© 2013 Josep Marc Laporta
1- Fe y migración interregional
2- Fe y migración intercristiana
3- Fe e impacto misionero
4- Fe y solidaridad
5- Fe y conflictos sociales
6- Fe y Derechos Humanos
Fe es
la respuesta vital del ser humano en interna y proyectada actitud de creencia o
confianza ante la invisibilidad e incorporeidad de lo eterno, lo trascendente o
la divinidad. A pesar de ser una respuesta íntima y personal es, por lo general,
una experiencia compartida localmente o regionalmente mediante las distintas
religiones o espiritualidades, organizadas, institucionalizadas o no.
Consecuentemente, es un acto de creencia proyectada que supera las insignificancias particulares y necesita ser compartida, ya sea para su comprensión, certidumbre, afiliación, proclamación o proselitismo.
Consecuentemente, es un acto de creencia proyectada que supera las insignificancias particulares y necesita ser compartida, ya sea para su comprensión, certidumbre, afiliación, proclamación o proselitismo.
En nuestro
siglo –XXI– se aprecia de manera global un sostenido interés en la fe,
en la necesidad de creer en algo o en alguien superior. Como ya sucedió en el
pasado y en todas las culturas, la fe es parte intrínseca de la experiencia
humana. Y aunque es un acto inicialmente antropológico –por la
imperiosa necesidad de creencia que emerge de nuestra limitada y finita psicología–
también es un suceso de profundo contenido espiritual, manifestándose o
desarrollándose en distintos procesos lenitivos de consuelo, ánimo, aliento o
alivio integral.
FE Y
MIGRACIÓN INTERREGIONAL
Pese
al secularismo y la postmodernidad, la afiliación a las religiones –las
fes instituidas y organizadas– sigue
siendo una realidad social de primer orden. No obstante, en los últimos dos
decenios se observa cómo la fuerza de la globalización ha impulsado una nueva
realidad: la migración interregional de la fe. Un interesante ejemplo
de ello es el Islam. En Europa, la tasa de natalidad prácticamente está
estancada, pero la población árabe se duplicará en las próximas décadas, debido
a que desde los años 90 del siglo pasado el 90% de la inmigración a Europa es
musulmana. Consecuentemente asistiremos a la realidad de una Europa muy islamizada,
ya que la tasa de natalidad de los europeos originarios es de 1,38 hijos por
pareja, mientras que en los inmigrantes musulmanes supera el 6,23 por pareja. El
islamismo, por su fuerte culturalidad, implica a todas las generaciones, por lo
que los hijos y los nietos de los recién llegados mantienen similares tasas de
natalidad aprendidas de sus antecesores, introduciendo importantes cambios y
transformaciones en las sociedades occidentales.
Los
datos demográficos son relevantes. En Holanda el 50% de los recién nacidos son
musulmanes. En Rusia hay más de 23 millones, es decir, uno de cada cinco, y se
prevé que en diez años el 40% del ejército ruso sea musulmán. Otro ejemplo más
cercano: en Francia, el 30% de los menores de 20 años son musulmanes y en grandes
ciudades como Niza, Marsella o París el porcentaje asciende al 45%, por lo que
se prevé que en el 2027 el 30% de la población francesa será musulmana. En el
Reino Unido, en los últimos 30 años, la población musulmana pasó de 80.000
personas a dos millones y medio, multiplicándose por treinta.
Estos breves
apuntes sobre el islamismo en occidente certifican por primera vez en la historia
que la fe y las distintas religiones de nuestro planeta se presentan como una
realidad definitivamente global y transcultural, interrelacionadas y migradas. El
Islam, una de las grandes religiones del planeta por su vigencia y eficacia
cultural, familiar y social, se proyecta en otros países no por tradicionales sistemas
de proselitismo sino por la migración, implantación y permeabilidad generacional.
