© 2020 Josep Marc
Laporta
1-
Las cinco capacidades vitales
2-
La incompetencia analítica de Perú
3-
El acierto estratégico paraguayo
4-
El embrollo sociopolítico español
5-
La disciplina japonesa
No es nada fácil gestionar una crisis, ni mucho menos si es
grave o si se presenta casi sin avisar y con muy poco tiempo de margen. En
ocasiones irrumpen tan intempestivamente que generan en el gestor reacciones
atemorizantes que alcanza a todos los niveles de análisis y decisión. A menudo,
ante escenarios de crisis inesperados o no, se toman medidas absolutamente influenciados
o controlados por el miedo o el temor no solo al propio problema que lo causa
sino a la trascendencia pública que pudiera alcanzar. No obstante, es evidente
que el impacto de una crisis en un grupo reducido de personas no será el mismo
que en el de un gobierno de Estado, con infinitas variables, desde lo social o
económico hasta lo político, aunque todos ellos tienen los mismos parámetros de
descripción e identificación.
La crisis pandémica planetaria que hemos sufrido y estamos
padeciendo por el coronavirus ha descubierto la capacidad real de cada gobierno
del planeta ante una situación límite. La inmensa mayoría de los Estados han
mostrado su auténtica cara, tanto política como social y de reacción efectiva
ante un escenario nuevo y totalmente desconocido. Sin embargo, lo primero a
tener en cuenta y realmente alarmante del caso es que ninguna institución
supranacional o internacional previó la más remota probabilidad de la irrupción
de un virus pandémico. Altas instituciones como la ONU, con todas sus agencias
de prospección, o el Banco Mundial con sus informes, no habían previsto tal
eventualidad con las implicaciones que de facto tendrían en la economía
planetaria. Si repasamos los informes de los departamentos de riesgos de dichas
instituciones que semanalmente evalúan nuevos escenarios de incidencias
internacionales, ninguno de ellos detectó esta posibilidad, incluso durante el
mismo mes de enero, cuando el virus ya había empezado a infectar a miles de
personas en China.
Los equipos analizaron los riesgos e implicaciones
económicas de la crisis climática, las tormentas relacionadas con el cambio
climático, la desforestación, el terrorismo internacional, una posible crisis
financiera, guerras causadas por conflictos en Corea del Norte o Irán…, pero
nunca sospecharon o detectaron que un microorganismo podría provocar una
auténtica crisis planetaria. Y aunque esto no es nuevo, puesto que la debacle
económica de Lehman Brothers del 2008 que impactó en todo el mundo tampoco nadie
observó el desastre que se avecinaba, es obligado señalar la gran incompetencia
de previsión y probabilidades de las altas instituciones mundiales.
Como ya he apuntado, en la actual pandemia muchos Estados
han quedado retratados por su gran incapacidad de hacer frente a una crisis tan
inesperada como, en algunos casos, anunciada. La irrupción de la pandemia y la
sorpresa de su impacto estrecharon sus manos presentando un escenario muy
inimaginable, por lo que la reacción y actitud de los gobiernos ha revelado
concluyentemente su verdadero nivel de acción, además de la capacidad de
análisis de la situación y las aplicativas ajustadas a la realidad.
1-
LAS CINCO CAPACIDADES VITALES
De manera general y sin ahondar más allá de lo necesario
para el fin del ejemplo, en posteriores apartados analizaré algunos escenarios
de gestión de crisis de cuatro gobiernos del planeta con sus capacidades de
análisis y reacción ajustada a la realidad. Sin embargo, antes de pasar a los
detalles, señalaré las seis capacidades innatas que debe tener un liderazgo
para acometer cualquier crisis con un adecuado procedimiento de gestión y
actuación:
1-
Capacidad de análisis de la
situación en tiempo real.
2-
Capacidad de comprensión del origen,
causa y razones expansivas de la crisis.
3-
Capacidad de conocimiento de
la particularidad sociológica y psicológica del grupo o colectividad afectada.
4-
Capacidad de anticipación, reacción
y primeros protocolos.
5-
Capacidad de análisis estadísticos,
matemáticos y exponenciales.
6-
Capacidad conclusiva por iniciación
y resolución.
