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· La mentira, relación social enferma

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La historia de Pinocho, mintiendo para conseguir sus objetivos, podría ser el resumen del tema. Pero en realidad, todo comenzó en la cuna. “En los niños la mentira está relacionada con la inteligencia”, explica Victoria Talwar, investigadora de la Universidad McGill de Montreal. El bebé empieza a mentir a los ocho meses cuando, por ejemplo, llora sin motivo para atraer la atención, dice Vasudevi Reddy, autor del libro How infants know minds. “Los niños van adquiriendo madurez diciendo mentiras”, afirma el sociólogo Ignacio Mendiola.

José Luis Catalán, psicólogo, advierte: “Los niños ven que es más fácil obtener las cosas con la mentira”. Para rematarlo, Oscar Wilde asegura que quien dijo “la primera mentira fundó la sociedad civil” y Platón indica que mentir de forma consciente y voluntaria “tiene más valor que decir la verdad de forma involuntaria”.

Mentir supone un esfuerzo creativo, según un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pensilvania. Debemos ser muy creativos porque hay quienes aseguran que mentimos cuatro veces al día; esto es, 100.000 durante toda una vida. Y ya se sabe que se coge antes a un mentiroso que a un cojo.

Es de buena mañana. Dos personas se encuentran. Se saludan. “Buenos días. ¿Qué tal?”, le pregunta uno. “Bien. ¿Y tú?”, le contesta el otro. Aquí tenemos las primeras mentiras del día. Sí, porque es muy posible que estas dos personas se lleven mal. Que a una no le importe en absoluto saber cómo le va la vida a su interlocutor y menos aún desearle un día estupendo. La buena educación, el saber estar, nos aconsejan que en ciertas circunstancias es mejor no decir la verdad.

Para ser precisos, estas no son mentiras en sentido estricto. No hay fraude, no hay engaño. En este diálogo, los protagonistas saben que son frases que se dicen por decir, aceptadas por la mayoría como herramienta de convivencia. Lo dijo Oscar Wilde: “Quien dijo la primera mentira fundó la sociedad civil”. Como alternativa, podrían comportarse como el Misántropo de Molière: ser importunos, ofensivos o crueles con frases del tipo “Qué gordo estás”. Hay cosas que en sociedad no está bien decir. Mejor fingir. Es lo que el poeta barroco napolitano Torquato Accetto llamaba “disimulación honesta”.

Son muchas las situaciones en las que ocultamos la verdad. Más a menudo de lo que imaginamos. Ignacio Mendiola, sociólogo profesor de la Universidad del País Vasco y autor del libro Elogio de la mentira (Lengua de Trapo ed.) recuerda: “Se trata de una practica cotidiana. Lo queramos o no.

Pese a la condena moral, es un hecho incuestionable. Lo necesitamos para vivir. Es imprescindible. Siempre hay un elemento de ficción cuando contamos la realidad a alguien. La mentira, de alguna manera, es un refugio y un lubricante de las relaciones humanas”.

Según una encuesta llevada a cabo por el rotativo británico Daily Mail, con un promedio de cuatro por día, serían unas 100.000 las mentiras que pronunciaremos a lo largo de nuestra vida. ¿Por qué no decimos la verdad? Se miente para eludir responsabilidades, para obtener cierto placer, ya que el mentiroso se siente más listo que los demás; por inseguridad y desconfianza en nuestra capacidad de ser aceptados como somos; para evitar un castigo; para acercarnos a nuestro interlocutor; para sentir que controlamos la situación.

Desde un punto de vista fisiológico, correr cierto riesgo de ser descubierto favorece la aparición de adrenalina (y un subidón por no tener que afrontar la situación que se ha evitado con la mentira). Asimismo, se produce un cambio del tono de voz, dilatación de las pupilas, se tiende a evitar la mirada de la persona que tenemos en frente, el cuerpo se vuelve algo más rígido.

El psicólogo de la Universidad de Massachusetts Robert Feldman cree que la mentira está relacionada con la falta de autoconfianza. “En cuanto la gente ve su autoestima amenazada, empieza a ocultar la verdad”. Su estudio comprobó que el 60% de los encuestados mintió por lo menos una vez en una conversación de diez minutos. “El problema es que queremos mantener una imagen de nosotros mismos que encaje con la que los otros quisieran que tuviéramos. Queremos gustar”, apunta. “Una de las claves es la tendencia a centrarse en el corto plazo. El mentiroso salva su propia imagen en ese momento, pese a que el engaño pueda ser destapado el futuro”, alerta Jennifer Argo, de la Unversidad de Albert.

Por supuesto, hay los que se jactan de no mentir nunca. Por ética, pero también por miedo, por pereza (hay que saber gestionar una mentira en el tiempo), por orgullo (los que presumen de ser honestos). Pero decir una mentira no es necesariamente una prueba de debilidad, sino todo lo contrario. Sin la posibilidad de mentir la humanidad no hubiera nunca conocido la cultura, que es en cierto modo una forma de no resignación a la realidad. Tagliacarne, profesor de Filosofía de la Universidad San Raffaele de Milán y autor del libro Filosofia della bugia (Mondadori ed.) >Filosofía de la mentira< color="#ffff99">.
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1 comentario:

  1. Mikel Jaro07:11

    COmplementa el anterios artículo , el de la semiótica de la mentira . Me parece excelente que los dos tratados opten por desenmascarar la mentira, una desde la semiótica y otro desde las fuentes.

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