© 2019 Josep Marc Laporta
1-
Ritualidad
recreativa
2- Descolonización litúrgica
3- Liturgias en la postcristiandad
1- RITUALIDAD RECREATIVA
A diferencia de la antropología de los
pueblos antiguos y medievales, la antropología de la postcristiandad se
caracteriza por la gran incidencia que las redes de comunicación y las resultantes
formas de interconexión social imprimen en la personalidad humana y en sus
ritualidades. Y, como aspecto central y muy intrincado en su personalidad, la gran
recreación de los espacios sociales y convivencia común. La intercomunicación de
las relaciones ha incrustado en la postcristiandad una personalidad social muy
dependiente de la interconexión recreativa. A modo de ejemplo, desde hace muchos
años hemos podido ver cómo las gasolineras de carreteras o autopistas se han ido
convirtiendo, cada vez más, en centros de recreo desde la básica necesidad de
poner gasolina a un vehículo. La urgencia de repostar y estirar un poco las piernas
para proseguir el viaje se ha transformado en un gran centro de recreo con
múltiples posibilidades de entretenimiento, a medida, claro está, de las
necesidades y distracción de los viajeros. Al surtidor de gasolina se sumaron
distintos elementos lúdicos, como un pequeño parque infantil, un restaurante,
una tienda de recuerdos y artículos de primera necesidad, un mirador
paisajístico o un amplio aparcamiento donde albergar vehículos; todo ello no
solo para simplemente repostar sino para disfrutar de la experiencia del viaje.
De parecido modo las tradicionales tiendas de ciudades y pueblos vieron cómo fueron
apareciendo unos peculiares competidores: grandes centros comerciales con
multitud de negocios o actividades recreativas para satisfacer las necesidades
del consumidor con el entretenimiento organizado. No solamente hay tiendas para
comprar, sino restaurantes, cines, parques, centros de ocio, aparcamientos,
etc. Y también los aeropuertos que, en lugar de ser simples estaciones de
tránsito de pasajeros, se han convertido en grandes centros recreativos para
satisfacer el ansia de entretenimiento en los viajes de negocios o en las
escalas vacacionales.
Siguiendo el perfil antropológico de
las sociedades acomodadas, la liturgia cristiana también ha sufrido un gran
ajuste funcional, estético y recreativo. Si en las espiritualidades ancestrales
y medievales el feligrés asistía a la celebración religiosa con una clara expectación
frontal litúrgica e intención de adición a una exposición representativa, en la
postcristiandad el devoto concurre con intenciones más participativas y, muy
especialmente, con deseos de refocilación e interacción recreada. Esta
transformación, de propiedades más antropológicas que sociológicas, ha suministrado
al culto cristiano un matiz marcadamente más lúdico. Especialmente en el
protestantismo y en el evangelicalismo de las últimas décadas se han ido
produciendo grandes transformaciones litúrgicas que, por lo general, han ido en
beneficio de las congregaciones. Ya en los años 70 empezaron a aparecer los
primeros síntomas y cambios de tendencia, con formas cúlticas renovadas que
buscaban una adaptación y actualización a las coordenadas de la postmodernidad.
Las liturgias que parecían detenidas en el tiempo empezaban a abrirse un nuevo
camino con la introducción de instrumentos musicales modernos, cantos más amenos
y alegres y secuencias cúlticas progresivamente renovadas, que con el paso del
tiempo darían lugar a modos más apasionados y espontáneos.
Dentro del cristianismo, los mayores
avances litúrgicos vinieron del protestantismo, proporcionando una excelente
actualización y contextualización modal. El paso adelante en cuanto a formas
litúrgicas más modernizadas y relacionadas fue muy importante. Pero el
progresivo proceso de ajuste no fue exclusivamente una cuestión estética o
decorativa sino también funcional y recreativa. Con el transcurrir del tiempo,
en el siglo XXI el cristiano asiste a las distintas liturgias cristianas del planeta
con un ánimo aparentemente más participativo, pero con una particularidad sorprendente:
con expectativas recreativas espirituales. Así que los contenidos y formatos cúlticos
toman una dimensión esencialmente más recreativa y de confort cenestésico.
