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Josep Marc Laporta
En el año 1900, un grupo de músicos de Tailandia viajó a
Berlín para dar unos conciertos. Entre el numeroso público asistió un psicólogo
muy interesado en la interconexión cultural. Karl Stung se quedó maravillado
porque, aunque la música era diferente, encontró que había numerosas
coincidencias con la música europea. A partir de ese momento y animado por esa
primera observación empezó a investigar si realmente existen unos principios
universales musicales como sucede con el lenguaje.
Todas las culturas hablan y se comunican. Y todas tienen
gramática, vocabulario, verbos, adjetivos, sustantivos, etc. Por lo tanto, a
partir de esa vital experiencia, Stung empezó a investigar si sucede lo mismo con
la música, por lo que creó el archivo fonográfico de Berlín, coleccionando todo
tipo de grabaciones de diferentes culturas del planeta. Hasta tal punto llegó
su investigación, que en 1933 ya tenía archivadas unas 13.000 grabaciones de
todo el mundo, creando al mismo tiempo la escuela de musicología comparativa.
Pero en ese mismo año, Adolf Hitler llegó al poder y todo el trabajo de Stung
se perdió, básicamente porque el grueso del grupo de investigadores de la
escuela de musicología eran judíos, teniendo que huir de Berlín.
Tras la irreparable pérdida sufrida, durante años se
abandonaron los estudios sobre musicología comparativa. Incluso fue muy mal
vista dentro del academicismo de los años 70, ya que la corriente científica
apuntaba a que cada cultura era única, tenía sus peculiaridades y se debía
respetar tal y como era. Pero desde hace unos años este campo de investigación
ha renacido, con nuevas investigaciones que han llegado a determinar que, aunque
con diferentes idiomas y formas, existe una gramática universal de la música con
una paridad musical de las emociones y los sentimientos expresados. Y aunque no
todas las canciones de amor digan ‘te quiero’ o las canciones de cuna digan ‘duérmete
niño’, sí que comparten un mismo patrón universal, como también sucede con las
canciones de fiesta o con la música de baile. Sea en la cultura que sea todas
ellas tienen ciertos patrones comunes, a pesar de que las formas musicales sean
distintas.
Manvir Singh, antropólogo del departamento de biología
evolutiva de la Universidad de Harvard y una de las firmas de las últimas
investigaciones musicológicas, afirma que la música es un lenguaje universal de
la humanidad. Junto a un equipo multidisciplinar integrado por psicólogos,
musicológos, etnógrafos, científicos de datos, biólogos evolutivos e incluso
politólogos, ha demostrado que existe una gramática compartida que subyace a
todas las canciones cantadas.
Una de las primeras y previas conclusiones a la que
llegaron los investigadores es que todas las culturas del planeta tienen
música. Y aunque no es un dato que pueda sorprendernos, sí que al igual que
todas tienen un lenguaje y todas tienen danzas, también tienen la música como
forma de expresión. Así que las canciones cumplen las mismas funciones en todas
las culturas, por lo que existen cantos de cuna, de amor, música para bailar,
canciones religiosas, de funerales o canciones curativas, como son la de los
chamanes o la música que en nuestra época utilizamos para la relajación. Pero
lo más importante es que todas estas canciones que cumplen las mismas funciones,
tienen un cierto o somero parecido musical o cadencial en todas las culturas.
Otro de los descubrimientos apunta a que en todo el planeta
la música tiene ritmo. Y a pesar de que de un tipo de canciones a otro pueda
variar algo la velocidad o la cadencia, en realidad todas tienen parecidas
secuencias rítmicas. Si son de cuna, acostumbran a ser pausadas; si son de
baile, tienen un ritmo más marcado y vivo; o, si son de funeral, tienden a la
gravedad rítmica y sonora: la forma parece asociada a la función. Pero uno de
los hallazgos más interesantes es que todas las canciones en todas las culturas
son tonales, lo que significa que las melodías se estructuran a partir de una
nota dominante. Y aunque las escalas pueden ser diferentes, todas parten de una
base fundamental y constructiva.
Samuel Mehr, de la Universidad de Harvard (EE
UU), sostiene una ‘gramática musical’ compartida por todos los
cerebros humanos: «En la teoría musical, a menudo se asume que la tonalidad
[el principio de organizar composiciones musicales alrededor de una nota
central] es una invención de los músicos occidentales, pero nuestros datos
plantean la controvertida posibilidad de que sea una característica universal
de la música. (…) Esto sugiere preguntas acuciantes acerca de la estructura que
subyace en la música de todo el mundo. Y sobre si nuestras mentes están
diseñadas para componer música».
Al final de cuentas, cuando se han reunido todos los datos
en común y se han estudiado por separado y en conjunto, ¿a qué conclusión nos
lleva? Todo indica a que la música es propiedad del cerebro humano, como
también lo es el lenguaje. Podríamos decir que el cerebro está programado para
la música y lo que es eventual es que haya personas que no cultiven este
potencial, al igual que ocurriría si un niño se criase en un entorno sin lenguaje.
