Publicado en El Eco Bautista; Diciembre 1997 - © 1997 Josep Marc Laporta
Ya lo decían nuestros abuelos, «obras son
amores y no buenas razones». Ya lo decía san
Benito «ora et labora». Ya
lo dice el apóstol Santiago, «la fe sin obras es muerta» (Santiago 2:20). Y lo contrasta Pablo,
al recordar que la salvación es por la fe y «no por obras,
para que nadie tenga en qué gloriarse» (Efesios
2:9).
Lo cierto es que todo parece indicar que las relaciones entre la fe y las
obras muchas veces no parecen llevarse muy bien. Es evidente que, desde la
perspectiva evangélica, la salvación no es el resultado de las obras o de los esfuerzos
que hagamos, sino de la gracia de Dios, del regalo divino; pero también es cierto que la fe sin
obras es muerta. Poner el punto del fiel de la balanza en su lugar exacto ha
sido una de las principales prioridades de los escritores y pensadores bíblicos.
Es por ello que la unión que ensambla una fe sana y unas obras saludables tiene
un quebradizo y anguloso filo que muchas veces fragmenta la actitud cristiana
en dos caretas de constante quita y pon: dos caras distintas.
Podemos fanfarronear con fina elegancia espiritual sobre profundas exégesis
bíblicas y elevadas alabanzas, al destiempo que mostramos y priorizamos un altruismo de escaparate.
Podemos transfigurarnos celestialmente por medio de cantos y loores, al
destiempo que justificamos nuestra conciencia apoyando cualquier telemaratón
navideño u ofrendando para sendas misiones lejanas. Muchas veces, la distancia
entre fe y obras es el largo recorrido que existe entre la levitación dominical
y el simple altruismo humanitario. A una la mueve una supuesta espiritualidad; y
a la otra, una simulada conciencia de solidaridad social, fuera de la
misericordia divina.
El tradicional concepto católico-romano de ‘por las obras a la fe’, se
filtra con sibilina astucia entre las rendijas de nuestra permeable praxis
diaria. La obra de caridad es en sí misma deseable, pues significa la obra del
amor. No obstante, el modelo mencionado conlleva el valor añadido de hacer el
bien como medio de completar y complementar la fe.
Lejos de la realidad bíblica (Gálatas
2:16), esta línea de pensamiento invita sutilmente a
cambiar el principio bíblico por un humanismo militante con pinceladas y
revestimientos de religiosidad. Observado desde los evangelios, las prioridades
y la manera de obrar de Jesús no era producto del deseo de notoriedad social para la validez de un status, sino el
fruto directo de sus lágrimas. Cuando vio Jerusalén «lloró sobre ella» (Lucas 19:41-42). Cuando se acercó a la
tumba de Lázaro, «se conmovió profundamente» (Juan
11:38). La actitud natural de Jesús, como hijo de Dios,
fue «ser movilizado a misericordia» (Lucas
13:37). Misericordia sin fronteras ni trincheras;
misericordia que primeramente revoluciona el corazón.
La suplantada afirmación de que las obras son siempre resultado de la
fe, es una aseveración ficticia. En el norte del sur, las proliferadas ONG’s
también se prodigan en obras, aunque tal vez no siempre la fe y la misericordia impulsen
sus actos. Posiblemente, la ideología de consumo de la solidaridad, la tolerancia militante, una buena y activa conciencia humanitaria o cualquier lazo de cualquier color nunca utilizado
sea la brújula que ilumine muchos proyectos.
Ante todo ello, que las iglesias cristianas apoyen, por ejemplo, una
campaña del 0,7% de PIB para el tercer mundo, la de minas anti-personas o cualquier
otra implicación en solidaridad, no es garantía de fe, más bien puede ser un
producto directo de la conciencia social que impera en el primer mundo, y que
la iglesia, inconsciente, absorbe y repite. Pero las obras que genera la fe comienzan
con el espeso silencio de las lágrimas y la consciencia de misericordia (Oseas 6:6; Miqueas 6:8). Es por ello,
que la finalidad de la misericordia bíblica no consiste en conquistar cotas de
representación y aceptación social sino acercar el Reino de Dios por medio de
la implicación con los que sufren. Acercar el Reino de Dios en todas sus
vertientes y consecuencias.
Si la fe es «la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11:1),
las obras son el resultado directo de actuar como «viendo al
invisible» (Hebreos 11:27): un contraste de miradas que da
contenido a ambas, a la fe y a las obras. Precisamente, en las obras, tiene más
valor la misericordia que la inteligencia. Cuando damos excesiva rienda suelta
al racionalismo, fácilmente reducimos la fe a la escenografía de las obras, o
sea, a la estructura. Y nos apasionamos tanto con la puesta en escena, que la
misericordia no encuentra nido en nuestra intención. Y poco a poco nuestras
obras se vuelven grandilocuentes, con planificadas y presuntuosas estructuras,
pero posiblemente sin la fe ni la misericordia que las encienda. Si, por un lado, las Escrituras afirman con
contundencia que la «fe sin obras es muerta» (Santiago 2:20),
también constatan con crudeza que «las obras sin fe también son
muertas», porque «todo
lo que no proviene de fe es pecado»
(Romanos 14:23).
Es decir, pudiera ser que algunas de nuestras solidarias obras existieran totalmente
muertas.
La distancia entre fe y obras se reduce considerablemente cuando la
misericordia ocupa su lugar. Porque más vale misericordia en mano que
inteligencias volando. Más vale una fe con la medida que Dios propone, que una
desmedida fe (Romanos 12:3). Más vale ‘agradar a Dios’ que perseguir agradar a los hombres (Hebreos 11:6). Es por ello que, con
el transcurrir del tiempo, parece ser que ya empezamos a saber llorar
correctamente, aunque aún nos falta aprender a no hacerlo a destiempo. Porque
al igual que sucedió en la vida de Jesús, hay cosas que solo se pueden ver
cuando hay lágrimas en los ojos. Y en el corazón.
© 1997 Josep Marc Laporta
Documento en PDF: http://www.josepmarclaporta.com/llumdenit/Entre-la-fe-y-las-obras-1.pdf.
Documento en PDF: http://www.josepmarclaporta.com/llumdenit/Entre-la-fe-y-las-obras-1.pdf.
Excelente articulo !!!
ResponderEliminarme están ayudando mucho, yo pudiera resumir el anterior en unas dos o tres frases del mismo:
1.La suplantada afirmación de que las obras son siempre resultado de la fe, es una aseveración ficticia.
2.La finalidad de la misericordia bíblica no consiste en conquistar cotas de representación y aceptación social sino acercar el Reino de Dios por medio de la implicación con los que sufren. 3.Acercar el Reino de Dios en todas sus vertientes y consecuencias.
La distancia entre fe y obras se reduce considerablemente cuando la misericordia ocupa su lugar.
Bendiciones y sigan compartiendo !!
erick.musico (El Salvador, Centro América)
Excelente articulo !!!
ResponderEliminarme están ayudando mucho, yo pudiera resumir el anterior en unas dos o tres frases del mismo:
1.La suplantada afirmación de que las obras son siempre resultado de la fe, es una aseveración ficticia.
2.La finalidad de la misericordia bíblica no consiste en conquistar cotas de representación y aceptación social sino acercar el Reino de Dios por medio de la implicación con los que sufren. Acercar el Reino de Dios en todas sus vertientes y consecuencias.
3.La distancia entre fe y obras se reduce considerablemente cuando la misericordia ocupa su lugar.
Bendiciones y sigan compartiendo !!
erick.musico (El Salvador, Centro América)