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@ 2008 Josep Marc Laporta
El sonido del debate entre John McCain y Barak Obama, del pasado otoño del 2008, fue el tono de voz. La canción interpretada por cada uno de ellos puso el límite de la verdad; la verdad de lo que es real o de lo que no es real. Las diferencias entre el demócrata y el republicano fueron sustanciales.
Convendremos que fue el debate más equilibrado y más interesante de los tres que protagonizaron. El intercambio de reproches y de palabras acusadoras estuvo bien repartido. Pero fue McCain quien, aparentemente, apretó el gatillo. De varias maneras y en diferentes ocasiones, el candidato republicano intentó acorralar al candidato demócrata con las artes de la difamación más correctas e incorrectas. También Obama utilizó el invento, pero más en respuesta que como estrategia.
La voz, el tono de voz y sus inflexiones fueron determinantes para observar quienes de los dos sería el virtual ganador. Mientras McCain subía el nivel de voz cuando buscaba a su contrincante, Obama mantenía el mismo volumen, timbre y tono. Impasible, el presidenciable demócrata mantuvo el mismo tono de voz, sin subir ni una pizca, sin mostrar afección ni emoción desmesurada.
De todos es sabido que donde mejor se aprecian los estados de ánimo es en la voz. Una bajada o subida de ánimo se refleja directamente en el hilo de voz hasta el punto de retroalimentar la autoestima y la confianza. En este caso, Obama mostró cual era su estado de ánimo estable, cual era su confianza y cómo era su autoestima. Según su voz era muy alta.
En todo el debate con John McCain se pronunció con la misma intensidad, sin subir ni bajar el volumen, sin modificar el timbre de voz y sin modular el tono a otros registros. Tanto le daba que le acusara McCain como que presentara su plan económico, siempre habló con la misma intensidad, con un tono cómodo, didáctico y claro. En sus palabras no se apreciaron sensaciones ajenas a la realidad más íntima: se sentía confiado, seguro, ganador y el presidente virtual de los Estados Unidos.
Haría falta saber cual es esta capacidad impasible y tranquila de imponerse con el tono de voz. Sería necesario saber si es fruto de su carácter y capacidades o de un entrenamiento especial y concreto de sus asesores. Me siento tentado a creer que en gran parte es cosecha propia. Barak Obama sabía lo que quería, pero también sabía lo que debía conseguir. Su voz le delató. La presidencia americana también dependía de un estado de voz: el estado de la nación también fue un estado de ánimo presidencial.
En la linea del anterior artículo, éste plantea la semiótica de la voz. Muy interesante, profesro. Me gustaría preguntarle la razones de los cambios súbitos de voz en los confesos criminales.Algnos de ellos se manifiesta con pérdida incluso de la voz. Pero otros mantienen una entereza sonora que parece que no han hecho niguna fechoría. ¿?¿
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