En este caso llegaría a adulto con unas habilidades lingüísticas limitadas. La
música es parte de la biología humana, y las culturas la asumen y proyectan de
manera similar entre ellas, aunque, como es lógico, con sus propias
características evolutivas, circunstanciales, regionales y culturales.
PROCESO
INVESTIGATIVO
Para poder demostrar y reavivar las primitivas propuestas
de Karl Stung de principios del siglo XX, los investigadores primero comenzaron
rastreando cientos de grabaciones de sociedades pequeñas, como tribus aborígenes
australianas, celtas irlandesas o grupos de cazadores-recolectores africanos,
tanto en bibliotecas públicas como en colecciones privadas de todo el mundo.
Según explica Samuel Mehr, psicólogo investigador Harvard y
coautor del estudio que nos atañe, «a pesar de que estamos muy
acostumbrados a encontrar cualquier pieza de música que queramos en Internet,
hay miles y miles de registros enterrados en archivos que no son accesibles
online». El trabajo de documentación para realizar esta
investigación fue titánico: «A veces encontrábamos una anotación
extraña y el bibliotecario de Harvard 20 minutos más tarde volvía con un carro
cargado con más de 20 cajas con bobinas repletas de grabaciones de música celta
tradicional».
Los investigadores escudriñaron bobinas, cintas de casete,
vinilos, CD, registros originales de antropólogos y etnomusicógrafos, con los
que elaboraron una discografía con temas cantados pertenecientes a cuatro
ámbitos —nanas, amor, baile y cuidado de los enfermos— de
326 sociedades de diferentes regiones geográficas de la Tierra, desde los wolof
de África occidental a los guaraníes de Sudamérica, pasando por los pueblos
agrícolas de Corea del Sur y los escoceses de las Tierras Altas. A este vasto
compendio lo titularon Historia Natural de la Canción y es
accesible online (The Natural History of Song: https://osf.io/jmv3q).
También recabaron información etnográfica. Manvir Singh, antropólogo coautor de
la investigación, aseguró que «al final logramos
documentar un subconjunto de 60 sociedades, seleccionadas para cubrir la
diversidad geográfica y cultural», explicando que «teníamos
5.000 anotaciones y registros de primera mano de antropólogos que habían estado
trabajando con cada una de esas sociedades durante años, documentando su
comportamiento, estudiándolo, que incluso hablaban las lenguas de esas pequeñas
culturas».
En resumen, la etnografía del estudio contiene casi 5.000
descripciones de canciones y actuaciones de canciones de 60 grandes sociedades
humanas y 326 de concretas. Contiene unas 500.000 palabras de texto
etnográfico, incluyendo traducciones de más de 2.000 letras de canciones. Un
equipo de investigadores obtuvo textos de los Archivos del Área de Relaciones
Humanas y los codificó en más de 60 variables. Estos incluyen la demografía de
cantantes y miembros de la audiencia, la hora del día y la duración del canto,
la presencia de instrumentos, objetos y vestimenta especial, y más detalles.
Los asistentes de investigación también usaron palabras clave para describir
los eventos que llevaron a la interpretación de una canción, así como su
contexto de comportamiento, función y contenido lírico.
A continuación realizaron un estudio sistemático y
exhaustivo de las características de las canciones y aplicaron técnicas
computacionales procedentes de las ciencias sociales para intentar responder,
en primer lugar, si la música es o no un lenguaje universal, qué tipo de
comportamiento se asocia a cada canción y si hay características que permitan
predecir el uso de cada tema y características rítmicas, melódicas o de
tonalidad compartidas. Al igual que el lingüista estadounidense Noam Chomsky
defiende la existencia de una gramática universal compartida por todas las
lenguas, Manvir Singh sugiere que la cultura humana se construye por doquier a
partir de los mismos ladrillos psicológicos esenciales.
Tras hacer escuchar esa discografía a través de una
plataforma online a un grupo de 30.000 voluntarios que debían clasificar los
temas en función de si consideraban que eran canciones de cuna, de amor, para
cuidar a enfermos o para bailar, los investigadores vieron que sí, que tanto da
de dónde sea la canción, pues en realidad se puede predecir con bastante
probabilidad de éxito al escucharla si se trata de una nana o de una canción de
amor. Posteriormente, un equipo de músicos expertos escuchó cada canción
mientras leía las transcripciones y codificó cada canción en 40 variables. Por
ejemplo, indicaron el tempo del canto, la instrumentación, el contorno melódico
y si tenía un centro tonal claro.
Entre los resultados más interesantes destaca el hecho de
que, por ejemplo, las canciones para cuidar enfermos o terapéuticas son menos
variables melódicamente que las canciones de baile. Y también han visto que hay
más variación de contextos en que se usa un tipo de canción en una misma
sociedad que entre sociedades distintas, lo que, en palabras de Singh, «demuestra
que, a pesar de la diversidad de la música, los humanos usamos las canciones de
manera similar en todo el mundo».