FE Y
MIGRACIÓN INTERCRISTIANA
La
cristiandad también ensancha su impacto de fe en el mundo, concretamente entre
cristianos. Aparte de las misiones externas, la migración religiosa también ha sucedido
dentro del mismo cristianismo, de los países de tradición cristiana. Los datos
de América Latina revelan una profunda trasmutación entre de los que confiesan
principios de fe similares: las denominaciones evangélicas crecen, sustituyendo,
en algunos casos, al catolicismo, que ve menguada su influencia. Con 565
millones de fieles —107 millones de ellos en América Latina y el Caribe— los
evangélicos representan poco más de un cristiano de cada cuatro en el mundo.[1]
La aparición del pentecostalismo a principios del siglo XX en
Estados Unidos ha facultado una fe más personal, cercana y emotiva, en muchos
casos con promesas de vida satisfecha a todos los niveles de la experiencia
humana.
La
Iglesia católica, con 1.200 millones de fieles nominales, se encontró a partir
de los años 80 con una fuerte competencia de las denominaciones evangélicas, en
particular en África y América Latina. Un ejemplo de la evidencia es Guatemala:
más de la mitad de la población, que era católica en un 95%, se ha convertido a
la fe que profesan las iglesias evangélicas. En Brasil, un cuarto de la
población ha cambiado de fe nominal, del catolicismo al protestantismo
evangélico de corte pentecostal. Por su parte, en México, las conversiones a
una fe más viva y personal –representadas
por las denominaciones evangélicas– han
ido creciendo exponencialmente en la última década. En el año 2000 la población
evangélica representaba el 5,26% de la población mexicana, pero en 2010 esta
cifra se elevó a 7,68%, lo que significa un aumento del 72,19%. En cifras esto
representa un aumento de 3,2 millones de creyentes en el país, o lo que es lo
mismo, un salto de 4,4 millones, hasta alcanzar 7,6 millones de fieles.[2]
Pero en
algunas zonas del planeta el proceso ha sido a la inversa. El catolicismo ha
ganado terreno al protestantismo. Este es el caso de Estados Unidos, un país
tradicionalmente protestante que en los dos últimos decenios ha vivido un
sostenido crecimiento del cristianismo católico romano, aunque sin llegar a
superar la implantación del grueso del protestantismo. La fe en el mismo
cristianismo transmuta de confesión religiosa muchas veces por estancamiento o
paralización teológica, litúrgica, contextual o convivencial de la referente.
En otros casos, los contenidos institucionales de una religión o confesión no
satisfacen los anhelos vivenciales y transformadores que se espera de la fe
personal, por lo que se produce un fractura socioespiritual respecto a la
religión originaria. En todos los casos, la presente globalización e
internacionalización de la información y los mercados es la gran facilitadora
de que las mutaciones de fe sean posibles y cada vez más frecuentes.
FE E
IMPACTO MISIONERO
Fuera
de la migración de fe interna del cristianismo, su mayor desarrollo externo y
misionero se está dando en distintos países de Asia y África. En China, en
1970, tras décadas de persecuciones y revolución, sólo había en el país un
millón y medio de cristianos. Hoy se calcula que hay unos 90 millones, en un
país de 1.286 millones de habitantes, de los que la mitad se consideran
agnósticos y un 29% seguidores de religiones tradicionales.[3]
Sin embargo, hay más musulmanes en China que en Europa, más protestantes
practicantes que en Gran Bretaña y más católicos practicantes que en Italia.
Entre
los países más insólitos donde crece la fe cristiana está un pequeño país, el Nepal.
En el año 1960, un misionero protestante calculaba 25 cristianos en todo el
país. Hoy, y según distintas fuentes, se cuantifica aproximadamente un millón
de cristianos, aunque otros informes hablan de 576.000, de los cuales solo unos
7.000 son católicos. El cristianismo crece el doble de rápido que las otras
religiones misioneras del país, el budismo (8-9%) o el islam (4%).
Burkina
Faso, un pequeño país en medio del Sahel africano, sin salida al mar, pobre y
azotado por hambrunas, de los 12 millones de habitantes que tiene unos dos millones
son cristianos, la mayoría católicos. El país experimentó un crecimiento
impactante de 1983 a
1990, cuando se dobló el número de cristianos. A día de hoy hay una gran
presencia misionera entre sus 72 grupos étnicos.
