© 2014 Josep Marc Laporta
1. Referencias históricas del franquismo
2. Perfil sociológico del franquismo
3. Franquismo sociológico en democracia4. Independencia de Cataluña y franquismo sociológico
«El
franquismo, de ser originalmente un sistema político,
se convirtió en forma de vida de los españoles»
(José Luis López Aranguren)
se convirtió en forma de vida de los españoles»
(José Luis López Aranguren)
Por lo general, los contenidos sociológicos de un grupo o comunidad se
forman y estructuran en perfiles ideológicos construidos con el tamiz del tiempo.
Comportamiento sociológico y perfil ideológico son concomitantes. Consecuen-temente,
la ideología es el pensamiento del comportamiento social.
La España del siglo XXI es, en gran parte, heredera de una manera de hacer y
entender la sociedad, la política y las relaciones humanas que proviene de la
historia reciente, entre la que se cuentan cuarenta años de democracia y,
también, de los anteriores cuatro decenios de régimen autárquico. Sin embargo,
detrás de estos ochenta años hay un perfil histórico que trasciende los tiempos
y que argumenta la realidad social presente.

Como apunté anteriormente, se acostumbra a definir el franquismo
sociológico como una realidad política que se manifiesta en los cuarenta años
de régimen dictatorial comandado por el general Franco. Sin embargo, más allá
de las implicaciones sociales del siglo XX, su esencia es el resultado ideológico de un dilatado e
histórico proceso sociocultural asentado en la manera de entender socialmente España,
el poder de estado, de concebir un proyecto político, los roles comerciales, la
dimensión territorial, la economía o la hegemonía nacional.
REFERENCIAS
HISTÓRICAS DEL FRANQUISMO
El perfil sociológico de un país o de una comunidad social no nace o se
estructura en cortos periodos de tiempo. Generalmente y con variables muy flexibles,
consideramos que los perfiles sociológicos más importantes y relevantes de un
país o comunidad territorial se forjan en un espacio de tiempo de entre un
siglo y dos siglos, y en sus sucesivos acumulativos. En este periodo se
sedimentan los elementos troncales que configurarán las identificaciones sociales,
las costumbres más substanciales, los perfiles ideológicos comunes y los
hábitos políticos, culturales y perceptivos de su identidad.
La dictadura del general Franco no fue una isla en la historia. El
franquismo vino a ser el compendio de un pasado imperial español, centralista y
mesetario, que en los últimos cinco siglos ejerció un ilimitado poder político,
social y cultural. Este pasado imperial de quinientos años, sociológicamente se
forjó y manifestó en seis resumidos aspectos:
1 - la conquista, expansión y absorción de territorios y
culturas, mediante un sentido de estado marcadamente imperialista, desmantelando
los derechos civiles, sociales y políticos que cada pueblo, con sus peculiaridades,
señas de identidad o creencias ancestrales ajenas a las del estado;
2 - la unificación y uniformización política, cultural y
social del estado y territorios conquistados, asimilados o incorporados, con la
plenipotenciaria autoridad real en su derecho de conquista y allanamiento;
3 - la apropiación por la fuerza de bienes, tanto materiales como
intelectuales, así como la suplantación de identidades, biografías y curriculums,
destruyendo, en muchos casos, las fuentes originales;
4 - la manipulación o censura de sucesos históricos,
documentos, libros o datos, mediante censores, reales cédulas, edictos de
prohibición o el Tribunal de Santo Oficio de la Inquisición;
5 - la unión de destino universal político y religioso
entre iglesia católica y estado, con atribuciones de autoridad política, social
y cultural, reprobando, condenando y eliminando cualquier otra creencia o
religión; y
6 - la endogamia política, simbolizada en el culto al
líder absolutista –el rey– y su nobleza cortesana, tolerante o connivente con la perversión
sociopolítica del estado.
El franquismo sociológico viene a ser el resumen, la síntesis o la sinopsis
de un perfil hispánico de fuerte marca castellana, sólido y consistentemente
forjado en el tiempo. Históricamente, fue imperialista por
naturaleza de subsistencia. Y aunque el signo de los tiempos imprimía el mismo
sello a la gran mayoría de las naciones y culturas de la época, en la península
ibérica se aprecian algunas notables particularidades.
