© 2014 Josep Marc Laporta
Reza un
antiguo aforismo español que hay que hacer de la necesidad virtud. Este
principio de sabiduría popular, aplicado al desarrollo social de la raza humana,
nos lleva a conjeturar que muchos de los avances de nuestro mundo son más
resultado de la incompetencia que de la cualidad. La virtud, como obligada dignificación
de la necesidad, de la parquedad o de la insuficiencia humana es uno de los
silogismos capitales que explicaría la razón iniciática e impulsora de los distintos
avances sociales. En este sentido, la sociología se vale de esta teoría popular
para explicar cómo muchas de nuestras conquistas sociales han sido resultado
más de la urgencia de resolución ante situaciones límite de dificultad, conflicto
y apuro humano que de la virtud que podría emanar de la nobleza y altura de
miras. Algunos breves ejemplos, en referencia
a los Derechos Humanos, revelan la realidad de la tesis.
La lenta
evolución de los Derechos Humanos en la historia emerge a partir del siglo XVII cuando empiezan a contemplarse declaraciones
explícitas en base a la idea contemporánea del ‘derecho natural’. En 1679, Inglaterra
incorpora a su constitución la Habeas Corpus Act (Ley de hábeas corpus) y, en 1689, la Bill of Rights (Declaración de Derechos). El primer registro del
uso de este recurso contra una autoridad establecida data de 1305 durante el
reinado de Eduardo I de Inglaterra, cuando el pueblo exigió al rey que rindiera
cuentas de la razón por la cual la libertad de un sujeto era restringida donde
quiera que esta restricción se aplicara. El extremado albedrío y autoridad del
rey sobre los súbditos fue la necesaria y no menos deplorable espoleta que el
pueblo emplearía, incitando a una obligada y posterior virtud, establecida bajo
el prototipo del Habeas Corpus romano y la Bill of Rights.
En Francia,
como consecuencia de la Revolución francesa, en 1789 se hace pública la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. La Revolución francesa
fue un conflicto social y político de primer orden, con diversos periodos de
violencia, que convulsionó Francia y, por extensión de sus implicaciones, a
otras naciones de Europa que enfrentaban a partidarios y opositores del sistema
conocido como el Antiguo Régimen. El mismo día que la Asamblea adoptó el nombre
de Asamblea Nacional Constituyente, el 9 de julio de 1789, Jean Joseph Mounier
presentó ante la Asamblea el informe del comité, en el que se recomendaba
redactar un preámbulo que enumerase los derechos fundamentales que la
Constitución debía respetar. Tras meses de redacciones, debates y votaciones,
la Declaración fue promulgada y se aprobó la abolición de los privilegios en
los que se basaba la sociedad del Antiguo Régimen y que la tiranía feudal se
había apuntalado, atropellando los derechos más elementales de los ciudadanos.
La Declaración fue la respuesta obligada a las demandas y urgencias sociales personificadas
en el abrupto periodo de la Revolución francesa.
Como
consecuencia de los desastres sociales y humanitarios de la Primera Guerra
Mundial, y ante el grave peligro que suponía que las guerras regionales
traspasaran todos los límites de las fronteras y la razón humana, provocando
nuevas escaladas bélicas de ámbito mundial, la Sociedad de Naciones impulsó los
Convenios de Ginebra sobre seguridad, respeto y derechos mínimos de los
prisioneros de guerra. Pero no fue hasta 1948, tras una nueva Guerra Mundial, que
la recién formada Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el documento
titulado “Declaración Universal de Derechos Humanos”, conjunto de normas y
principios, garantía de la persona frente a los poderes públicos. Tras los
desastres mundiales de la Segunda Guerra Mundial, la Carta Universal fue uno de
los resultados directos y más evidentes de que la humanidad estaba llegando a
su fin moral, por lo que era urgente y necesario establecer sólidos límites a la
barbarie humana, para dar un gran paso adelante hacia una nueva ética y virtud universal.
La teoría
de la necesidad y virtud se repite en múltiples escenarios de la historia
humana. Los límites de la sinrazón y la despótica opresión del potentado contra
el oprimido, contradictoriamente han estimulado de manera progresiva el avance de los derechos humanos y
sociales, como una imperiosa necesidad de superación por defecto. Desde las
luchas contra la esclavitud de los negros africanos en distintas etapas de la
historia hasta la liberación de la opresión social de la mujer en el siglo XX, la evolución
humana ha requerido de sus propias limitaciones y luchas internas para hacer de
la necesidad, virtud, alcanzando cotas de libertad y emancipación nunca antes sospechadas.
Sin
embargo, a pesar de las grandes conquistas sociales y de los avances éticos
respecto a la dignidad del ser humano, sus desigualdades y desdenes, la
historia se repite. Las injusticias mutan y se transforman, alcanzando
novedosas y modernas formas, variopintas actitudes y deplorables conductas. Y nuevamente se
impone la exigencia de superación por asfixia y sufrimiento social, implorando a la
necesidad, virtud. Es el triste camino de la superación humana.
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