Capacidad
de análisis de la situación en tiempo real. Este primer punto incide en
la capacidad de abstracción de lo anteriormente conocido para ubicarse totalmente
centrados en la situación presente en tiempo real. A menudo los equipos de
liderazgo entran en el análisis de crisis con mentalidad pretérita. Pero si
algo hay que asumir desde el primer instante es que ningún análisis anterior o
ninguna antigua resolución será determinante para solucionar la actual crisis. Y
aunque es evidente que toda experiencia anterior es un bagaje útil para
enfrentar nuevos escenarios, por lo general nada sustituye que una de las
primeras cualidades a desplegar en un nueva situación de crisis es una mente
rupturista respecto a pasadas aplicaciones para dar paso a nuevas formas de
análisis y acción. Es decir, mentes altamente creativas y lúcidas, de claro
discernimiento presente, con propuestas tentativas incluso de brainstorming que
darán lugar a opciones concretas muy ajustadas a la realidad.
Capacidad
de comprensión del origen, causa y razones expansivas de la crisis. La segunda capacidad tiene que
ver con una buena comprensión de estos tres elementos. Entender el origen, la
causa y la razón base que ha expandido el problema es el principio de cualquier
resolución. Cada uno de los elementos deberá estar bien identificado. Cuando la
incógnita no se entiende o no se ha evaluado correcta y suficientemente, y no
se sabe dónde radica su origen, cuáles son sus causas y su implosión inicial,
inevitablemente toda resolución será parcial y tendrá lecturas erróneas. Por
ello es necesario detectar cuanto antes la epistemología de los orígenes,
causas y razones expansivas.
Capacidad
de conocimiento de la particularidad sociológica y psicológica del grupo o
colectividad afectada. Las soluciones de otro grupo, entidad o país no pueden ni
deben ser la solución para mi realidad social. Por lo tanto hay que conocer
perfectamente la identidad y peculiaridad sociológica que conforma el grupo
humano al que se deberá destinar la aplicación de crisis. Sin ese ajustado
conocimiento, cualquier aleatoria aplicación será inoperante.
Capacidad
de anticipación, reacción y primeros protocolos. La anticipación, reacción
rápida y urgente con los primeros y correctos protocolos determinarán la
eficacia de las posteriores acciones. Es un principio básico en la resolución
de conflictos que al principio de la aparición del problema es cuando es más
fácil afrontar la crisis y detener el impacto posterior de su incidencia. Más
tarde será demasiado grande como para controlar la fuerza de su tendencia.
Consecuentemente, si no se actúa correctamente y decididamente al principio es
muy probable que la crisis tome fortificadas posiciones, maniatando las decisiones
y determinando su final resolución.
Capacidad
de análisis estadísticos, matemáticos y exponenciales. El
correcto análisis de los datos sociológicos o estadísticos realizados en el
estudio del problema, traducidos en variables matemáticas o indicativos,
ayudará de manera determinante a conocer el alcance real de la crisis para
aplicar correctas fórmulas de resolución. Este quinto punto es vital para una
de las combinaciones más efectivas en la gestión de crisis: datos comprobables
y sentido común. La lectura de datos correctos junto a los análisis matemáticos
que se deriven y la proyección exponencial con la aplicación de un estricto
sentido común ofrecerá una gran capacidad de resolución práctica.
Y como sexto asunto a considerar: capacidad conclusiva por
iniciación y resolución. El inicio y la resolución de un conflicto están
estrechamente relacionados. Desde el primer momento habrá que pensar tanto en
cómo se afronta inicialmente la crisis como de qué manera se resolverá o, como
mínimo, los protocolos más previsibles de cómo se podrá resolver. Un error muy
habitual es impactar la crisis sin tener ninguna hoja de ruta que prevea
escenarios. Así que la mejor manera de empezar una gestión de crisis es
imaginar cómo puede o debe acabar. Y la mejor manera de terminarla bien es enfrentarla
correctamente al principio y tener un buen diseño de la toda globalidad. Es un
axioma infalible, dos extremos que se tocan y se relacionan intencionalmente.
Apuntadas las seis capacidades ineludibles que un equipo
deberá poseer para afrontar en condiciones de éxito la gestión de una crisis,
es interesante analizar la gestión inicial de la crisis pandémica de los
gobiernos de cuatro países y cómo sus planteamientos políticos y sociales han
ofrecido resultados acertados o erróneos.
2- LA INCOMPETENCIA
ANALÍTICA DE PERÚ
Entre todos los gobiernos del planeta, el caso de Perú es
altamente ilustrativo de cómo un mal análisis puede llevar al país a una
situación de gran alarma social. Después de Brasil (de
momento más de 370.000 casos y 23.473 defunciones), Perú
es el país de Sudamérica donde más muertos ha habido por causa del coronavirus.
