jml

· Relatos insolidarios con postdata (3)


© 2016 Josep Marc Laporta

1-      El Arca de Zoé y la trata de negros
2-      La fatal idea de plantar maíz en Uganda
3-      Las dos horrendas caras del Ébola
4-      El algodón sí engaña
5-      Todo por la foto de un dispensario vacío
6-      Papeles para pigmeos indocumentados
7-      Occidentalismo empaquetado en solidaridad
8-      Mujer blanca quiere liberar mujer negra

 

 

 EL ARCA DE ZOÉ Y LA TRATA DE NEGROS


     En el 2007 las autoridades chadianas inmovilizaron un avión que estaba a punto de despegar de Chad en dirección a París. En su interior, junto a algunos cooperantes, encontraron a un centenar de niños cargados de vendas. Los responsables del grupo argumentaban que se trataba de huérfanos procedentes de la región sudanesa de Darfur, que llevaban a Francia para operarlos. Pero los niños ni estaban heridos ni estaban enfermos: les habían puesto el vendaje justo antes de subir al avión. Y tampoco eran huérfanos de Darfur: se trataba de niños chadianos que disponían de familia y que la ONG El Arca de Zoé quería llevarse a Francia para ofrecer ilegalmente en adopción.

     Mientras la opinión pública africana reaccionaba con indignación ante el intento de secuestro de sus niños, en Europa no faltaron los que justificaron la actuación de los cooperantes argumentando que, en cualquier caso, los niños estarían mejor en cualquier país europeo que en África. El gobierno francés no apoyó explícitamente a los miembros de la ONG, pero exigió que el ejecutivo chadiano no los retuviese en Chad y reclamó que, en caso de que fueran condenados a prisión, se les trasladara a Francia para cumplir su pena. En principio los chadianos no cedieron. Pero unos meses más tarde la guerrilla llegó a las puertas de N’Djamena, la capital de Chad, y el dictador Idriss Déby estuvo a punto de ser derrocado. Lo salvaron in extremis los helicópteros del ejército francés, que hicieron retroceder a sus enemigos. Unos días más tarde los cooperantes de El Arca de Zoé volvían a Francia.


     POSTDATA: Este relato nos pone en alerta sobre las reales intenciones de algunas ONG’s y sobre los intereses de los gobiernos occidentales. Sin embargo, no es la primera vez que los europeos aprovechan una crisis para apoderarse de niños africanos con el pretexto de que los negros no son lo suficientemente buenos como para cuidar de sus hijos. En 1994, durante el genocidio de Ruanda, en plena emergencia, unas monjas italianas sacaron a ciento cincuenta niños de internados y se los llevaron a Italia. Algunos de ellos eran huérfanos; otros, hijos de padres sin recursos. Sin consultar ni a las familias ni a las autoridades ruandesas, estos niños fueron dados en adopción en Italia. Diez años más tarde, la prensa italiana reaccionó con indignación porque los jueces italianos ‘robaban’ a los niños a sus padres adoptivos y los devolvían a Ruanda.

     Los países occidentales estamos muy acostumbrados a la idílica estampa de que nosotros sabemos muy bien cómo cuidar a los niños negros y por esta razón debemos tomarlos en adopción, porque ellos, los africanos, no saben cuidarlos. Y con que ellos no saben y nosotros sí, cualquier artimaña legal o no legal para arrebatarlos y hacer apadrinamientos o adopciones pretende ser válida y legítima. Pero esta condición que es llevada a su máxima expresión es, en esencia, la misma mentira que se muestra en tantas fotografías y vídeos en las que los niños aparecen como reclamo para conseguir fondos y socios. La mayor parte de las organizaciones no gubernamentales, sean religiosas o seculares, cuando piden socios o colaboradores, lo que en realidad buscan son contribuyentes. En los folletos explican todo aquello que pueda conducir a una benevolente y permanente comprensión de su trabajo, pero en realidad solo se les pide que paguen. Esta es una colosal distorsión de lo que verdaderamente es solidaridad.


