1-
Ser pobre no es, implícitamente, triste
2-
Regalos y colonialismo occidental
3-
Regalar no es solidaridad, acostumbra a ser chantaje
4-
Lo que hiciereis a uno de los
pequeños...
5-
¿Unir solidaridad y evangelización?
6-
El espectáculo videográfico de la
bondad
7-
Atender a los niños es atender a
los padres
8-
Alimentación, educación y
solidaridad
9-
¿Justicia social o buenismo?
10- El
negocio de la conciencia tranquila
© 2016 Josep Marc
Laporta
La gran mayoría de las operaciones solidarias en el tercer
mundo se proyectan y ejecutan muy tensionadas por preestablecidas posiciones
ideológicas, morales y costumbristas occidentales, según parámetros e intereses
del primer mundo. Una emocional e indeliberada ideología cooperante aparece abruptamente
entre los benefactores, determinando el tipo y la cualidad de las acciones que realizarán.
Consecuentemente, la insuficiente reflexión sobre las verdaderas necesidades del
campo de misión, conducirá a decisiones y acciones equívocas y poco sostenibles
en el proyecto solidario.
Los más débiles de la sociedad, los niños, éticamente son
los grandes damnificados por esas buenas intenciones de corte más emocional que
ponderado. El dador o cooperante, sin prácticamente salir del espacio ciego de
sus conmovedoras propensiones, siente una irresistible vocación redentora al
ver los niños sufrir. Pero su impulso está muy tamizado por su novelesca formación
occidental en referencia a las misiones, lo que le conduce a sencillas resoluciones,
tipo “para ayudar a los pobres niños pobres, con que son niños, lo que más
desearán y les hará ilusión serán regalos, obsequios y juguetes”, y “si se hace
con amor y buena voluntad, ¡mejor que mejor!”. Pero en
solidaridad, los obsequios tan solo son una pequeña y complementaria parte de
un proyecto educativo, participantes de un amplio programa de cooperación, pero
no el programa mismo ni la propia acción solidaria. Consecuentemente, la
emoción de regalar a niños pobres como proyecto es, en esencia, una
efervescencia impresionable de los occidentales, a remolque de sus emotivas
reacciones de conmiseración.
«Dios bendiga a todas esas personas que
hacen posible esos regalos. Han sido de mucha bendición, yo fui en un equipo
para repartirlos, y ver los rostros sonrientes de los niños es algo que no
tiene precio».
«Es una excelente oportunidad, y la
felicidad en la carita de los niños es genial, fue un evento extraordinario».
«Cuando veo a los niños tan contentos, me dice el corazón que estamos haciendo una gran obra. Me cautiva verlos tan felices y Dios sabe que lo hacemos para Él y para que los niños sean felices en medio de su pobreza».
Esta rápida mirada a algunas de las típicas reacciones de los dadores occidentales al hacer obsequios a niños del tercer mundo, nos da una idea muy aproximada del auténtico trasfondo solidario y de sus verdaderas inquietudes e impulsos. El desvalido niño se convierte en mercancía de las emociones occidentales, en un obsceno intercambio de sentimientos: él se pone contento al recibir regalos, y nosotros nos emocionamos al ver sus caritas de felicidad, aunque en realidad nos despreocupemos completamente de las verdaderas insuficiencias estructurales que les obligan a ser pobres. De esta manera, cerrado el círculo vicioso de la solidaridad gratificada, el donante creerá que está haciendo una gran obra humanitaria, mientras que, en realidad, lo que verdaderamente estará haciendo será satisfacer su sibarita vanidad occidental.
Hay serias y razonadas objeciones de fondo para revisar críticamente este emocional prototipo de pensamiento solidario. Para dilucidarlo mejor, desarrollaré punto por punto algunos aspectos medulares, desmitificando el modelo.
1-
Ser pobre no es, implícitamente, triste ni ha de dar sistemáticamente pena occidental. La
mayoría de las veces ser pobre en el tercer mundo es conceptual y
psicológicamente menos triste que ser de clase media europea o norteamericana.
