© 2014 Josep Marc Laporta
4. El turismo del sinfronterismo
5. La solidaridad de la fotografía
6. Ética de la justicia social
La acción humanitaria, la cooperación internacional, el humanitarismo o la solidaridad es el acto de intervenir en situaciones ajenas de pobreza, ya sea directamente en las personas pobres o en sus ámbitos estructurales, genéricos o no, de necesidad, escasez o indigencia. En los últimos años, la globalización ha abierto los ojos a los ciudadanos de los países occidentales sobre las necesidades del tercer y cuarto mundo. El superlativo crecimiento de la información que desde los años 80 se ha producido en el planeta, ha provocado una fuerte tensión de responsabilidad social. Las conciencias se han visto advertidas por sus propias incongruencias, excitando múltiples acciones de solidaridad por todo el mundo, en muchos casos desbocadas ante la premura de la patente y urgente necesidad.
Extracto de conferencia en el Salón de Actos del Consejo Económico y Social (Unicef-Madrid)
1. Compasión social y justicia universal
1. Compasión social y justicia universal
2. Altruismo indoloro
3. Relato moral y relato político4. El turismo del sinfronterismo
5. La solidaridad de la fotografía
6. Ética de la justicia social
La acción humanitaria, la cooperación internacional, el humanitarismo o la solidaridad es el acto de intervenir en situaciones ajenas de pobreza, ya sea directamente en las personas pobres o en sus ámbitos estructurales, genéricos o no, de necesidad, escasez o indigencia. En los últimos años, la globalización ha abierto los ojos a los ciudadanos de los países occidentales sobre las necesidades del tercer y cuarto mundo. El superlativo crecimiento de la información que desde los años 80 se ha producido en el planeta, ha provocado una fuerte tensión de responsabilidad social. Las conciencias se han visto advertidas por sus propias incongruencias, excitando múltiples acciones de solidaridad por todo el mundo, en muchos casos desbocadas ante la premura de la patente y urgente necesidad.
COMPASIÓN SOCIAL Y JUSTICIA UNIVERSAL
«Lidiar con la pobreza no
es un acto de caridad, sino de justicia»
(Nelson Mandela)
Diferencio pobres
de pobreza, en razón de que también hay que diferenciar entre ética
de la compasión y ética de la justicia. La compasión actúa más
movida por sentimientos y propulsiones revolucionadas de carácter instintivo y
trasfondo emocional-moral que por razones de justicia social universal. En el
primer caso, los pobres son parte del mercado de las emociones de un primer
mundo que, de repente, observa cómo detrás de su opulencia hay personas que
sufren necesidad. En el segundo caso –ética de la justicia–, atender la pobreza es atender la conciencia de que el primer
mundo existe porque hemos subyugado al tercer y cuarto mundo y, en
consecuencia, la urgencia y efectividad de acción debe responder más a la
estructura discriminatoria de la pobreza que exclusivamente –no preferentemente– a la peculiaridad del
afectado. La diferencia de partida entre ambos conceptos es sustancial.
En solidaridad internacional se aprecia muy claramente esta
distinción en la manera cómo se promueve, moviliza y atienden las necesidades
de los más desamparados. Las ONG’s –cristianas o seculares– de carácter moralmente
impulsivo se mueven como pez en el agua al revolucionarse por sentimientos de
pena, culpa, deuda, carga o exigencia moral. Acostumbran a mercadear con los
sentimientos y las emociones hasta el punto de invertir más tiempo y recursos
en sensibilizar a sus occidentales benefactores que en diseñar buenas
estrategias para una acertada operatividad.
Por su
parte, las entidades humanitarias que se movilizan bajo el concepto de justicia
social universal tienden a ver al pobre como un ser necesitado de urgente y
rápida ayuda; pero también lo ven como el resultado de múltiples e indignas correas
de transmisión social que son las que, en realidad, generan indignidad,
penurias y carestías de todo tipo. Por lo general, actúan en un estricto sentido
de justicia social, con una practicidad más estructural y directiva que en
precipitación emocional y operativa. Y, también, con denuncia implicada.