Otro de los principales hallazgos del trabajo es que la
tonalidad, que tradicionalmente se ha asumido que una invención occidental, es
una característica universal, lo que, según los investigadores, sugiere que
seguramente hay una gramática universal que subyace a la música y aparece en
todas las culturas. Singh imagina una utopía: «Sería fascinante poder dar marcha
atrás en el tiempo e ir 220.000 años atrás para ver si nuestros ancestros ya
cantaban y qué cantaban. ¿Y los neandertales, tenían música? Quizás solo así
podríamos responder por qué cantamos y si primero empezamos a hablar y luego
vino la música, o fue al revés».
Sin embargo, a pesar de aplaudir la aparente solidez del
estudio de Mehr y Singh, el musicólogo Emilio Ros-Fábregas que dirige el Fondo
de Música Tradicional de la Institución Milá y Fontanals (IMF-CSIC) de
Barcelona —una colección del patrimonio musical español que custodia
más de 20.000 melodías populares recogidas entre 1944 y 1960 por todo el país—, se
muestra algo escéptico sobre la universalidad de la música. «Reto
a cualquier persona a escuchar un fragmento de Yaegoromo, una canción japonesa
del repertorio de tradición oral, y a averiguar su mensaje». Las
reservas de Ros-Fábregas no eximen de contenido y trascendencia el estudio de
Mehr y Singh, sino que apunta a que no todas las canciones podrían pasar el
cedazo de la corresponsabilidad entre culturas. Aún así, la forma parece
asociada a la función en cualquier rincón del planeta, al menos de manera
genérica. Y, también, que los estados de ánimos son semejantes en todas las
culturas, por lo que la expresión de esos sentimientos tienen similares
locuciones musicales.
LOS
CHIMPANCÉS DE KYOTO
Como un último apunte adicionado a los estudios liderados
por Mehr y Singh, cabe resaltar los experimentos de la Universidad de Kyoto, en
Japón, que afirman que los chimpancés saben bailar al ritmo de la música. El
equipo de primatólogos del Instituto de Investigación de Primates de la
Universidad de Kyoto, uno de los más importantes en su especialidad, crearon un
lugar suficientemente apropiado y acondicionado para que los chimpancés
pudieran vivir y desarrollarse con comodidad. Dentro de las instalaciones cuentan
con una especie de discoteca, un espacio cerrado al cual pueden acceder
voluntariamente por un pasillo. En ese enclave y para esta investigación, a
diferentes horas del día durante seis días pusieron una música que destacaba claramente
por su ritmo, siendo la melodía y la armonía muy adyacente.
Se sabe que en la selva hay chimpancés, concretamente
machos, que bailan cuando llueve muy fuerte, como si fuera una danza de la
lluvia. Por eso los primatólogos de Kyoto querían saber si realmente los
chimpancés tienen un cierto sentido musical o si bailan con la música. La
habitación a modo de discoteca, separada de su hábitat por un estrecho pasillo,
tenía música rítmica a diferentes horas del día en los seis días de
investigación. La observación presenta que, cuando ponían música, los siete
primates residentes reaccionaban, acudiendo voluntariamente a esa habitación. Y
cuando la música cesaba, también voluntariamente marchaban del lugar. ¿Qué es
lo que hacían cuando iban a su discoteca particular? Básicamente moverse
rítmicamente. De los siete (tres machos y cuatro hembras), acostumbraban a
hacerlo seis. Y de las acciones que parece que les agradaba era dar golpes
contra las paredes y las ventanas al ritmo de la música, además de realizar
sonidos guturales al mismo tiempo. De los siete, tres hacían palmas, e incluso
había una hembra que seguía el ritmo con el pie. Del estudio destacó que los
machos son más activos y la hembras más pasivas, que, por lo general, miraban
lo que sucedía y no interactuaban tanto con el ritmo como lo hacían los machos.
Entre muchas variables y deducciones, una de las
conclusiones generales del estudio de Kyoto es que esta aptitud hacia el baile,
que se consideraba exclusivamente humana, es compartida por otras especies,
como mínimo con los chimpancés. Y otro de los resultados al que se llegó es que
el origen del baile y la aptitud rítmica es muy antigua y anterior al lenguaje.
Si los primates, que no tienen un lenguaje sonoro consolidado y reglado,
reaccionan a la música rítmica de manera intuitiva, todo ello permite suponer
que los estímulos sonoros y rítmico-musicales forman parte de la antropología
biológica animal y, en consecuencia, humana. Para los autores del estudio, Yuko
Hattoria y Masaki Tomonaga, los resultados sugieren que el baile tiene cierta
base biológica y que los prerrequisitos para la música y la danza ya existían
hace millones de años en la especie más parecida a la humana.
Esta investigación, unida a la de la Universidad de Harvard,
permite conjeturar con suficiente certeza que el cerebro humano está programado
para la expresión musical y que existe una gramática universal, común a todas
las culturas, como si fuera un lenguaje de los sentimientos y las emociones; un
lenguaje paralelo al idioma hablado e inteligible de comunicación de ideas, simbolismos,
pensamientos y conceptos. En definitiva, un idioma de los sentimientos en que el
cerebro reacciona en todas las culturas con parecidas expresiones músico-rítmicas,
según su propia idiosincrasia, naturaleza y personalidad social.
© 2019 Josep Marc Laporta
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