© 2014 Josep Marc Laporta
Corría el año 1917 cuando Alexander Howard, un cristiano de raza negra de
Chicago, se acercó a la denominación pentecostal ‘Assemblies of God’ (AG) con
una peculiar petición. Solicitaba que este grupo de iglesias le enviara como
misionero a Liberia. Pero los líderes de las ‘Assemblies of God’ se negaron a
apoyarlo por causa de su color de piel. El racismo y la negativa de los líderes
de esta denominación cristiana norteamericana encaminó a Howard a unirse a
iglesias afroamericanas en Nueva Inglaterra y formar el United Pentecostal
Council of the Assemblies of God (UPCAG) en 1920. La nueva denominación pronto
envió Howard a Liberia, donde abrió 18 iglesias en este país. Casi cien años
después, en 2014, las dos denominaciones (AG y UPCAG) redujeron sus históricas diferencias
sobre los derechos humanos en un acuerdo de unión estructural.
Marzo del 2013. Marcos Feliciano, diputado por el Partido Social Cristiano
(PSC) en el Congreso de Brasil, fue elegido presidente de la Comisión de
Derechos Humanos de la Cámara. Sin embargo, su elección causó grandes polémicas
en el país y el rechazo de grupos de derechos humanos por sus posiciones contra
la homosexualidad, de la cual sostiene que «incita al odio y al crimen», y por
declaraciones en las que supuestamente habría afirmado que la raza negra ha
sido «maldecida» por Noé. El parlamentario Feliciano, que es presidente y
pastor de la Asamblea de Dios Catedral del Avivamiento, manifestó que cuando
los Beatles se autoproclamaron «más populares que Jesucristo» y afirmaron que
el grupo era como «una nueva religión», «afrontaron a Dios» y eso «nunca queda
impune», por lo que Lennon fue asesinado con «un tiro en nombre del Padre, otro
en nombre del Hijo y otro en nombre del Espíritu Santo». Sin duda, tras este
suceso podemos constatar que los derechos humanos han sido transgredidos, una
vez más, en el seno del mismo cristianismo.
Enero del 2014. La
Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo, radicada en Colombia, sostiene que
los lisiados o personas con ausencia de algún miembro del cuerpo, como un
brazo, una pierna o incluso un ojo, no pueden tener un ministerio público ni
subir al púlpito para predicar. María Luisa Piraquive, fundadora y pastora en
dicha organización eclesial, aludió a una cuestión de conciencia, especificando
que ‘queda mal’. El razonamiento de Piraquive le llevó a asegurar que la
cuestión de conciencia tiene que ver con el qué dirá la gente, siendo el asunto
una cuestión de estética. Una vez más, los derechos humanos han sido
transgredidos en el seno del mismo cristianismo.
Septiembre del 2013. En medio del Te Deum que se realizó en la Catedral
Evangélica de Santiago de Chile, el obispo Eduardo Durán pidió perdón en nombre
de su Iglesia por «nuestras actuaciones, reacciones y omisiones» durante el
régimen militar. «Perdón por no haber hecho lo suficiente cuando nuestro pueblo
era privado de sus derechos o cuando era hostilizado por pensar distinto.
Pedimos perdón por nuestras actuaciones, reacciones y omisiones y por todo
cuanto pudiéramos haber ofendido a algunos de nuestros compatriotas», dijo el reverendo
en su intervención. En la ceremonia, a la que asistió el Presidente Sebastián
Piñera y algunos candidatos, entre ellos Evelyn Matthei y Michelle Bachelet, el
obispo Eduardo Durán señaló que «la
única forma de sanar las heridas» es a través del perdón.
Históricamente y, también, contemporáneamente, entre los principios de la Confesión
de Fe de las iglesias cristianas y los Derechos Humanos de la Declaración
Universal de la ONU de 1948 hay mucha distancia ética y estética. La gran defensa, respeto y genérica aplicación
de las iglesias cristianas a sus propias y particulares confesiones de fe,
contrasta con la ligereza y superficialidad con la que se observa la Carta
Magna, hasta el punto de que, amparados fervientemente en interpretaciones bíblicas
muy sesgadas, un gran número de iglesias cristianas y religiones alrededor del mundo vulneran muchos de
los principios universales que sostiene dicha Carta.
La gravedad de esta circunstancia no estriba exclusivamente en sucesos de
gran relevancia mediática, como los reseñados anteriormente, sino en las
múltiples e inapreciables transgresiones de –digámoslo así– menor calado. El acoso religioso sobre la individualidad y libertad de decisión,
bajo el pretexto de una evangelización urgente y definitiva, o la coacción pastoral
sobre el creyente-feligrés, refugiándose en la imposición de una ciega
obediencia jerárquica, son algunos de los más variados anacronismos que hoy en
día aún persisten en muchas comunidades cristianas.
Amparados en ‘confesiones de fe’ básicamente teológicas, genéricas y
generalistas, y en particulares interpretaciones bíblicas o en disciplinas
eclesiales coercitivas, los derechos humanos acostumbran a quedar relegados a
aspectos más evidentes o 'políticamente aparentes'. Sin embargo, el respeto al ser humano en
todo su ámbito psicológico, social, cultural y de íntima dignidad es
menospreciado ante el desafío e intimidación religiosa, suplantando el
libérrimo ejercicio del Espíritu Santo en su tiempo y forma. En muchos casos,
ante la urgente necesidad de ver y alcanzar resultados y metas espirituales y, por qué
no, de alcanzar mayor gloria religiosa, en muchas iglesias se rebasan arbitrariamente
los límites de los derechos más elementales del ser humano.
En los dinteles, en los frontispicios o en las cabeceras web de las
iglesias cristianas del siglo XXI tendrían que convivir en igualdad de condiciones las dos
cartas de principios de conducta interna y externa: la Confesión de Fe y los Derechos Humanos, como una atrevida apuesta
de concordia y conciliación universal. E igualmente debería suceder lo mismo en
toda religión no cristiana del planeta. Sería la necesaria prueba de fuego que
avalaría una buena cordialidad entre religiones, confesiones y sus ascendencias
culturales y sociales. Y, cómo no, una innegable evidencia documental que
obligaría a saludables prácticas y maneras.
La compaginación entre los principios de fe y los fundamentos de
convivencia más elementales, permitiría vislumbrar un nuevo horizonte de justicia
y misericordia humana más acorde con la auténtica justicia y misericordia
divina. Porque, al fin y al cabo, en la Carta Universal de los Derechos Humanos
se trasluce perfectamente el eterno alcance de las verdades bíblicas y las enseñanzas
de Jesús: su profunda huella en nuestra diminuta historia.
© 2014 Josep Marc Laporta
eso de poner la confesion de fe y la carta de los derechos humanos esta muy bien.- asi nos ahorrariamos problemas y quien no lo pusiera se les veria los chilles
ResponderEliminarMuy de acuerdo con tu artículo. Deseo que nuestro Dios te bendiga y guarde. Pasan los años y sigues siendo de bendición aunque de otra manera. DTB
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