Hasta el lunes 25 de mayo tenía más de 123.900 casos confirmados y 3.600
muertes. Mientras el presidente brasileño Jair Bolsonaro minimizó los peligros
que representa el coronavirus, el presidente de Perú, Martin Vizcarra, declaró
el 15 de marzo un estado de emergencia a nivel nacional que incluía la
cuarentena obligatoria, cerrando todas las fronteras del país. El gobierno reaccionó
rápidamente observando lo que sucedía en Europa y aplicando similares
protocolos prácticamente en la misma fecha en que España entrara en confinamiento
nacional. Pero es evidente que la decisión del gobierno de Martín Vizcarra fue insuficiente,
precipitada y excesivamente reactiva sin tener en cuenta su propia realidad
social.
Según el censo de 2017, tan solo el 49% de los hogares
peruanos posee una nevera o un congelador; concretamente el 61% en las áreas
urbanas. Esto se traduce en la obligatoriedad de que muchos ciudadanos tengan
que visitar los mercados diariamente para obtener alimentos en establecimientos
callejeros donde las condiciones sanitarias no son las más adecuadas. Tras el
cierre y confinamiento del 15 de marzo, en días sucesivos los peruanos salieron
atolondradamente a la calle para abastecerse de alimentos con largas colas
durante horas, propiciando un alto contacto humano.
Pero no solo la avalancha diaria en los mercados fue una de
las causas de la propagación del virus. El gobierno peruano puso en marcha un
paquete de estímulo para ayudar a millones de familias más vulnerables del
país. Pero la acertada idea no estuvo acompañada de un buen diseño social. En
un informe de 2019, la agencia que regula los bancos de Perú informó que solo
alrededor del 38% de los adultos tienen una cuenta bancaria, aparte de, como es
de prever, no tener acceso a las tarjetas de crédito o débito. Por lo tanto, la
falta de acceso al sistema financiero significó que la mayoría de los
receptores de la ayuda tenían que ir personalmente a los bancos para obtener su
dinero, por lo que también terminaron aglomerándose al intentar acceder a los
fondos de alivio del coronavirus.
Si a todo ello unimos que más del 30% de los hogares en
Perú viven en condiciones de hacinamiento, con cuatro o más personas durmiendo
en la misma habitación y que más del 72% trabaja en la economía subterránea, se
puede entender a la perfección cómo el virus se propagó exponencialmente, a
pesar de la cuarentena y el cierre de fronteras a la par que España. El
hacinamiento domiciliario, las necesidades diarias de las personas para obtener
ingresos, ayudas, alimentos y otros artículos en mercados concurridos fue una
mezcla explosiva que multiplicó por mil la incidencia del virus en el país.
Si cotejamos las cinco capacidades imprescindibles de
gestión ante una crisis con la actuación del gobierno del Perú nos daremos
cuenta de la gran importancia de atenderlas cabalmente y presentar escenarios
de acorde a la sociología del colectivo. Sin embargo, los responsables
políticos y sanitarios peruanos supusieron que simplemente copiando las medidas
más radicales de países europeos sería suficiente para frenar el virus, sin
tener en cuenta otras variables que determinarían la gran curva ascendente de
la pandemia.
3- EL
ACIERTO ESTRATÉGICO PARAGUAYO
¿Por qué Paraguay es el país sudamericano con menor número
de incidencias por el coronavirus? Desde el 7 de marzo ha habido 865 contagios
y solo 11 muertos, con tan solo tres nuevos infectados en los últimos días.
Una de las primeras variables a tener en cuenta de la baja
incidencia del virus en el país es su posición geoestratégica. A diferencia de
todos sus vecinos sudamericanos, Paraguay tiene un aislamiento geográfico sin
salida al mar y un tráfico aéreo muy bajo en comparación con las grandes urbes sudamericanas.
Su capital, Asunción, recibe al día tan solo una cuarta parte de los vuelos que
recibe la vecina capital argentina, Buenos Aires. Este aspecto geoestratégico ha
sido clave para que el gobierno de Mario Abdo Benítez diseñara una gestión de
crisis adecuada a su realidad.
