pasacalles y manifestaciones, con música y arengas en distintos
escenarios preparados para la ocasión. Detrás y delante de todo ello, el
eslogan ‘¿Hay solución!’ presidió cada evento en cada ciudad convocada del país.[1]
Tras los acontecimientos de desconcierto vividos en los últimos
años en que la sociedad española perdió la brújula que guiaba su satisfecho
bienestar, diferentes propuestas políticas y sociales se multiplicaron
intentando dar respuesta a las verdaderas necesidades de la población. Grupos
de afectados, manifestantes indignados y asociaciones de desahuciados salieron a
la calle desde distintos contextos sociales del país para movilizarse de la
manera más comprometida ante la desorientación general. Y, de manera desigual pero
implicada, la iglesia evangélica también se ha comprometido con las distintas
realidades y desventuras. No obstante, la pasada concentración y manifestación popular
evangélica con el lema ‘¿Hay solución!’ fue una inteligible escenificación de
la psicología social de la iglesia evangélica en España.
Aunque pudiera parecer un buen y razonable argumento de
implicación pública el manifestarse por calles y plazas con cantos y consignas,
el pancartismo o el cristianismo del eslogan con su ‘¿Hay solución!’ es una insubstancial
respuesta cristiana a las urgentes necesidades sociales de nuestro tiempo. ‘¿Hay
solución!’ es un lema bastante inocente ante la compleja percepción de la
situación personal y social del hombre de la calle, no solo respecto a lo
material sino también a lo espiritual. El panfleto es tan candoroso, que la
distancia entre la realidad y la propuesta se ensancha considerablemente hasta
el punto de que la credibilidad se ve seriamente amenazada. Con el panfleto, la
marca se presenta con ansias de continente, además de pretender convertirse en
el contenido.
La contrariedad que presentan las proclamas es
que no encarnan el mensaje ni lo resumen, sino lo fraccionan. Y, en
consecuencia y desde una perspectiva psicosocial, la sección de un todo es la
parte más débil del conjunto, básicamente porque no puede contener toda la esencia
ni tampoco es capaz de expresar el alcance real de la propuesta, por lo que se
presenta eludiendo las insuficiencias o posibles imperfecciones del producto. Al
fragmentarse léxicamente para incitar a una comprensión o aceptación de la
totalidad, lo que implícitamente hace es limitarla hasta el punto de que sea descartable
por su inconsistencia.
No obstante, el panfleto puede llegar a ser eficaz cuando
se pretende vender un calzado deportivo, un perfume o un coche: cosas que
tienen un valor desechable. Es decir, una valía que entre iguales puede ser
prescindible y, precisamente por su prescindibilidad, es posible anunciarse de
manera panfletaria. Sin embargo, cuando el contenido del mensaje es tan ancho,
alto, amplio y profundo que para comunicarlo cabalmente necesita de un proceso
de personificación y encarnación, es prácticamente imposible crear un escueto
eslogan que resuma en una sola frase el alto valor de un precio.
Algunos de los panfletos más populares como ‘Melts
in your mouth, not in your hand’[2] de
M&M’s, ‘The happiest place on the earth’ de Disneyland[3]
o ‘Have it your way’’[4] de Burger
King, en realidad vienen a ser parodias del propio producto. Es totalmente
plausible que los caramelos se derriten en la boca y que el lugar más feliz de
la tierra no está en un parque de atracciones, o que la invitación a hacer lo
que quieras es una libertad que puede ir asociada a una hamburguesa o no…, y,
asimismo, que los problemas diarios de las personas no se resuelven ipso facto
creyendo en Jesús. El panfleto no dice nada nuevo si no se muestra y demuestra,
porque solo atañe a las percepciones y los deseos primarios, y solamente se
puede comprobar si se compra, si se paga el precio; tanto en los tres primeros
casos como en el último. La cuestión es la moneda con la que se paga el
producto. Mientras que en los tres primeros ejemplos es con moneda de curso
legal, en la última es con la asunción de la encarnación.
La encarnación de Jesús es un valor demasiado alto y
costoso como para pretender reducirlo a una marca o un eslogan. Es necesario la
implicación personal y vivencial para mostrarlo en su mayor abundancia, por lo
que, consecuentemente, ninguna marca o panfleto puede absorber esa profundidad.
Pero si a pesar de todo, fuere imprescindible estandarizarlo en un lema,
seguramente encontraríamos muchos conceptos o versículos bíblicos narrados en
lenguaje contemporáneo que expresarían más acertadamente la dimensión de la
encarnación. Si Dios se dignó a despojarse a sí mismo para vestirse de cuerpo
humano, asumiendo así nuestro universal y personal fracaso, la pancarta ‘¿Hay
solución!’ prácticamente viene a ser una falsedad argumental también de
proporciones universales. Jesús no vino para resolver nuestros problemas,
porque el majestuoso alcance de su salvación encarnada no es un expediente que
resuelve la diaria burocracia de nuestros pecados, deslices, bajezas y sus
derivados, ni tampoco nos absuelve de las inclemencias del ropaje humano en el
que estamos imbuidos. Jesús vino para mucho más.
Un simple panfleto no puede compendiar ni extractar la
profundidad de la encarnación del mensaje de la cruz. Si en un conocido y
famoso anuncio, Red Bull proclamaba ufano que beber el producto isotónico ‘te
da alas’,[5]
sin que después crecieran nuevos apéndices ni se transformara la morfología
humana, el cristianismo evangélico no puede suponer que el anuncio de las Buenas
Nuevas es una panfletaria proclamación de mágicos y cortoplacistas remedios. En
cualquiera de los dos casos, ni Red Bull da alas ni Jesús vino para repartir soluciones.
A la marca, al panfleto o al arte propaganda le es imposible abarcar el
continente ni puede pretender ser el contenido. Y para que el mensaje pueda ser
considerado, atendido y creíble necesita de algo más, de mucho más: despojarse
del marco y entrar en las texturas, los colores, tonos y matices del lienzo. En el
lenguaje de Dios, encarnarse. En lenguaje humano, implicarse hasta más allá de la
etiqueta del precio.
[1]
Actividades públicas realizadas del 14 al 19 de Julio con pasacalles y
manifestaciones en el fin de semana.
[2] ‘Melts
in your mouth, not in your hand’ (se derrite en tu boca no en tu mano);
M&M’s.
[3] ‘"The
happiest place on the earth" (el lugar más feliz de la tierra);
Disneyland.
[4] ‘Have
it your way’ (haz lo que quieras); Burger King.
[5] ‘Red
Bull gives you wings’; Red Bull
No puedo estar mas de acuerdo.... Merecemos tanta pancarta los que queremos implicarnos más allá de ser objetos? A veces nos movemos como corriente de aguas, detrás de las modas que nos llevan a esponsorizar el evangelio. Somos sponsors, sin pagar como usted dice el precio.
ResponderEliminarDuro artículo. Me duele aunque el guion argumental es claro y contundente. Recomiendo no leerlo a mentes indoloras por cualquier fundamentalismo.
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