Generalmente
se observa cómo las entidades humanitarias impulsivas que responden
simpáticamente por sentimientos de pena, culpa, deuda, carga o exigencia moral,
vienen a ser las de trasfondo hiperreligioso o las sobreactuadas ONG’s de tendencias neofilantrópicas. Las
hiperreligiosas actúan bajo la tensión de sus propias urgencias evangélicas,
retroalimentadas por sus exigencias proselitistas, pero sin capacidad ni
perspectiva para planificar estrategias a medio y largo plazo. Por su parte, las
neofilantrópicas se mueven en un sentido puramente humanista, amparadas en un
capitalismo cultural cuya caridad es parte del sistema económico. Muchas acostumbran
a empezar su trayectoria humanitaria y social bajo un fuerte impulso emocional.
Reclutan, forman y destinan personas, inducidas y estimuladas por la urgencia
de la realidad social, movilizadas por la contraprestación de la inculpabilidad
y el supuesto descargo moral que significa realizar el acto solidario. En
algunos casos, la urgente responsabilidad y una masiva concienciación llegan a
ser la única razón de reclutamiento, eludiendo diversos y determinantes elementos
y particularidades que facultan una buena actuación en el campo de trabajo.
Pasado el tiempo en el que el impulso emocional disminuye, tras múltiples
errores e incongruencias de planificación y con los efectivos quemados por el
gran esfuerzo práctico y psicológico, la acción solidaria decrece, se paraliza,
y en muchos casos se enquista en el más cotidiano asistencialismo.
También se constata
otra importante deficiencia en la ética de la compasión secular y religiosa.
Muchas misiones filantrópicas y religiosas tienden a perpetuarse en el campo de
misión muy mediatizadas e influidas por un acentuado sentido del apadrinamiento
y la tutela. En muchos casos, la permanencia responde a una percepción muy
particular de currículum vitae, convirtiendo la solidaridad en la razón
de ser de la propia vida y existencia, en lugar de generar estrategias de
delegación y encomienda supervisadas.
ALTRUISMO INDOLORO
«La caridad es humillante
porque se ejerce verticalmente y desde arriba;
la solidaridad es horizontal
e implica respeto mutuo»
(Eduardo Galeano)
Cuando la
ética de la solidaridad, liberada de las implicaciones de la religiosidad
moralizada, no genera sentimientos de íntima responsabilidad, el altruismo puede
devenir indoloro. Esta moral secularizada puede acabar transformando el acto
solidario en consumo interactivo y festivo de buenos sentimientos, en grandes
espectáculos y maratones de solidaridad sin afectación a una cabal implicación
y perseverancia. De esta manera, la responsabilidad social con el prójimo
fácilmente se puede convertir en actos puntuales de exaltación solidaria,
manifestándose de manera grandilocuente ante las grandes adversidades y
catástrofes humanas.
El espíritu
de abnegación, de disciplina y esfuerzo continuado se sustituye por la
satisfacción de deseos solidarios inmediatos. Consecuentemente, el poder o no
poder es el norte del compromiso con el prójimo: si puedo, ayudo; si no
puedo, no ayudo. Junto esta actitud, prevalece el gesto externo sobre la
virtud privada; y la percepción o calificación de ser humano se transmuta por la de indigente. Como apunta el profesor Alain Finkielkraut «la predilección por los menesterosos
anónimos es más fruto del principio de precaución que del arrebato fraternal.
En el plano intelectual al menos, esta moral de la urgencia extrema es una
moral del confort extremo».[1]
El
altruismo indoloro se debe, en gran parte, a la mecanización mediática de la
solidaridad y al abandono de la conciencia cristiana en su sentido de creación
divina de cada ser humano. Sugestionados por la estigmatización de la moralidad
religiosa, la nueva conciencia social ha mediatizado la solidaridad a través de
arengas televisivas, radiofónicas, periodísticas o en redes sociales. El
desenlace son urgentes y masivas respuestas ante catástrofes de todo tipo:
desastres provocados por hecatombes naturales (sequías, inundaciones o ciclones) o por acontecimientos singulares
de cariz político o social (conflictos
bélicos, desplazamiento de refugiados, desastres económicos, etc.), cuyas consecuencias (hambre, epidemias o violencia) suponen un grave riesgo para
los seres humanos que las padecen.