Es evidente que estos procedimientos
de las ritualidades eclesiales de la postcristiandad no son, en sí mismas y de
partida, ni nocivas ni insanas para la Iglesia. Son parte de la sociología de
los pueblos tecnificados y acomodados de marca y reminiscencias cristianas. Son
una subantropografía de las variables occidentales, civilizaciones
tecnológicamente avanzadas que en cualquier acto o actividad social y cotidiana
han acrecentado exponencialmente su dimensión lúdica. Sin embargo, una
desmesurada dependencia de la Iglesia al recreo de los elementos litúrgicos de
la fe sí que colisiona con los principios rectores del culto neotestamentario,
más funcionales y prácticos respecto al propósito y el llamado, y mucho menos
dependientes de marcas protocolares y rituales. Y si comparamos el modelo y el latir
litúrgico de la Iglesia primitiva con la tendencia al entretenimiento sagrado
de muchas de las congregaciones de la postcristiandad, observaremos la
profundidad de los elementos fundacionales del culto cristiano redactados por
el apóstol Pablo en Romanos 12: renovación del entendimiento, sacrificio vivo y
santo, agradabilidad a Dios, cordura, fe dispuesta al servicio, corresponsabilidad
de unos de otros, amor sin fingimiento, amor fraternal, hospitalidad, gozarse
con los que se gozan, llorar con los que lloran, cristianismo sin altivez,
asociación con los humildes… En definitiva, un culto cristiano presidido por
una fe desprendida en entrega y liberalidad: la liturgia al servicio del verdadero
culto (racional) del cristiano. Es por todas estas razones que las
liturgias de la postcristiandad se alejan de la horizontalidad y relacionalidad
primitiva que consideramos anteriormente y que son su constitución
vertebradora.
2- DESCOLONIZACIÓN LITÚRGICA
Cada época tiene su liturgia y
cada pueblo tiene sus adaptaciones litúrgicas. Pero esta afirmación no tendría
sentido si previamente no señalara que las liturgias son expresiones culturales
religiosas integrales. Como la misma enunciación indica, involucra tres
componentes que le son inherentes: expresión, religión y cultura. Son
expresiones de cultura y religiosidad o, expresado en otros términos,
manifestaciones religiosamente culturales. Así que, en realidad, la liturgia es
la traducción social respecto a cada época y pueblo de los entresijos de una
creencia. Las liturgias son las miradas propias de cada pueblo o comunidad en
su espacio social, adaptadas en formas específicas como el idioma, los modos y
comportamientos interactivos, la gestualidad corporal, la música, los instrumentos,
los cantos, las palabras, las locuciones rituales, los atuendos, el tono de
voz, las oraciones, etc. Cada aspecto intrínseco de un pueblo, cultura y
expresiones vitales, participa en la forma cómo expresa litúrgicamente la fe.
Pero, como ya anticipé en un anterior apartado, lo puramente antropológico que
proceda de factores religiosos tradicionales previos a la llegada de la nueva
fe a un pueblo o cultura, puede desfigurar trascendentalmente la esencia del
culto cristiano. Y, también, aquellas coordenadas sociológicas que provengan de
una cultura adyacente, importada o prestada, puede desnaturalizar seriamente la
esencia del culto cristiano y su genuinidad. Son dos conceptos que seguidamente
consideraré ampliamente mediante un ejemplo.
A lo largo de
la historia, la antropología de cada pueblo del planeta se ha posicionado como
la verdad absoluta de su universo existencial. Es evidente que cuando unas
formas aprehendidas durante siglos han conformado una manera de pensar y
concebir la divinidad, la adopción de una nueva fe y creencia será observada según
los parámetros anteriores. Un ejemplo de ello es la tribu de los tuareg. Su espiritualidad —musulmana
aunque de formas ancestrales muy particulares y no muy estrictos en la práctica
religiosa— les confiere una especial predilección
hacia la presencia continua de espíritus, adivinaciones y amuletos de
protección. Cuando la fe cristiana ha alcanzado a algunos de los tuaregs, forzosamente han tenido que desaprender algunos elementos de
compresión religiosa y, al mismo tiempo, formarse en los parámetros bíblicos
del culto cristiano. En algunos de los primeros casos de conversión tuareg al cristianismo surgieron conflictos respecto al concurso de amuletos
en las reuniones cristianas. La ritualización de los amuletos estaba muy
presente en su antropología religiosa, por lo que en los cultos empezaron a introducir
nuevos amuletos de protección, aunque distintos a los anteriores de sus
antiguas creencias. Así que una nueva forma de liturgia tuareg se estaba erigiendo con la presencia de amuletos protectores
cristianos. La dificultad radicaba en cómo hacerles entender bien que los
nuevos amuletos protectores no eran necesarios ante el Creador del universo. Y,
sobre todo, cómo explicarles que prescindir de sus amuletos protectores no
significaba prescindir de su cultura y peculiaridades tuaregs.