LA FATAL IDEA DE PLANTAR MAÍZ EN UGANDA


     En el año 2000, las Naciones Unidas encargaron al profesor Jeffrey Sachs[1] el desarrollo de los llamados «poblados del milenio». Los «poblados del milenio» era una especie de experimento que debía demostrar cómo se podía sacar de la pobreza a poblados enteros por medio de intervenciones masivas que, simultáneamente, buscaba educar a los niños, dotar a los ciudadanos de una mejor sanidad y generar oportunidades económicas entre los ciudadanos locales. Para conseguirlo, los mejores expertos del mundo se desplazarían a los poblados, estudiarían la calidad de la tierra para decidir qué tipo de cultivo les sería más favorable y qué tipos de fertilizantes y pesticidas necesitarían. Los mejores pedagogos irían a África para enseñar a los maestros cómo tenían que hacer las clases y los mejores médicos occidentales irían a organizar clínicas y hospitales. Se dijo que si atacaban simultáneamente los problemas de salud, educación y economía, la pobreza en estos pueblos se podría erradicar en cinco años. Una vez mostrado el camino, esta misma estrategia se podría llevar al resto del planeta y de esta manera la pobreza mundial se podría erradicar antes de 2015.

     El problema de este plan es que ni los mejores expertos saben qué llevan entre manos. Mientras uno de los economistas más reconocidos del mundo, Jeffrey Sachs, continuaba su experimento, una periodista de la revista Vanity Fair, Nina Munk[2], decidió viajar a África e investigar por sí misma qué estaba pasando realmente en los «poblados del milenio». Una vez allí vio que las cosas no acababan de funcionar. Los resultados de sus viajes fueron publicados en un libro titulado The Idealist.

     En el libro, Nina Munk explica que los expertos estadounidenses determinaron que las tierras de Ruhiira, un pueblo rural de Uganda, eran muy aptas para el cultivo de maíz. Sachs y su equipo hicieron donación de semillas, fertilizantes, pesticidas y consejos técnicos a los habitantes de Ruhiira para que cambiaran sus cultivos habituales de plátanos por el cultivo del maíz, que tenían que vender a los mercados. Tal como habían previsto los técnicos agrícolas, en cuestión de pocos meses la producción de maíz se disparó. Y cuando en Nueva York ya empezaban las celebraciones por el éxito del plan de desarrollo de Ruhiira, alguien se dio cuenta de que este plan tan brillante tenía un pequeño problema: ¡los ugandeses odian el maíz! Lo consideran comida de prisioneros. Por el contrario, comen una especie de pasta hecha de plátano que llaman matoke.

     La consecuencia es que todo aquel maíz producido por el equipo de Ruhiira comenzó a acumularse bajo las camas de los habitantes del pueblo, ya que nadie lo quería comprar. Poco a poco se fue pudriendo y terminó siendo devorado por las ratas. El problema se agravó cuando se vio que los habitantes de Ruhiira, que habían confiado ciegamente en los grandes expertos blancos, ricos y solidarios, no tenían nada para comer. Al seguir el consejo de los asesores occidentales, habían cortado los árboles plataneros que les proporcionaban la materia prima para el matoke que habían consumido toda la vida y en su lugar plantaron un maíz que se habían acabado comiendo las ratas. El fracaso de los «poblados del milenio» fue absoluto.[3]


     POSTDATA: La lección principal de todo este episodio es que ni los expertos más expertos del mundo saben qué hacer para promover el desarrollo económico en los países pobres. No lo saben porque no viven la realidad social, cultural y antropológica de estos países. Para entender los pequeños detalles que pueden acabar haciendo que algo funcione o fracase hay que conocer muy bien la realidad africana, y eso no es posible hacerlo desde Nueva York o desde Barcelona. Por muy inteligente que sea el catedrático que lo analiza, siempre se le pasarán por alto los detalles más simples de la operación.

     Las soluciones deben venir de los nativos, de las personas que viven en sus países, que entienden la realidad, la cultura, la historia y las costumbres africanas. Sin embargo, la realidad es que nadie se toma la molestia para preguntar a los habitantes que tienen el problema. Al contrario, todos tenemos estímulos y alicientes de todo tipo para implementar nuestras ideas, para demostrar al mundo que somos los mas listos y que podemos tener éxito allí donde otros han fracasado. Y cuando hacemos las cosas mal, acabamos perjudicando a los pobres ciudadanos de África.


