Cuando le preguntaron sobre su radical
activismo en favor de los derechos sociales y humanitarios de la raza negra
americana, Martin Luther King respondió con una seria declaración de principios
y valores: “El comportamiento del instruido y educado hombre de nuestros
días se asemeja mucho al de los animales: mata para vivir. Mata el alma, mata
las ilusiones, mata el derecho y la dignidad del prójimo e incluso mata el hálito
de vida sólo para considerarse vivo, poderoso y suficiente. Es la supremacía
del que cree tener dignidad sobre el que decide que no debe tenerla”. Y
en alocución pública añadió una lapidaria sentencia: “Nuestra generación no se habrá lamentado
tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los
bondadosos”.
Pese a los notables avances en
justicia social y derechos humanos, en el último siglo el valor de una vida ha
devaluado su coste hasta el organigrama de una simple y aproximada estadística.[1]
El precio de algunas vidas es prácticamente el mismo que el de sus muertes. La
consideración de la persona, como concepto integral de existencia
independiente, con todas sus inquietudes, proyectos, deseos, anhelos y
convicciones, tiene muy poco valor entre las estructuras racionales de la economía,
mercadotecnia y el progreso humano. Los números, los datos y las estadísticas
acostumbran a ocultar el inmenso y real valor que un solo individuo tiene,
insustituible en su particularidad, irreemplazable en sus deseos, lleno y
completo de vida autónoma.
Actualmente, en el mundo mueren
cada día más de 145.000 personas por distintas razones no naturales: malnutrición,
hambrunas, guerras civiles, guerras del petróleo, conflictos étnicos, violencia
y maltrato de género, terrorismo, insolidaridad, atentados, opresión,
explotación, refugiados, esclavitud, invasiones y dominaciones armadas, injusticia social, migraciones
obligadas y efectos derivados de la supremacía económica occidental. Ciento
cuarenta y cinco mil personas de media son muchos seres humanos que diariamente
transitan de la vida a la muerte sin que nadie se pare a considerar su auténtico
valor, sin que nadie les reconozca su derecho a ser y vivir, sin que
prácticamente nadie atienda no sólo sus estómagos y derechos, sino sus pequeños
o grandes deseos, emociones y sus anhelos y proyectos truncados.
Acostumbrados a los números
occidentales y a las frías estadísticas de cualquier estudio sociológico –que
todo lo exponemos y todo lo razonamos–, ignoramos que detrás de una sola muerte
despachada por la inconsciencia de prepotentes opresores, existe el valor de
una vida, con multitud de ilusiones y propósitos amputados por las directrices
de otros.
Para muchos seres humanos de
nuestros días, el precio de su vida es exactamente igual al precio de su
muerte: prácticamente cero. A pesar de las buenas intenciones y del buen hacer,
en las estadísticas y resúmenes de acciones solidarias o de proyectos
humanitarios de corto y gran alcance, cualquiera de esas vidas que mueren
alcanzará el mismo valor que si no hubieran nacido. Es la relativización de la
vida y, también, de la muerte, la desvinculación de lo divino de lo humano, la dejación
de su sagrado valor y el abandono de su trascendencia humana en manos de
próceres congéneres.
Pese al desconsuelo de muchas
realidades, existen datos globales que apuntan a
que la década de 2001-2011 fue menos mortífera que cualquier otra del siglo XX. Curiosamente descubrimos que
los atentados del 11 de septiembre del 2001, por espectaculares que fueran,
inauguraron el decenio menos violento que haya conocido el mundo desde 1910,
incluso desde 1840. No obstante, este alentador dato no encubre la trágica
realidad: el número de muertes no naturales en el mundo sigue siendo de una
media aproximada de 145.000 personas/día. Y tampoco debe esconder que cada una
de ellas posee un valor intrínseco que ha sido desposeído a discreción por los económicamente
más poderosos, entre los que nos contamos nosotros.