A modo de vivo ejemplo, este caso
ejemplariza los innumerables desconciertos modales y litúrgicos en la historia
de los pueblos o comunidades que han abrazado la fe cristiana. La tensión
antropológica religiosa de sus culturas frente a las nuevas conversiones
cristianas derivó en innumerables incorporaciones y variables rituales
cristianas, creando nuevas formas litúrgicas que con el tiempo perdurarían y se
sedimentarían bajo el pretexto de la tradición. Es decir, una nueva fe muy ancorada
en la antropología religiosa precedente. Este ha sido el proceso de tantas
liturgias tan asentadas en la historia y en la cultura de sus pueblos que, en
algunos casos, prácticamente ha llegado a reducir el cristianismo a rituales y
tradiciones repetitivas, alejándose de las fuentes litúrgicas neotestamentarias.
Entre otros muchos, ritos como el ambrosiano, el galicano, el mozárabe o el
copto son una clara muestra de la gran influencia antropológica religiosa precedente
en el nuevo cristianismo.
Las mujeres tuaregs nos presentan otro interesante ejemplo de la intersección antropológica
religiosa con el cristianismo. Las artes orfebres son parte distintiva de su
cultura e identidad, por lo que cotidianamente se adornan con abalorios y joyas.
Inspirados por una tradición simbólica que se remite a creencias preislámicas, una
casta de artesanos tuaregs se
dedican al labrado del cuero y a la confección de joyas de plata, creando
diversos motivos decorativos geométricos como cruces, dameros, redes de rombos,
triángulos equiláteros o puntas de flechas estilizadas. Las mujeres tuareg
llevan con orgullo toda una serie de aderezos y joyas que
les son propios y les representan. Pero ellas son muy especiales dentro de su
comunidad, puesto que son las que disponen de una mayor preparación y cultura en
la tribu. Muchas han aprendido a leer y tienen interés en seguir aprendiendo;
mientras los hombres, que exclusivamente se dedican a la caza, prácticamente no
tienen ninguna propensión positiva hacia el saber y el conocimiento. El cuidado
de la familia y de los niños depende absolutamente de las mujeres tuaregs, por lo que no es extraño observar que la vida social se mueve absolutamente
alrededor de las mujeres.
Uno de los mayores errores en
la apreciación occidental de las culturas africanas es dar más valor e
importancia al hombre que a la mujer. Si no en todas las etnias, sí en una
significada mayoría de ellas las mujeres se muestran mucho más receptivas y están
más dispuestas a aceptar la fe cristiana que los hombres. El gran contraste
antropológico y sociológico surge cuando el cristianismo irrumpe en algunas
comunidades tribales. La transmisión del Evangelio, más orientada a los hombres
y su supuesta influencia patriarcal, prescinde del gran valor que las mujeres
tienen en la cultura tuareg y su
capacidad de comprensión.
Cuando en 1984
unos misioneros norteamericanos acercaron la fe cristiana a un grupo tuareg, surgió una sorprendente confrontación étnica y antropológica. Cometieron
el gran error de infravalorar las mujeres y su capacidad de comprensión y
aceptación, mucho mayor que la de los hombres. Orientados hacia el género
masculino, los primeros contactos de carácter misionero chocaron con la frontal
reticencia de los expertos cazadores tuareg, más habituados a la adrenalina de sus enfrentamientos con la
naturaleza y los animales que a la delicadeza de la vida en familia. Sin
embargo, cuando los misioneros viraron su mirada hacia las mujeres se dieron
cuenta de su buena predisposición para escuchar y entender el mensaje de
salvación. Pero al verlas con sus abalorios y joyas supusieron que aquellas
geometrías simbólicas serían un impedimento para la predicación evangelística.