Relacionar pobreza con niños afligidos y desconsolados por la mala suerte que
les ha tocado vivir es razonar con mentalidad de rico occidental, que une
progreso material y económico a felicidad. Esta asociación de ideas es muy
común entre organizaciones solidarias, tanto en las que trabajan exclusivamente
con niños como las que lo hacen con adultos. Muchas de ellas, al confundir
pobreza con penuria emocional, lo que hacen es sentar las peores bases para el
desarrollo de sus acciones solidarias, porque análogamente creen que lo que a
ellos les hace felices, por un simple sistema de vasos comunicantes igualmente tendrá
que serlo para los niños socorridos. Y bajo esta manera de pensar enviarán regalos,
obsequios y agasajos solidarios que a los ricos cooperantes les satisfarán, creyendo
que a los tristes niños del tercer mundo les aliviará la gran pena que tienen
de ser pobres. Pero, a no ser que la pobreza sea fatídicamente límite y trágica,
por lo general, ellos, los niños, son y serán felices a su manera,
independientemente de nuestros regalos de ricos. Lo que de verdad necesitan son
cuidados alimenticios, educación, sanidad y el cobijo de un techo digno.
Ejemplo: Es paradójico ver cómo jóvenes voluntarios occidentales que
esporádicamente viajan a países del tercer mundo para cooperar, habitualmente
suelen sentirse mucho más impactados por la vitalidad, felicidad y grandeza de
espíritu de los niños africanos que por su propia misión y por lo que ellos mismos
puedan aportar y obsequiar. Psicológicamente y moralmente, reciben más de lo
dan. Este contrasentido se repite en muchos lugares, revelando nuestra
emocional tendencia occidental a creernos los verdaderos salvadores de las
necesidades del tercer mundo. Pero en otros casos, además, sucede que los
esporádicos cooperantes se ven tan abrumados por las grandes muestras de afecto
y cariño de los necesitados, que desean quedarse entre ellos para ayudarlos
permanentemente. Pero en realidad no están actuando desde la convicción de una
cabal iniciativa solidaria, sino que se sienten psicológicamente tan llenos y
realizados, en comparación con su realidad en el primer mundo, que, sin
saberlo, quieren tener su propia terapia psicológica, autosatisfacción y
realización personal viviendo e intentando ayudar en los países pobres. Claramente
esto no es solidaridad ni ayuda al tercer mundo, ni tiene sentido de proyecto
ni concreción cooperante. Llevados instintivamente por exclusivas necesidades
propias, esos proyectos prácticamente no tendrán recorrido y tan solo serán un
intercambio de sensaciones solidarias, sin gran incidencia en lo que realmente importa
y trasciende.
2- Los regalos
occidentales al tercer mundo acostumbran a ser una nueva estrategia del colonialismo
occidental. Los niños de los países pobres tienen sus propios sistemas
de juegos, tan divertidos e incluso más que los nuestros. Con más o con menos
juguetes, acostumbran a entretenerse con multitud de pasatiempos, tan creativos
y dinámicos que sorprende verlos disfrutando con su propia imaginación. Aunque
siempre pueden ser bienvenidos, no necesitan imprescindiblemente de camiones,
muñecas u otros fantásticos artilugios para ser felices. Si los occidentales creemos
que regalos de este tipo son una buena manera de ejercer la solidaridad, es más
bien por nuestra tendencia autojustificativa y neocolonialista, al creer que
ellos solo podrán ser felices si alcanzan los mismos valores en cuanto al
juego, tiempo libre y entretenimiento que los nuestros. Es la educación colonialista
por la vía directa del regalo, pasando por encima de los naturales procesos de
sus culturas y civilizaciones. Y pese a que el mundo es un pañuelo y desde sus
países observan occidente como un gran y apetecible Disney World, la invasión
antropológica de los Papas Noeles europeos y norteamericanos con regalos y
agasajos es un desembarco de muy buena voluntad, pero de poca eficacia
solidaria, pues desequilibra los procesos autóctonos de crecimiento. El
colonialismo de los regalos aún cree que con el agasajo se conseguirá erradicar
el hambre, crear mejores relaciones gubernamentales o mejorar sus condiciones
de vida. Mayúsculo error.