India,
tradicionalmente sede de distintas religiones hinduistas, yainas, sijes,
zoroastrianas y bajaís, tiene unos 1.030 millones de habitantes, de los cuales
62 millones son cristianos. La mitad de ellos (católicos o protestantes) son
carismáticos. Pero la India es una potencia misionera. Por ejemplo, el
movimiento católico Jesus Youth ha creado grupos –más o
menos clandestinos- de espiritualidad carismática en diversos países
islámicos del Golfo (Qatar, Bahrein, Arabia Saudí, etc.), aprovechando la
potente emigración de trabajadores a estos países. El cristianismo indio crece
a doble velocidad que la población, provocando fenómenos masivos de
conversiones, como los ‘dalit’ o ‘intocables’, a semejanza de la masiva
adscripción de la etnia gitana en España.
Vietnam
es un país de régimen comunista que empieza a crecer económicamente. Cuenta con
casi 80 millones de habitantes, incluyendo 6,5 millones de cristianos, la
inmensa mayoría católicos (unos 5,5 millones). Las iglesias evangélicas
pentecostales carismáticas son las que más crecen, sobre todo entre las
minorías tribales de zonas montañosas y rurales, desatendidas y a veces
maltratadas por el gobierno comunista.
Benin
es un país africano, que junto con la vecina Nigeria es cuna del vudú. Tiene
6,5 millones de habitantes, más de la mitad menores de 15 años. Y se cuenta que
para el año 2050 su población podría ser de 21 millones. No obstante el
crecimiento de la fe cristiana crece cada año. Aproximadamente unos 120.000
benineses se suman a las iglesias cristianas, lo que implica un índice de
crecimiento del 3,1% con lo que en el 2050 podrían ser un 40% de la población
(actualmente son el 28%).
Rusia.
Con la caída del comunismo, millones de rusos acudieron en masa a bautizarse
como ortodoxos: fue la ‘epidemia de bautismos’ de los años 90, que tenía más de
sociológico que de religioso. No obstante, la Iglesia Ortodoxa, debilitada tras
70 años de comunismo, no ha podido ofrecer la oportuna formación a los recién
bautizados. Con una población de 142 millones de personas, actualmente el 57%
de los rusos se consideran cristianos (1,5 millones de católicos y 1,5 de
protestantes, sobre todo bautistas, pentecostales y carismáticos), el 33% se
siguen considerando agnósticos, ateos o irreligiosos, y un 7-8% son musulmanes,
concentrados en las repúblicas tártaras o caucásicas de tradición islámica.
El
cristianismo es, tradicionalmente, la religión más misionera. El islamismo, por
su parte, suele ser más generacional que misionero, aunque con la globalización
ha dado un salto hacia adelante en su expansión. Las demás religiones o
filosofías espirituales del planeta, como el judaísmo o el hinduismo, en realidad
no tienen un gran espíritu expansivo, pese a que algunas de ellas se han
introducido en occidente con notable éxito. Ejemplo destacable de ello es el
budismo, que se postula como una religión universalista, lo que implica que la
misión de los monjes es anunciar la doctrina de Buda por compasión al mundo y
para la salvación de muchos. Significativa es la figura de Sidharta Gautama, el
buda que se dedico a viajar por la India durante 40 años predicando su
enseñanza. A día de hoy el budismo ha alcanzado todo el planeta, a todas las
culturas y ha arribado a todos los países, con monasterios y centros de
meditación en prácticamente la inmensa mayoría de ellos.[4]
FE Y
SOLIDARIDAD
Por lo
general, la labor social que nace de la fe es estimable, especialmente más la que
emerge de las entidades afines al cristianismo que de la labor directa de sus
iglesias. El cristianismo institucional, sea protestante, católico u ortodoxo,
no ha incluido en sus estructuras consistentes estrategias solidarias, tan solo
las han adaptado o asimilado tras un cierto éxito de las entidades autónomas
surgidas por iniciativas individuales. Sin embargo, tras la eclosión de la
globalización, muchas actividades solidarias han surgido y multiplicado a lo
largo del planeta. Junto a las ONG’s y entidades de cooperación internacional,
las misiones cristianas han abarcado como nunca antes proyectos y programas para
los más necesitados. En realidad, la globalización ha traído consigo una
eclosión de entidades de ayuda al prójimo y servicios sociales de gran alcance.
