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· Los bautistas y su música (25)

© 2023 Josep Marc Laporta

Guerra Civil española y post-guerra

        El estallido de la Guerra Civil española y los primeros años de la dictadura quisieron acallar la música y los cantos de alabanza a Dios de las congregaciones bautistas del país. Las orquestas de Terrassa y Albacete detuvieron sus participaciones. El Aleluya de Haendel que pocos meses antes había interpretado el coro de Terrassa bajo la dirección de Lídia Vila, quedó en el recuerdo. Los coros bautistas más consolidados, como los de Madrid, Albacete, Alicante, Barcelona o València, disminuyeron sus voces e incluso cesaron las actividades. Las congregaciones, según particularidades políticas de cada región y zona, sobrellevaron la represión, manteniendo vivo el testimonio de la fe, a veces cantando himnos en voz baja, otras en silencio, a veces con los himnarios expoliados o, incluso, sin el mítico armonio. Sin embargo, mientras audiblemente las voces menguaron, los corazones siguieron cantando y la llama de alabanza a Dios continuó ardiendo.

        La iglesia de la calle General Lacy de Madrid, cerca del Cerro Rojo y a poca distancia del frente de Usera, vio cómo las balas contendientes alcanzaban la misma puerta del templo. En poco tiempo, la membresía pasó de 180 a unas 80 personas. Pese a todo, durante el conflicto se celebró una boda y fueron presentados dos niños. Asimismo el coro de jóvenes que durante años había realizado un bendecido ministerio, interrumpió abruptamente su participación. Muchos de los jóvenes fueron reclutados para ir al frente, perdiendo la vida algunos de ellos: «Daniel Bueno, Antonio Jover, Abdón Alonso, Paulino Soria, Manuel Sanz, Julio Arroyo y Agustín Morilla. Este último falleció a consecuencia de heridas recibidas por la explosión de un obús en la calle de Carretas, cuando estaba auxiliando a otra persona herida por el mismo motivo». Según informaba el pastor de la congregación, Francisco Fernández Moya, otros «fueron heridos, pero curados ya, volviendo a sus puestos de combate. Y otros, entre ellos algunas  muchachas, están en los frentes o prestando servicios de retaguardia». El canto coral, que durante los últimos años había consolidado su ministerio, fue acallado luctuosamente. No se reanudaría hasta 1940, con Francisco Dorado en la dirección y un pequeño grupo instrumental formado por laúd, bandurria y guitarra. No obstante, unos reducidos servicios cúlticos continuaron con cierta asiduidad, aunque durante unos años no se celebrarían asambleas de iglesia. Fue en la tarde del 28 de enero de 1940 cuando bajo la presidencia del pastor Francisco Fernández Moya (1896-1951) dio comienzo la sesión de restauración de la asamblea general sin cantar ningún himno; detalle que quedó reflejado documentalmente y que parece apuntar a la ausencia de cantos en los cultos o a que el canto comunitario se vio restringido en buena parte.

        Ante los graves acontecimientos políticos y bélicos, el 30 de diciembre de 1937 el poeta y violinista Manuel Pérez del Busto (1906-1977), miembro de la iglesia de calle General Lacy de Madrid, escribió un emocionante poema, envuelto de mucha luz y también de crudo dolor. Lo tituló ‘Alba en la trinchera’:

            Rasgan el horizonte nebuloso
            las tintas sonrosadas de la Aurora,
            que en su dorado carro, triunfadora,
            avanza derramando el fabuloso
            caudal de alegría. Armonioso
            el día, con la mañana seductora,
            vienen unidos en pos de la Señora
            que ha desencantado el velo misterioso
            de la noche. Todo es paz; todo belleza:
            el sol da su esplendor y su calor dorado;
            cantan las aves; el espacio es pureza…
            Pero la Humanidad, con carnal corteza
            de orgullos y rencores, no ha notado
            el dulce amanecer. ¡Cuánta tristeza!