Ejemplo: No
hace mucho tiempo pude observar cómo una organización humanitaria europea
regalaba a niños de una tribu minoritaria de Gambia, los Wólof, bolsas con
lapiceros de colores y libretas con dibujos para reseguir. Dos días después
encontramos muchos cuadernos tirados por las calles, mientras que los lápices
de colores los utilizaron para pintarse la cara, a modo de sus ancestrales
costumbres. La pregunta es ¿qué proyecto había detrás de esas bolsas repartidas
a granel? Porque aparte de la idoneidad y de sus contenidos, y de si sin una supervisión
educacional realmente era lo más adecuado para la formación integral de los
niños, ¿por qué hay que repartir al viento, sin ton ni son, bolsas a los niños
de una población? El regalo por el regalo, sin un proyecto que tenga
contraprestación, supervisión y objetivo, es una muestra más de nuestro
colonialismo barato, efímero e indiferente ante las reales necesidades de los
países pobres. El problema añadido es que, seguramente, los cooperantes
sacarían bonitas fotos mientras regalaban las bolsas a los niños africanos, que
probablemente reprodujeron en las redes sociales de su país para dar cuenta de
la gran obra que realizaron.
3-
Regalar no es solidaridad, más bien es un chantaje. Sobre
todo en solidaridad internacional, cuando se regala algo a cambio de nada,
cuando se pretende ayudar tanto que se da algo que nos cuesta poco pero que a
ellos les parece mucho, cuando se quiere ser tan solidariamente espléndido y generoso
que das lo te apetece y, encima, te hace gracia, en realidad estás tratando a
los receptores de incapacitados y de simples recipientes de una bondad
utilitarista y narcisista. En cooperación internacional, regalar acostumbra a
ser un chantaje emocional y no es solidaridad, porque con el obsequio se le
ofrece en bandeja de plata la pleitesía, la sumisión y el silencio obediente.
La consecuencia de todo ello es un círculo vicioso de dependencias, en el que
los ayudados se sienten en deuda permanente y ven al benefactor como un gran
Papá Noël del que siempre esperarán un nuevo acto de benevolencia gratuita. El
círculo vicioso se convertirá en infinito y no repercutirá positivamente en sus
necesidades reales.
Ejemplo: En 2009, un equipo de cooperantes belgas
puso en marcha una campaña de ideas para ayudar al tercer mundo. La idea ganadora
fue regalar un mes de estancia en Bélgica a diez niños de un colegio de Afganistán,
para motivarlos en su educación general. La gran idea acabó tan mal como mal
había empezado el desatinado proyecto. Regalar un mes de vacaciones educacionales
en Europa, mientras otros cuatrocientos quedaron a la espera de nada, provocó
fuertes desencuentros entre padres, educadores y cooperantes. Al final el
proyecto se suspendió.
Las grandes ideas no siempre son las mejores. Las más
útiles son aquellas que son fruto de un estudio cabal, concreto y específico
sobre las necesidades de una zona del tercer mundo. Los regalos,
apadrinamientos masivos e impersonales, o los proyectos que implícitamente
apabullan a los necesitados, fácilmente se pueden convertir en un chantaje
emocional: los receptores quedarán inmensamente agradecidos, no habrán hecho
nada para lograrlo, y los cooperantes, satisfechos de su gran obra ofrendada,
obtendrán una obediente y permanente sumisión.
4-
Lo que hiciereis a uno de los pequeños a mí me lo hacéis. La
interpretación de esta frase de una parábola de Jesús se ha convertido en la
panacea interpretativa de una especie de solidaridad religiosa hacia los más
desvalidos, los más pequeños: los niños. El mensaje parece evidente: lo que se
haga a uno de los más pequeños, a Dios mismo se hace. En principio el texto
puede dar la idea de que da total libertad para valorar qué es lo mejor o lo
más adecuado para colmar las necesidades de los auxiliados. Pero no es así. Sin
entrar en profundas reflexiones teológicas, que por su variedad hermenéutica sería
largo analizarlas, sí que se puede observar que, posteriormente, el pasaje
bíblico alude a qué tipo de acción se deberá de realizar. No es que solo hay
que hacer algo, sino que lo que se debe hacer ha de ser exactamente relacionado,
concordante y dependiente de la necesidad: «Porque tuve hambre, y no me
disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me
recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo y en la cárcel, y no
me visitasteis». Es decir, si hay hambre, evidentemente habrá que dar de
comer; si alguien es forastero, incontestablemente se tendrá que acoger, si uno
está pasando frío, sin duda se deberá cubrir o si está en la cárcel habrá que
visitarlo. La relación entre el dador y ese pequeño de la parábola, que puede
ser un niño, implica una responsabilidad integral y completa sobre su necesidad.
