–Introducción sociológica sobre la libertad de
África–
© 2013 Josep Marc Laporta
El preámbulo de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el primer considerando,
manifiesta que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por
base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e
inalienables de todos los miembros de la familia humana”. La libertad, valor supremo de la raza humana, es consustancial con el progreso y la evolución de los pueblos. Ejercerla conlleva una actitud cabal de responsabilidad, por lo general, aprendida y ensayada en etapas formativas históricas. No obstante, este alto propósito social de convivencia, en África[1] ha estado y sigue estando seriamente afectada y condicionada.
inalienables de todos los miembros de la familia humana”. La libertad, valor supremo de la raza humana, es consustancial con el progreso y la evolución de los pueblos. Ejercerla conlleva una actitud cabal de responsabilidad, por lo general, aprendida y ensayada en etapas formativas históricas. No obstante, este alto propósito social de convivencia, en África[1] ha estado y sigue estando seriamente afectada y condicionada.
Las turbulentas estructuras
sociales actuales, mayormente provenientes de la confluencia entre las ancestrales
organizaciones tribales, las distintas colonizaciones y la globalización, mantienen
profundas huellas sociales, condicionando la libertad en el continente negro y
lacerando la dignidad e igualdad que defendemos en Europa.
Liberia recibe su nombre
de la libertad; significa tierra libre. En 1822, la Sociedad Americana de
Colonización designó Liberia como el lugar donde enviar a esclavos
afroamericanos liberados. Los afroamericanos emigraron gradualmente a la
colonia, formando un grupo del que descienden muchos de los actuales
liberianos. Pero en los últimos años, este país se ha visto inmerso en dos
guerras civiles (1989–1996) y (1999–2003) que han desplazado a cientos de miles de
sus ciudadanos, devastando la economía y las responsabilidades sociales de la población. Liberia y libertad son dos conceptos contrapuestos y una auténtica
paradoja de la realidad sociológica de los pueblos de África. A día de hoy,
Liberia está sumida en una profunda pobreza que hipoteca cualquier futuro. Sirva
este ejemplo introductorio para esbozar la realidad y certificar que una antigua
y ansiada libertad individual y social ha sido truncada, convirtiéndose en la auténtica
radiografía del continente negro.
EL COLONIALISMO Y SUS IMPLICACIONES SOCIALES
En África se ha
perpetrado la peor infamia de la historia: el secuestro y tráfico de personas
durante siglos por las potencias occidentales. El colonialismo –esa mirada
romántica que en Europa tenemos del continente negro, auspiciada por fascinantes
relatos misioneros, viajes de aventuras y melancólicas películas– significó la
mayor devastación de culturas y riquezas naturales y ancestrales, condenando a
sus habitantes a la pobreza estructural y a un servilismo sociológico. Los
colonizadores, además de la dominación política, de saquear las riquezas
naturales y de traficar con seres humanos,[2]
desplegaron sobre los nativos una estructura de relaciones sociales muy nocivas
y perversas. La dependencia psicológica hacia los colonizadores condicionó el posterior
desarrollo en libertad de cada pueblo.
Para analizar a grandes
rasgos el colonialismo y sus implicaciones sociales, es preceptivo vincularlo
con el capitalismo y su expansión sociocultural. En un sentido general, el
colonialismo tiene una gran relación con el proceso del desarrollo del sistema
capitalista mundial durante los siglos XVIII al XX. Los avances occidentales hacia un orden
socioeconómico común, con la propiedad privada y el capital como herramienta de
producción, y las relaciones económicas sometidas a las actividades de
inversión y obtención de beneficios, dio razón de ser y alas al colonialismo.
Europa miró a África. Fue una mirada codiciosa y avariciosa que trastornó el
desarrollo natural de los ancestrales pueblos de raza negra.
