© 2014 Josep Marc Laporta
Miércoles, 1 de enero del 2014. Concierto de Año Nuevo, Das Neujahrskonzert der Wiener
Philharmonike. La Orquesta
Filarmónica de Viena –tal vez la orquesta más importante del mundo junto a la
Filarmónica de Berlín– interpreta uno de los conciertos más esperados de la
temporada musical: el Concierto de Año Nuevo.
Fundada en 1842 por Otto Nicolai,
la Wiener Philharmoniker ofrece una entrañable
actuación de música clásica y valses de Johann Straus para una audiencia
potencial de 1.000 millones de personas en todo el mundo. El majestuoso
auditorio, la Sala Dorada de
la Musikverein de Viena, presenta
anualmente sus mejores galas, con un selecto público que desde más de un año
antes ya ha adquirido su entrada.
Sin embargo la orquesta ha sido catalogada repetidamente de sexista y
racista. Hasta el año 1997 no tuvo una mujer en plantilla. La primera dama en
participar con la Filarmónica, la arpista Anna Lelkes, estuvo durante más de 20
años tocando sin pertenecer oficialmente a la formación. La Wiener Philhar-moniker toma sus decisiones democráticamente
por todos los músicos en plantilla. Pero esta acertada regulación desvela una triste
realidad: un tercio de sus miembros aún hoy se niegan a la contratación de
mujeres. En el año 2003, uno de los músicos afirmó en una entrevista: «Tres mujeres ya es mucho. Cuando tengamos un veinte por
ciento, la orquesta estará arruinada. Hemos cometido una gran equivocación y lo
lamentaremos amargamente». Curiosamente, en noviembre del 2005 la
orquesta fue dirigida por primera vez por una mujer, la australiana Simone
Young; y en 2011 otra mujer fue la violín concertino o primer violín.
El sexismo no ha sido la única deficiencia ética achacable a la Wiener Philharmoniker, también ha sido acusada de racismo.
Después de la Segunda Guerra Mundial (1945), la orquesta, como muchas otras, hacía
audiciones a ciegas para admitir a sus músicos, detrás de una mampara, como una
ocultación visual para que la imagen del instrumentista no interfiriera en la elección.
No obstante, la orquesta rechazó emplear esta fórmula de selección. Otto
Strasser, un antiguo presidente de la Filarmónica, alude a ello en sus memorias:
«Una grotesca
situación sucedió después de mi retiro que no pudo revertirse de ninguna
manera. Un aspirante fue calificado como el mejor, y al levantar la pantalla,
allí estaba de pie un japonés ante el atónito jurado. Sin embargo, no fue
contratado porque su cara no encajaba con la 'Pizzicato-Polka' del Concierto de
Año Nuevo». La Wiener Philharmoniker se
considera heredera directa de la música centroeuropea, del imperio
austrohúngaro.
Daniel Barenboim fue el director invitado en el concierto del 1 de enero del
2014. Barenboim, hijo de alemanes, nació en Argentina y es una de las pocas
personas en el mundo que posee cuatro nacionalidades: es argentino, español, judío
y palestino. Como pianista su carrera ha estado marcada por la precocidad. Debutó
en Buenos Aires a los siete años con un éxito tal que fue invitado por el Mozarteum de Salzburgo a continuar sus estudios en esta ciudad.
Como director de fama internacional, Barenboim fue la segunda persona que hizo
tocar Tristan e Isolda de Wagner en Israel. Por su pensamiento antisemita, Richard
Wagner es tabú en el país hebreo, pero Daniel fue uno de los primeros en interpretarlo
en Jerusalén. Él es uno de los fundadores de la orquesta del Diván, formada por
músicos de Palestina e Israel. Y, sobre todo, es una persona muy comprometida
por la paz en el mundo.
Como es costumbre, el Concierto de Nuevo Año termina con la interpretación
del Danubio Azul y, como bis final, es obligada la Marcha Radetzky al compás de
las palmas del público. Sin embargo, a diferencia de otros años, Daniel
Barenboim no dirigió las rítmicas palmas. En su lugar saludó uno a uno a todos los
integrantes de la orquesta, estrechando la mano, caminando entre los atriles,
los músicos y los instrumentos, mientras que la orquesta tocaba sola. Al llegar
al lugar donde estaba Charlotte Balzereit, la arpista, se detuvo de manera
especial con un gesto afectivo, dedicándole unos entrañables segundos. La
pregunta que se nos plantea es la siguiente: ¿cómo es que este hombre, que
tiene una gran sensibilidad por la paz, se salta la tradición de dirigir al
público asistente y da la mano a cada uno de sus músicos durante la interpretación
de la Marcha Ravesky? Para encontrar respuestas hay que viajar unos siglos
atrás en la historia.
Napoleón es derrotado definitivamente en 1815 en la batalla de Waterloo y
Europa lucha por volver a las libertades perdidas. En Italia, las ansias de liberación
crecen y el 9 de marzo de 1842 se estrena triunfalmente en la Scala de Milán, Nabucco,
de Giuseppe Verdi. La melodía del coro ‘Va pensiero’ se convierte en la canción
de súplica y combate de todos los patriotas italianos que se identifican con el
pueblo hebreo en su hora más difícil y se esfuerzan por liberarse de la
dominación extranjera, del imperio austrohúngaro. Pero un silencioso invitado
está presente en el memorial concierto. El mariscal de campo y general de unas
ya muy desvalidas tropas austríacas, el conde Joseph Radetzky, asiste al
concierto y presencia el clamor del pueblo italiano por su libertad.
Radetzky, que contaba ya con 76 años, mandó mensaje a Viena informando de
lo que estaba sucediendo y de la creciente ansia de libertad y unificación de
los italianos. Pero Viena no atendió a la información, y las demandas de
Radetzky pasaron prácticamente inadvertidas. Sin embargo, seis años más tarde,
en 1848, se produjeron en toda Europa las revoluciones liberales burguesas y
los italianos se alzaron en armas con la intención de expulsar a los
austríacos. En principio lo consiguieron, pero el único general que resistió
con sus escasas tropas fue Joseph Radetzky. Combatiendo a un adversario tras
otro, fue capaz de ganar tiempo hasta la llegada de refuerzos, y así consiguió
el triunfo final en la Batalla de Novara el 23 de marzo de 1849.
La gesta de Radetzky en medio de unas condiciones militares devaluadas
significó para los austríacos un acto supremo de reafirmación nacional. En
conmemoración de la victoria de Radetzky sobre los italianos, Johann Strauss (padre)
compuso una marcha militar, la Marcha Radetzky, que año tras año concluye el
Concierto de Año Nuevo en Viena al ritmo de las palmas y aplausos del implicado
público asistente.
La gesta militar de Joseph Radetzky y el gesto de paz de Daniel Barenboim
se unen en el tiempo pero con distinto significado.
Miércoles, 1 de enero del 2014. El saludo de Barenboim a cada uno de sus
músicos mientras suena la Marcha Radetzky es una declaración de paz en el más
amplio sentido del término. El significativo saludo, entrañable y afectivo a la
arpista Charlotte Balzereit explica la altura ética del director, construyendo
razones y argumentos contra la violencia, el sexismo y el racismo. Un aparentemente intrascendente
saludo que transforma la gran historia con el gesto de una pequeña historia.
© 2014 Josep Marc Laporta
que bueno! Bonita historia
ResponderEliminarProfunda moraleja y interesante enseñanza.... Me gustan estas historias
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