LAS DOS HORRENDAS CARAS DEL ÉBOLA


     Samuel Aranda[4] es un fotoperiodista catalán, galardonado con el World Press Photo of the Year del 2011, que ha viajado alrededor del mundo fotografiando las desgracias humanas en los países más pobres del planeta. En plena crisis y rebrote del Ébola en África, en 2014, Aranda estaba trabajando para el New York Times en Sierra Leona, cuando le avisaron que fuera a un hospital porque no estaba recibiendo nada de ayuda de las Naciones Unidas. Los infectados estaban encerrados en pabellones y la única manera que tenían de hacerles bajar la fiebre era con mangueras de agua fría; no tenían ni ibuprofeno ni nada: cero recursos. Cuando Aranda llegó, la escena que vio era dantesca y trágica. Allí hizo una de sus fotografías-denuncia más famosa. Una niña, que seguramente tenía Ébola, sangraba por la boca y los ojos, retorciéndose en el suelo. Aranda comenta el dramatismo de la imagen: «Me miraba y estaba rodeada de cuerpos. Al fondo había otro niño, y a la derecha había otra habitación llena de cadáveres. Los encerraban allí y los dejaban morir. En África siempre es lo mismo: los muertos africanos son de segunda categoría».

     La foto la publicaron en el New York Times en portada, y en 48 horas la embajada estadounidense ya había enviado un montón de camiones con material sanitario. Las enfermeras llamaban llorando de alegría. «Son los momentos en que recuerdas por qué haces este trabajo», apunta. Sin embargo, Samuel Aranda no olvida el gran dolor que le produjo una situación paralela a la de la fotografía, respecto a ciertos cargos de la Organización Mundial de la Salud:[5] «Volví con mucho odio hacia las Naciones Unidas. Es lo peor que he visto en la vida. No quiero decir palabrotas, pero no hicieron absolutamente nada. Se pasaban el día en el hotel de cinco estrellas, con conciertos de música en directo, barra libre de alcohol, y prostitutas menores de edad para los jefes de estos grupos. Publicamos artículos de opinión contra ellos y tuvimos enfrentamientos directos, sobre todo con la OMS». La realidad superó toda ficción. La dura comparativa con la niña moribunda y los demás encerrados en habitaciones esperando su muerte, llevó a Aranda a una serie de denuncias públicas y, por ende, a poner contrastadamente en valor la labor que Médicos sin Fronteras o AGNUR hacen sobre el terreno.[6]


     POSTDATA: La ONU (Organización de las Naciones Unidas), con sus programas, organismos oficiales o dependientes como la OMS, el FMI, la UNESCO,  FIDA o UNICEF,[7] tiene el propósito principal del mantenimiento de la paz y la asistencia humanitaria. El loable trabajo que hacen estas instituciones muchas veces contrasta con la pesada maquinaria organizativa y con los múltiples cargos directivos y niveles de actuación. Normalmente tienden a ser bastante resolutivos, pero a veces se producen tristes escenas como la que relata Samuel Aranda. No es puntual el suceso. En otros lugares y regiones también se reproducen actitudes y actos indolentes e insensibles con el dolor ajeno. Probablemente no son del nivel de descaro y alienación humana del suceso de Sierra Leona, pero el acomodamiento al cargo y al campo de misión habilita un cierto tipo de displicencia e indiferencia que lleva a una gran insensibilización.


EL ALGODÓN SÍ ENGAÑA


     Hace algunos años, hacia el 2003, en los medios de comunicación se habló mucho de las ayudas que se enviaban a los países del Sahel[8] para combatir la sequía. En esos momentos fueron muy pocos los que se preguntaron por qué no la combatían los malienses o los chadianos por sí mismos. Y la respuesta era bien simple: no lo hacían porque no tenían recursos, pues tenían problemas para vender su algodón, una de las principales producciones de la zona.

     El algodón del Sahel debía pagar unos fuertes aranceles para entrar en Estados Unidos y en otros países occidentales, puesto que algunos de ellos también producen algodón. Además, los campesinos del Sahel debían espabilarse por sí mismos, en tanto que los campesinos de los países occidentales estaban subvencionados por sus gobiernos, que les ofrecían carburante a precios económicos, ayudas en caso de granizada, subvenciones para el turismo rural, etc.