Nunca antes el mundo vio tanta movilización solidaria.
Un
ejemplo esclarecedor: alrededor del 40% del servicio de salud en África se
ofrece a través de organizaciones basadas en la fe. Los grupos de asistencia,
tanto cristianos, musulmanes, hindúes y judíos están activos en todo el mundo
combatiendo la pobreza y la enfermedad. En cualquier país desarrollado se
observa este tipo de atención altruista hacia los discapacitados, los
moribundos, los necesitados y los desfavorecidos por parte de personas que
actúan bajo el impulso de la fe. Un elemento común de las grandes religiones es
el amor al prójimo y la igualdad entre los seres humanos ante Dios.
Sin
embargo, una leve sospecha se cierne sobre la solidaridad que nace de las
estructuras de la fe. ¿Podría ser que la finalidad de muchas obras solidarias
de las religiones fuera básicamente un mero proselitismo? Por lo general las
religiones han tendido a bisegmentar el ser humano: una parte espiritual y otra
carnal; una trascendente y otra terrenal. Desde esta objetivación,
históricamente el cristianismo ha sido, en muchas ocasiones, un extraño
representante de esta fórmula proselitista. Aún con ello han existido
excelentes y grandes excepciones que, confirmando o no la regla, han hecho gala
de una fe diaconal, entregada y solícita, sin preestablecimientos
evangelizadores.
Si bien
es cierto que en distintas épocas muchas de las religiones han fundamentado su
proselitismo en la asistencia social como un medio de fácil afiliación
religiosa, también cabe señalar que el asistencialismo solidario ha sido moneda
de cambio política desde el país benefactor al socorrido, creando dependencias
comerciales con ingentes beneficios económicos para el primero. La utilización
de la fe y las misiones ha llevado a priorizar el campo de misión, escogiendo
la mejor opción para los intereses comerciales. El colonialismo del siglo XIX fue
preferentemente explotador, con implantación de comunidades religiosas de
evangelización clasista y racista. Y el colonialismo del siglo XX incorporó
la dependencia económica y social, un método de sujeción sociopolítica
participada por las misiones religiosas gracias a su permanente
asistencialismo.
En el
siglo de la globalización, nuestro siglo XXI, las
estructuras religiosas solidarias se han despojado en parte de las antiguas tendencias
políticas, aunque subterráneamente aún existen muchos intereses creados mediante
la economía, el mercado y la transacción comercial. En la globalización, las
empresas farmacéuticas tienen la triste representación de los intereses creados
a favor del primer mundo y en contra del tercero. En medio de este maremágnum,
las entidades que nacen de la fe religiosa caminan sometidamente al paso de los
intereses comerciales, participando estrictamente y sin poder cambiar nada de
lo ya establecido.
FE Y
CONFLICTOS SOCIALES
La
historia está plagada de conflictos sociales con responsabilidad directa a las
fes y las religiones. La historia del mundo es la historia de las luchas entre
religiones, entre maneras de entender la espiritualidad y el deseo impositivo
de una sobre la otra, aunando racismo y fanatismo. La mayor parte de los
conflictos de todos los tiempos han sido y son por la religión: por la radical
forma de unos de entender su fe y practicarla, y con la extremista actitud al
no entender la fe de los otros y sus procedimientos. La lucha entre pueblos no
ha sido prioritariamente por defender unos territorios, la cultura, el saber y
el conocimiento sino por proteger unos valores espirituales y religiosos que se
postulaban como verdaderos, supremos y únicos.