Una primera alteración la
encontramos en la interlocución social. Los colonizadores estipularon fórmulas
de relación unidireccionales basadas en la creación de castas interlocutorias,
disgregándolas del pueblo. Es decir, establecieron gobiernos unilaterales con
dominio político de las potencias colonizadoras sobre las diversas regiones. Este
fue el modelo de los británicos, con su sistema Indirect Rule: el
dominio indirecto de las poblaciones africanas a través del control directo de
los jefes tradicionales y la aristocracia feudal indígena. Los gobernantes nativos,
aunque parecían mantener un poder independiente sobre sus súbditos, en realidad
eran meros servidores del Imperio Británico. Este no titubeaba en deponerlos cuando
alguno de ellos se mostraba reacio a la situación o era contrario a alguna
directriz. Esta correa de transmisión mal escalonada y autárquicamente diseñada,
propiciaría un, aún más, fortalecimiento artificial de la clase aristocrática
africana sobre la masa popular, cometiendo nuevas alienaciones que quedarían
lejos de la antigua paz tribal, donde el respeto y la consideración era un
valor de convivencia y libertad tradicional. Muchas de las guerras africanas
del siglo XX tienen su origen en la
desintegración antropológica y la alteración y desplazamiento de las placas
tectónicas sociales.
A diferencia del
británico, el sistema francés de administración directa, estableció
autocráticos gobiernos sin contar con los jefes tradicionales de los pueblos y
tribus. Este modelo desbarató las tradicionales estructuras políticas y
sociales de los pueblos africanos, las cuales muy pronto decayeron y se
transformaron. Al no poder ejercer la autoridad de antaño, los jefes tribales
optaron por mantener una apariencia de sometimiento, aunque con movimientos subterfugios
de rebelión. Posteriormente, esta actitud propició distintos enfrentamientos armados
y disputas sociales de gran alcance, motivadas por el vaciado cultural y social
que el colonialismo estaba infringiendo. Aquella nueva y artificial estructura
desbarató el sentido de libertad de los pueblos tribales, que durante siglos se
habían mantenido cohesionados alrededor de sus particulares evoluciones
antropológicas.
EL MULTILINGÜISMO Y LA DISECCIÓN IDIOMÁTICA
África no es una unidad
étnica y lingüística homogénea. Esparcidos en el territorio africano conviven
miles de lenguas, miles de dialectos y miles de tribus con identidad propia y
diferenciada. En sus orígenes nunca compitieron entre sí para la imposición de
unas lenguas sobre otras o por la superioridad de identidades. Los
enfrentamientos sociales entre tribus y pueblos fueron las propias de sus
primitivas sociedades: la supervivencia y el derecho al alimento que les
proporcionaba la tierra, su cuidado y cultivo para subsistencia. Las nuevas
hostilidades europeas, más ilustradas y culturalmente más evolucionadas,
significaron un serio quebranto de la libertad antropológica que disfrutaban.
El nuevo modelo idiomático importado por los colonizadores, cercenó la
estabilidad de cada pueblo o territorio, desbaratando las particulares unidades
lingüísticas y sociales, provocando un nuevo servilismo y control social.
Los colonizadores
utilizaron la lengua para someter a los pueblos. Enseñada y compartida con los
jefes tribales como medio para entenderse en la gobernabilidad de los
territorios, el idioma francés, inglés o español estuvieron lejos del alcance
del pueblo común, manteniendo sus propias lenguas y dialectos. Las tres capas
sociales –colonizadores, jefes tradicionales y pueblo– hablaron diferente. La
lengua colonizadora sirvió para confinar y excluir a la masa, abandonándolos a
su propio idioma y dialecto, no en razón de su natural riqueza étnica sino por
dejación y desprecio lingüístico. Mientras los colonizadores hablaban su propio
idioma de origen, con todos sus giros lingüísticos y riqueza semántica, los
jefes e intermediarios aprendieron parcamente una nueva lengua, que utilizarían
para resaltar aún más, y de manera distinta a lo anterior, su supremacía sobre
el pueblo, provocando una nueva realidad sociológica: el idioma no sólo
serviría para entenderse y comprenderse, sino que sería elemento indispensable
en la creación de un nuevo distanciamiento social, con disgregaciones culturales.
