· Dimitir o no dimitir
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© 2010 Josep Marc Laporta
En mayo del año 2010, el presidente alemán, Horst Köhler, anunció su dimisión pocos días después de unas polémicas declaraciones sobre Afganistán, en las que vinculaba la misión del Ejército alemán en el país centroasiático con la defensa de los intereses comerciales de su país. También, por las mismas fechas, el secretario del Tesoro británico con rango ministerial, David Laws, dimitió al reconocer las acusaciones de haber cobrado 47.000 euros en dietas por un piso de su pareja sentimental. En Dinamarca, el diputado Jeppe Kofod, considerado hasta el momento como una de las estrellas de los socialdemócratas, abandonó la cúpula de su partido tras conocerse su relación con una chica de 15 años. En Finlandia, la presidenta Anneli Jäätteenmäki dimitió tres meses después de su victoria electoral al haber presionado a un funcionario para que desvelase información confidencial sobre la posición de Finlandia en la guerra de Irak, con el objetivo de derrotar a los socialdemócratas.
En España, el ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo tuvo que dimitir después de demostrarse repetidamente y con todo lujo de detalles que estuvo de cacería con el juez Baltasar Garzón, no sin antes tener una persecución mediática y política para que dejase el cargo. En nuestro país, distintos cargos públicos se agarran al sillón con tal de no dimitir, a pesar de que estén siendo investigados judicialmente o, incluso, sean procesados. Sin lugar a dudas, aquí cuesta mucho dimitir. Mientras que en los países anglosajones la primera reacción a cualquier situación anómala y comprometida es, directamente, dejar el cargo, en los países del sur se acostumbra escurrir el bulto, esperando alguna carambola que permita salvar el honor y, sobretodo, el puesto.
La diferencia entre el norte y el sur es sustancial. Es una frontera ética entre países protestantes y no protestantes, que al mismo tiempo es la misma frontera que separa los países más y menos desarrollados de Europa. No es sólo una cuestión religiosa, sino de valores. Como apunta acertadamente el periodista y profesor universitario Joaquim Roldán, los anglosajones no diferencian tanto como los latinos cuestiones como la honradez y la honestidad. Para nosotros, honradez significa no coger dinero de la caja, y honestidad se refiere más a la actitud que tomamos frente a temas o situaciones de ética social. Por eso, aquí nos podemos estar preguntando eternamente si preferimos un político honrado o un político honesto, y nos podemos pasar unos cuantos días discutiendo sobre ello, matizando el concepto y sus consecuencias; mientras que en los países del norte dirimen rápidamente afirmando que un político debe ser honrado y honesto.
Un aspecto diferencial es el valor que se otorga a la verdad en los países de tradición protestante versus los países de tradición católica. El norte no perdona la mentira; el sur la considera un pecado admisible y socialmente aceptable e incluso conveniente. Por lo general, los anglosajones no aceptarían que un presidente o un ministro que, por voluntad o ignorancia, no dijera la verdad sobre una situación dificultosa, no dimitiese. En el sur, en cambio, es más fácil no decir la verdad sobre algo y permanecer en el cargo hasta las siguientes elecciones. La mentira aquí es una simple moneda de cambio para conseguir objetivos a corto, medio o largo plazo; en el norte, el precio de relacionarse con la mentira es determinantemente más caro, hasta el punto de ser inadmisible.
Otro de los aspectos que incide diferencialmente en las actitudes personales y sociales son las diferentes perspectivas cristianas en cuanto a la confesión de pecados. Tradicionalmente, en los países de trasfondo católico, el devoto que aspira a que sus pecados sean perdonados deberá pasar por el confesionario, donde un sacerdote ejercerá de confesor y mediador (la confesión auricular). En los países de tradición protestante, el individuo, ya sea hombre o mujer, ejerce una total autonomía para pedir directamente a Dios el perdón y la remisión de sus pecados. No existe intermediario o intercesor que lo represente. Este aspecto teoantropológico confiere al ciudadano anglosajón una mayor capacidad psicológica para la asunción de sus responsabilidades, en detrimento del individuo latino, que ha de repartir el proceso de súplica con una tercera persona y, por lo general, dentro de un templo, en un confesionario. Psicológicamente, el anglosajón ha crecido en un medio religioso donde se fomenta la responsabilidad individual que, unida a la de sus congéneres, proporcionará una colectividad mucho más responsable y comprometida.
Un concepto a valorar es el germen de austeridad que implantó el luteranismo. La visión de la espiritualidad individual y comunitaria que la reforma protestante impulsó, afectó determinantemente a las relaciones sociales: los excesos no estaban bienvenidos, el rigor fue un valor en alza y la responsabilidad se convirtió en el deber de individual y común. Es por ello, que la austeridad participa del pensamiento social como un bien que beneficia a todos, que invita, tanto a lo privado como a lo público, a sacar el máximo rendimiento con los mínimos recursos. Este perfil poco derrochador y austero de las sociedades de tradición protestante contrasta con las de trasfondo católico, más expuestas a una religiosidad más genérica, de perfil menos implicada y más displicente con el rigor y los compromisos individuales.