Para que el valor de una vida no
sea el mismo que el de la simple y consabida muerte, habrá que preguntarse si
la saturación mediática que sufrimos no estará insensibilizando nuestra
perspectiva de la realidad. Imbuidos en trágicas noticias de alcance, de informaciones
bien argumentadas, de fotografías solidarias y enternecedoras, y de documentales
y peticiones solidarias de todo tipo, posiblemente estemos perdiendo de vista
la auténtica verdad que nos rodea: las vidas de los que mueren por causas no
naturales en el mundo son para nosotros auténticos colectivos anónimos, gentes
impersonales, multitudes desconocidas: una manipulación de nuestra percepción respecto
al valor de una sola vida.
Los que viven y mueren como un
número entre millones de personas sin esquelas ni ostentosos funerales, también
pierden todo atisbo de dignidad con nuestra displicencia e indiferencia. Pensar
un poco más detenidamente en el alto valor que tiene un solo ser humano, que
siente y sufre como nosotros, que desea y se emociona como nosotros, que vive fugazmente
y muere indiferentemente ante nosotros, es un pequeño paso para restaurar el
valor perdido que merece cualquier persona en cualquier lugar del mundo. El valor
de una sola vida no debería morir con su muerte, ni tampoco con nuestro olvido
negligente.[2]
Segunda
Guerra Mundial (1939-1945): 60
a 73 millones de personas muertas.
Guerra
civil rusa (1917-1922): +–20 millones de personas muertas.
Guerra
civil china (1928-1936): +–2 millones de personas.
Guerra
civil china (1945- 1949) +–1,2 millones de personas.
Guerra
indo-pakistaní de 1971: +–3 millones de personas.
Guerra
de Corea (1950-1953): 2,5 a
3,5 millones de personas muertas.
Guerra
de Vietnam: (1957-1975): 2 a
6 millones de personas.
Guerra
de Biafra: (1967-1970): 2 a
3 millones de personas.
Guerra
civil afgana (1979-2013): 2 millones de personas.
Guerra
de independencia argelina (1954-1962): 1,2 millones de personas.
Guerra
civil de Mozambique (1977-1992): 1.000.000 de personas.
Guerra
civil de Angola: (1975-2003) +– 1,5 millón de personas.
Primera
Guerra indo-pakistaní (1948-1949): +– 450.000 a 1,5 millones de personas.
Guerra
civil de Somalia (1987-2013): +– 300.000 a 1 millón de
personas.
Guerra
civil española (1936-1939): +– 500.000 y
1 millón de personas muertas.
Segunda
Guerra del Congo (1998-2003): +– 2 a 7 millones de personas.
Segunda
Guerra Civil Sudanesa (1983-2005): +– 1,9 a 2 millones de personas.
Segunda
Guerra Ítalo-Etíope (1935-1936): +– 1,6
millones de personas.
Guerra
Civil Etíope (1974-1991): un millón de personas (muchas por la sequía).
Guerra
Civil Mozambiqueña (1977-1992): +– 900.000 a 1.000.000 de
personas.
Guerra
de Biafra: (1967-1970): +– 800.000
a 3.000.000 de personas.
Guerra
de la Independencia Eritrea: (1961-1991): 730.000 de personas.
Guerra
de Independencia de Argelia: (1954-1962): +– 578.600 a 1.000.000 de
personas.
Guerra
civil de Angola (1974-2002): +– 500.000 a 1.550.000 muertos.
Primera
Guerra Civil Sudanesa: (1974-2002): +– 500.000 de personas.
Conflicto
de Darfur (2003-2013): 450.000 de personas.
Guerra
civil en Costa de Marfil (2002-2007): 400.000 personas.
Guerras
civiles de Uganda (1979-2013): 312.000 personas muertas.
Segunda
Guerra del Congo (1998-2003): +– 3 a7 millones de personas.
Guerra
Civil Somalí (1988-2013): +– 300.000
a 1.000.000 de personas muertas.
Guerras
civiles de Liberia (1989-2003): 250.000 de personas muertas.