Desde principios del mes de marzo, Paraguay ya había
anulado todos los visados concedidos a ciudadanos de China y extranjeros
procedentes de esa nación. A 17 de marzo las clases se suspendieron, se
prohibieron los vuelos comerciales y se cerraron las fronteras con Brasil y
Argentina. Rápidamente el gobierno hizo una gestión de crisis de ciencias
exactas. Los cálculos matemáticos más conservadores les daban más de 15.000
casos si no actuaban con celeridad y sin aislarse de las localizaciones virales
con mayor capacidad de incidencia en el país: las fronteras con Brasil y
Argentina y la inmigración de ciudadanos chinos. Así que, a diferencia de la laxa
opción tomada por España, el aislamiento precoz del país fue determinante para
lograr tan baja incidencia del virus, con la peculiaridad de que casi todos los
casos contabilizados provienen del exterior, por lo que aún ofrece una mejor
capacidad de aislamiento y control.
A favor del gobierno de Mario Abdo Benítez cabe destacar que
el primer caso de coronavirus en el país data del 7 de marzo, y que desde ese preciso
momento se cancelaron todos los visados a ciudadanos chinos, y en tan solo diez
días tomó las decisiones ya especificadas de cierre de fronteras, cuarentena y
total aislamiento. Mientras tanto, en todos los países de su entorno y concretamente
en España las primeras decisiones importantes de ámbito nacional tardaron en
llegar una media de veinte a treinta días desde la identificación del primer
caso. Un exceso de tiempo de reacción que en estos países resultaría letal con
la descontrolada expansión del virus.
4- EL
EMBROLLO SOCIOPOLÍTICO ESPAÑOL
Uno de los casos más inauditos de incompetencia ante la
crisis pandémica la protagonizó el Estado español. Cuando China ya había
advertido a la OMS y al resto del mundo que el coronavirus se había expandido
exponencialmente por toda una región, y cuando la vecina Italia estaba
inmiscuida en una lucha titánica contra la irrupción, el gobierno español simplemente
estaba suponiendo que no le afectaría o, que en cualquier caso, tan solo serían
algunos casos aislados. Y todo ello sin la creación de un equipo de crisis
especialmente destinado a hacer un escrupuloso seguimiento en tiempo real de la
situación en Italia.
Pero ante la displicencia mostrada, la pregunta más obvia
que emerge es ¿en qué datos estadísticos, certezas sanitarias o proyecciones
matemáticas se basaron para apoyar y dar validez a esos supuestos de mínimos?
El gran error del gobierno español fue la confianza en un análisis matemático supuestamente
inventado que ofrecía probabilidades desconocidas. En estadística sociológica,
cuando decimos que no hay evidencias científicas de que una cosa sea cierta,
hay que interpretar este dato como «no lo sabemos», pero no hay que descifrarlo
de que hay evidencia científica de que no sucederá. Este es un error muy común.
Es decir, si no hay datos comprobables que puedan validar un veredicto certero no
se puede decir que algo no va a suceder, porque no hay datos suficientes. Nunca
hay que interpretar que no hay evidencia científica de que algo no pasa o
sucede cuando no hay datos suficientes para certificarlo. Y cuando no se sabe,
la única traducción clara y eficiente es que no lo sabemos, por lo tanto la
única opción viable es aceptar íntegramente una realidad negativa de máximos
para, sobre el papel, diseñar y prepararse para el peor escenario posible a fin
de enfrentar la crisis con las mayores garantías de éxito.
El gobierno español se basó en datos desconocidos y no
comprobables, o sea, en no-datos, para apoyar un negacionismo de probabilidades
y asegurar con toda autoridad de que en el país solamente habrían dos o tres
casos de coronavirus y muy poca afectación. Pero mientras hacía esta afirmación
científicamente tan irresponsable, en el país vecino más análogo socioculturalmente
y desde donde diariamente seguían llegando aviones con centenares de italianos
de la región afectada, la expansión del virus se presentaba exponencial.
A este primer error de estudiante de primero de carrera de medicina,
sociología o estadística, hay que sumar un segundo que evidencia su alta
inoperancia. Unos de los primeros casos de coronavirus en territorio español se
produjo en un hotel del sur de la isla de Tenerife. En realidad fue el segundo,
puesto que el primero se dio en la isla de la Gomera. Ante la evidencia de que
en aquel hotel habían dos personas infectadas, el gobierno autonómico canario rápidamente
optó por el absoluto confinamiento de todo el hotel durante quince días, con
todos los clientes y el personal retenidos, incluso aislando el establecimiento
con vallas a distancia de una calle alrededor. Pero curiosamente el gran
acierto del gobierno canario no sirvió ni de ejemplo ni de lección para el
gobierno central, sino que persistió en su planteamiento errático, producto de
su dependencia de los poderes económicos y temores sociopolíticos.
