Crónica no retórica de la realidad buj y las misiones humanas
© 2012 Josep Marc Laporta
Cada
noche tiene su trágica liturgia. La violencia se ensaña con las mentes y los
corazones más jóvenes. Educados en las guerras de los mayores, los muchachos de
piel negruzca y brillante se alistan en bandas afines que más tarde se
enfrentarán entre ellas simulando conductas aprendidas en años de guerras
étnicas y tribales. Cuando la oscuridad es suficientemente silenciosa, desde
las habitaciones más o menos seguras de cualquier hogar se pueden oír algunos
lejanos disparos sin rumbo atinado, aunque con destino cierto.
Tan
solo una noche durmiendo entre los silencios armados de la noche buj es suficiente
para hacer temblar la conciencia de miedo. Sin embargo, el pánico no guarda
relación con los disparos, sino con el discernimiento interno de la
espeluznante e imperturbable batalla que se dirime tras las paredes. Sentir en
el alma que más allá de los estampidos hay dedos que apuntan balas y cuerpos
que conciben plomo, es empezar a comprender cual fue la auténtica e insondable razón
de Dios al transportar a su Hijo a este mundo: alzar una cruz de paz en medio
de los disparos de cualquier culpabilidad.
Al
día siguiente, los mentideros contabilizarán heridos y, si las balas alcanzaron
‘blanco’, las defunciones. Mientras tanto se oyen voces de ciudadanos buj
llorar alguna muerte o alborozar vidas. En medio de los rumores, un niño de
piernas escuálidas y mirada cristalina alarga su brazo, prácticamente sin
extremidades superiores y casi sin manos, reclamándome: "Donnez-moi de
l'argent, j'ai faim".[1]
En
la satisfecha sociedad occidental, con el solo gesto de mirar hacia otro lado
habríamos solucionado el conflicto ético. En Bujumbura este autosuficiente
movimiento es inútil y, paradójicamente, del todo insuficiente. Al virar el
rostro hacia cualquier horizonte, de repente y sin desearlo puedes encontrar en
el radio de visión a algún adulto en silla de ruedas, sostenido en alguna
muleta o a otro famélico niño aguardando respuestas desde lejos. Mirar hacia
otro lado no soluciona el problema, más bien lo empeora. La realidad existe y
existirá frente a tus narices, mires o no mires, hagas o no hagas e, incluso,
sientas o no sientas eso que llamamos misericordia.
Durante
el día, desde una distinguida capilla a orillas del lago Tanganica[2]
se oye un numeroso grupo de cristianos fervientes y arrebatados que evangelizan
a los nativos por medio de prédicas y cantos occidentales. El alboroto se oye a
la distancia del viento con repeticiones exaltadas, revelando el esfuerzo
aleccionador de una fe sobrecogida. Las voces se elevan al cielo, mientras la
ciudad escucha sus propias súplicas en la inmensidad del valle.
A
tres centenares de metros, en la segunda planta de un edificio gris, un grupo
de profesionales alistados por Unicef ultiman un proyecto de desarme y
reeducación de la juventud buj. Una reunión más entre muchas que transcurre
estableciendo un amplio y múltiple organigrama que semanas más tarde otro
equipo aplicará. Al día siguiente y tras el tenso silencio de la noche,
viajarán con protección militar a Ngozi, una provincia al norte del país, donde
conocerán otra cruda realidad que deberán analizar y atajar.
Un
poco más lejos, a cien kilómetros de la capital, en el Kibuye Hospital, un
grupo de médicos europeos trabajan en un programa de divulgación para ayudar a
personas con discapacidad, en especial a ciegos. Muchos de ellos dejaron sus
acomodados centros de salud para dar un salto al vacío de Burundi. Además de
otras responsabilidades sin horario fijo y sin recompensa occidental, atienden
un programa de supervivencia infantil, gestionando una pequeña fábrica que
produce un cereal de alto valor proteico para prevenir y tratar la desnutrición.
En
Burundi más del 58% de los niños sufren retraso del crecimiento. La gordura
alimentaria del norte del mundo no satisface los vacíos estómagos del sur. Los pequeños
que no obtienen los nutrientes que necesitan en sus primeros 1.000 días de vida, reciben una dolorosa hipoteca para siempre: el daño a su desarrollo físico y
mental es irreversible. De los que sobrevivan, algunos serán blanco de cualquier
violencia.
Allí
como aquí, y como en tantos lugares lejanos y cercanos, escasean manos que oren
con las manos en el arado y sin girar la cabeza;[3]
porque volver la vista atrás también es complacerse en las seguridades de una
fe ritualmente envanecida. Y por causa de ello el reino de Dios también camina
entre hombres y mujeres que sienten compasión divina aún sin haberlo visto ni conocido.[4]
El
proyecto humano de lo divino no tiene patrimonios religiosos. Las miles de manos
que aún sin saber orar se ofrecen y se dan también son un silencioso bosquejo
de la gracia de Dios. Y entre esas manos hay quienes creen negar a Dios, perplejos
y contrariados por la insolvencia ética de algunos que lo monopolizan. Y, sin
embargo, aquellas manos persisten en no acallar sus propias conciencias.
[1] Niños y
mayores piden limosnas con asiduidad. Ante tanta demanda a veces es imposible
eludir la ayuda, aunque sea mínima. En ocasiones, reclaman atención muy
persistentemente e incluso adultos se niegan a no recibir nada, solicitando
limosna con actitud incansable, tenaz y resistente.
Muchos
niños no tienen manos o pies por causa de algún explosivo o, sino, por alguna
enfermedad relacionada con la malnutrición.
[2] La ciudad
se extiende en una llanura bochornosa. En un enclave caluroso, Bujumbura está
prácticamente rodeada de hermosos paisajes. Al oeste está el lago Tanganica y las
impresionantes montañas de la República Democrática del Congo, mientras que las
colinas de Burundi tratan de completar el círculo y luego se extienden hacia el
sur a lo largo del lago. En esas laderas se pueden ver las casas más adineradas,
con suntuosas mansiones. Las playas que bordean el lago, ofrecen una bocanada de
aire fresco al asfixiante calor de la ciudad.
Menuda crónica! Espeluznante y enternecedora. La cruda realidad en pocas palabras-
ResponderEliminarLa he leido varias veces porque me llena de compasión y realismo. La he dado a leer a mis alumnos y hemos podido sentir un poco de lo que sintió usted al escribirlo. Gracias.
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