        En pleno estallido del conflicto armado de 1937, la Iglesia bautista de València siguió con sus actividades semanales. En los primeros días de la sublevación juzgaron prudente suspender la celebración del culto público, pero pronto se reanudó sin diferenciarse en nada de las prácticas anteriores. No obstante, los siguientes meses fueron de mayor dificultad, teniendo que abandonar el local para celebrarlos por las casas. Fue un tiempo de silencios y cautela musical, donde solamente se cantaban algunos pocos himnos que todos recordaban de memoria. No fue hasta julio de 1945 que en una reunión celebrada en el domicilio de Antonio Pérez y Elisa Muñoz bajo la dirección del pastor Julio Nogal –a quien habían ajusticiado a un hijo por servir como sargento en el ejército republicano– se acordó no continuar en las casas particulares para hacerlo pública y conjuntamente, a pesar de no tener autorización. La culminación más entrañable de este proceso de reapertura fue a las cuatro de la tarde del domingo 2 de diciembre del mismo año, cuando se celebraron los primeros bautismos con diez candidatos en la nueva sala, ahora condicionada con un foro para ciento cincuenta personas. Los himnos se volvieron a elevar unánimemente, a más voz, sin las restricciones de los hogares y con el coro cantando «un cuarteto que agradó mucho y, al ser bautizado cada candidato, se entonó una estrofa del himno ‘Junto al caudaloso río’», denominado también El bautismo: el nº 63 del suplemento de La Lira Sagrada. Colección de Cánticos Espirituales para uso de reuniones cristianas. Segunda edición, de 1874. Pocos meses después, la Unión Bautista de Jóvenes de la congregación valenciana decidió reorganizarse con Esther Villaba en la dirección del coro y Teresa Nogal de Audenis como organista.

        En Xàtiva, las condiciones sociales de la congregación no fueron muy distintas a las de València, sufriendo las vicisitudes de la determinación evangélica. En este caso, la celebración de un clandestino bautismo a las afueras de la población entrañó el encarcelamiento del pastor bautista durante un mes, además de una importante multa de 10.000 pesetas. Más al sur de la capital de La Costera, en 1947 y en tiempos donde el ‘Fuero de los Españoles’ ya estaba en vigor, el templo de la Iglesia bautista en Dénia sufrió un vandálico saqueo falangista, «llevándose los bancos, armonium y otros utensilios del culto», que en gran parte se recuperaron cuatro años más tarde.

        A raíz del levantamiento militar del 18 de julio, las iglesias bautistas de Catalunya suspendieron sus servicios. Y aunque en poco tiempo pudieron volver a reunirse en los templos, las circunstancias e imposiciones políticas y sociales y, también, las anti-religiosas por grupos incontrolados, aconsejaron reunirse en los hogares. Al norte de la capital catalana, Manuel Zapater informaba sobre las trágicas dificultades acontecidas, puesto que «los buques y aviones enemigos empezaron a visitar Palamós y a descargar metralla: refugios fueron construidos y las gentes corren a ellos, pero nosotros nos quedamos en casa. ‘¿No vienen ustedes al refugio?, nos preguntaban a menudo. ‘No’, respondemos, ‘nos quedamos en casa para pedir a Dios que guarde a esta población para que no haya víctimas’». Al parecer, no se contaron damnificados mortales entre sus habitantes y «las gentes atribuyen esto a un milagro, lo cual nos ayuda para hablarles del Evangelio». Zapater concluía su informe rememorando el Salmo 9:1: «Te alabaré, oh Jehová, con todo mi corazón, cantaré todas tus maravillas». Este comportamiento fue muy conocido entre la población, hasta el punto de correr como la pólvora un adagio a modo de cantinela que se hizo muy popular: «Canten i no protesten si les bombes cauen, els protestants», refiriéndose a la comunidad bautista de Palamós.

        En Terrassa, tras celebrar durante seis meses reuniones en una docena de casas, «esta Iglesia decidió abrir su local de culto el primero de enero del año [1938], sin tener para ello ningún permiso oficial». Y el informante prosiguió afirmando que «por fin se nos autorizó para abrir, advirtiéndonos que era bajo nuestra responsabilidad, y el Señor nos guardó de todo mal. Durante unos dos meses nos abstuvimos de cantar, como medida de prudencia; pero pronto nos animamos para ello». Y el atrevimiento aún fue más allá: «en el mes de mayo del mismo año ya celebramos la Fiesta de la Madre, tan ostensiblemente como en otros tiempos, incluso con reparto de invitaciones, y poniendo anuncio en la puerta del local». Meses más tarde, las restricciones que impuso la guerra obligarían a cerrar los lugares de culto público.

        En Barcelona, el templo de la calle Riera de Sant Miquel 54, que ya había sido expoliado en mayo de 1937 por elementos izquierdistas, fue asaltado de nuevo en 1939 «por parte de militantes franquistas, destrozando bancos, libros, himnarios y todo lo que encontraron, incluso el armonio que por más de cincuenta años había formado parte de la vida de l’Església Baptista de Barcelona. Según reconstruye la memoria escrita de la Iglesia de la Bona Nova, «finalmente, el instrumento pudo ser recuperado y guardado en casa de unos creyentes. Restaurado en 1947, volvió a ser utilizado en los cultos».