Salvar
vidas anónimas y masificadas es, para muchos, la mayor responsabilidad de la
que son capaces. La solidaridad global, como la globalización a la que estamos
expuestos, acredita una responsabilidad social estandarizada, propiciando más
una postmoderna ética de la compasión que una ética de la justicia. El llamado
a una compasión secular es la convocación a la atención de las grandes
necesidades, cuantificadas por miles de personas, como una despersonalización o
deshumanización de la solidaridad. Los dramas mundiales son ampliamente monopolizados
por algunas ONG’s que retransmiten las
cifras de los refugiados, desplazados, hambres, guerras, enfermedades y muertes
por miles, con una simpleza aplastante. Lo importante es salvar vidas anónimas,
prescindiendo de la situación particular y peculiaridades sociales, ignorando
el individuo y las connotaciones éticas de la pobreza, condicionando la moral que
se aplica. En este sentido, Finkielkraut apunta a un vaciamiento moral: «no importa quién es el individuo que
sufre, cuál es su razón de ser, los motivos de su persecución o de su agonía:
sólo interesa salvarlo, sin más».
La ola de
la solidaridad de masas, con exiguas referencias éticas a la condición
individual de los afectados y con afanosas pretensiones globalizadoras, produce
un altruismo indoloro, saturado de urgencias y conciencias alborotadas, pero ausentes
de justicia social. Sin justicia social, la solidaridad no es más que un
desbocado fervor de masivas buenas intenciones. Eduardo Sánchez Rugeles es
certero cuando afirma que «la
solidaridad de los hombres suele ser tan efímera como la intensidad de un
sismo. Pasado el trauma, la realidad pasó a ser patrimonio del olvido».
RELATO MORAL Y RELATO
POLÍTICO
«El principio de
mundialización de la información
va en contra del
principio universal de la solidaridad.
Ello es así porque la
información se agota en sí misma»
y ella misma es su fin. (Jean
Baudrillard)
Los contenidos
éticos de la solidaridad nacional o internacional pecan de relato. A falta de
una narración religiosa o espiritual que los ampare, en muchos casos se acogen
a un relato moral sustitutorio que se convierte en político por la transmisión
e injerencia social y estructural hacia los pueblos socorridos. Muchas
entidades se acogen a la magnificación de la propaganda; es decir, informar a
bombo y platillo de las grandes perspectivas que tienen para acabar con el
hambre en el mundo, salvar a miles de refugiados o eliminar una maldita
epidemia de un solo golpe. Y aunque las necesidades son ciertamente inmensas, la
magnificación de la propaganda hace que la solidaridad se convierta en un
relato altamente moralizante, en el que las personas socorridas son grandes
multitudes mientras que una sola ONG o misión religiosa acaba
con todos los males. Esta cruzada mundial se manifiesta como una gesta heroica,
como un acto salvífico de moral superior, como si los cooperantes tuvieran en
sus manos la redención del ser humano y su entorno.
La férrea moral
cristiana de las misiones evangelizadoras ha sido sustituida por la moral
secular de la solidaridad universal como bien supremo. Las propuestas públicas de
una inmensa mayoría de ONG’s son comunicaciones
absolutistas, auspiciadas por una publicidad dogmáticamente propagandística,
convirtiendo la información y los valores que la sustentan en relato político.
Si la moral de raíz profundamente cristiana ha desaparecido en gran parte de
las entidades sociales, ¿quién o qué moral ha llenado este vacío?
La sola
llegada de misiones solidarias a algún país del mundo ya es un acto político.
La misión se convierte en transmisión mediante la retransmisión. Es decir, la
función solidaria a desempeñar es un producto a vender ante los propios, por lo
que vociferarlo y darle un contenido sociopolítico es vital para alcanzar la
meta propuesta. La solidaridad transporta pautas y modelos administrativos, importando,
en alguna medida, la moral política de los países de referencia a través de la
misma proclama y contenido. Pero, además, junto a la atención solidaria, la
importación de modelos sociales, culturales, didácticos, pedagógicos o
ilustrativos es, al mismo tiempo, una transmisión de prototipo político, de
organización social y económica, e, implícitamente, moral. La unión entre el relato
moralizante y el político se une en el campo de la solidaridad: una moral
política de la solidaridad.