     Como es evidente, el algodón del Sahel no podía ser competitivo, no porque el Norte produjera algodón más barato, sino porque les hacía la competencia desleal. Así que a los gobiernos occidentales les resultaba mucho más simple enviar semillas de árboles para que los habitantes del Sahel lucharan contra la desertización que dejar entrar el algodón de esta región en sus mercados, lo que hubiera provocado las protestas de su propio campesinado. Es evidente que la actitud y buena voluntad de occidente para ayudar a África es nula, porque no harán nada que vaya en contra de sus intereses, condenando a esos países a un mercado reducido y empobrecido.


     POSTDATA: El caso del algodón no es aislado: el Norte bloquea la entrada de un gran número de productos del Sur que son estratégicos para África. Además, durante mucho tiempo los Estados europeos explotaron a los países africanos mediante la deuda externa. Con los intereses de la misma, Europa ha sacado mucho más de África de lo que le ha dado en cooperación. En muchos casos los préstamos internacionales sirvieron para financiar proyectos sin ninguna viabilidad; en otros fueron a parar, directamente, a las cuentas suizas de dirigentes corruptos. Los que dejaban el dinero sabían perfectamente que éste se malversaba.

     La realidad del algodón en el Sahel es dramática. La producción, a pesar de ser de buena calidad, no tiene salida, principalmente porque Occidente no quiere que compita con la propia producción. La situación provoca mayúsculas paradojas: el Norte regalando semillas de árboles frutales para que el Sahel cambie su modelo productivo, ya que el natural y propio no le interesa. Un auténtico y grave despropósito.


TODO POR LA FOTO DE UN DISPENSARIO VACÍO


     Camerún está lleno de dispensarios abandonados. Tienen paredes, ventanas y puertas, pero carecen de camas, ambulancias, vendas, esparadrapo, tijeras y personal. Están vacíos. El Estado tiene problemas para reclutar a funcionarios y algunos centros sanitarios están cerrados porque no puede enviarles médicos ni enfermeros.

     Muchos de estos centros fueron construidos por la ayuda exterior. Alguna institución del Norte decidió subvencionar la creación de los mismos, sin siquiera preguntarse cómo conseguiría el Estado camerunés mantenerlo en funcionamiento. Cuando se acabaron las obras, se colgó una gran placa en la entrada del edificio, en la que se indicaba que aquel dispensario había sido financiado por determinado gobierno o por cierto consejo regional. Algún político del Norte fue al acto de entrega del edificio y se hizo las fotos de rigor, que más adelante aparecieron en un lugar destacado de la propaganda institucional que religiosamente pagan todos los contribuyentes.

     El gran número de dispensarios abandonados deja la geografía camerunesa en un estado deplorable. Algunos están tapiados; otros, son el lugar preferido de juego para los niños. En muchos de ellos la placa que flamantemente se descubrió en la inauguración ha sido arrancada, probablemente utilizada para otros menesteres o vendida. En un censo reciente se contabilizaron más de trescientos dispensarios sin vida. Murieron por mala previsión occidental.[9]


     POSTDATA: Es muy probable que los votantes de algún país del Norte vieran a su candidato librando un centro sanitario a unos negros inmensamente agradecidos. Tal vez incluso se sintieron un poco bien pensando que, por una vez, sus impuestos iban destinados a una buena causa. Pero muchos de estos votantes jamás llegarían a saber que ese dispensario jamás funcionó. Tampoco sabrían que la gran campaña de envío de medicamentos contra el sida que se hizo en Senegal en 2008 fue un fraude: en las imágenes reproducidas en los medios de comunicación de todo el mundo se veían grandes cargamentos de cajas de medicamentos, pero era imposible darse cuenta de que aquellos productos caducaban al cabo de dos meses.

     Tristemente, la cooperación al desarrollo, con todos los valores positivos que los medios de comunicación le otorgan, constituye un mecanismo magnífico para que los políticos se promocionen. Con mucha frecuencia a los impulsores de los proyectos no les importa lo más mínimo si un proyecto sale bien o mal; lo que les interesa, básicamente, es que la foto salga bien. En lenguaje de la cooperación a eso se le llama «visibilidad»: cuando una ONG pide una subvención para un proyecto de cooperación, el posible financiador exige que se le detalle cómo quedará bien claro que ese proyecto ha sido financiado por él. Se busca que la placa quede bien visible y que todo el mundo sepa de su altruismo y generosidad.