Cuando en la semana del 9 al 15 de marzo Madrid multiplicaba
por diez los casos de infección y mortalidad del coronavirus respecto al
conjunto de las comunidades del resto del Estado –diez a
uno–, el gobierno español se negó a confinar la autonomía de
Madrid amparándose en que el virus no entiende de territorios. Una respuesta
absolutamente irresponsable y solo motivada por intereses políticos, pero nada estadística,
sanitaria y realista con las evidencias y datos que ya tenían en sus manos. En
definitiva, una grave inconsciencia e inoperancia gubernamental que
multiplicaría las víctimas por todo el territorio nacional. Y mientras en la
capital los casos aumentaban exponencialmente día a día, decenas de trenes diariamente
viajaban llenos de personas de Madrid a otros puntos de la península, como Barcelona,
Valencia, País Vasco y más ciudades sin ningún control con viajeros infectados.
Si a ello añadimos la obsesión centralista del gobierno de Pedro Sánchez, recentralizando
competencias de las comunidades autónomas, que son las que desde hace años gestionan
diariamente sus hospitales y protocolos sanitarios, se podrá entender el gran
caos en que entró el ministerio de sanidad central, duplicando estructuras ya
existentes y sin la experiencia diaria que tienen las comunidades autónomas en
la gestión sanitaria, con sus líneas de compras bien establecidas y definidas y
proveedores confiables. El fiasco de la recepción de mascarillas sin ningún control
de calidad y las pruebas PCR compradas a intermediarios de dudosa ética
comercial en el mercado negro, demuestra el gran desconocimiento que el
gobierno central tenía de los conductos de abastecimiento sanitario y la inoperancia
de su autoritaria recentralización.
Pese a que el equipo sanitario y asesoría presidencial poco
a poco fue aprendiendo de sus propias equivocaciones y tanto el presidente como
los ministerios fueron, aunque a destiempo, rectificando, otros errores se
sucedieron ya en términos netamente políticos entre el gobierno y las entrañas
del poder. Los gobiernos de los Estados acostumbran a configurarse en tres
círculos concéntricos de tres poderes reales que rodean al presidente. El
primero es el del propio gobierno, la gente con quien trabaja en el día a día,
los ministros, jefes de gabinete, altos funcionarios, cargos de confianza, etcétera.
El segundo es el que forman el partido o los partidos políticos que apoyan o dan
cobertura al gobierno. Y el tercero es el de los aliados, parlamentarios sobre
todo, pero también organizaciones externas, patronal, sindicatos, colectivos
diversos, necesarios para impulsar el proyecto gubernamental.
Pero en España estos tres círculos concéntricos no son los
únicos. Hay un cuarto círculo aparentemente silencioso que abarca o abraza los
tres primeros. Son los funcionarios del Estado, aquéllos que llevan años bien asentados
en sus puestos: los funcionarios ministeriales que controlan los resortes e
intereses de cada ministerio, los militares de grado con gran tradición
castrense o los jueces de larga carrera que generalmente copan plazas importantes
de la judicatura. En fin, todo un séquito funcionarial que acostumbra a tener
una clara tendencia ideológica a una España imperial, de pasado reivindicadamente
glorioso y de reminiscencias autocráticas que sociológicamente se podrían
describir como neofranquistas. Este Estado profundo es el que a menudo propone
y dispone muy sibilinamente a pesar del presidente de turno o del partido que
gobierne. Es un grupo invisible a la ciudadanía que tiene en su ideología
funcionarial una gran mochila de glorias del pasado y que por nada quiere
deshacerse de ella, porque ese bagaje calificado de glorioso es su modelo
ideológico de España y de Estado. Por lo tanto, ese centro de poder invisible
se convierte en un círculo fáctico que tensiona las decisiones de los gobiernos
de turno, tanto si son de la misma cuerda ideológica como si no lo son.
