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· El equilibrio del arte

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Del libro "El dilema del arte"
© 1991 Josep Marc Laporta

Durante algunos siglos, el arte estuvo controlado por poderes eclesiales y cortesanos. Su desarrollo siempre estuvo en relación a unos “señores” que supervisaban el trabajo creador. Ya en el siglo XIX se fueron produciendo cambios significativos. Los artistas no dependían tanto de unos poderes eclesiásticos, sino que adquirían cierta libertad y autonomía. Daba la sensación de que el creador podía ser más libre, pero fue un espejismo temporal. En el siglo XX aquellos jerarcas cambiaron sus vestiduras sagradas por trajes y corbatas, y sus santuarios por despachos. En realidad, fue todo un cambio social.

Por lo general, el arte siempre ha permanecido ligado a los poderes. Aunque han habido creadores que han actuado con plena libertad, la independencia ha sido a costa de sus propias desventajas y dificultades. El camino de la libre manifestación ha pasado por la estrechez económica y, muchas veces, el sponsor fue quien solucionó la complicada situación. Todo ello ha condicionado al creador que, por un lado, posee libertad de expresión, pero por otro, no encuentra fórmulas válidas para promocionar su obra. Muchos artistas de nuestra época tienen muchas posibilidades creadoras e imaginativas, pero ello no les vale demasiado, pues se encuentran aplastados por la dificultad de mostrar su trabajo. Ahí entra el poder establecido.

Hoy, el artista tiene total libertad para crear, sin cortapisas imaginativas. Su trabajo puede ser extremadamente original, desarrollando las convenciones estilísticas de una forma diferente a como lo harían sus antepasados, pero todo ello queda estancado por la complicada maquinaria de exposición. El gran problema es presentar el trabajo a sus contemporáneos, con una pregunta obligada: ¿dónde...? La dificultad de dar a conocer su obra y que se acepte, obliga a que su reacción artística sea dominar bien la técnica, intentar ser muy original y hacerlo de una forma distinta. A través de estos aspectos, hay una lucha constante por ser reconocido y una necesidad de superación continua. Todo ello da, como resultado, una dicotomía entre lo que siente, lo que posiblemente desearía expresar y lo que tiene que hacer. Las variantes de ello son muchas: desde la obra que por ella misma transmite de una forma sensible y genuina la visión del artista, hasta la extremada angustia de una creación basada casi exclusivamente en la originalidad, sin dejar lugar a la creatividad.

Es verdad que nuevos estilos empiezan en la originalidad, pero también es cierto que ahí es donde más claramente se manifiesta el arte caído. La lucha por encontrar un lugar en las estructuras de exposición, hace del artista un esclavo del arte, desarrollando una creación que traiciona el principio artístico. La tensión que el creador tiene entre creatividad, credibilidad, perfección y originalidad queda resquebrajado por algún vértice, rompiendo la armonía de su obra. El equilibrio entre estos cuatro aspectos es fundamental para un trabajo correcto. Nuestra sociedad ha roto esta base, buscando una especial originalidad y perfección en detrimento de la creatividad y credibilidad. De esta manera notamos cómo, poco a poco, el arte se va debilitando, pues los creadores, al desear un fin egoísta han traicionado la base artística.

El artista corre el peligro de claudicar ante el modelo de arte ofrecido por la sociedad, creando sólo con la mira puesta en llegar a una supuesta cima y ser aceptado..., pero realmente éste no es el concepto. Hay un riesgo implícito en la aceptación de las corrientes artísticas y en la integración de ellas en la vida, porque la realidad es que viven en la desolación producida por la alteración de los valores creativos. Si el artista cambia la correcta correlación entre creatividad, credibilidad, perfección y originalidad, se expone a sucumbir ante el modelo de esta sociedad.

El artista de nuestro mundo vive en un funcionariado del arte propuesto por la necesidad de llegar, en lugar de ser. Lo interesante es la notoriedad y la necesidad de acercarse a la cima para ser reconocido por el entorno. Es entonces cuando la originalidad y la perfección se aíslan de la creatividad y credibilidad, formando nuevas obras de arte en beneficio del renombre y en prejuicio de la genuina creación. Es en este punto cuando el compromiso artístico se dirige hacia la notoriedad en un pacto con el poder establecido. ¿Es malo estar arriba? Creo que no; lo detestable es la alteración del proceso creativo. El sometimiento a esas condiciones es lo contradictorio.