No parcial, no sectaria, no improvisada, no al capricho de ideas geniales o
fantásticas ocurrencias, sino ejerciendo una responsabilidad integral que supla
lo más colmadamente su necesidad.
Ejemplo: Una ONG cristiana internacional
reparte cada año a niños pobres en distintos lugares del mundo una caja de
zapatos solidaria llena de pequeños juguetes, elementos de higiene, cuadernos
para pintar, artículos útiles para su educación y algún detalle de contenido
cristiano. En los meses anteriores a Navidad, miles de hogares y familias
occidentales preparan con cariño las cajas para ser enviadas por la
organización a destinos de África o Asia. Este modelo podría considerarse
lícito y tal vez no debería objetarse, porque la solidaridad del apoyo moral y
del cuidado emocional también es positiva. Sin embargo esto sería cierto si no
fuera porque el fondo del proyecto se sustenta muy acentuadamente en la emoción
de la sorpresa, en qué encontrarán los niños en las cajas y cómo reaccionarán a
esos regalos, en principio, útiles. Aparte del impacto y gratificación emocional
y moral que, por otro lado, es un valor absolutamente inherente en toda acción
solidaria por lo que no debería ser una actividad específica, este proyecto cooperante es bastante endeble. Desde de los idearios
de cooperación internacional, el proyecto de esta ONG es débil, de muy breve
impacto y de poca incidencia en el campo de misión, tanto a corto, medio o
largo plazo. Especialmente lo es, también, si se compara con la esforzada y
esmerada campaña de recogida de cajas en los países occidentales y su transporte. Si lo miramos
desde la incidencia real y específica, en pocas semanas el impacto solidario se
habrá desvanecido. Y aunque el encuentro con las cajitas quede grabado en la
mente de los niños como un gran y emocionante recuerdo, la verdad es que sus
auténticas condiciones de vida seguirán siendo las mismas. En realidad, el
proyecto solidario de esta ONG es regalar emociones, grandes recuerdos y unos
pequeños juguetes y útiles, sin transformar en profundidad sus auténticas
necesidades diarias.
5-
Unir solidaridad y evangelización es lícito, pero no siempre es aconsejable. Esta
afirmación puede dar lugar a muchas interpretaciones y discrepancias. Sin
embargo es necesario ampliar el punto y explicar bien los porqués.
Primeramente, no estoy diciendo unir solidaridad y testimonio como lógica forma
de vida del cristiano que actúa como lo que es, aunque esté trabajando en
cooperación internacional; sino unir interesadamente solidaridad y
evangelización. Es decir, hacer solidaridad para, como excusa, predicar y
evangelizar. Muchas organizaciones cristianas han aprendido a utilizar el
pretexto de la solidaridad para hacer evangelismo, como una estrategia. Pero en
el Nuevo Testamento advierto que Jesús, innumerables veces, sanó a enfermos y,
como una cuestión posterior, les preguntaba si querían que sus pecados les fueren
perdonados. Y en otras ocasiones tan solo sanó sus dolencias físicas, sin
actuar más allá. Unir solidaridad y evangelización, argumentando que de esta
manera se realiza una acción integral hacia el ser humano es, en principio,
lícito, pero acostumbra a entrar en un campo resbaladizo y fácilmente deshonesto,
al querer cambiar ayuda por escucha. Es más veraz y genuino actuar operativamente
cuando se presenta una necesidad material o física, y, consecuentemente, el
testimonio como cristianos aparecerá y se transmitirá con toda naturalidad y
transparencia.
Ejemplo: Una de mis primeras experiencias solidarias fue en un
comedor social dirigido por cristianos. Cada día se daba un plato de comida, a
mediodía y por la noche. Antes de empezar a comer se pedía a los comensales
unos momentos de silencio para dar gracias a Dios por la provisión. Como
testimonio cristiano, el detalle de orar es coherente; al fin y al cabo la
misión era cristiana. Pero mientras degustaban los alimentos, antes de que
todos acabaran de comer, un orador se levantaba y empezaba a hablarles de Dios,
predicando un insistente mensaje de salvación. Lo cierto es que parecía una
encerrona. Muchos se sentían incómodos y lo que en realidad sentían era
menosprecio a esa forma de actuar y, por ende, al Evangelio. Tal vez hubiera
sido mejor decirles que, más tarde, con el café podrían escuchar de la Palabra
de Dios e invitarlos a quedarse unos minutos más. La coacción o la exigencia proselitista en un proyecto solidario de primera necesidad humana, no es la mejor manera de predicar el Evangelio de la gracia.