Las
guerras religiosas tuvieron lugar tanto en tiempos de la Reforma Protestante
como en las cruzadas católicas de la Edad Media; tanto en el Holocausto del
Tercer Reich en contra de judíos, Testigos de Jehová, masones, gitanos, u homosexuales
como en la desintegración de la antigua Yugoslavia, con la limpieza étnica y
genocidio de los serbios (cristianos ortodoxos) contra los croatas (católicos)
y los bosnios (musulmanes), y las distintas represalias entre ellos. Los ejemplos
son innumerables y consustanciales con las culturas y la vanidad humana
revestida de sublime espiritualidad.
Sin
embargo, hoy, soterradamente, la globalización nos ha impuesto unas sórdidas
batallas dentro de las mismas fronteras de los países. En estados europeos como
Alemania, el protestantismo tradicional y el secularismo convive diariamente
con el islamismo inmigrado turco, egipcio o árabe, relacionándose de manera
cívica, aunque políticamente atrincherados. Los partidos políticos de corte
xenófobo crecen como brazo político de una cultura receptora que defiende una
determinada concepción socioreligiosa de la sociedad, defendiéndose de los que
llegan y traen consigo su fe, costumbres y religión.
Una
mirada rápida a distintos escenarios religiosos nos presenta varios ejemplos en
los que la fe fanática es capaz de imponer criterios incluso mediante la fuerza
y la violencia. Lejos de la mezcolanza religiosa de Europa, tenemos el ejemplo
del nacionalismo hindú, reaccionando drásticamente frente al crecimiento del cristianismo.
Recientemente, Dilip Singh Judev, parlamentario en el estado de Chhattisgarh, ha
declarado su voluntad de ‘reconvertir, de todas las formas posibles, 300.000
cristianos al hinduismo’. Lo novedoso del caso es que, al contrario que el
budismo, el Islam o el cristianismo, el hinduismo nunca fue una religión
misionera ni proselitista.
Nepal,
con 23 millones de habitantes y 132.000 refugiados de Bhután, es el único país
oficialmente definido como un reino hindú. Y aunque el hinduismo no es
estrictamente la religión del Estado, la guerrilla maoísta que controla partes aisladas del país no hace fácil las cosas a los cristianos, impidiendo sus actos litúrgicos e incluso atentando drásticamente contra la seguridad física de los cristianos.
Por su
parte, Vietnam alzó un decreto en 1999 que dio libertad a los ciudadanos para ‘seguir,
no seguir o cambiar de religión’ pero con unas penas severísimas para quien ‘use
la religión para minar la unidad del Estado’. Este artículo se puede usar
cuando un religioso osa denunciar violaciones de los derechos humanos en el
país, como es el caso del padre Thaddeus Nguyen Van Ly, condenado a 20 años de
cárcel.
El
crecimiento de la fe cristiana en un país como Benin, de fuertes prácticas de
vudú, genera choques sociales con el Islam del norte, con dependencia del
fundamentalismo financiado desde Sudán y Arabia Saudí. En toda África se
suceden situaciones de lucha entre religiones de ámbito tribal. Y la lista podría
ser muy larga, con innumerables ejemplos vivos y muertos de la crueldad religiosa. Egipto, Siria e Irak son claros ejemplos de cómo los cristianos están perseguidos con violencia. Un ejemplo actual es Angola. Su gobierno ha prohibido la práctica religiosa de 200 confesiones y sectas que, según afirman, atentan contra la cultura del país, de mayoría cristiana. Unas 60 mezquitas han sido cerradas y unos 40.000 fieles del islam tendrán prohibida la manifestación pública de su fe. Las guerras de la religión van en distintas direcciones confesionales.
A
diferencia de siglos anteriores, las estadísticas y la demografía revelan que, a
día de hoy, la fe no está tan departamentalizada. La fe y las religiones se han
globalizado hasta el punto de no pertenecer a un ámbito geográfico concreto.