        Pero un peculiar suceso determinó un nuevo y definitivo cierre de las iglesias protestantes del Principado. En 1941, creyentes de la Iglesia bautista de Manresa fueron de excursión a un lugar muy cerca de la ciudad del Bages, en las proximidades de Sampedor. Por la tarde, al celebrar una reunión al aire libre con lecturas bíblicas, cantos de himnos y una prédica de Santiago Martínez, y después de una delación, las autoridades franquistas localizaron el grupo, condenando la actividad bautista y, en consecuencia, ordenando cerrar definitivamente todos los templos protestantes de Catalunya. Asimismo, a la Iglesia bautista de Manresa se le impuso una multa de 500 pesetas (el sueldo de dos meses de un trabajador), ocho días de cárcel para el pastor titular, Feliu Simón Sala (1909-1990), y la obligación de que el predicador se presentase a la policía cada cierto tiempo. La decisión gubernativa fue irrevocable para todas las provincias catalanas. No fue hasta 1946, año en que se promulgó el ‘Fuero de los españoles’, cuando se pudieron celebrar cultos públicos, habiendo quedado recluidos durante seis años en las casas y celebrando los servicios en voz baja.

        En el contexto del suceso de Manresa, Ricard Giralt Miracle (1911-1994), Samuel Celma Ripoll (1912-2006) y Pere Bonet Such (1918-2011), jóvenes de la iglesia de Barcelona, acostumbraban a reunirse clandestinamente para orar en el hogar de la familia Bonet. Para no llamar la atención de la vecindad, en lugar de cantar himnos, solo los recitaban en voz baja; aunque en muchos momentos los entonaban tan suavemente que, según rememoraba Ricard Giralt, «se creaba un ambiente de espiritualidad tan mística que elevaba aún más la devoción de los congregantes».

            Evidentemente, la presión franquista alcanzó a todas las denominaciones protestantes catalanas. Como, por ejemplo, al matrimonio Henry K. Haselden y Magdalena Urrutia, el primero sirviendo como anciano en la iglesia de las Asambleas de Hermanos de la avenida Marqués del Duero de Barcelona. En 1940 y después de que las autoridades franquistas descubrieran que en el hogar de los Haselden se realizaban cultos clandestinos, el matrimonio fue expulsado del país con un encadenamiento de pruebas acusatorias y con una de las argumentaciones más inverosímiles: «cantan himnos en voz baja, molestando al vecindario» [sic].

        En Vilafranca del Penedés, los encuentros de la pequeña comunidad bautista se realizaban al aire libre o en la montaña, lejos de la población, y siempre en pequeños y discretos grupos. También el domicilio de la familia pastoral –Benjamí Santacana y Josefina Mata–, acogía reuniones clandestinas en las que los himnos solamente se recitaban a un volumen incluso menor que una conversación para que la suma de los congregantes no alertara la vecindad, procurando que los asistentes no fueran más de una docena, los cuales marchaban de forma escalonada, tal como habían llegado. Sin embargo, todas aquellas prevenciones no impidieron que en 1941 el pastor de la congregación, Benjamí Santacana Amorós (1914-2010), fuera depurado por tales actividades y tuviera que pasar por campos de concentración franquistas.

        En medio de los acontecimientos bélicos, la Iglesia bautista de Sabadell se quedó sin local, con el armonio y otros enseres de culto escondidos en hogares particulares, habilitándose un lugar de reunión en una casa, propiedad de la familia Reginaldo, donde muy pronto resultó insuficiente para alojar a las más de cien personas que se congregaban. No obstante, superada la más incipiente postguerra, el crecimiento numérico de la congregación en los años cuarenta alentó a los creyentes a buscar un terreno para edificar un templo. El 19 de marzo de 1947 se inauguró en calle Domènech i Montaner, actualmente Gran Via, un magnífico templo con la participación de los coros de Barcelona, Terrassa y Sabadell. El coro de la Iglesia recién inaugurada se había fundado en el año 1943, aunque desde 1924 ya existía una primera formación coral. La nueva agrupación de 1943 fue impulsada por Pere Puig Inglada (1899-1959), padre de Pere Puig Ballonga (1929-2016), quien durante cinco décadas la dirigió con excelentes capacidades y dedicación.

        En Albacete, tras unos años de gran dificultad en que los cultos se celebraron en casas de creyentes por grupos y con contundentes restricciones de número impuestas por el Gobierno Civil, en 1945 la Iglesia bautista se ve favorecida por la promulgación del ‘Fuero de los Españoles’, que poco a poco parece tolerar la libertad religiosa protestante. Según recogen las crónicas, en ese mismo año se reanudan «los ensayos del coro con mucha animación para la reapertura de nuestro templo». La gran vitalidad musical anterior al conflicto bélico parece resurgir con fuerza. Un año después, en 1946, el enlace matrimonial de Antonio Manjón  Gutiérrez y Josefina López Sevilla fue recibido «a los acordes de la marcha de Lohengrin, ejecutada con la colaboración de varios destacados músicos profesionales de la localidad». Y asimismo «contribuyó extraordinariamente a la brillantez del acto el coro de la iglesia, bajo la dirección de su incansable director señor [Julio] Nogal».