Un ejemplo: el hecho de que durante las semanas más
trágicas y de mayor letalidad de la crisis pandémica aparecieran cada día dos o
tres militares en las comparecencias públicas del gobierno, es el precio que el
presidente de turno, en este caso Pedro Sánchez, tuvo que pagar para que ese
círculo de poder tuviera su recompensa política dentro del entramado de la
crisis. Algo inédito en cualquier otro país europeo u occidental. Porque, ¿qué
hacían unos militares cada día en la escena pública cuando el enemigo es un
virus? La realidad es que ese cuarto círculo de poder aparentemente invisible se
impuso para mantener su cuota e influencia inmiscuyéndose con un entramado
ideológico en plena crisis. Tanto es así, que fue capaz de maniatar a todo un
gobierno e incluso imponer cuotas sociopolíticas y prebendas de poder. Junto a
la prensa y los poderes económicos, léase IBEX 35, a todo este funcionariado
también se les denomina el cuarto poder. Aunque en otros ámbitos se les
califica de Estado profundo o quinto poder. Y en algunos más recónditos se les
puede llegar a identificar como las cloacas del Estado. Y lo más preocupante es
que en medio de la gestión de una brutal crisis pandémica son capaces de
afectar las políticas públicas y sanitarias.
Los iniciales errores del gobierno español fueron de bulto
y realmente muy graves para la salud de la ciudadanía, reproduciéndose en
muchos ámbitos de la gestión de crisis. Algunos de los primeros aciertos, como
los ERTES, fueron medidas de modelos que ya estaban contemplados en protocolos de
crisis de la Unión Europea. Y las mejores expectativas se fueron produciendo a
medida que rectificaron disposiciones tomadas tan solo unas horas antes. Los
pasos al frente para dar un paso al lado y volver a dar un paso atrás para
rectificar y recomponer la decisión tomada fue la constante de un gobierno
superado por su propia ineficacia en la gestión de crisis.
Escudarse en la sorpresa de la virulencia y letalidad del
coronavirus o de la falta de datos fue una excusa recurrente para no admitir
toda una serie de incompetencias en la gestión de la crisis, en la
identificación, prevención, anticipación, planificación y acción resolutiva.
Porque a pesar de las lógicas incertidumbres y equivocaciones que la gestión pública
obliga, una de las máximas que a cualquier gobernante o dirigente empresarial se
le debe exigir es una alta capacidad de análisis ajustada a datos verificables,
una gran cintura para la anticipación y una acción absolutamente ajustada y
operativa con la realidad. Y, en el caso que nos atañe, la anticipación era
totalmente plausible, puesto que claramente se observaba en el horizonte italiano
que el virus llegaría al país de una forma u otra.
5- LA
DISCIPLINA JAPONESA
¿Cómo es que un país de 126 millones de habitantes ha
pasado la crisis pandémica sin ningún tipo de restricciones? Japón es uno de
los países más superpoblados del planeta, con transportes altamente
abarrotados, ciudades de mucha aglomeración y con la población más envejecida
del mundo. Con estos componentes sociales que en cualquier otro país provocaría
una alarma extrema, en Japón no solo controlaron la pandemia sino que las
tiendas nunca cerraron, las empresas continuaron trabajando y los japoneses no
vieron reducidas sus libertades más esenciales.
¿Cómo es posible que con una aglomeración de 126 millones
de personas tan solo –si se puede decir ‘tan solo’– haya habido 851
defunciones? Este dato significa que de cada 150.00 personas ha muerto una por
Covid, mientras que hasta la fecha en España por cada 1.700 personas falleció
una. La diferencia es abismal. Una de las razones del éxito japonés, al menos
comparativamente con otros países, es que actuaron muy rápido, detectando los
casos y los contactos de esos casos, confinándolos inmediatamente. El rastreo
fue vital para detener el virus en su propagación inicial, no cuando ya estaba
expandido; es decir, cuando hubieron los diez primeros casos. Otra de las
razones fue la gran capacidad de sus gobernantes de concienciar a la población
para la autoresponsabilidad. Inmediatamente cuando tuvieron los diez primeros
casos positivos por coronavirus el gobierno cerró las escuelas, las
universidades, los museos, los teatros, los parques y las atracciones, pero no
clausuró las estructuras económicas básicas, como las tiendas y
establecimientos en general o las empresas y la producción. Y, en este punto,
tanto la concienciación de la población por las autoridades como la disciplina
nipona fue vital para una buena resolución de la crisis.