Cabe destacar que el folklore religioso que caracteriza a las sociedades católicas es una interesante muestra de la distinta percepción sobre el rigor y la austeridad. Mientras los países de tradición protestante disfrutan de una espiritualidad de percepción más teológica, los de trasfondo católico tienden a ser más antropológicos. Sin duda, la religiosidad que fraterniza indisolublemente con el folklore tiende a ser más expresiva pero menos austera.
Un penúltimo detalle a tener en cuenta es el modelo eclesial protestante, más participativo y menos jerarquizado; a diferencia del católico, más piramidal, con cabeza visible y pléyade de obispos en distintos escalafones. El ciudadano del norte ha vivido más de cerca la democracia en la propia congregación o parroquia, con participación vinculante en muchas de las decisiones locales. Tradicionalmente, el ciudadano de trasfondo católico ha aceptado las directrices superiores, limitándose a la asistencia a las misas y al cumplimiento de unas impuestas exigencias religiosas. La democracia apareció en las comunidades religiosas anglosajonas a mediados del siglo XVI, con la reforma de Lutero; mientras que el catolicismo ha admitido una cierta participación del pueblo en épocas muy recientes. La aportación igualitaria de los fieles de tradición protestante en los servicios religiosos ha configurado un perfil más responsable y de colaboración, así como una capacidad más individual para asumir asuntos y responsabilidades por el bien común.
Como un último apunte, cabe remarcar la velocidad con que los países de tradición católica han arribado a la democracia. Mientras que los de tradición protestante, prácticamente llevan más de dos siglos con la democracia en sus instituciones administrativas, en las de tradición católica, como España, la democracia participativa tan sólo acumula unos exiguos 35 años de vida. En este corto espacio de tiempo, los políticos —o los llamados servidores del pueblo— han aprendido a ejercer la democracia y a aplicarla, con todos los excesos que conlleva un rápido aprendizaje. El deseo irrefrenable de poder de los ciudadanos y las ansias de llegar a las instituciones donde se toman las decisiones políticas, económicas y sociales, ha marcado al ciudadano de a pie, que ha visto que tenía en la mano la posibilidad de ejercer poder y, también, notoriedad.
La larga tradición democrática de los países anglosajones hace que los políticos tengan un sentido más claro de cuál es su misión de servicio público. Por lo general, conocen bien que su trabajo en la política es servir al país o a la comunidad y no servirse del país ni de la comunidad para sus intereses personales o partidistas. La larga tradición democrática de algunos de los países del norte de Europa ha depurado el pensamiento y las actitudes de los políticos y servidores públicos hasta el punto de entrar en política con una mayor convicción de servicio que en otros países de menor tradición.
Cuando los hechos salen a la luz y se manifiesta claramente el despropósito, ya sea por exceso, atrevimiento o por inconsciencia, o cuando una situación es insostenible por no pasar un mínimo examen ético, dimitir es la única y urgente opción. La exigencia es una responsabilidad que se debe aplicar en todos los ámbitos de la vida pública y social. Cuando dicha exigencia se ha roto, la rapidez de dimisión es el antídoto más eficaz para la recuperación de la credibilidad de las instituciones y del sistema democrático. Dimitir es una cuestión de dignidad y cualidad democrática, y también es un signo de respeto.
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me parece que da en el clavo . mas esplícito es imporsible
ResponderEliminartotalmente de acuerdo Las diferencias son abismales y permiten entender los demanes de nuestros países latinos
ResponderEliminarDimitir o no dimitir, this is de question! Es más fácil no dimitir porque hasta que no se demustre lo contrario, todo el mundo es inocente. A veces se quiere juzgar antes de tiempo al que está en un proceso judicial. Es preferible esperar y conocer sentencias.
ResponderEliminarES BUENO DIMITIR SEA CUANDO SEA. QUIENES NO DIMITEN ES PORQUE ESTAN ANCLADOS AL PODER Y NO SERIAN ANADA SIN EL. EN ESTE PAIS TENDRIAMOS QUE DIMITIR MAS Y PURGAR LOS ERRORES NO SOLO CON LA DIMISION SINO TAMBIEN CON EL OLVIDO.
ResponderEliminarLOS PAISES NORDICOS NOS LLEVAN VENTAJA. SERAN PROTESTANTES O NO, PERO LLEVAN AÑOS ASUMIENDO RESPONSABILIDADES. PERO A PESAR DE ESTO AUN SIGUEN HABIENDO DESMANES Y CORRUPCION, PERO MENOS QUE AQUI, SIN DUDA!
AQUI TENEMOS LA GORDA CON LA CORRUPCION. TENDRA ALGO QUE VER TAMBIEN CON LA TRADICION RELIGIOSA DE CADA PAIS.
Nos cuesta tanto dimitir porque somos muy pretenciosos y pensamos que sin nosotros el mundo se acaba. Pero entre norte y sur,,, ostiaaa, hay mucha difrencia!!! Si que estamos mal los del sur. la verdad es que hay un cambio de mentalidad importante.
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