PAPELES PARA PIGMEOS INDOCUMENTADOS


     La mallorquina Fundació Liorna es una ONG que trabaja en Burundi entre los pigmeos twa, y lo hace de forma ciertamente muy etnocéntrica. Los responsables de Liorna están escandalizados porque los pigmeos «hasta hace poco no disponían de documentos de identidad, ni de tierras, ni de otros medios para ganarse la vida». Pero cegados en su mirada etnocéntrica, parece ser que la Fundación nunca se ha planteado que los pigmeos siempre han sido cazadores y recolectores, no agricultores, y que para ganarse la vida no necesitaban tierras. Y, por lo tanto, no reconocían a las autoridades estatales, por lo que para ellos no tener papeles era una muestra de libertad y no una muestra de sumisión.

     Los pigmeos twa tienen ceremonias matrimoniales distintas de las reconocidas por las iglesias cristianas y por el registro civil, como buena parte de las tribus africanas. No obstante, la Fundación Liona y la ONG Veins Sense Fronteres han preparado acciones para que los pigmeos contraigan matrimonio ‘legalmente’; es decir, reconociendo la legitimidad del Estado burundés y no la de la tradición. Históricamente a los pigmeos se les ha marginado en gran manera en Burundi. Pero ahora, para facilitar su ‘integración social’, Liorna les ofrece «formación sobre el aprovechamiento de los recursos energéticos, la deforestación, el funcionamiento de las cocinas mejoradas, y también sobre derechos humanos, salud, equidad de género y participación democrática».

     Según la Fundación Liona, los cursos «constituirán para la población unas herramientas fundamentales para relacionarse con sus conciudadanos». Con esta estrategia de ‘desarrollo’ se procede a una culpabilización sistemática de los pigmeos. Se les dice que si no son ricos, desarrollados y permanecen en la marginalidad es por su culpa, porque no saben nada sobre deforestación, equidad de género, participación democrática y, sobre todo, no tienen idea respecto a las ‘cocinas mejoradas’. A las víctimas se las tacha de culpables y el desarrollo se convierte en una lucha a muerte contra la identidad pigmea. Para desarrollarse, a los twa solo se les pide una cosa: que dejen de ser twa. Y, para lograrlo, les ofrecen cursos para dejar de serlo.


     POST DATA: Hay organismos de cooperación amateurs que se dedican a ‘ayudar’ al continente africano, pero sin usar la compleja terminología tan propia de la mayoría de organismos del sector. Liberados del peso de lo político y académicamente correcto, expresan de forma simple y diáfana el pensamiento imperante en el mundo de la cooperación occidental. La Fundación Liona es un ejemplo de solidaridad mal entendida, intentado evangelizar las formas y tradiciones de un ancestral pueblo que vive libre en su mundo de caza y sin dependencia de las sociedades desarrolladas o más civilizadas.

     Antropológicamente, el proyecto de esta Fundación es un gran despropósito, puesto que los twa ni necesitan el desarrollo occidental ni lo desean. Además, el respeto a las culturas y sus procesos no inducidos es un derecho antropológico de primer orden. Los twa viven felices con su caza, sin tierras de propiedad privada y con la montañosa orografía de Burundi a sus pies. Tan solo necesitan ser libres en su ambiente, con sus costumbres ancestrales y sin necesidad social de pasar por las ventanillas de la burocracia. Sin embargo, lo curioso de este relato es que una fundación occidental dedicada a la solidaridad y la cooperación se dedica a una cuestión que, a todas luces, es un asunto absolutamente interno del gobierno burundés, convirtiendo su acción solidaria en etnocentrismo, intromisión e invasión cultural.


OCCIDENTALISMO EMPAQUETADO EN SOLIDARIDAD


     Acción Contra el Hambre es una ONG que se dedica a hacer «formación sobre cocina» en Burundi, como si en este país africano la gente jamás en la historia hubiera comido. En Burundi la dieta es equilibrada y natural, a pesar de que para los nativos la comida no es un acto social de primer orden; es más bien un acto individual y de pura subsistencia. Las celebraciones sociales se hacen alrededor de brebajes, como una buena cerveza al vino de palma o la preparada por los campesinos a base de banana o sorgo, o también los zumos de fruta de la pasión local.