A diferencia de los pueblos del arco mediterráneo peninsular, cuyo perfil político
fue más parlamentario, negociador y de establecer amplias relaciones
comerciales con otras comunidades del Mare Nostrum, el reino mesetario, por su
propia carencia orográfica, estaba obligado a expandirse hacia los territorios
abiertos al Mediterráneo. Al no disponer entre sus fronteras de mar común para
comerciar e intercambiar productos con el exterior, Castilla creó para sí un perfil
netamente imperialista siendo uno de sus primordiales objetivos la subsistencia
y perpetuación política y comercial mediante la conquista. Cabe recordar que, a
diferencia del Atlántico, el mar Mediterráneo era la autopista comercial más
importante del mundo en aquellos siglos, con importantísimas conexiones mercantiles
en todas sus riberas.
Tras la unión de los dos reinos (Castilla y Aragón, s. XV-XVI), la
asimilación y absorción de territorios y culturas fue la principal obsesión política
de los sucesivos reyes mesetarios, hasta el punto de aniquilar culturas enteras
o, en el caso de los territorios mediterráneos de habla catalana, asimilarlos repetidamente
por la fuerza a través de distintos procedimientos políticos y estrategias
sociales. La apropiación de bienes, tanto intelectuales como materiales fue una
imposición que en muchos casos conduciría hasta la manipulación y censura de
sucesos históricos, documentos, libros y datos. Con la finalidad de enaltecer
su propia historia, la concentración de poder en la corona en detrimento de la
nobleza dio como resultado un amplio dominio sobre la vida política y social,
impulsando la aniquilación y sustitución de las distintas riquezas de otros
pueblos de intramar y ultramar, apropiándoselas, aumentando así sus propias
glorias.
La unificación y uniformización política, cultural y social del estado
implicó la descomposición de las culturas conquistadas con el pretexto de la
construcción de un uniformado espacio social, comercial, político y
lingüístico, sólido y consistente, para una mejor defensa del bien común. Su
absolutismo, caracterizado en la concentración de poderes, reunió en la figura
del rey –como supremo magistrado en todos los ámbitos de la vida
civil y militar– el poder legislativo y el ejecutivo, además de su
vinculación divina (monarquía teocrática), por lo que su ejercicio real quedó
sacralizado. El antiguo lema Rex, lex,
expresado como ‘la palabra del rey es la ley’, implicaba que sus decisiones eran
sentencias inapelables: ‘al rey la hacienda y la vida se ha de dar’.[1]
Estas disposiciones y atribuciones colisionaron frontalmente con los
territorios del arco mediterráneo, los de habla catalana, en los que la función
real estaba muy supervisada. Como ejemplo, en Cataluña, los tres brazos del
Principado –el eclesiástico, el militar y el popular–
eran tres poderes sociales y parlamentarios que dialogaban con la potestad del
rey, llegando a acuerdos comunes. En realidad, una protodemocracia.[2]
Si los pueblos de lengua catalana del este y noroeste peninsular, además de conquistadores, eran
básicamente comerciantes, negociadores y pactistas por naturaleza, el poder
castellano –simbolizado en la plenipotenciaria figura del rey– era
netamente guerrero y conquistador; por consiguiente, imperialista y colonizador
en sus distintas formas y procederes políticos y sociales. Esta teoría explica
el trasfondo histórico del franquismo y, consecuentemente, las continuas
disputas políticas y sociales que a través de la historia se han producido
entre el centro de poder y los pueblos del arco mediterráneo.[3]
PERFIL
SOCIOLÓGICO DEL FRANQUISMO
El franquismo fue la ideología política y social resultante tras el golpe
de estado de 1937 impulsado por el general Francisco Franco. La inestable
democracia de la Segunda República española sufrió mediante las armas y la
violencia la sublevación militar de Franco y otros generales golpistas con el
fin de imponer un restrictivo orden político y social, además de la simetría y
uniformización sociocultural. En realidad, el franquismo tomó sus ideales de
las referencias imperialistas, caudillistas, identitarias y absolutistas del denominado
glorioso pasado nacional de la nación. A estos históricos ideales se sumó el fascismo,[4]
un modelo político totalitario, con una economía dirigista y la aplicación de
un uniformado nacionalismo, muy identitario, con componentes victimistas o
revanchistas, obsesionado con enemigos internos o externos, reales o
imaginarios.