La libertad de los
pueblos tiene en la conciliación lingüística uno de los conceptos base de su
armónica prosperidad. Cuando se disecciona esa libertad por medio de la
intrusión de una lengua extraña de tintes imperialistas, el sometimiento
psicológico y la división cultural y social es inminente y permanente. Como un
apunte histórico, entre otros, reseñaré lo benefactor que fue para el
crecimiento económico y social de Finlandia la plena asunción de su propia
lengua. Invadida idiomáticamente por el alemán y con el finés en situación de
franca desaparición (80%
frente al 20% de utilización respectivamente), a principios del siglo XX el gobierno determinó
fortalecer el finés como lengua común del país y como instrumento de progreso
social, cultural y económico. Congregados alrededor de una lengua, la
comprensión y edificación del proyecto de futuro fue mucho más viable y
accesible. No obstante, el finés nunca fue en detrimento del inglés o el
alemán, pues en la actualidad ambos gozan de un notable conocimiento entre sus
ciudadanos. El caso finlandés es un buen ejemplo de cómo la lengua puede
participar positivamente en la libertad social, política y estructural de un
país.
En la actualidad, la
complejidad multilingüística de África obstaculiza la libertad y el desarrollo
de sus pueblos; pero ello no es debido a la riqueza de sus idiomas y dialectos,
sino a la invasión cultural y colonizadora, que estableció que en esos
territorios habría lenguas de categoría superior y lenguas de cualidad
secundaria, aunque masivas en su uso. Un ejemplo de ello es Camerún, donde se
habla principalmente francés e inglés. No obstante, existen más de 239 lenguas
en el interior del país que no compiten con las dos primeras, sino que
subsisten por generación espontánea y evidencia lingüística y social. Porque se
hablan, existen. Su pequeña (comparativamente), aunque importante, realidad
histórica y la incapacidad política de vertebrarlas alrededor de un proyecto
común de país, con los acomodos y conciliaciones lingüísticas necesarias, es lo
que las ha dejado en evidencia bajo la tiranía del sistema de lenguas. La
libertad de los pueblos emerge del respeto a su patrimonio común y de la
vertebración de su lengua, léxicos y lenguajes, a fin de entenderse y
comprenderse internamente sin imposiciones colonizadoras, y de darse a entender
externamente, también sin exigencias imperialistas. El bilingüismo natural, no
político, es un valor añadido para la libertad de un pueblo. No obstante, el
reconocimiento y protección de una lengua común y propia de la tierra – dígase
oficial o de uso general, regional o nacional– es vital para la vertebración de
un proyecto común. El grave problema para la libertad social de África es que
nunca han existido políticas lingüísticas en el gran maremagnum multidiomático,
lo que facilita que la lengua importada sea patrimonio de una casta superior o
de ciudadanos bien relacionados con el poder, dejando a muchas personas al
amparo –en este caso, desamparo– de sus ancestrales lenguas.
EL PRINCIPIO TERRITORIAL Y EL DEL PARENTESCO
Tradicionalmente,
África fue tierra de parentescos. Es decir, la base de organización social de
sus pueblos lo constituyen los lazos de parentesco. Solo en años recientes y a
raíz de la presencia colonizadora de los europeos en África, el principio territorial
ha ido sustituyendo al principio de parentesco como factor dominante en la
integración política y social. Antes de la colonización, los pueblos no
conocían la propiedad privada de la tierra. La tenencia de la tierra era
colectiva: comunal o tribal. Y a día de hoy aún lo sigue siendo en la mayor
parte del continente. El trueque era el modelo de intercambio comercial, en
lugar de la moneda.
Los
lazos de parentesco fueron y aún siguen siendo muy consistentes y determinantes
en la cohesión social de África. En realidad, las tribus son familias amplias
reunidas en torno a una microsociedad autoabastecida. El modelo de tribu
permite la autogestión controlada, una economía sin moneda y un desarrollo
social tan lento y parsimonioso que su estructura podría permanecer inalterable
durante siglos.