Primera
guerra del Congo: +– 200.000 personas.
Crisis
del Congo (1960-1965): 100.000 personas.
Guerra
civil de Sierra Leona (1991-2002): +– 80.000 a 200.000 personas muertas.
Rebelión
Malgache (1947-1948): +– 80.000
a 100.000 personas.
Segunda
Guerra de los Bóers (1899-1902): +– 75.000 a 100.000 personas.
Guerra
de Independencia de Mozambique (1964-1974): 63.500 personas.
Guerra
entre Etiopía y Eritrea (1998-20000): +– 53.000 a 300.000 personas.
Guerra
de la Independencia de Angola (1961-1974): 52.000 personas.
Rebelión
Mau Mau (1952-1959): 38.000 personas muertas.
Guerra
civil de Rodesia (1964-1979): 30.000 personas muertas.
Guerra
de Ogaden (1977-1978): 13.000 personas muertas.
Guerra
del Sáhara Occidental (1975-1991): +– 10.000 a 15.000 personas.
Guerra
civil del Congo (1997-2002): 10.000 personas muertas.
Guerra
Uganda-Tanzania: 5.000 muertos.
Guerras
civiles de Venezuela (1830-1903): +– 1.000.000 de muertos.
Guerra
Federal (1859-1863): +– 100.00048
a 150.00047 muertos.
Guerra
de los Diez Años, Cuba (1868-1878): +– 200.000 muertos.
Guerra
de Independencia cubana (1895-1898): +– 300.000 personas muertas.
Genocidio
de indígenas en Nortamérica (1775-1890): 370.000 muertos (20.000 colonos
blancos).
Guerra
de 1812 en EUA: 20.000 personas muertas.
Guerra
de Secesión, EUA (1861-1865): +– 690.000 muertos (incluyendo la post-guerra).
Segunda
Intervención Francesa en México (1862-67): 38.000 personas.
Independencia
de México (1810-1821): +– 250.00049
a 500.00048 muertos.
Guerra
de Texas (1835-1836): +– 2.200 muertos.
Intervención
estadounidense en México (1846-1848): +– 23.000 muertos.
Rebelión
maya en Yucatán (1847-1915): +– 300.000 muertos.
Guerra
de Reforma (1857-1861): 8.000 muertos.
Revolución
Mexicana: +– 1.000.000 de muertos (1910-1920).
Guerra
contra el narco (2006-2012): 250.000 muertos y desaparecidos. Más de 1.3
millones de desplazados
Brasil,
Guerra de Canudos (1893-1897): +– 30.000 personas muertas.
Colombia,
La Violencia (1948-1953): +– 300.000 colombianos muertos.
Guerra
civil de Guatemala (1960-1996): +– 200.000 personas muertas.
Rebelión
de Túpac Amaru II (1780-84): +– 100.000 a 200.000 personas muertas.
Guerra
de la Independencia de Chile (1813-26): 30.000 personas muertas.
Guerra
de los Mil Días (1899-02): +– 100.000
a 120.000 personas muertas.
Guerra
del Chaco (1932-35): +– 100.000 personas muertas.
Guerra
Civil de El Salvador (1980-92): +– 75.000 a 85.000 personas muertas.
Conflicto
armado en Colombia (1964-2013): +– 50.000 a 350.000 personas muertas.
Guerra
del Pacífico (1879-83): 14.000 personas muertas.
Conflicto armado interno en el Perú (1980-2013): +–40.000 a 70.000 personas
muertas.
Conflicto armado interno en el Perú (1980-2013): +–
[2] En la historia hubo alguien que
murió por todos nosotros pagando un alto precio; que dio a su vida un alto
valor para asimismo dárnoslo a nosotros. Él fue quien dijo: “Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su único hijo (Jesús), para que todo
aquél que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
© 2013 Josep Marc Laporta.
Sin palabras. y sin aliento. Gracias por hacerme parar el carro de la vida y mirar el valor de una sola vida.
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