El perfil sociológico del franquismo se puede resumir en seis aspectos que,
en su dimensión ideológica, coincide con muchos de los elementos sociales y
políticos del pasado histórico nacional de los últimos siglos:
1- la personificación e identificación de un solo país y
nación, convergido bajo un modelo
social, cultural y lingüístico de marca castellana con el pretencioso lema de
‘una, grande y libre’, símbolo de la prevalencia del estado por encima de la
libertad sociopolítica de sus ciudadanos;
2- la reconstrucción de una unificada singularidad
nacional española de destino universal, alejándola, por su propia ausencia de
democracia, de los foros internacionales y creando un nuevo imperialismo
político, social y cultural;
3- la instauración de un férreo régimen fascista,
caudillista y dictatorial, apuntalado en el ejército y en connivencia con la iglesia católica, y
en asociaciones sociopolíticas de dominio y coacción social.
4- el establecimiento del terror y el crimen de estado legitimado,
como forma de control político y social, en el que los disidentes del régimen
se vieron obligados al exilio, la clandestinidad o el anonimato. También se
impuso el exclusivismo y un racismo de fondo y forma, repudiando y condenando
totalitariamente cualquier creencia religiosa, tendencia sexual o perspectiva
social ajena a los postulados del sistema;
5- el silenciamiento y relegación a cultura menor de las
diferentes realidades socioculturales y lingüísticas del país, así como la denegación en uso público de sus idiomas y bagaje cultural, prohibiendo la edición de libros,
publicaciones, documentos o artículos periodísticos en sus lenguas originales;
y
6- la unión política, social y cultural entre estado e
iglesia católica, reinstaurando el nacionalcatolicismo, con salvaguarda y amparo
religioso de ámbito divino para el jefe del estado. Asimismo, el fuerte ensamblaje
entre lo político y lo económico creó un estado asentado en un capitalismo
protector y connivente.
La dictadura del caudillo significó un importante retroceso histórico en cuanto a las libertades del país, así como en derechos
civiles y nacionales de sus ciudadanos y territorios. El franquismo fue la
reproducción a escala moderna del pasado imperialista español. Perdidas todas
las colonias americanas y asiáticas, la nueva hegemonía nacional centró toda su
atención y energías en la férrea uniformización del estado, priorizando la
unidad social, política y cultural, debidamente supervisada por la permanente presencia
del ejército.
Sin embargo, tras la muerte de Franco –en la llamada Transición– todo el cuerpo de jueces,
mandos del ejército, de la policía, el alto funcionariado, etc., se mantuvo
intacto. Un hecho relevante para el futuro político que se avecinaba fue que el
capital se fusionó con el aparato del Estado para que éste fuere una
herramienta sumisa a sus dictados.[5]
Gran parte de la burguesía del Estado español le debe su fortuna a Franco.
Primero, porque les defendió de una revolución que cuestionaba la propiedad
capitalista y terrateniente; y segundo, porque les permitió amasar considerables
fortunas a costa de los trabajadores. En realidad hay una gran fusión entre el
capitalismo o capitalistas, el aparato del Estado y el franquismo.
No obstante, en el ámbito puramente político se fue aún más allá: con el
apoyo de los máximos dirigentes del PSOE y del PCE, las Cortes Constituyentes
aprobaron en 1977 una Ley de Amnistía que realmente era una ley de punto final
sin precedentes y sin ninguna revisión ética del pasado. La ley indultó “los delitos de
rebelión y sedición”, así como “los delitos y faltas que pudieran haber cometido las
autoridades, funcionarios y agentes del orden público, con motivo u ocasión de
la investigación y persecución de los actos incluidos en esta ley” y “los delitos
cometidos por los funcionarios y agentes del orden público contra el ejercicio
de los derechos de las personas”. Todo ello en nombre de la ‘reconciliación
nacional’.
La comparación de la actuación de la Transición del Estado español con
otros países donde hubo dictaduras similares a la nuestra, prácticamente no guarda
ninguna relación posible: ni tras la Alemania nazi, ni tras la Italia de
Mussolini o el Portugal de Salazar. Con la amnesia del cruento pasado político
español, también se intentó borrar de la memoria los elementos distintivos e
ilustrativos que impulsaron la dictadura. Pero ninguno de ellos fue acallado.