Es interesante observar cómo la administración resumió las ordenanzas
que la ciudadanía debería de atender a tres disposiciones básicas, que en
inglés serían las tres ces: closed spaces, crowded spaces y close human
contact. Es decir, espacios públicos cerrados y confinamiento
preferente, evitar los espacios abarrotados o con mucha gente y prescindir del
contacto humano cercano. Básicamente, con estas tres recomendaciones, que
serían ampliadas convenientemente a través de la televisión, radio y prensa,
los ciudadanos japoneses tenían una hoja de ruta muy clara y certera para tomar
sus precauciones y obedecer las pautas gubernamentales.
Es evidente que la reducción y concreción de la información
es altamente didáctica en tiempos de crisis. No es nada adecuado ni útil hacer dos
o tres comparecencias diarias sobre las medidas tomadas con largas alocuciones,
excesivos datos y muchas incertidumbres comunicativas. Es absolutamente
inoperante. Cuando toda una situación de grave crisis nacional se puede resumir
en tres puntos, con sus paralelas y lógicas ampliaciones, significa que aquellas
seis capacidades innatas que todo liderazgo debe tener para acometer cualquier
crisis, ha logrado su objetivo.
Un dato interesante de la gestión de crisis nipona es que
en ningún momento la administración impuso ninguna normativa estricta a la
población. Fueron suficientes las recomendaciones a una ciudadanía muy
sensibilizada ante situaciones de crisis y con gran habitualidad en el respeto
al espacio ajeno. Es, por tanto, inevitable recordar que Japón es el país del
mundo donde las personas están más acostumbradas a usar mascarillas en los
espacios públicos para simplemente no contagiar a otros de resfriados o gripes
y donde la distancia social es habitual. Los protocolos sociales son muy
diferentes a otros lugares. La gente no se saluda chocando las manos sino con
un gesto de inclinación del cuerpo. Cuando entran a los hogares se quitan los
zapatos y acostumbran a mantener conversaciones a menos volumen que en otros
lares. Es evidente que todas estas tradiciones sociales han ayudado mucho a una
mejor resolución de la crisis pandémica. No obstante, cabe destacar la gran
capacidad de su gobierno para identificar el origen, las causas y las razones
de la crisis, traduciéndolos comunicacionalmente a la población.
Uno de los datos adyacentes a este estudio, pero más
interesante de por qué Japón ha tenido una baja mortalidad a pesar de ser el
país del mundo más denso y envejecido, es la baja obesidad de sus habitantes.
El impacto del virus en la salud parece cebarse más gravemente en personas
obsesas, lo que provocaría una correlación de consecuencias sanitarias. Ciertos
estudios apuntan que las personas obesas que cogen el virus tienen siete veces
más probabilidades de acabar intubados, lo que explicaría algunas situaciones
en distintas sociedades. Es bien sabido que la tradicional dieta nipona de
pescado, verduras, setas y algas es muy saludable en la nutrición y salud en
general. Gracias a esa referencia nipona en relación al virus, hemos podido
encontrar similares afectaciones en distintos países africanos, observando cómo
en regiones donde la dieta es menos carnívora y más semivegetariana, la
incidencia del virus ha disminuido significativamente. Burundi, Zambia,
Zimbaue, Ruanda o Botsuana son claros ejemplos.
Pero concentrándonos en la pista japonesa, paradójicamente
hay que señalar uno de los errores de la gestión de crisis en el país que se puede
ilustrar muy bien con el último de los seis puntos anteriormente citados: capacidad
conclusiva por iniciación y resolución. En la segunda isla más grande, Hokkaido,
se consideraba un gran éxito la contención, detección y aislamiento del
coronavirus. Sin embargo, en pocas semanas la región atravesó una segunda ola
de infecciones confirmadas y volvió a estar en el centro de atención por el
rebrote de la pandemia. Esta virulenta reacción fue debida a que las autoridades
locales actuaron de manera independiente del gobierno central, con un prematuro
levantamiento del estado de emergencia, la reapertura de las escuelas y el
levantamiento de las restricciones aconsejadas. Este ejemplo explica por qué tanto
el inicio como la resolución de un conflicto han de estar estrechamente
relacionados. El error tan habitual de impactar la crisis sin tener ninguna
hoja de ruta que prevea todos los posibles escenarios con la prevención
necesaria ante todos ellos, puede hacer que toda la planificación inicial caiga
como un castillo de naipes por irresponsabilidad en el cuidado de los
escenarios de conclusión. Sin duda, en
la gestión de crisis los dos extremos —la
proyección inicial y las disposiciones conclusivas— se
tocan y se relacionan intencionalmente.
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