Los pueblos africanos se
sentían libres y capaces en sus formatos de libertad que, pese a parecer
primitivos, permitía la realización social de todos sus miembros. Pero la
llegada europea rompió en dos las estructuras tribales y comunales para dar
paso al principio de la tierra. La tierra se convirtió en producción, y sus
frutos no fueron para la subsistencia diaria sino para generar vías de comercio
y, al final, progreso y riquezas intangibles.[3]
Mientras que para los colonizadores, África era una inmensa despensa llena de
recursos naturales a usurpar, para los nativos era su cocina diaria. La
apreciación troncal de ambos difería en la conciencia de riqueza. Unos veían
inmensas fortunas a explotar; los otros entendían la tierra como el sustento cotidiano,
ajeno a cualquier excesiva utilización más allá de lo diario. Es por ello que
los conceptos de libertad social sufrieron graves encontronazos éticos. Para
los africanos, defender la familia y la tribu era defender la tierra y su
subsistencia; para los colonizadores, defender la tierra y sus riquezas era
defender el desarrollo social y económico de su sociedad: dos modelos de libertad
absolutamente contrapuestos.
LAS RELIGIONES OCCIDENTALES Y EL ASCENSOR SOCIAL
Se
hace difícil sintetizar en este apunte todas las religiones que conviven en
África. En la mayor parte del continente se profesan religiones tradicionales
africanas, que denominamos animistas. No obstante, el Islam es muy
preponderante en el norte y en el África occidental y oriental. Y a partir del
siglo XX, el cristianismo, con
dos grandes familias históricas como son el catolicismo y el protestantismo, ha
tenido una creciente importancia e implantación, gracias a la gran colonización
del siglo XIX
y a los
esfuerzos misionales del XX
y XXI.
Como
en Europa, tanto el islamismo como el cristianismo se encuentran en África mezclados
o aliados con un cierto sincretismo, pero en mayor medida. Y aunque provienen de tradiciones y conceptualizaciones distintas,
en el continente negro conviven misceláneamente y con facilidad el kimbanguismo
con el cristianismo o cristianismos, el vudú con el yoruba o el hinduismo con
el budismo y el bahai, entre otros. La fotografía resultante es que las
grandes religiones han acaparado todas las regiones africanas, conviviendo y
mezclándose con otras de autóctonas, provocando nuevos conceptos de religión o
espiritualidad.
El
sincretismo es el alma de las religiosidades africanas. En el continente negro
se unen o mezclan, con fines inciertos, distintas religiones, animismos y
espiritualidades con el propósito de salvaguardar y asegurar materialmente el
presente, el futuro y la eternidad. Es un recurso de múltiple amparo para adquirir cobertura de todas las probabilidades divinas y, también, para asegurar las
humanas y recibir protección social. Este último concepto es lo que denominamos
ascensor social religioso, un tipo de movilidad social ascendente de superación para
lograr una nueva y mejor posición o estatus. Superarse, crecer o mejorar es lo propio
de la condición humana. Para tal fin, los mecanismos utilitaristas pueden ser
muy variados y válidos. Es en este punto donde en África se observa cómo las religiones
mayoritarias, especialmente las cristianas, irrumpen y son muy aceptadas entre
los nativos, ya sea por reales necesidades espirituales, por urgente anhelo de
superación social y cobertura de vida material o por la complementación de ambas. Es lo que denominamos constantinización
por necesidades primarias.
Pero en realidad, las
condiciones psicológicas de libertad y libre voluntad de los que asumen nuevas
religiones con fines de seguridad propia no son las más deseables. En la mayoría de los
casos, la necesidad de asistencia y exigencia material y social supera la
realidad espiritual, por lo que la libertad de creencia y cabal elección está condicionada. Y aunque existen innumerables intenciones y realidades espirituales
difíciles de clasificar, sí que, por lo general, el africano se acerca o alista a una
nueva religión más por razones de estatus, superación personal y social, y
acercamiento al mundo occidental, que por un íntimo deseo de creencia espiritualmente transformadora. Una prueba de ello, aunque parcial, es que cuando emigran a Europa, no sucede similar comportamiento. Mientras tanto, las estadísticas religiosas del primer mundo contabilizarán grandes
resultados misionales con números crecientes y datos incuestionables sobre el papel.