En los países
subdesarrollados, este tipo de injerencia da lugar a una única visión
planetaria de la política y sus formas morales de administración económica, social
y cultural. Por lo tanto, la ética política ocupa el lugar de la ética humanitaria
de justicia social, al tiempo que se intentan paliar los efectos más irritantes
de la pobreza reproduciendo el mismo modelo ético de desarrollo a través del
mercado. Se quiera o no, la solidaridad occidental hacia sociedades
tercermundistas contribuye a expander las políticas neoliberales y
propagandísticas que predominan en occidente a través de su actividad
asistencial. Al final, el nuevo relato moral y el político van muy cogidos de
la mano, sustituyendo algunos importantes valores éticos de raíz cristiana y
otros importantes valores antropológicos de raíz nativa.
EL TURISMO DEL SINFRONTERISMO
«La mejor forma de
esconder un árbol es ponerle un bosque alrededor»
El ‘turismo del sinfronterismo’ es el denominador común de
las personas o entidades que, súbitamente o con una desmedida ética de la
compasión, sienten que han de cruzar todas las fronteras del mundo para ir al
lugar donde seres humanos están sufriendo o viviendo en profunda pobreza. Este
genuino deseo de ayuda humanitaria se entremezcla con una novelesca actitud de
Robinson Crusoe o turista aventurero. La cruzada personal prácticamente se
convierte en una novela de apasionantes y conmovedores episodios y relatos, con
grandes toques de turismo de aventura, profanando la auténtica operatividad de una
misión humanitaria. Bajo esta perspectiva, se valora y premia más la intención y
el relato que los resultados.
Los tradicionales formatos de compasión se ven muy involucionados
por la manipulación de los sentimientos, el mercantilismo o la lógica social occidental.
Traspasar fronteras para ayudar a los necesitados del tercer mundo se convierte
en una manera de mercantilizar nuestra ética, negociando los dividendos de
nuestros honorables deseos compasivos con el círculo de amistades, los conocidos
y la sociedad que nos rodea. Un alto grado de esnobismo y presunción social
hace de la misión un turismo de intereses moralizantes, convirtiendo el
altruismo y la generosidad en un comercio al alza en el mercado de los
sentimientos éticos, hasta el punto de que el fin justifica los medios, pero
también el medio justifica el fin. La aventura del turismo solidario suplanta
el rigor con el que debe tratarse la ayuda al prójimo del tercer mundo.
La miscelánea ética entre turismo humanitario e implicación
responsable no presenta grandes ni buenas expectativas de futuro. La supuesta y
positiva cualidad o virtud que supondría la popularización o difusión del
trabajo solidario entre los congéneres occidentales, en realidad se ve muy
condicionada o entorpecida por el carácter lúdico y vacacional de la misión. Reclutar
buenas intenciones y voluntades sin el rigor de la perceptiva preparación,
lleva a promover una cooperación de fuerte connotación lúdica y aventurera.
Utilizar
las vacaciones para viajar a un país del tercer mundo a ejercer una solidaridad
muy limitada en el tiempo es, a corto y largo plazo, un contrasentido. En
primer lugar, porque el gasto en vacunas, viajes y preparativos es excesivo y
desproporcionado respecto a la función a realizar. Como segundo aspecto, porque
la aclimatación al nuevo país supone un mínimo de una semana de adaptación, lo
que hace desperdiciar aproximadamente entre un cuarto y un tercio efectivo de
la estancia. Y en tercer lugar, porque el desconocimiento de la realidad social
y cultural nativa es un claro débito, por lo que la cooperación se convierte en
un aprendizaje sin una finalidad tangible.
LA SOLIDARIDAD DE LA
FOTOGRAFÍA
«El filántropo moderno se
transforma no en amigo de los pobres,
sino en amigo de la
pobreza» (Pascal Bruckner)
Las distintas fórmulas, modelos y formatos de sensibilización
para que el mundo desarrollado vire su mirada hacia las auténticas necesidades
del tercer y cuarto mundo, han generado una nueva mercadotecnia: la solidaridad
de la fotografía y la imagen solidaria corporativa. Para tal fin, artistas,
futbolistas, cantantes, empresarios, cooperantes a full time o de
veraneo y todo tipo de filántropos y cristianos en busca de una fe más
comprometida con el prójimo, prestan sus rostros, contrastándolos duramente con
las distintas y dramáticas realidades del mundo. Junto a ello, otra modalidad –la imagen corporativa– presenta un espacio
publicitario en cierta compañía, entidad u organización empresarial para
promoción de una ONG, de sus fines o de algún
proyecto concreto.