Con los proyectos solidarios de inspiración cristiana para
niños sucede algo parecido. Se pretende mezclar muy sutilmente solidaridad con
predicación, buscando la manera de introducirlos en un contexto cristiano, con implícitas
enseñanzas que sean de referencia para sus vidas. Esta actitud sería loable si
no fuera porque muchas veces detrás de ello se esconde un pretexto: la
salvación de las almas sin importar en demasía sus profundas carestías
cotidianas. Y, muchas veces, sus idearios se rearman en unas bellas palabras de
Jesús respecto a los niños, alterando su significado: «Dejad a los
niños, y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como éstos es
el reino de los cielos». Sin
duda, el mensaje de salvación es para todos –niños
y mayores–, naciendo de nuevo, haciéndose como niños. Sin embargo, la
mano que acude al socorro de aquél que pasa necesidad debiera ser una consciente
respuesta de la urgencia y la responsabilidad de utilizar bien su posición como
auxiliador. De esta exigencia también habla Jesús y el Nuevo Testamento (Lucas
10:25:37; 1ª Juan 3:17; Santiago 2:15).
6-
El espectáculo videográfico de la bondad. Fotografiar o hacer vídeos de
los niños del tercer mundo para promocionar nuestra actividad solidaria, muchas
veces se convierte en una codiciosa forma de manipular los sentimientos y las
reacciones emocionales de los donantes occidentales mediante deplorables imágenes.
Demostrar que se está haciendo el bien a través de fotografías escogidas de
niños sonrientes y agradecidos u otros en estado crítico, en muchos casos roza
la inmoralidad. Si en nuestros países difuminamos la cara de los niños para
proteger su privacidad, ¿por qué con los niños africanos o asiáticos hacemos lo
contrario, exponiéndoles al mundo? Ciertamente en ocasiones será necesario
obtener imágenes de su realidad social y perentorias necesidades para informar
y ayudar a que el donante obtenga una mejor conciencia de la realidad. Sin
embargo, más allá de lo puntual y específico, nada obliga a un dispendio de
fotografías y vídeos innecesarios.
Ejemplo: La mayoría de ONG’s guardan grandes archivos con
fotografías de los voluntarios, promocionando masivamente sus actividades en el
tercer mundo. Una de ellas tuvo un especial encuentro con la justicia.
Después de publicar un gran reportaje de fotografías y vídeos en su portal de
Internet y en las redes sociales, les llegó una demanda de un país africano por
utilizarlas sin permiso. La razón que aludieron es que 1º- las fotografías no
correspondían exactamente al programa que realizaban en la zona; y 2º- habían
escogido las más sorprendentes por su contenido, sin corresponder con la
realidad media del lugar. Al final, las relaciones políticas y administrativas
entre ambos países no permitieron avanzar en la judicialización. Este modelo de
espectáculo videográfico de la bondad se reproduce en muchas ONG’s, produciendo
una vulneración de los derechos de los niños.
7-
Atender a los niños del tercer mundo es atender a sus padres. La
razón básica de atender preferentemente a los niños y no directamente a los
padres es por causas de abandono o dejadez estructural de las familias y sus
sociedades. Es decir, porque los padres no pueden o no saben ocuparse de ellos
convenientemente y/o porque los sistemas políticos de sus países no tienen la
capacidad o la estructura necesaria para abarcar sus necesidades. Atender a los
niños mediante la sanidad y educación es atender a los padres, creando puentes
de asistencia, relaciones y auxilio estructural. Sin embargo, cuando se realiza
un programa de ayuda a los niños sin la previa o paralela involucración de los
padres, acostumbra a ser un proyecto falto de autenticidad y dirección. A no
ser en casos de extrema necesidad, por situaciones de emergencia, hambruna
límite o catástrofes naturales, los programas han de contar previamente con los
padres y educadores de la zona. Pero primeramente con los padres. Actuar
directamente con maestros y tutores educacionales, pasando por encima de los
padres es utilizar los niños como mercancía para nuestros proyectos solidarios. Si en
occidente no haríamos una actividad o ayuda pasando por encima de los padres,
¿por qué en el tercer mundo sí?