El franquismo continuó impregnado en el ADN político y social español, transmitiéndose simpáticamente
a pesar de la apertura a la democracia y la entrada en la Unión Europea.
Sociológicamente, España continuó teniendo propulsiones franquistas, aparentemente escondidas
bajo una capa de innovación, modernidad y democracia, pero sin la renovación del
tejido sociopolítico que lo sustentaba.
FRANQUISMO
SOCIOLÓGICO EN DEMOCRACIA
Por franquismo sociológico en democracia se entiende el mantenimiento de
los rasgos propios y característicos del franquismo en la sociedad española en
los decenios posteriores a la muerte del dictador Franco (1975), ya
sea en la política, la cultura o en las respuestas cotidianas en los distintos
estratos sociales del país. Los cuarenta años de férrea dictadura no denunciada
formalmente ni revocada éticamente, conformaron una peculiar y profunda
psicología social en gran parte de la población española que ha perdurado más
allá de los primeros años de libertad bajo una nueva Constitución,
condicionando su desarrollo democrático y social.
A pesar del perdón político del franquismo, la Constitución de 1978 significó
un gran paso adelante en las libertades del país. España, bajo la supervisión
del ejército,[6]
se abrió al estado de las autonomías, obligada al intentar solventar dos
principales realidades históricas: el País Vasco y Cataluña.[7]
El llamado ‘café para todos’ impuso un estado descentralizado como compensación
de las obligadas deferencias históricas al País Vasco y Cataluña. Sin embargo y sobre el papel,
esta supuesta descentralización no fue más que un nuevo control de la
diferencia mediante la simetría política y administrativa.
El franquismo sociológico se ha hecho presente en la vida social española.
A diferencia de otros estados que en el siglo XX han sufrido el azote de las
dictaduras, España no ha resuelto de manera clara y definitiva su escabrosa deuda
pendiente con la historia. Aún más allá, en la mayoría de los casos ha optado
por la amnesia y el olvido, no solo condonando judicialmente las culpas políticas
y sociales del franquismo sino eximiéndolas permanentemente de
responsabilidades históricas. Este perfil sociológico de país ha conformado una
sociedad muy tolerante y permisiva con el franquismo, confortable con su pasado
y connivente con las atrocidades cometidas, lo que psicosocialmente proporciona
una admisión intelectual del franquismo. Esta realidad permite y abastece
modelos y referencias que no han sido totalmente condenadas como estado y
sociedad, lo que da lugar a la reproducción simpática de partes o totalidades
del modelo en las generaciones más jóvenes.
La pregunta medular es si hoy, a cuarenta años de la muerte del dictador,
sigue existiendo un franquismo sociológico. La respuesta es, indudablemente, afirmativa,
especialmente si atendemos a la siembra histórica que el régimen recogió y aglutinó
de anteriores siglos, haciéndola crecer como fuerza empírica de estado y
proyectándola desde diferentes variantes sociales hacia el futuro. En esta continuista
línea histórica, el franquismo sociológico del siglo XXI se
manifiesta de la siguiente manera:
1- en el unitario concepto ‘estado–nación’.
Es decir, una España que pretende seguir siendo una única nación, ceñida a una
constitución de interpretación restrictiva, desechando y, en muchos casos,
atentando contra la plurinacionalidad, diversidad y riqueza cultural y social de
sus pueblos;[8]
2- en la nueva transversalidad del franquismo sociológico
–tradicionalmente
patrimonio de la derecha política–, absorbiendo e incorporando a otros partidos de centro-izquierda.