Los dos
modelos pueden parecer válidos para la sensibilización social de la realidad de
la pobreza en el mundo. Sin embargo, en muchos casos las fotografías se
convierten más en un escaparate propagandístico de buenas propias obras que de sabia
concienciación sobre la auténtica realidad de los sufrientes. Las imágenes tomadas
por los protagonistas occidentales, junto a nativos desprovistos de dignidad
humana son más una falsa representación de la ética de la compasión que una
responsable concienciación sobre las necesidades del tercer mundo.
La
solidaridad es más un proceso que un acto determinado; es más un compromiso en
el tiempo que una fotografía publicitaria. Las imágenes que la sociedad
occidental reproduce del tercer mundo es la foto fija del sufrimiento estereotipado,
con el propagandístico y satisfecho rostro del cooperante en primer plano: una
película más de una falsificada ética de la compasión. Y aunque necesitamos de una
mayor sensibilización ética, ésta no pasa por vender nuestros logros sino por
transmitir correctamente la realidad global y particular del tercer mundo,
haciéndola bien viva en las mentes de nuestros conciudadanos con imágenes bien
seleccionadas, dignificadas y significadas, con una información éticamente
fidedigna.
Hace tiempo
que algunos –entre los que me cuento– reclamamos a misioneros,
cooperantes y gentes de buena voluntad que callen para siempre esas impúdicas
imágenes del dolor ajeno, mezcladas con rostros bien pixelados de benevolencia
occidental. Y, sobre todo, que ellos mismos dejen de fotografiarse
publicitariamente. En la solidaridad e implicación con el necesitado, poco
valor tiene el reclamo y la proclama de la imagen propia. Lo que realmente
cuenta es poner mano sobre mano y dedicar tiempo, esfuerzos, capacidades y
recursos. Lo demás puede ser una auténtica propaganda de intereses infructuosos.
Estamos en
una época en que la solidaridad vende, e incorporarla como activo en la
mercadotecnia de una entidad lucrativa permite dar un salto cualitativo en su
proceder empresarial. Este nuevo valor ha sido asumido por un gran número de
compañías. La mundialización del concepto ha provocado una nueva moda: ser
solidario como estrategia de mercadotecnia. Junto a ello, otra modalidad parece
tener un gran éxito mediático de autopromoción: famosos de todo ámbito social,
cultural y político prestan y presentan sus rostros para la sensibilización
mundial de una situación de pobreza, necesidad o ausencia de derechos humanos. Estas
acciones de responsabilidad social son bienvenidas, siempre y cuando los
balances económicos de las empresas demuestren que su compromiso con el tercer
mundo no es solo una imagen comercial o corporativa, y que los populares
rostros mediáticos no se conmueven exclusivamente para un póster publicitario.
Una justicia social ética necesita más de acciones internas, valientes y atrevidas
que de propaganda publicitaria externa. La solidaridad de la fotografía, el
eslogan, la marca o logotipo solidario puede convertirse fácilmente en el
estereotipo de las buenas intenciones, sin más verdad que la autopublicidad.
ÉTICA DE LA JUSTICIA SOCIAL
«Las
circunstancias en que hoy oramos por el reino de Dios
nos
impelen a la más honda solidaridad con el mundo»
(Dietrich Bonhoeffer)
Preocupados emocionalmente por las
deplorables y angustiosas condiciones de los pobres, se nos acostumbra a pasar
por alto que detrás de toda pobreza hay una incuestionable y contundente injusticia
social. Este desconocimiento no es una cuestión puramente técnica o teórica,
sino un asunto moral de primer orden. Nada es más ético que la justicia social
en toda su plenitud, porque no existe pobreza ni sufrimiento en el mundo que no
implique consustancialmente injusticias de distinto orden y calibre. El
problema que subyace es que, en realidad, una limitada ética de la compasión no
compromete la totalidad de la persona. El dador tiene suficiente con ejercer de
gran benefactor, defensor de los derechos humanos, caritativo, compasivo y con
un corazón inmenso. Pero en la ética de la justicia social –que no solo actúa a favor
del pobre sino en contra de la pobreza– no es suficiente defender al pobre sino que hay que
arriesgar prácticamente todo: currículum, biografía, recursos, intereses y
estatus. Hay que implicarse en la denuncia, sus causas y resolución. Y, por lo
general, esta actitud conlleva muchos más conflictos personales que sentir
lástima y proceder movilizados por sentimientos de clemencia y conmiseración. En la denuncia a la que estamos convocados, también hay que incidir en el control de fondos desviados, recursos, medicamentos y materiales que, en algunos casos, lastran muchas de las actividades solidarias. Esto también es justicia social, porque en la administración de bienes es donde más se observa la incoherencia humana, defecto que afecta en mayor o menor medida a la mayoría de las organizaciones sociales, ya sean religiosas o seculares.