8-
La alimentación, educación y sanidad son los mejores instrumentos solidarios para
ayudar a los niños del tercer mundo y a sus familias. Fuera
de la estricta alimentación, educación y sanidad (higiene, salud, saneamiento,
etc.) cualquier otro supuesto auxilio humanitario a niños del tercer mundo
puede llegar a ser absolutamente superfluo. Los ejes básicos e ineludibles de
la solidaridad hacia niños necesitados son la alimentación, la educación y la
sanidad. Educar desde su realidad para ayudarlos a crecer en cultura,
comprensión y discernimiento social, y proveer de sanidad para generar hábitos saludables
y perdurables, además de suplir urgencias de desnutrición, hambre y carestías.
Estas son las mejores herramientas para sacarlos de su pobreza. La vasta
experiencia en proyectos solidarios en África enseña que estos tres ejes son
insustituibles y que cualquier proyecto que se aparte de ello vendrá a ser una
excusa para satisfacer presunciones y vanidades occidentales.
9- Es mejor cooperar o
donar en razón de la responsabilidad respecto a la justicia social que no
movidos por una sensiblería humanitaria. Toda emoción solidaria tiene
una ideología. Y si tiene ideología tiene un diseño de la verdad y un moralismo
a aplicar. La tendencia de la caridad es dar por pura conmiseración, como un
automático resorte emocional, que en el fondo se despreocupa de la más absoluta
e integral realidad. Por ello, ante la necesidad del prójimo conviene administrar
desde la justicia social, para no hacer de la caridad religiosa una excusa
buenista. La caridad acostumbra a generar un permanente asistencialismo y
clientelismo, realizando un superficial análisis de la realidad, actuando en la
epidermis del problema, como un analgésico momentáneo. Sin embargo, justicia
social implica ver dónde realmente está la necesidad, para descifrar la mejor
manera de actuar con diligencia, con la finalidad de cambiar la situación sin
depender de inestables impulsos, tan típicos de nuestras tendencias opulentas.
En la teoría de la
cooperación internacional, la diferencia entre caridad y justicia
social es que la segunda parte de la base de que todos vamos en
el mismo barco, todos somos iguales, contribuimos de acuerdo a nuestra
capacidad y recibimos de acuerdo a nuestra necesidad. Sin embargo, la
psicología de la caridad gestiona las diferencias sociales como
conceptualización de la acción. En realidad, trata de que los ricos –nosotros– dejemos
alguna migaja para que más o menos todo siga igual y que esas migajas sean
gestionadas de manera que no afecten mucho a nuestro ritmo de vida. Pero para
ser justos socialmente, no hay que implicarse desde la caridad de las emociones
o desde el asistencialismo primario que suple tan solo el día a día, sino
inmiscuirse en el problema.
10- El negocio de la
conciencia tranquila occidental. No basta con hacer un bien y tener
la conciencia tranquila, habrá que saber las consecuencias que genera hacer ese
bien. Para que una acción sea fructífera no es necesario solo tener una
intención buena y hacer algo correcto que justifique la propia conciencia,
también es necesario supervisar, garantizar y corroborar su impacto y sus resultados.
En muchos ámbitos de la cooperación, especialmente los dadores, se desconsidera
el seguimiento y las consecuencias, porque al final de cuentas es una emoción de
simple conmiseración la que moviliza la solidaridad. De esta manera, el dador
occidental fácilmente se convierte en un yonki de
las emociones buenistas, alimentando un negocio de conciencias tranquilas sin
mayor discernimiento que el de sentirse bien. En el caso de los obsequios a los
niños de países del tercer mundo, el mismo regalo es un producto amnésico para
las conciencias occidentales. Utilizamos la psicología típica del regalo común:
dar algo para quedar bien. Este es, en el fondo, el negocio de las
tranquilizantes conciencias occidentales.
© 2016 Josep Marc Laporta
Estoy de acuerdo con todo. Los niños son los mayores perjudicados de lo que entendemos por solidaridad y que no es otra cosa que la proyección de nuestras apetencias proteccionistas. Cada vez siento mas que estamos haciendo cooperacion internacional de intereses, a todo los niveles. Y después nos sentimos inconmprendidos. Lo suscribo todo. Es como si hubiera leido mi pensamiento y puesto en palabras.
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