La tesis de que el fin espiritual puede justificar cualquier medio, es una probabilidad de ámbito puramente de designio y voluntad divina. No obstante, dentro de nuestra realidad humana, un persistente punto de partida basado en cualquier tesis de esa naturaleza se convierte en un contrasentido, ausente de ética y de una saludable responsabilidad social. Es en este punto donde, en el caso del cristianismo, las palabras de Jesús declarando que "la verdad os hará libres" (Juan 8:32) también es una llamada de liberación sociológica. La auténtica libertad expresada por Jesús es, concretamente, la verdad que exonera de la esclavitud del pecado; no obstante, ser parte de un linaje o descendencia (de Abraham) como objetaban sus discípulos, no es razón suficiente para una liberación espiritual. La auténtica libertad que predicó Jesús nace de una profunda transformación interior y se extiende hacia todos los ámbitos de lo social y de la sociedad, en mayúsculas. Sin embargo, muchas veces la buena nueva espiritual queda recluída en la reincidencia religiosa, con aplicaciones sociales paralelas y sectáreas, creadoras de nuevas pertenencias y afiliaciones, abstraídas en la retroalimentación y regocijo de una libertad espiritual ensimismada.
La gran penetración que ha sufrido el continente negro de un modelo de cristianismo muy mediatizado por las emociones espirituales, con su notable capacidad de comunicación, y de acaparar y absorber deseos y voluntades, ha generado novedosos comportamientos sociales. La nueva modalidad de ascensor social religioso africano, que provoca la cesión o dejación del tiempo y de grandes áreas de la vida del simpatizante o nuevo creyente a fines eclesiales, facilita en gran manera la implementación de este tipo de fe, alcanzando altas cotas de aceptación. Sin embargo, este modelo de cristianismo, en realidad provoca una pérdida más de libertad e independencia del africano, ya que aquél no puede proporcionar un progresivo, consecuente y estable desarrollo personal dentro de unas estructuras sociales muy inestables e insuficientes, reduciendo el impacto social de la fe. En realidad, introduce un nuevo modelo de caridad y beneficencia a través de la superasistencia espiritual, con estructuras protectoras y asistenciales paralelas a las auténticas realidades sociales africanas.
La tesis de que el fin espiritual puede justificar cualquier medio, es una probabilidad de ámbito puramente de designio y voluntad divina. No obstante, dentro de nuestra realidad humana, un persistente punto de partida basado en cualquier tesis de esa naturaleza se convierte en un contrasentido, ausente de ética y de una saludable responsabilidad social. Es en este punto donde, en el caso del cristianismo, las palabras de Jesús declarando que "la verdad os hará libres" (Juan 8:32) también es una llamada de liberación sociológica. La auténtica libertad expresada por Jesús es, concretamente, la verdad que exonera de la esclavitud del pecado; no obstante, ser parte de un linaje o descendencia (de Abraham) como objetaban sus discípulos, no es razón suficiente para una liberación espiritual. La auténtica libertad que predicó Jesús nace de una profunda transformación interior y se extiende hacia todos los ámbitos de lo social y de la sociedad, en mayúsculas. Sin embargo, muchas veces la buena nueva espiritual queda recluída en la reincidencia religiosa, con aplicaciones sociales paralelas y sectáreas, creadoras de nuevas pertenencias y afiliaciones, abstraídas en la retroalimentación y regocijo de una libertad espiritual ensimismada.
La gran penetración que ha sufrido el continente negro de un modelo de cristianismo muy mediatizado por las emociones espirituales, con su notable capacidad de comunicación, y de acaparar y absorber deseos y voluntades, ha generado novedosos comportamientos sociales. La nueva modalidad de ascensor social religioso africano, que provoca la cesión o dejación del tiempo y de grandes áreas de la vida del simpatizante o nuevo creyente a fines eclesiales, facilita en gran manera la implementación de este tipo de fe, alcanzando altas cotas de aceptación. Sin embargo, este modelo de cristianismo, en realidad provoca una pérdida más de libertad e independencia del africano, ya que aquél no puede proporcionar un progresivo, consecuente y estable desarrollo personal dentro de unas estructuras sociales muy inestables e insuficientes, reduciendo el impacto social de la fe. En realidad, introduce un nuevo modelo de caridad y beneficencia a través de la superasistencia espiritual, con estructuras protectoras y asistenciales paralelas a las auténticas realidades sociales africanas.