Pese a la distancia ideológica que separa PP y PSOE, el partido socialista ha
asumido distintas posiciones políticas de estado de sociología franquista, muy ajenas
a su ideario original;[9]
3- en el franquismo transgeneracional, con dependencias y obediencias
familiares, de estirpe o de continuismo sucesorio en diversos ámbitos de la
política, la sociedad y el poder económico;[10]
4 - en la manipulación, censura o adaptación de la historia al pensamiento
único y uniformador español, además de la adulteración, tergiversación y
falsificación de hechos, utilizando para este fin los aparatos propagandísticos
y los medios de comunicación, ya sean estatales, públicos y privados;
5 - en la alianza de intereses políticos y sociales entre la iglesia
católica y el estado, y entre el poder político y económico, periodístico y/o el
judicial, con mutuas dependencias y connivencias a pesar de la aconfesionalidad
y división de poderes del estado;
6 - en la corrupción y tolerancia en la ética de la vida política, secuela
y consecuencia directa de una histórica y endogámica manera de proceder, con
leyes lo suficientemente difusas e imprecisas para no perjudicar a los
herederos políticos de la dictadura; y
7- en el fortalecimiento y acaparamiento político de las estructuras
vitales del estado, con sedimentadas castas funcionariales en la capital, con
toda su maquinaria burocrática, sus cargos de confianza, asesoramiento especial
y ministerios, fortaleciendo un endogámico aparato del estado absolutamente
retroalimentado y autocomplaciente.
Además de estos siete puntos troncales, tras cuarenta años de democracia
aún se continúan apreciando múltiples anormalidades que ejemplifican el
franquismo sociológico imperante en la sociedad española. Uno de ellas es el Valle
de los Caídos, mausoleo del dictador y cenobio de peregrinación fascista, que sigue
gozando del estatus de memoria del pasado franquista, sin ninguna advertencia o
explicación que informe de la realidad histórica del lugar, a modo de las admoniciones
que hay en los campos de exterminio nazis en Alemania.
Otro de los ejemplos es la toponimia de la inmensa mayoría de las calles y
plazas de España, que siguen rindiendo homenaje al franquismo y a sus caídos.
Tan solo en la capital, Madrid, se cuentan 165 símbolos y nombres de calles
franquistas, aparte de otras referencias indirectas. Un ejemplo más es la intervenida
condescendencia hacia las lenguas del país, mas no con sus realidades
nacionales, como si las lenguas no fueren resultado de distintos contextos culturales
y sociológicos de un territorio. La folklorización
de la cultura mediante la condes-cendiente permisión de un idioma, implícitamente
es el no reconocimiento de su realidad cultural, por lo que, en consecuencia,
se impone la cultura castellana como una universal actuación de superioridad y desprecio a
las propias de las comunidades históricas.
El escritor Víctor Alexandre apunta certeramente al meollo estructural de
la sociología franquista del siglo XXI, al afirmar: «Como
ocurre casi siempre que muere un caudillo totalitario, sus herederos se afanan
en crear un marco legal que garantice la perpetuidad». Desde
esta perspectiva podemos apuntar que para los herederos directos del franquismo
sociológico, la democracia es una herramienta política de alcance para mantener
privilegios de clase y linaje. En esencia, la democracia es como una dictadura
de orden circunscrito: en vez de durar 40 años, dura los cuatro de mandato.
INDEPENDENCIA
DE CATALUÑA
Y FRANQUISMO SOCIOLÓGICO
Cataluña ha iniciado un minucioso proceso democrático de consulta ciudadana
sobre su futuro político. Para muchos catalanes hay suficientes razones de peso
para independizarse de España. En realidad, cada ciudadano tiene sus propios
argumentos. Unos creen que básicamente es un asunto económico; otros ven un
permanente menosprecio hacia la lengua y la cultura catalana; los usuarios de
las infraestructuras observan el empobrecimiento social y la gran falta de inversiones
que sufre el territorio; los más arraigados a la tierra ven la nación catalana
en mayúsculas y el recuerdo de la guerra perdida del 1714 como la referencia conceptual
de una historia robada; otros perciben el déficit económico y estructural como
la definitiva espoleta para la secesión; y muchos sienten que el último recorte
del Estatut por parte del Tribunal Constitucional ha sido la última gota que ha
desbordado el vaso de la paciencia. Sin embargo, a pesar de todas las opiniones
y pareceres, un argumento de fondo podría ser compartido por una gran mayoría: la
necesidad y deseo de independizarse del franquismo sociológico.
A pesar de su talante democrático y liberal,
Cataluña no es ni ha sido ajena al franquismo sociológico. En sus ciudades y
pueblos también anida un pasado autárquico.