     La cocina de Burundi a menudo contiene frijoles rojos y no se consumen alimentos dulces o postres. Uno de los platos más apreciados son las brochetas de vísceras o cabra. El plato se suele acompañar de plátano, batata o mandioca. Otra de las comidas más consumidas es el ugali, una pasta de maíz hervida, y el shombe, un guiso de hoja de mandioca macerada con salsa de cacahuete y arroz. En las zonas rurales las judías son muy apreciadas por los campesinos, y entre los pescados que se pueden degustar en Burundi están el nda-gala, pez parecido al chanquete, el capitain, mukeke y la tilapia. También existe una gran variedad de frutas como son la fresa, los mangos, aguacates, las chirimoyas, las bananas y el maracuyá, que conforman la dieta diaria.

     Sin embargo, Acción Contra el Hambre no actúa contra el hambre, sino contra los hábitos locales, pretendiendo dar clases de cocina a quienes tienen su propia gastronomía y ancestrales tradiciones alimentarias. Una de las forma de occidentalizarlos mediante las clases de cocina es, por ejemplo, iniciarlos en la preparación de postres para tomarlos tras el almuerzo o en cualquier ocasión. Pero, paradójicamente, los burundenses nunca han tomado dulces después de las comidas ni fuera de ellas. No es su costumbre ni tampoco les apetece. Entonces ¿por qué dar clases de cocina para aprender a cocinar postres dulces?

     También resulta ridículo ver cómo los organismos de cooperación internacional insisten en dar consejos de higiene corporal a los africanos. Estos, en buena parte del continente, se lavan con mucha frecuencia y consideran a los cooperantes y a todo el resto de los europeos como gente poco amiga del agua. La paradoja es observar cómo se preparan vídeos y programas de radio para ser visionados en grupos de nativos, en los que aleccionan sobre cómo lavarse la cara o los genitales, mientras la realidad es que el grave problema es el saneamiento y la potabilización de las aguas en las que se lavan, aparte de la falta de jabón.

     Normalmente son las mujeres y las niñas las que tradicionalmente se encargan del abastecimiento de agua y de mantener el entorno doméstico en buenas condiciones higiénicas. En tanto que gestoras del hogar, son las máximas interesadas en la mejora de los servicios de agua y limpieza, así como del mantenimiento de las instalaciones, pero no de lavarse mejor, ya que debido a las altas temperaturas, acostumbran a bañarse más de una vez al día. Tan solo necesitan agua, si puede ser potabilizada, y jabón; lo demás lo llevan practicando durante siglos.


     POST DATA: África ha resultado ser un buen lugar donde enseñar occidentalismo a los pobres negritos y confundir solidaridad con imposición de hábitos y costumbres occidentales. Con el objetivo de ‘capacitar’ a los africanos, surgen algunas iniciativas que incluso llegan a lo absurdo y ruborizarían a quien tuviera dos dedos frente. Algunos ejemplos son tan ridículos que, en un sentido contrario, los europeos nos sentiríamos muy ofendidos.

     A semejanza de los ejemplos anteriormente expuestos, es paradójico ver cómo en África algunas ONG’s insisten, en las zonas rurales, en separar a los animales de los humanos, sacándolos de los patios y de las casas, donde a menudo cabras y patos se alimentan de las sobras. En cambio, a ningún africano se le ocurriría en el continente europeo dar lecciones de cómo vivir con animales dentro de casa, aunque éstos fueren de compañía, con perros, gatos, loros o tortugas.

     También es sorprendente ver cómo algunos grupos progresistas tratan de enseñar a los africanos cómo son. Con este objetivo impulsan vídeos, programas de radio, talleres y publicaciones sobre las realidades africanas hechas por las mismas comunidades o, todavía mucho mejor, por las propias mujeres. Habitualmente el ‘experto’, acompañado de los jóvenes de un lugar, busca a los más viejos e intenta que le cuenten, ante la cámara o ante la grabadora, cómo era tradicionalmente su comunidad. Sin embargo, para esos jóvenes es una temática que no les importa lo más mínimo, porque ya lo conocen y lo tienen perfectamente interiorizado por las tradiciones familiares y la transmisión espontánea. Pero los benevolentes occidentales se quedan muy satisfechos y convencidos de que su sacrificio ha valido la pena y de que han contribuido a la reconciliación entre las razas y culturas del planeta. En realidad, lo han hecho para sentirse bien y poder vender a los occidentales sus fantásticos actos solidarios en África, que en realidad no son nada solidarios..


