© 2015
Josep Marc Laporta
A raíz del trágico siniestro en los Alpes franceses del
avión A320 de la compañía Germanwings que volaba entre Barcelona y Düsseldorf el
pasado 24 de marzo con 150 personas a bordo y perpetrado, según
investigaciones, por Andreas Lubitz, se han hecho muchas suposiciones y
conjeturas sobre el estado psicológico del copiloto y su tendencia suicida y
homicida. Por respeto al proceso de investigación, a los más directos allegados
y a la delicada situación emocional de las familias afectadas no calificaré,
juzgaré o adjetivaré los mecanismos psicológicos que pudieron llevar a Lubitz
al fatal desenlace.
Sin embargo es procedente hacer unas breves consideraciones
genéricas sobre el perfil psicológico del suicida-homicida y sus implicaciones
sociológicas. No obstante, es probable que el tratamiento y desarrollo del tema,
pueda inducir al lector a libres paralelismos o similitudes circunstanciales en
referencia al caso de Andreas Lubitz.
DEFINIENDO AL SUICIDA – Se
acostumbra a considerar al suicida como una persona que sufre un estado de
depresión, pensamientos disfuncionales y eventos de vida negativos.[1]
Básicamente, este sería un resumen psicológico muy aproximado. La tristeza, la
irritabilidad, los cambios en el apetito y la regularidad del sueño, la baja
autoestima, la autoagresión y un pensamiento permanentemente derrotista son
propios de personas que pretenden o insinúan quitarse la vida.[2]
Los sentimientos de desesperanza, con una percepción muy negativa respecto al
futuro, también son muy comunes en la ideación y preparación psicológica del
suicidio. Junto a ello, el trastorno bipolar, el consumo de alcohol y drogas,
el trastorno de estrés postraumático, un trastorno límite de personalidad o la
esquizofrenia son distintos componentes psiquiátricos que también pueden conducir
al suicidio.
Se estima que las dos terceras partes de quienes se quitan
la vida sufren depresión; el resto guarda alguna relación con los episodios
psiquiátricos antes mencionados. Por lo general, las tendencias suicidas
dependientes de fuertes procesos depresivos conlleva una concepción de
culpabilidad muy elevada, por lo que la autoagresión es una de las primeras
respuestas físicas ante el vacío de esperanza. Esta primaria reacción de
autoflagelación y desprecio propio puede degenerar en la necesidad de quitarse
la vida. El deseo de desaparecer o quitarse de en medio tiene como objetivo no
sufrir más y, al mismo tiempo, que los demás tampoco sufran. La conciencia del
que carga con una profunda depresión es acabar cuanto antes con la cárcel
mental en la que está encerrado. Pero su liberación no pasa por hacer daño o
quitar la vida a las personas que le rodean, sino a huir en solitario.
DEFINIENDO AL SUICIDA HOMICIDA – De la anterior enunciación
podemos precisar que el suicida, por su propia vaciedad existencial y depresiva,
baja autoestima y desesperanza, no es un homicida en potencia. Resulta muy
contradictorio e inconcebible suponer que una persona que psicológicamente se
está hundiendo y pretende acabar con su dolor y sufrimiento, pretenda llevarse
consigo a toda una colectividad. La profundidad del proceso es tan intensa, que
no admite capacidad de astucia y maquinación. La depresión acostumbra a llevar al aislamiento, a la culpabilidad, a la
calle sin salida y a una unilateral acción con distintas medidas autoimpositivas
de agresión. Consecuentemente, el suicida homicida no es una persona que sufre
trastornos depresivos, puesto que el carácter de este proceso se manifiesta
como una espiral destructiva hacia dentro, nunca hacia fuera o hacia los demás.
Se puede determinar, entonces, que una persona que se quita la vida y obliga a los demás a quitársela conjuntamente no es debido a que esté pasando por una depresión. El perfil psicológico del suicida homicida poco tiene que ver con ello ni con muchas de las enfermedades mentales comunes. Las razones de su supuesta locura tiene más relación con un trastorno voluntario de la personalidad, una creciente y perversa identidad narcisista y una brutal incapacidad para superar la frustración. Es posible que debido a su abandono emocional, pueda tener algún serio proceso de ansiedad, que en algunos casos pudiera confundirse con un cuadro de depresión, pero de ello no se derivaría un proceso depresivo propiamente dicho.