La ética de la justicia social implica,
como definición, la denuncia activa de los mecanismos sociopolíticos y
geoestratégicos que fomentan la pobreza o la mantienen como estatus acomodativo. Sin investigación, delación, testimonio,
información, denuncia y restitución no existe justicia social. La sentimentalista
ética de la compasión, que se moviliza a golpe de emociones y culpabilidades,
no solo no cubre las verdaderas necesidades e indigencias humanas, sino que
priva a los pobres y sufrientes de su derecho a ser considerados los auténticos
damnificados de una fastuosa sociedad que los esclaviza. La compasión que
acostumbra a sentir pena para justificarse, que acostumbra a emocionarse cuando
da, que se conmociona tanto hasta el punto de que se ciega ante la realidad, es
una ética de la misericordia hartamente complacida en sus propias emociones
solidarias. Sin embargo, cuando existe y se practica una ética de la justicia
social, clara, valiente y definida, el benefactor no solo da todo lo que está
en sus manos, sino que implica y arriesga su propia dignidad para convertirse
en voz de los que drásticamente han sido deshonrados y mancillados.
Ampararse en el asistencialismo de la compasión
instintiva es, por ética y definición, un abandono de las causas. El
atrevimiento activo e implicado con las causas de la pobreza y no con el simple
asistencialismo es la esperanza de eso que llamamos solidaridad. Porque
mientras existan en el mundo 67 personas que tengan la misma riqueza que 3.000.000.000
de seres humanos, el problema ético que se nos plantea no es una cuestión de
compasión, ni de pena, ni de culpabilidad, ni de exigencia moral, ni de pobres,
ni de ricos: es un problema ético de justicia social universal. Es un problema
y responsabilidad nuestra.
[1] La humanidad perdida: ensayo sobre el siglo XX.
Barcelona; Anagrama, 1998.
© 2014 Josep Marc Laporta
Buen documento y buena conferencia! Gracias maestro!
ResponderEliminarEstamos en un mundo hipocrita y falso. Somos la hostia cuando queremos ayudar al prójimo necesitado porque damos con la mano derecha lo que les quitamos con la izquierda. Somos unos falsos de cojones y no creo en la solidaridad de muchas onegés que predican amor y paz y despues siguen haciendo lo mismo que critican cuando están en sus paises. Me gusta el artículo porque dice las cosas por su nombre aunque con un lenguaje muy fino para la mierda que hay. Aun se ha quedado corto, se lo digo. Y para mas un boton de muestra....... y el dinero que se desvía? Porque de eso también hay que hablar. Y se seguro que Laporta lo ha denunciado y ha hecho control de materiales, dinero y medicamentos desviados. Pienso que esto tambien es una deficiencia., mas que una deficiencia una inmoralidad. Y no me cuadra que no le de un espacio en el articulo. Es un tema muy importante que merece algo mas que un apunte de paso. Hay que practicar mas justicia social y controlar mas a las oenegés tanto seculares y religiosas.
ResponderEliminarMe sumo al comentario de Salva. Lo he vivido de cerca y conozco todas las formas éticas de desviar fondos, materiales, comida, etc.....
ResponderEliminarGracias Josep Marc!! Ya dispongo del apunte de la conferencia. Poco hay sobre el tema asi que la reescripción tiene mucho valor para nosotros. La repasaré y la transferiré a mis doctorandos. Me comentan de la necesidad de repetir la conferencia en dos sesiones, incluyendo más material que tal vez se haya eludido en ésta. Tendremos ocasión. Platicaremos.!
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