Diariamente nos relacionamos con personas de otras religiones, culturas y
sensibilidades espirituales, lo que propicia un cierto sincretismo en algunas
capas de la sociedad y, en otras, un rechazo a cualquier mixtura por la misma
defensa de la fe adquirida. La virtud que nos presenta este siglo es que, sea
cual sea la adscripción, la fe es un beneficio global que incluso es capaz de
modificar las relaciones humanas y la demografía de los países al manifestarse
interactivamente, sin fronteras e incluso independiente de una cultura
concreta. Sin embargo, esta nueva realidad social nos implica aún más a los que
profesamos una fe convicta, ya que debemos huir de la radicalidad y parcialidad
defensiva, ofensiva o fundamentalista –sea de
la tendencia que sea– para entrar en el amplio estadio del respeto mutuo,
aceptando las múltiples diferencias con las cuales hemos de convivir y, en
consecuencia, participando en la construcción de un mundo más justo y viable
social y ecológicamente.
El
secularismo es, en gran parte, una respuesta activamente intelectual a la
incongruencia de la suprema y abrumadora superioridad moral que ejercen las
religiones. Ante un mundo globalizado, donde la fe mundializa su mercado en
todas direcciones, la secularización de la cotidianeidad es postulada por los
decepcionados de todo como la más pacífica de las opciones para un mundo más
justo.
FE Y
DERECHOS HUMANOS
La globalización ha impuesto unos nuevos
procedimientos comunicacionales respecto a las relaciones sociales y
religiosas. La mezcolanza y amalgama de distintas fes y formas de entender la
espiritualidad en una misma región o país, obliga a establecer métodos o
fórmulas de comprensión social que defienda a la humanidad de los conflictos y
contiendas de trasfondo religioso. La presión que supone la globalización,
relaciona y acerca a las personas entre sí, mientras que la tecnología y los avances
científicos encogen el mundo, generando una nueva forma de tensión convivencial.
Sin duda, la compasión es un producto de la fe, motivando a buenas obras,
pero no siempre es así, o mejor dicho, la historia demuestra que no siempre ha
sido y es así. La fe también puede promover –y de
hecho promueve– el extremismo e incluso el terrorismo. Es por ello que
la Carta Universal de los Derechos Humanos, por su inspiración espiritual y
ascendencia moral de las distintas culturas, debiera ser la carta común,
suscrita por todos. La misma Declaración sostiene en los artículos 18, 26-2 y 26-3 que
«Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, mediante la enseñanza, la práctica, el culto y la observación».
«La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos».
«Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos».
«Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, mediante la enseñanza, la práctica, el culto y la observación».
«La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos».
«Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos».
Este mundo globalizado pone del revés
las tradiciones y desafía la forma de pensar pasada, obligándonos a tomar
partido por una nueva manera de actuar en favor de la paz y el entendimiento en
un mundo tremendamente heterogéneo. Los Derechos Humanos, como punto común y de
partida de las distintas esencias religiosas del planeta, debiera ser el lugar
donde el respeto pacífico pueda firmarse y suscribirse, donde la fe y la
globalización pudieran convivir en libertad, consideración y solicitud. Sería
deseable que junto a la Declaración de Fe de cada comunidad religiosa estuviera
también la Carta Universal de los Derechos Humanos. Dos declaraciones trascendentes,
de ámbito e influencia universal para compatibilizar sabiamente globalización y
fe. Sería el antídoto necesario para vacunar la religiosidad y espiritualidad de fanatismos e interpretaciones espúreas y contrarias a la divina dignidad humana.
Gran document, estimat Josep Marc. L'he remirat pel damunt i necessito llegir-lo amb calma, xq s'ho mereix. Et faré comentari. Jan
ResponderEliminarMe gusta el apunte final..... declaración de fe y carta de los derechos humanos asumidas por las iglesias y religiones. Estoy de acuerdo.
ResponderEliminarMuy de acuerdo con la apostilla ultima....... en la webs y libros de registro de las iglesias deberian tener las dos declaraciones, para que no quedara ninguna duda de las intenciones... Se me entiende??
ResponderEliminarExcelente. No tengo otras palabras para valorar su trabajo. Agradezco mucho el esfuerzo de concreción en unos temas tan complejos y dificiles de analizar. Lo archivo para mis alumnos. Juan Antonio Márquez
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