        Por su parte, la Iglesia bautista de Alicante sufrió implacablemente los efectos desbastadores de la Guerra Civil, paralizando absolutamente todas las actividades. La reanudación se realizó muy paulatinamente y con mucho tiento en tres hogares. Primeramente con pequeñas reuniones en casa del matrimonio Machín-Lillo, con tan solo cinco personas: la pareja anfitriona más Ramón Rodrigo y María Mora, y el hijo de ambos: el futuro pastor y músico Samuel Rodrigo (1918-1995). Poco después otro foco de reuniones se formó en casa de la viuda del pastor Luis Hombre Ponzoa (1893-1930) –Ángeles Naborel Cano–, y seguidamente también en el hogar de los Coco-Carbonell. En todas, el orden y el contenido era similar: se oraba, se cantaban himnos en voz baja y se leía la Palabra de Dios, sin una predicación estructurada y con horarios estratégicos en que la llegada de unas cinco u ocho personas solamente pudiera considerarse por la vecindad como visitas familiares.

        Poco a poco las pequeñas y disgregadas reuniones en las casas empezaron a unirse, celebrándose cultos unidos fuera del local que anteriormente había sido saqueado y cuyo mobiliario y armonio habían sido trasladados a una iglesia católica de la ciudad. Pasado el tiempo, a mediados de los años cuarenta y con el pequeño atisbo de libertad gubernamental, la congregación vuelve a estructurarse institucionalmente. Poco a poco se empieza a perfilar el modelo de coro que en las siguientes décadas gozará de un ministerio dominical estable. En 1948 ya se vislumbra la recuperación, con la interpretación de dos himnos «con acompañamiento de violines y armonio». Y la pequeña orquesta de pulso y púa que tan brillantemente había interpretado himnos antes de la Guerra Civil, volvió a tocar en 1947 el Largo de Haendel en la ceremonia nupcial entre «Estanislao Francés y la señorita Esperanza Hombre Naborel, hija del antiguo pastor de esta iglesia, don Luis Hombre Ponzoa», recibiendo con honores a «la comitiva nupcial con la marcha de Lohengrin [R. Wagner]». En aquel mismo año una Asamblea extraordinaria de reorganización de los cultos se inicia cantándose el himno número seis –Óyenos, Pastor divino–, dando a continuación lectura al Salmo 134.

El canto referido provenía del Himnos Selectos Evangélicos, editado por primera vez en Argentina en 1923 y que la Unión bautista adoptó como propio pocos años antes del alzamiento de Franco. La música es de Joseph Perry Holbrook (1822-1888) y el texto apareció en 1893 en El Himnario Evangélico para el uso de todas las Iglesias, de la Sociedad Americana de Tratados de Nueva York (HIEE-241).

        En la provincia de Murcia, el templo bautista de Águilas –congregación floreciente hasta el advenimiento de la Guerra– fue asaltada. Según el historiador Juan Bautista Vilar fue perpetrada «por un grupo de individuos comulgantes de la Iglesia establecida, militantes de asociaciones políticas y religiosas de carácter ultraderechista, entonces únicas permitidas. Violentaron cerraduras, quebraron puertas, ultrajaron ornamentos de culto, sustrajeron los objetos de algún valor y arrojaron al suelo, pisotearon y orinaron biblias, evangelios e himnarios. El órgano y el mobiliario fueron transferidos al templo parroquial y a la capilla de hospital». Tras los sucesos, muchos de los creyentes emigraron a otras localidades del país y fuera de él, sin finalmente poder recuperar ninguno de los objetos confiscados.

        Después de los trágicos acontecimientos bélicos, la postguerra y el atisbo de libertad que se avecinaba, Samuel Vila escribió en 1945 la siguiente reflexión: «Ciertamente el año 1946 se nos presenta como una puerta abierta. Cuando escribimos estas líneas hace solamente dos horas que hemos recibido de las autoridades de esta ciudad el mensaje que nos permite reabrir nuestro templo, y lo que más nos alegra es saber que la orden ha sido extendida a toda España. ¿Estamos preparados para entrar por esta puerta que el Señor acaba de abrir antes nosotros después de tan largos años de espera?».

(Bibliografía)

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