Muchos de los primeros alcaldes democráticos habían sido adictos al régimen, ya
fuere por intereses estratégicos, por connivencia sociopolítica o por
convicción, dejando algún poso franquista en sus legatarios. A modo de ejemplo,
algunos alcaldes de Convergencia Democrática de Catalunya –partido
catalanista y nacionalista, tradicionalmente mayoritario– fueron en su tiempo incondicionales
del régimen de Franco, virando posteriormente y de manera decidida hacia
posiciones democráticas. No obstante,
tanto en este partido como en otros y asimismo en todas las capas de la
sociedad, continúan existiendo modismos compartidos, formas de comportamiento
social muy enraizadas que hacen suponer que el Principado también tiene su
cuota de franquismo sociológico, aunque aparezca más matizado.
En la actualidad, Plataforma per Catalunya es una de las pocas formaciones políticas
xenófobas del Principado y de referencias explícitas sociológicas al franquismo. Su impulsor y fundador, Josep Anglada, comenzó su
actividad política con 19 años en la extrema derecha con Fuerza Nueva, y en las
elecciones al Parlamento Europeo de 1989 fue candidato del partido
ultraderechista Frente Nacional, liderado por el antiguo líder franquista Blas
Piñar. La implantación de PxC en el territorio les ha otorgado sendos
concejales en algunos ayuntamientos, aunque nunca entraron en el Parlamento
catalán.
Pese a que Cataluña tiene anclados
algunos vestigios franquistas en ciertos sectores de la sociedad y en su propio
ADN social –compartido por pertenencia–, existe una pujante y mayoritaria conciencia de rechazo a cualquier
atisbo o sombra del anterior régimen. Apunta como una renovación del propio
pensamiento social y político, como una maduración democrática de la sociedad
en busca de libertades que van más allá de los formulismos democráticos. La
presión y convicción ciudadana ha logrado que se eliminen de muchas calles y
plazas símbolos franquistas, aunque a cuarenta años del final de la dictadura
aún persisten algunos emblemas, distintivos o cruces con referencias implícitas.[11]
No obstante, gran
parte de la población mantiene una interesada distancia ética y política respecto
a las tesis e ideología del franquismo. Las tradicionales ansias de libertad de
los catalanes, respecto a la democracia y su país, no han congeniado con el
formalismo unificador y restrictivo del anterior régimen y sus herederos
políticos. Y aún más si tenemos en cuenta el pasado histórico común, con los
últimos trescientos años de conflicto permanente tras la privación de las libertades
sociales y políticas, consecuencia directa de la Guerra de Sucesión de 1714 de la mano de las tropas borbónicas.
Es por todo ello que, para una
mayoría de catalanes, independizarse del franquismo sociológico es aliviarse en
gran parte de la pesada ascendencia de un estado viciado, antiguo y heredero
sociológico de un imperialismo de corte medieval, que es
ajeno y adverso. Porque, estructuralmente, el estado español es esencialmente
corrupto en sus mecanismos democráticos. Independizarse del franquismo sociológico
significa empezar de nuevo desde nuevos modelos y valores –algunos de la propia
historia y otros adquiridos y comprendidos– con renovadas referencias, ganándose el derecho a reinventarse como
pueblo. Es liberarse de una España que sigue
siendo una cárcel de pueblos, siendo el pueblo catalán tal vez el prisionero más
odiado.[12]
Independizarse del franquismo sociológico
es avanzar sin la losa de un estado que no representa las sensibilidades de un
pueblo que ansía vivir en su propia libertad. Es huir de la manipulación y
mentira estructural como tic patológico de poder y control sobre sus ciudadanos,
del cual Cataluña también es parte. Independizarse del franquismo sociológico
es alejarse de las relaciones cotidianas con los herederos y sucesores de los
prohombres de la dictadura y de la historia, para empezar a vislumbrar un nuevo
futuro, liberado de modismos y vicios ancestrales. Independizarse del
franquismo sociológico es pasar página y cambiar definitivamente de libro de
texto de la historia.
[1] «Al rey, la hacienda y la vida se ha de dar;
pero el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios», de Pedro
Calderón de la Barca; obra teatral ‘El alcalde de Zalamea’.
[2] ‘Llibre dels fets del rei en Jaume I’; cap. 49.