Así que junto a Jesús y su salvación les impartieron la enseñanza de que sus
extravagantes joyas no eran bienvenidas. No interpretaron que eran parte de su
forma de vestir habitual y tradicional, y que nada de lo que llevaban tenía
ningún sentido de amuleto de protección. Los amuletos básicamente los llevaban
los hombres para la caza. Consecuentemente, las mujeres tuareg se sintieron humilladas, y su aceptación y comprensión del Evangelio
quedó muy minimizada por la desconsideración a sus abalorios.
El siguiente episodio con la
mujeres tuareg llegó superado y aclarado
aquel primer incidente, con las reuniones para cantar y compartir el Evangelio
a modo de sencillos o primitivos cultos. A pesar de que la etnia tuareg ha sido muy poco permeabilizada por el Evangelio, los pocos intentos
de predicarles la salvación universal de Jesús han dado resultados bastante infructuosos.
Pero gran parte de la poca incidencia tiene que ver con la relación y
colonización cultural occidental. Las mujeres tuaregs acostumbran a adornarse aún más de lo normal cuando tienen que asistir
a cualquier ceremonia tribal. Si habitualmente llevan algunos abalorios y
ornamentos, cuando se disponen para un acto comunitario acostumbran a ponerse colgantes
y pendientes de plata en la nariz, orejas y cuello. Realmente, desde la
perspectiva de la cultura occidental, la gran cantidad de ornamentos que las engalanan
puede parecer excesiva, muy recargada y fuera de lugar. Pero el meollo del
distanciamiento entre misioneros y tuaregs no solo fueron las abundantes joyas que ellas llevaban, sino el
contraste con el grupo de misioneros, sin prácticamente ningún ornamento.
Acostumbrados como estaban a sus ritos tribales colmados de ropas de colores y del
sonoro repicar de las alhajas, no entendían cómo los misioneros no se vestían
para la ocasión, por sencillo que fuera el encuentro. Los parámetros de
comprensión religiosa eran muy diferentes. El choque cultural y antropológico,
no percibido convenientemente por los misioneros, participó en el decaimiento
de la misión hacia ese grupo de tuaregs. Las joyas y las alhajas de las mujeres son parte de la antropología
positiva que caracteriza su etnia, que las identifica ante los pueblos
circundantes y las hace sentirse elegantes, valiosas y únicas ante todos. Ignorarlo
es afrentar su identidad.
Los canales de comprensión
antropológicos han sido marcas labradas en las mentes de los pueblos a través
del tiempo con multitud de influencias contextuales. Y así como la misionología
hacia las tribus indígenas no debería desechar sus contextos culturales
positivos, cualquier liturgia cristiana, como en el caso de las tuareg, tampoco debería prescindir de la antropología positiva y las
particularidades que las identifican. Son sus marcas humanas. Pero estos
ejemplos que parecen tribales y muy remotos, no quedan tan lejos de la realidad
del cristianismo de la postcristiandad. En la actualidad se reproducen
similares comportamientos de fondo y forma. Las liturgias de la actualidad
también son colonizadoras, tanto dentro de sus fronteras como fuera de ellas. El
sello litúrgico es el mismo y se manifiesta en la uniformidad y homogeneidad
cultural que propugnan.
La marca de la nueva cristiandad
litúrgica es única y uniforme en todo el planeta. Los márgenes de comprensión
litúrgicos se reducen a reiterados modelos occidentales que, en muchos casos,
difuminan el culto cristiano hasta llevarlo a un esquelético estándar
evangélico. En todo el planeta se reproducen los mismos cultos, las mismas
canciones, los mismos contenidos y las mismas expresiones. Todo parece ser lo
mismo en todos los lugares, con innumerables repeticiones de modelos y
contenidos. Sin embargo, las propuestas neotestamentarias no pasan por la
excelsitud recreativa y la uniformidad litúrgica. Transitan en la relación de
unos a otros mediante la comunicación horizontal de los elementos que la
conforman, respetando la antropología positiva de sus pueblos. Como el apóstol Pablo
al escribir a los Efesios (5:19) y Colosenses (3:16), admitiendo implícitamente los cantos espirituales griegos (Odaes
Pneumaticaes) y respetando su antropología positiva.