MUJER BLANCA QUIERE LIBERAR MUJER NEGRA


     Algunas mujeres europeas, cuando van a África, sienten grandes deseos de exponer las ventajas de su liberación femenina occidental a cualquier negra que encuentren. Hace unos meses, una mujer blanca, solidaria y feminista que pasó por Guinea Ecuatorial preguntaba sin ningún pudor a todas las mujeres que encontraba si tomaban anticonceptivos. Lo hacía como parte de una encuesta general de una ONG para establecer una estadística sobre embarazos, gestación y crianzas. Sin embargo, las mujeres negras se la miraban muy extrañadas… ¡no tenían ni idea de anticonceptivos ni de planificación familiar! Ni les interesaba. Querer solucionar el problema de África exclusivamente mediante la contención y control de la natalidad es ignorar las dificultades y consecuencias que conllevaría un prematuro envejecimiento de la población antes de alcanzar su desarrollo económico y social.[10]

     Semanas más tarde la misma mujer blanca, solidaria y feminista fue a una reserva de Kenia, los masáis, un grupo de pastores que celosamente conservan su vida tradicional. La cooperante no cejó en su empeño estadístico y de intentar convencer a las mujeres masáis de que no debían tener tantos hijos. A modo de ejemplo las animaba a ver cómo ella era libre y emancipada y cómo podía hacer muchas cosas que a cuestas de un marido no podría hacer. Los traductores no daban crédito del atrevimiento y despropósito de la mujer blanca: «Mirad, yo me lo paso muy bien viajando. He dado la vuelta al mundo, y todo esto lo he conseguido porque no tengo hijos». La aberración de su ejemplo fue mayúscula, absurda y totalmente fuera de sentido común. Ni siquiera sospechaba que ella, para muchas mujeres africanas, era una auténtica desgraciada por el simple hecho de no tener hijos.


     POSTDATA: El pensamiento desarrollista, en lo referente a la mujer, se deriva directamente de un viejo prejuicio colonial que establecía que los hombres negros solo sabían rascarse la barriga y explotaban a sus pobres y resignadas mujeres, que eran las únicas que trabajaban en toda África. La ONG Interred, en un boletín sobre «Educación y mujeres del Sur», multiplicaba unos estereotipos que creía válidos para todos los países subdesarrollados: «Los padres no confían en la rentabilidad de educar a sus hijas» (aunque en muchos países los padres dedican muchos esfuerzos a la educación de sus hijas y a la de sus hijos); «las familias temen el acoso sexual» (a pesar de que en muchas culturas africanas no se estigmatizan los embarazos prematrimoniales). Estos datos etnográficos confusos, criminalizan a los hombres africanos, que eran presentados como unos opresores desalmados, salvajes, machistas, violadores, discriminadores… Desde esta ingenua y no generalizada perspectiva, los supuestos erróneos han marcado los proyectos de desarrollo sobre las mujeres africanas.

     Una ONG que trabajaba en el sur de Guinea Ecuatorial quería repartir arroz entre las mujeres de una pequeña ciudad para que, de esta forma, un día a la semana, en lugar de trabajar se reunieran y tuvieran un «espacio de sociabilidad femenino». El proyecto de reparto de arroz, diseñado desde Europa, partía de un desconocimiento absoluto de la realidad guineana. Las mujeres de este país tienen dos espacios principales de sociabilización, en los que se reúnen, se organizan y cooperan: son las «fincas» de alimentos y las cocinas. Las mujeres guineanas no se reúnen una vez por semana, lo hacen cada día. No era necesario inventar nada, especialmente si esto suponía, como en este caso, agravar la dependencia en el ámbito de la alimentación.

     En algunos casos, los proyectos de cooperación en materia de género han pretendido reforzar el poder de la mujer mediante su promoción en el ámbito económico. Por toda África se han organizado actividades productivas para mujeres con el objetivo de facilitarles el acceso a la economía monetarizada. El problema radica en que, habitualmente, las mujeres africanas trabajan más horas que los hombres, no solo porque combinan el trabajo doméstico con el trabajo fuera de casa, sino también porque las jornadas en el campo de las mujeres suele ser sensiblemente más largas que las de los hombres.