En general podemos distinguir tres grandes tipos de enfermedades humanas. La enfermedad física, la mental o psicológica y la moral. Sin duda, en nuestra sociedad hay enfermos morales, personas con tan malignas intenciones y actitudes que se envuelven en la espiral de su propia autodestrucción, llevándose consigo a quien haga falta para conseguir su egoísta objetivo. Y aunque todos tenemos existenciales tendencias perversas, que las religiones han calificado de distintas maneras –pecado para el judaísmo, cristianismo e islamismo, o el principio del karma para el budismo y el hinduismo–, existe una fuerte y profunda perversidad que se manifiesta en el suicida homicida, que busca desde su propio delirio egocéntrico y trastorno de la moralidad ser actor principal de su propia destrucción espiritual. Estos individuos son, en todo momento, perfectamente conscientes de lo que hacen, y tienen la suficiente lucidez para perpetrar el más trágico de los sucesos colectivos sin alterar su percepción mental de lo real y lo ilusorio, potenciando así las artimañas más siniestras.
La diferencia es sustancial: los enfermos mentales son
víctimas, no culpables; sin embargo, los enfermos morales son culpables que
buscan víctimas para culminar su perversidad. Este también podría ser el perfil
de una parte significativa de los maltratadores de género; hombres que
impulsados por una fuerte tendencia egocéntrica de superioridad destructiva
toman a mujeres como rehenes y víctimas para su propia delectación. Los
circuitos neuronales del placer pueden llevar fácilmente al disfrute del mal
ajeno de manera que se puede llegar a confundir con una enfermedad psicológica
común.
PROCESO PSICOLÓGICO DEL SUICIDA HOMICIDA – Cuando un
asesino yihadista se inmola junto a una multitud, lo hace como respuesta a un
planteamiento de estrictos principios y valores políticos, filosóficos o
religiosos. Esta
conducta es típica de
una conducta antisocial de tipo agresivo, especialmente cuando cumplen criterios
del síndrome de narcisismo maligno. Normalmente a nadie se le ocurre justificar una agresión de este
tipo sosteniendo que sufría una depresión. La
justificación estriba en la obcecada determinación política o religiosa; es decir, en
una manera filosófica o metafísica de entender la militancia a un ideal. Es por
esta razón que el proceso psicológico del suicida homicida ante su muerte y la
de sus congéneres es una cuestión de degeneración moral y un trastorno narcisista maligno dependiente estrictamente
de una idea, con una fuerte actitud perversa para sustentarla. El
ideal, junto al objetivo político, personal, social o religioso es el argumento
que sostiene y dirige su acción. La meta y la promesa que hay en el
cumplimiento de la misión es el norte psicológico y el sustento amoral que le da
sentido.
Detrás de ese ideal y resistente cometido político o religioso se esconde una gran incapacidad de aceptación de otras realidades, con tendencias paranoides. La radical eliminación de otras verdades hace del suicida homicida un convencido militante de sus propuestas y convicciones. Eliminar y desechar rotundamente cualquier otra opción permite la concentración y obcecación en la propia idea. Para él, todo lo que no sea su verdad, nada tiene validez y hay que destruirlo. Consecuentemente, la rotunda anulación de otras realidades aumenta exponencialmente la necesidad de vivir en exclusividad defendiendo la suya, e incluso morir, si fuere necesario. Es por ello que una apasionada y ofuscada militancia en pro de un ideal u ofuscación personal que anule e invalide implícitamente otras verdades, genera una creciente concentración psicológica que puede llevar a la inmolación propia y de sus congéneres únicamente para dar satisfacción y validez al propio principio. En concisas palabras, un trastorno de personalidad de carácter maligno.(3)
PROCESO SOCIOLÓGICO DEL SUICIDA HOMICIDA – El
suicida homicida vive en comunidad, pero lo suficientemente aislado como para
no depender de ella emocionalmente. La relación entre sociedad y suicida
homicida es un abastecimiento de intereses. Por un lado pretende proveerse de
los beneficios estructurales de la colectividad a la que pertenece. Y por otro,
se sitúa por encima de ella gracias a su ofuscación. El discurso de su propia
mente, incomunicada y asocial en lo que respecta a la interacción cognitiva, le
faculta de una capacidad introspectiva de alto valor para su siniestro
proyecto.