En el ministerio del apóstol
podemos observar su exquisito tratamiento a la antropología ritual de los
pueblos. Gran parte del contenido de sus cartas inciden en conflictos
culturales, sociológicos y antropológicos entre judíos, griegos y romanos. Muchos
son de disputa modal entre el mundo hebreo y el grecoromano, y otros son
cuestiones de formas de proceder. Tan solo la larga consideración de 1ª
Corintios 9:19-23 nos puede dar una idea de su interés en conocer las culturas y
sus particularidades para aceptarlas o circunscribir su libertad con la
finalidad de hacerse siervo para alcanzarlas. Y tanto podía estar en el
Areópago de Atenas ilustrando sobre los ídolos y las estatuas de los atenienses
y el Dios del universo, como acercarse a los judíos para, si era necesario, no
comer alimentos impuros según la ley o respetar el sábado. La gran perspectiva
antropológica de las tres culturas sobre las que su ministerio incidió, fue
vital y trascendente para la extensión del Evangelio. Por lo tanto, en lo
litúrgico, Pablo resume y sintetiza lo importante y significativo, sin
adiciones espurias e instituyendo un culto sencillo, comprensible, transversal
y ausente de clericalismos y formalismos vacíos.
Como ya observamos en anteriores
apartados, los contenidos primitivos no necesitaban de una especial estructura
ritual y clerical para ser transmisores de los elementos constitutivos de la
Gracia de Dios. La cercanía y proximidad espiritual entre creyentes era la
esencia de una liturgia accesible y comprensible. Así que, en la
postcristiandad que nos atañe, en diferentes ámbitos sociales y culturales es urgente
una descolonización litúrgica de forma y fondo a todos los niveles, tanto de
antropologías religiosas precedentes como del imperialismo litúrgico-cultural
impuesto. Cuando una congregación en cualquier rincón de cualquier ciudad o
pueblo del Estado español calca los contenidos litúrgicos de una iglesia de
Nueva York, Louisville o Ciudad Juárez, está colonizándose a sí misma.
Reproduce unos modelos pasados por la historia antropológica y sociológica de
otros, sin ninguna contextualización cultural, sin atender a sus identidades
naturales y, sobre todo, sin la oportuna y particular reflexión teológica del vivo,
relacional y transversal culto neotestamentario.
3- PENSAMIENTOS LITÚRGICOS
DE LA POSTCRISTIANDAD
El cristianismo de la
postcristiandad ha construido su tipo eclesial y litúrgico desde cuatro
arquetipos reminiscentes de la cristiandad: el pensamiento precientífico, el
pensamiento mítico, el pensamiento socioeclesiológico y el pensamiento mágico. Sometidos
aún a la herencia de la cristiandad, la liturgia de las iglesias protestantes
reproduce parámetros de pensamiento muy ancorados en el siglo XIX y XX. La
globalización, que permite una gran y atrayente interconexión entre las
distintas culturas del planeta, también magnifica las tendencias que se arrastran
desde la cristiandad, erigiendo un pensamiento tan líquido como débil, muy
condicionado por los efectos de la mundialización que todo lo masifica y
estandariza.
El pensamiento
precientífico valida muchas liturgias provenientes de
la cristiandad, donde la ciencia aún estaba estigmatizada por la religión. Y
aunque el cristiano actual vive totalmente abierto a la ciencia, la tecnología
y la erudición, en su comportamiento litúrgico mantiene un cierta conducta de
fe precientífica, concediéndose un tipo de credulidad fantástica por encima de
su condición mortal. Se aísla de la reconocible identidad humana, anhelando una
suprema supraespiritualidad que le permita alcanzar o atesorar milagros
redentores. Se ampara en parámetros de espiritualidad acientífica para validar la
profundidad de su fe, como un escape justificatorio de su creencia. Tiene un
cierto paralelismo con las apariciones marianas católicas, que buscan en lo
sobrenatural la certificación de la fe que profesan. Asimismo, el pensamiento
precientífico del evangelicalismo de la postcristiandad busca dominicalmente
sus propias apariciones prodigiosas mediante la alabanza y los cantos, pero no
como una expresión suprema del gozo de la salvación, sino como una manera de
alcanzar una experiencia sublime que certifique acientíficamente su
espiritualidad.