BREVES CONCLUSIONES
A día de hoy, África continúa
sufriendo en sus carnes y gentes aquellos radicales cambios de modelo social.
La resistencia sociológica de los africanos se aprecia en una latente indocilidad
respecto a aquel ancestral patrón de convivencia, que les hizo libres y
autogestionados durante siglos, pese a su primitiva socialización. Frente a ello, la pasada colonización y, ahora,
la confluencia de la descolonización del continente con la globalización
universal, están provocando nuevas agitaciones sociales, difíciles de
gestionar. En realidad, el sistema social africano está basado en lazos de
clientelismo. La corrupción en África no es accidental, sino que es la base de
la forma cómo se organizó la sociedad tras las distintas colonizaciones. Forma
parte del beneficio de los grupos de poder que sea así, porque les ayuda a
mantenerse en el poder, y excluyen así los adversarios no sólo de la escena
política sino también de la económica.
La libertad, como instrumento
de elección autónoma dentro de la cohesión social, quedó muy oprimida en el
alma africana. La complejidad del continente y la severa globalización, que
también ha penetrado fuertemente en el África negra, depara pocas opciones de
futuro libre. La mayoría de los países tienen una pesada carga en su historia,
con gobiernos tiranos, guerras tribales y nuevos modelos de terrorismo. Etiopía,
Ruanda y Burundi, naciones precoloniales que mantuvieron sus originales fronteras,
han sido un desastre. Liberia está sumida en el descontrol. Mali es centro de
luchas fraticidas entre hermanos. Guinea Ecuatorial se mantiene bajo un
silencioso protectorado misional ajeno al poder y a una influencia definida. Nigeria lucha para superar sus
propios conflictos internos. La República Central Africana está en guerra, con
más de 100.000 refugiados en el vecino Camerún. Y la lista continua… Mientras
que Botswana, que se construyó de manera artificial, ha sido un éxito.
La esperanza de una
libertad social para África la abrigamos en referentes como Madela o Desmond
Tutú y en modelos políticos como Botswana. Cuando en 1966 se independizó del
Reino Unido, Seretse Khama, el primer presidente del país, se convirtió en el
artífice del milagro botswanés. Los grandes yacimientos de diamantes en el
territorio de la tribu de la que era el jefe, sirvieron para dinamizar el país.
En lugar de apoderárselas, nacionaliza el subsuelo del país, llega a un acuerdo
con empresas sudafricanas y utiliza los diamantes para hacer carreteras, escuelas
y centros hospitalarios. A día de hoy, su hijo mantiene el legado de su padre,
como presidente electo y democrático de Botswana. La libertad del continente negro pasa por
decisiones éticas en lo político y social, con atención a las necesidades
estructurales de la población. Hay esperanza de libertad, pero a largo
plazo.
[1] Por
África negra se entiende toda aquella parte del territorio del continente
africano que queda al sur del Sahara, originalmente poblado por la raza negra.
[2] Se calcula que en dos siglos,
África perdió más de cien millones de personas por la trata de esclavos, sin
contar aquéllos que perdieron la vida en la lucha contra los dominadores.
Amigo Josep, me gustó este articulo africanista que llama las cosas por su nombre sin miedos.Este continente está emergiendo y tiene mucho potencial humano, pero los gobiernos son un fracaso.. El futuro inmediato es ya un polvorín, que no se a donde ira a parar. Todos esperamos que la globalización sea un poco nuestra salvacion. Saludos de Frank.
ResponderEliminarMuy interesante. Le felicito por el buen trabajo que realiza en favor de los más desfavorecidos y de África, este continente con tantas desigualdades culturales, sociales y humanas. Que el trabajo que realizan alcance el fin que todos deseamos de manera útil y efectiva. Y que Dios nos libre de salvadores africanistas que importan nuevos errores sobre errores.
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