[3] Un mapa de 1852 descifra las cuatro Españas: una
uniforme, otra foral, otra colonizada y la ‘incorporada o asimilada’,
perteneciente a los territorios del antiguo Reino de Aragón y el Principado de Catalunya.
Este mapa político de España presenta la división con la clasificación política
de todas las provincias de la Monarquía según el régimen especial dominante en
ellas. Autor: Francisco Jorge Torres Villegas. Imprenta de D. José María
Alonso, 1852, tomo primero, pp. 296-297. Biblioteca Nacional de España, Madrid;
GMg/509.
[4] El fascismo es una ideología y un movimiento
político que surgió en la Europa de entreguerras (1918-1939) creado por Benito
Mussolini. El término proviene del italiano fascio
(‘haz, fasces’), y éste a su vez del latín fasces
(plural de fascis).
[5] Con la actual crisis mundial se puede observar
cómo los gobiernos actúan al servicio de la gran banca. En España, la realidad
es aún más cruel: la alianza entre estado y capital tiene connotaciones de
compromiso histórico.
[6] El franquismo ideológico es el que impuso los
artículos 8 y 145 de la Constitución española.
[7] País Vasco y Cataluña recuperaron la legalidad de
sus estatutos, que estuvieron vigentes desde 1932 y 1936, respectivamente.
[8] A semejanza de otras tríadas de la historia
(«Liberté, égalité, fraternité», «Dios, Patria y Rey» o «Iglesia Católica,
Apostólica y Romana»), el franquismo instauró su propia tríada dialéctica para
resumir sus postulados nacionalistas: «Una, Grande y Libre». La unión en un
solo pueblo, con pretensiones de grandeza y libertad fue el horizonte político
que el Caudillo implantó, con la finalidad de construir –a semejanza de la
unión política de los Reyes Católicos– un estado que, al mismo tiempo, fuera
una sola nación. Esta pretensión uniformadora, en realidad significaría la
supremacía social y política de Castilla sobre las otras naciones y culturas de
la península. El franquismo sociológico del siglo XXI mantiene la estructura
«Una, Grande y Libre», aunque con la vinculación Estado-Nación auspiciada en
los artículos 1.2 de la Constitución Española.
[9] La transversalidad del franquismo sociológico se
puede apreciar en el restrictivo viraje político del PSOE respecto a la autodeterminación
de los pueblos. En el congreso del partido celebrado en 1974 en la localidad
francesa de Suresnes, los dirigentes socialistas de entonces se reunieron en el
exilio para elegir como secretario general a Felipe González. Con la dictadura
de Franco aún activa, los socialistas debatieron en ese encuentro no sólo el
liderazgo del partido sino también su posición sobre las diferentes realidades
nacionales presentes en España –la catalana, vasca y gallega-, que habían sido perseguidas
por el general. En aquel cónclave, un Rubalcaba de apenas 23 años –hoy líder
del PSOE–, pronunció el siguiente discurso: “La
definitiva solución del problema de las nacionalidades que integran el Estado
español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de
autodeterminación de las mismas que comporta la facultad de que cada
nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con
el resto de los pueblos que integran el Estado español”.
[10] La herencia franquista en el aparato del estado es
extensa y profunda. Empieza por la existencia de la monarquía, que Franco
restauró poniendo a Juan Carlos en el trono después de jurara su adhesión a los
principios del Movimiento. Asimismo la abdicación del monarca en su hijo Felipe
es una muestra más de sucesión sociológica franquista. Sin embargo, en el
aparato del estado se observan instalados muchos hijos y nietos del franquismo.