El pensamiento
mítico pretende explicar prácticamente todo desde el fácil recurso
mitificador. Los pasajes bíblicos donde aparezca el magnetismo de la
mitificación de un suceso son utilizados como recursos preferentes para la
edificación de la grey. Mediante una enfervorizada y fabulada predicación o exposición
bíblica se pretende alimentar la fe de los congregantes aludiendo al efecto
mitológico como comprensión primaria de la verdad bíblica. Mediante este
recurso básicamente ancestral se construye un tipo de liturgia en que la
enseñanza bíblica invita a un cristianismo de fabulación. Y aunque todo pasaje
bíblico pueda ser usado para el crecimiento espiritual, la gran predisposición
a otorgar forma y contenido de mito a la exposición bíblica erige un tipo de liturgia
muy alegórica y figurada, habitualmente centrada en los simbolismos y la
dogmática. Evidentemente la liturgia no tiene por qué ofrecer una concepción
determinista de la realidad, como una explicación suficiente de todo lo
material. No es su función. Sin embargo, la presentación mitificada de los
contenidos bíblicos, ya sea a través de cantos, contenidos o predicaciones,
volatiliza el sentido objetivista de la fe cristiana y conduce a una mística religiosa
ausente de realidad espiritual y social.
El pensamiento
socioeclesiológico centra la personalidad de la
iglesia en el culto o en los cultos, otorgando a la liturgia la máxima representación
de los contenidos espirituales. Herencia destacada de la cristiandad, las
reuniones dominicales se convierten en el eje central sobre el que pivotan
todas las actividades, por lo que la liturgia se convierte en más simbólica y
menos encarnada, constituyéndose en un bien superior sobreprotegido. De esta
manera sucede que en muchas congregaciones del planeta el culto dominical es el
único acto público y señero de la vida eclesial. Es el culto al culto: un tipo
de ocultismo cristiano; o la Ekklesía
reducida a la liturgia.
El pensamiento
mágico confiere a la liturgia una trascendencia más alta que la
fe constitutiva. Repetidamente se sitúa en el ámbito de lo sorprendente y
sobrenatural, en una constante búsqueda de lo portentoso y milagroso. De esta
manera los cultos se conducen hacia lo más difícil todavía, sea posible o imposible:
un camino ascendente de constante superación mágico-espiritual pretendiendo
llegar a un supremo estado de conexión e intimidad con Dios. Asimismo, el
pensamiento mágico genera fetichismos litúrgicos, convirtiendo sus partes en idolatrías
rituales, dotándolas de una autoridad suficiente y absolutista.
Estos cuatro arquetipos de
pensamiento socioeclesial dan cuerpo y contenido a unas congregaciones muy
dependientes de la liturgia magnífica y autoreferencial. La ritualidad
representativa y simbólica que presidía las iglesias de los pasados siglos, subsiste
en la postcristiandad bajo formas de recreación magnífica y uniformidad
litúrgica. Muchos de los cultos cristianos vienen a ser locuciones muy
embutidas de contenidos, aunque a menudo ausentes de responsabilidad ética por
fomentar liturgias esencialmente verticales y poco relacionales. Son
estereotipos o definiciones religiosas que la disposición ritual comprime en
contenidos estéticos y escénicos con la finalidad de colmar los sentidos
espirituales de comprensión emocional. Percibir la divinidad a través de simbólicas
referencias, modernas tradiciones y procedimientos autoreferenciales es la
fórmula más rápida para socializar una espiritualidad cristiana absolutamente dependiente
de la liturgia. Así que, en la mayoría de los casos, el ritual se convierte en la
puesta en escena del sentido de trascendencia, con afectación a la necesidad de
repetición del acto para completar el círculo dependiente. Y al final, la liturgia
se transforma en un tipo de explicación visual y sensorial de lo inexplicable, sustentada
por elementos alegóricos y figurados que en realidad no alcanzan a revelar la amplitud,
longitud, altura y profundidad del amor de Cristo. Sin embargo, cuando el culto
no tiene un objetivo en sí mismo, y se dirige y expande mediante la
participación y relación de los congregados, el sentido mítico y mágico de la
escenografía espiritual disminuye, avivando la comunión responsable y
comprometida con la auténtica misión de la Ekklesía. (Efesios 3:16-19).
Muy buena serie. Pero para captar bien todo hay que releer los anteriores posts, aunque uno sin los otros no se entiende todo. Gracias por compartirlo!
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