     Así que estas estrategias para empoderar las mujeres, es decir, ampliar su poder, pueden reforzar y agravar su explotación. Las africanas pasan mucho tiempo cultivando su parcela, cargando agua, cocinando, limpiando ollas, vigilando a los niños y lavando ropa. Solo les falta que, cuando terminen con todas estas tareas, llegue una ONG que les haga reforestar el bosque, construir diques o negociar comercialmente. En cualquier caso, la liberación de la mujer negra tendrá que venir por una mayor implicación del hombre en las tareas que le corresponde o que deba asumir con mayor énfasis e implicación, tanto de tiempo como de responsabilidad.

     Como conclusión general, los procesos sociológicos de la mujer en África deberán estar acompasados con la propia tradición y realidad, sin imponer un feminismo occidental ajeno al contexto social y ancestral. Ni tampoco soluciones que pasen por una planificación familiar que obvie el prematuro envejecimiento de la población sin un anterior desarrollo económico y social.

 

© 2016 Josep Marc Laporta

Licencia de Creative Commons




     [1] Jeffrey Sachs es el asesor principal en temas económicos del secretario general de las Naciones Unidas. Lo fue con Kofi Anan y lo continuó siendo con Ban Ki Moon.
     [2] Nina Munk (1967-) es una periodista y autora de no-ficción canadiense-estadounidense. Es editora y colaboradora de la revista Vanity Fair, donde escribe sobre finanzas y negocios. También es autora de The Idealist: Jeffrey Sachs and the Quest to End Poverty, publicado por Doubleday en septiembre de 2013, y Fools Rush In: Jerry Levin, Steve Case, and the Unmaking of Time Warner.
     [3] Xavier Sala-i-Martín; Economia en colors. Rosa del Vents, 2015.
     [4] Samuel Aranda (1979) es un fotógrafo español. Recibió el Premio World Press Photo of the Year de 2011 por una fotografía sobre una madre que consuela a su hijo herido en el conflicto de Yemen. Inició su trabajo como periodista gráfico con 19 años en los diarios El País y El Periódico de Catalunya, aunque poco después comenzó a trabajar para la Agencia EFE en Oriente Medio, documentando el conflicto palestino-israelí. En 2004 comenzó a trabajar para la Agencia France Press realizando reportajes en Pakistán, Gaza, Líbano, Irak, Marruecos, Sahara Occidental y España.
     [5] La Organización Mundial de la Salud (OMS) es el organismo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) especializado en gestionar políticas de prevención, promoción e intervención en salud a nivel mundial. Inicialmente fue organizada por el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas que impulsó la redacción de los primeros estatutos de la OMS. La primera reunión de la OMS tuvo lugar en Ginebra en 1948.
     [6] Entrevista de Antoni Bassas a Samuel Aranda publicada el 26 de diciembre del 2015 en el diario ARA.
     [7] OMS (Organización Mundial de la Salud); FMI (Fondo Monetario Mundial); UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura); FIDA (Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola); y UNICEF (United Nations International Children's Emergency Fund).
     [8] El Sahel es la zona ecoclimática y biogeográfica de transición entre el desierto del Sahara en el norte y la sabana sudanesa en el sur. Se extiende a través del norte del continente africano entre el Océano Atlántico y el Mar Rojo. El término en árabe sāḥil (ساحل) significa, literalmente, ‘borde, costa’, describiendo la aparición de la vegetación del Sahel como una línea costera que delimita el mar de arena del Sahara.
      [9] Gustau Nerin; Blanco bueno busca negro. Roca Editorial de Libros, 2011.
     [10] La ONU promueve el control de  la natalidad, aun cuando muchos países del Tercer Mundo lidian con la disminución de la fertilidad, el envejecimiento de la población e incluso la pérdida de población. Ahora, los defensores del control demográfico pretenden convertir la reducción de la fertilidad en África en prioridad de la ONU para el futuro inmediato.  

2 comentarios:

  1. Anónimo14:52

    ¿Esto es una serie? ¿Cuando acaba? Está muy bien pero me apetece leer otros temas

    ResponderEliminar
  2. Javi16:44

    chiquita sarta de despropósitos!

    ResponderEliminar