El gran reto al que se enfrenta el suicida homicida es la estricta
persecución de sus fines eludiendo cualquier interlocución social que pudiera
perturbarlo. Por lo tanto, no dialoga ni entabla relaciones conversacionales
con personas ajenas a su más íntimo y afín círculo. La comunicación con la
sociedad que le acoge estructuralmente y le rodea, tan solo se circunscribe al
intercambio de intereses de primera necesidad. En realidad, es un autista
social narcisista, ausente de toda interacción que pudiera descubrir su auténtico y
trágico fin. Por lo general, no se le desenmascara con facilidad, puesto que actúa
con un trato amable, correcto e incluso exquisito, sin dejar pistas ni detallar
cuestiones personales que pudieran desvelar la conspiración que esconde.
LOS MASS MEDIA Y LA PERSUASIÓN SUICIDA HOMICIDA – Mucho se
ha escrito y hablado sobre la influencia que los medios de comunicación pueden
realizar sobre personas con tendencia perversa y suicida homicida. La
televisión y sus crudas informaciones periodísticas, las películas violentas o
con sugerentes ideas que pudieran motivar a quitarse la vida en solitario o en
grupo, o cualquier testimonio que pudiera ejercer en él una insana influencia desatando
su violencia, son elementos que han sido analizados desde diferentes ángulos y
perspectivas.
Sin embargo, un sencillo y original estudio de un grupo de
sociólogos norteamericanos aportó más luz sobre la real incidencia de los mass
media en sujetos con tendencias suicidas y homicidas. En todo el territorio de
los Estados Unidos y en un espacio de dos años, buscaron en las más importantes
ciudades cines en los que se hubieran estrenado películas de carácter violento
con argumentos suicidas u homicidas, relacionándolas con similares actos reflejos
que hubieran sucedido en los siguientes cinco o diez días de la emisión. Films de
extremado contenido violento como Hanibal, Scary Movie o Evil Dead fueron
buscados en las hemerotecas de las carteleras para comprobar si las estadísticas
e informaciones policiales revelaban un aumento de la violencia en los días posteriores.
Curiosamente el estudio reveló un dato interesante y, en
principio, asombroso y contradictorio respecto a lo que suponían o esperaban.
La tasa de delincuencia y violencia en los siguientes días de emisión de la
película en cuestión descendía determinantemente. Ante tal evidencia, los
sociólogos hicieron algunos estudios, realizando distintas conjeturas para
encontrar explicaciones al sorprendente dato; algunas de ellas muy
especulativas. Una de las más aceptadas fue que la visión de películas de
carácter violento podría estar satisfaciendo el impulso, la ilusión o los
deseos violentos de las personas con inclinaciones fanáticas, transgresoras o
con deseos morbosos de acción y repetición de similares actos. La conclusión
del estudio apunta a que este tipo de películas parece disuadir o desalentar
los instintos, satisfaciendo los deseos más perversos de este tipo de personas de
tendencias antisociales o predisposiciones suicidas homicidas.[4]
Lo cierto es que el ser humano imita constantemente, copiando
y reproduciendo múltiples situaciones y acciones a lo largo de su vida. Desde
lo bueno a lo malo, la repetición e imitación es una manera de aprender y tomar
partido por unos ideales, conceptualizaciones o por unas formas y modelos de
vida. Ahora bien, al igual que en el caso de las películas violentas también se
podrían hacer paralelismos o conjeturas respecto a la incidencia en el
espectador de películas con contenidos de amor, de valores positivos o de
situaciones moralmente aprobables. La pregunta sería si también se imitan o,
por el contrario, disuaden, colman o satisfacen los sentimientos y las
necesidades emocionales y afectivas del espectador.