La lista y relaciones sería larguísima, pero como un apunte señalaré unos
pocos: Víctor Calvo-Sotelo, actual secretario de Estado de Telecomunicaciones,
descendiente de una familia de tradición franquista. Es hijo de Leopoldo
Calvo-Sotelo, presidente del gobierno en 1981/82, su abuelo José Ibáñez también
fue ministro de Educación, pero con Franco y entre 1939 y 1951, en pleno apogeo
de la represión y los asesinatos, y su tío abuelo fue José Calvo-Sotelo el
“protomártir” franquista. Marta Silva, abogada general del Estado es hija de
Federico Silva, ministro de Obras Públicas entre 1965 y 1970. Adolfo Díaz,
secretario general técnico del Ministerio de Agricultura es nieto de Adolfo
Díaz, ministro de Agricultura entre 1965 y 1969. Emilio Lora-Tamayo, presidente
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas es hijo de Manuel
Lora-Tamayo, ministro de Educación entre 1962 y 1965. El ministro Alberto Ruíz-Gallardón
es yerno del falangista José Utrera, ministro de Vivienda en 1973 y secretario
general del Movimiento entre 1974 y 1975, además de gobernador civil de Ciudad
Real, Burgos y Sevilla. Miguel
Temboury, subsecretario de Economía y Competitividad es el nieto de Onésimo
Redondo, “caudillo de Castilla” y fundador de las JONS. Jesús Posada,
presidente del Congreso de los Diputados, el tercer cargo más importante del
Estado español según la Constitución, es hijo de Jesús Posada, procurador de
las Cortes, alcalde de Soria y gobernador civil de Soria, Burgos y Valencia.
Alfredo Pérez-Rubalcaba, hijo de Alfredo Pérez Vega, suboficial del ejército
franquista. Esperanza Aguirre, hija de José Luis Aguirre Martos, ‘Gran Cruz al
Mérito Civil’, condecorado por Franco. José María Aznar, hijo Manuel Aznar Acedo, alto cargo de la
Falange Española y responsable de propaganda durante la guerra en el bando
nacional. Pío García-Escudero, presidente del Senado, procede de una familia elevada a la nobleza
por Alfonso XIII y que ha contado con destacados falangistas como su tío Pío
García-Escudero, dirigente de la 1ª Centuria de Álava; o su abuelo, también Pío
García-Escudero, presidente del Consejo Superior de Montes. José Ramón Bauzá, hijo
de militar del ejército de Franco. Mariano Rajoy, presidente del gobierno e
hijo de Mariano Rajoy Sobredo, presidente de la audiencia provincial de
Pontevedra durante el franquismo.
[11] En total se han censado 7.700 símbolos
franquistas en Cataluña que conforman un catálogo consultable en la web
memorialdemocratic.gencat.cat. De ellos, 4.000 fueron inventariados en su día
por el Ayuntamiento de Barcelona. Sobre el total, el 93% son placas de vivienda
con el yugo y las flechas de la Falange de las antiguas viviendas sociales del
franquismo. Pero también hay 41 placas de calles y plazas, 38 monumentos, 26
cruces y 20 grabados o relieves vinculados directamente a la dictadura.
[12] "¡Di que eres español o te encierro!, decía
la fiscal de la Audiencia Nacional a Èric Bertran en 2004, cuando se le acusaba
de haber realizado amenazas a empresarios que etiquetaban sus productos en
castellano.
© 2014 Josep Marc Laporta
Muy completo! Estoy de acuerdo con muchas cosas,
ResponderEliminarCreo que esta es una teoría, pero pueden existir otras que no sea esta. Hombre, tal vez tenga razón, no se me ocurren otras opciones, pero un sociologo español seguramente postularia otra teoría bastante diferente. Leí una de Armando de Miguel y divagaba mucho, no sé donde quiso ir, pero me resultó tan vaga que más que una teoría resultó una introducción al pensamiento de otros. Al menos usted se arriesga y se agradece el atrevimiento.
ResponderEliminarpero un sociologo español....
ResponderEliminarah, es que el autor es de Honolulu?
en que quedamos; bascos, gallegos, catalanes, són o no españoles?
Armando de Miguel es un sociólogo de referencia aunque no creo que esté muy de acuerdo con este autor. Mas bien diría que discreparía en bastantes cosas. La mirada de un sociólogo 'mesetario', como dice, jajaja! o sease, castellano, es muydiferente a la de Laporta, catalán de nacimiento. Las perspectivas de partida son bastante diferentes. Este estudio está muy acertado en general, por el soplo de aire fresco que sopla sobre un tema muy analizado pero poco concretado. Me gusta la manera de plantearlo y creo que necesitaría contrastarse en un foro más amplio. El punto de partida me parece atrevido... al menos eso de la orografía, geografía yla historia de cada pueblo. Pero la teoría es muy creible y para mi tiene recorrido.
ResponderEliminarJavier, eres hermano de Ramón Cotarelo?
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