Todos estos estudios y conjeturas nos lleva a concluir que, pese a estar bombardeados diariamente por múltiples informaciones de distinto signo e influencias mediáticas con valores morales muy dispares, el ser humano es libre e incorpora las distintas influencias de acuerdo a un esquema moral individual y su reducido entorno social. Por su parte, la perversa decisión del suicida homicida no guarda una explícita relación con las referencias e influencias mediáticas y sus ascendencias negativas o positivas. Su actitud y determinación, además de no tener una relación directa con la enfermedad mental es, sin duda, una clara y maligna manifestación de ámbito espiritual, que responde a la condición de enfermedad moral.
© 2015 Josep Marc LaportaDocumento en PDF: Más allá de Andreas Lubitz
[1] Adams, J., & Adams , M. (1996). The association among negative life
events, perceived problem solving alternatives, depression, and suicidal
ideation in adolescents psychiatric patients. Child Psychology and Psychiatry, 37, 715-720. Philippi ,
M. I., & Rosselló, J. (1995, Julio). Ideación Suicida en un grupo de jóvenes
con depresión. Ponencia presentada ante el XXV Congreso
Interamericano de Psicología, San Juan., Puerto Rico
[2] Yang, B., &
Clum, G. A. (1996). Effects of early negative life experiences on cognitive
functioning and risk for suicide: A review. Clinical Psychology
Review, 16 (3), 177-195.
[3] Término acuñado por Otto Friedemann Kernberg (n. Viena, Austria en 1928). Psiquiatra y psicoanalista estadounidense de origen austríaco, cuya formación profesional transcurrió en Chile.
[3] Término acuñado por Otto Friedemann Kernberg (n. Viena, Austria en 1928). Psiquiatra y psicoanalista estadounidense de origen austríaco, cuya formación profesional transcurrió en Chile.
[4] Otros estudios sí que vinculan directamente el asesinato
en la vida real con el aumento de homicidios, como es el caso de la muerte de
Kennedy en 1963, observándose -con los datos del FBI en la mano- que la
sobredifusión de las imágenes del asesinato correlacionó con el incremento
desacostumbrado en el número de homicidios en cuarenta ciudades norteamericanas.
Sin embargo, en la comunidad cientítica internacional, la interrelación directa
entre el consumo de imágenes violentas y la ulterior conducta violenta se
afronta con extraordinarias precauciones, como es el caso del estudio citado.
Muy interesante y completo.
ResponderEliminarLa crisis del american way of life a mediados del siglo pasado dio a los Estados Unidos un incremento espectacular de los conflictos sociales y tasas de delincuencia. Debido al desarrollo que en la misma década tuvo la televisión, muchos políticos y analistas sociales adjudicaron una parte importante de la culpa de dicha situación al medio audiovisual, que estaba ocupando ya un lugar preferente en los hogares norteamericanos. A día de hoy los estudios son mucho más precavidos al respecto. Coincido con su visión.
ResponderEliminarEn el Manuel de l'infirmier en psychiatrie de Paul Bernard, tercera edición de 1977 en la editorial Masson (hay libro de ocasión en Internet), se habla de la depresión nerviosa o reactiva que se traduce en una acusada incapacidad a soportar la frustración. Esto es lo que le sucedió al copiloto. No superó la frustración que le supondría no tener agudeza visual, por lo que fue escondiendo pruebas. En realidad quiso escarmentar y culpar al mundo de sus problemas a través de matar a todos los integrantes del avión.
ResponderEliminarYo no soy psiquiatra ni nada que se le parezca, pero este "señor", por decir alguna cosa, además de tener una clara enfermedad mental, podría calificarse de lo que no voy a escribir, porque no me cabe en la cabeza cómo es posible suicidarse llevándose por delante a 150 personas. Es increíble.
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