Todo ello entraña un problema. La sociedad tiene desdibujado el mencionado equilibrio artístico. Su escala de valores está centrada en este orden: primero, originalidad; después, perfección; más tarde, creatividad; y, como último, credibilidad. Es a partir de esta concepción en la que, erróneamente, se forma y valora una creación. Podemos observar que algunos artistas tienen verdaderas dificultades en llegar a la cima, pues los valores son totalmente distintos. La primera implicación del artista en una obra de arte debe ser la creatividad; como segundo aspecto, la credibilidad; después vendrán la perfección y la originalidad. No significa que unos sean más importantes que otros; implica, simplemente, un natural desarrollo artístico.

Ya hemos dicho que la originalidad es la condición casi indispensable que nuestra sociedad demanda de buena creación. De esta forma, la selección de obras de arte queda, en gran parte, automáticamente solucionada. Los circuitos en los que se mueven, ejercen un control especial. Por un lado, las administraciones públicas participan en el descubrimiento, ayuda y consolidación de nuevos valores, y, por otro, los poderes artísticos dirigen y dirimen la función que han de desarrollar.

El trabajo que ambos realizan es muy significativo. El primer ente, por medio de todas sus ramificaciones (televisión, radio, centros sociales, etc.), busca y potencia nuevas creaciones artísticas, preocupándose en encontrar algo diferente, técnicamente bien hecho, y sobre todo, muy original. Para ellos, la creatividad es el condimento secundario, dando importancia al valor de la originalidad. Para la administración, la tarea no termina ahí. El apoyo dado a los nuevos artistas está condicionado y complementado por la exhibición de creadores ya consagrados, que son invitados para una muestra exhaustiva de lo que debe ser una obra de artística. Esta manifestación, aparte de la discriminación social, al destinar millones de pesetas en beneficio de unos pocos artistas de élite y algunos miles en prejuicio de muchos, trae consigo unos modelos implantados desde el otro poder, que son enteramente aceptados por la ciudadanía. La perfección técnica y la originalidad siguen siendo las dueñas de la manifestación artística, en detrimento de la creatividad y credibilidad. Lo perjudicial no es ser original ni buscar la perfección técnica, sino la alteración de los valores creativos.

Muchas veces, hemos confundido creatividad y originalidad. La creatividad siempre vive en la vivencia artística del propio creador, desarrollando su trabajo en referencia a lo que él es, a su condición imaginativa, sentimientos y valores; en definitiva, en relación a la credibilidad. La originalidad, en su concepto correcto, nace de la creatividad y se desarrolla hacia la diferenciación. La lucha creadora de muchos artistas está basada en la búsqueda continua de la originalidad, pasando por encima de la misma creatividad, porque ser original es lo más importante en nuestra sociedad.

Tampoco tenemos claro la credibilidad y la perfección, pues ambas también han sido prostituidas en beneficio de otros valores. La credibilidad descansa en el propio autor, siendo su mismo reflejo en la obra. Este valor convive con el creador; si se anula la personalidad, en cierta manera muere la vida y trascendencia de la obra. Muchas veces, esta cualidad natural queda eclipsada por la extremada necesidad de ser diferente, adoptando la máscara necesaria con el fin de lograr la notoriedad de su obra. Todo ello crea angustia en muchos creadores de nuestra sociedad, transmitiendo ansiedad y tristeza en su obra. Es entonces cuando vemos exposiciones extremadamente originales, pero vacías en su interior; es ahí donde podemos notar que el arte está agonizando.

La perfección es el ingrediente que define la buena aceptación de un trabajo. Hacer las cosas lo mejor posible, con las mejores cualidades y posibilidades técnicas, es una necesidad para cualquier creador. La perfección participa en la creatividad, ayuda a la credibilidad y es un aliado de la originalidad. Su colaboración es imprescindible en un buen proceso artístico. El problema es cuando se potencia demasiado, destacándola por encima de los otros valores, convirtiendo el arte en un circo.

Hay tristeza en el arte cuando existe desequilibrio en sus valores principales. Nos duele observar cómo los creadores trabajan con la mira puesta en la originalidad, sin poder decir nada más que imágenes desencajadas, vacías por el desencanto de la sociedad. Tenemos inquietud al comprobar que las administraciones ejercen un papel controlador, con centros sociales como especuladores del arte, dando «creaciones ejemplares» en beneficio del poder artístico, dejando a sus conciudadanos a merced de sus propios errores y sumidos en el desengaño.
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5 comentarios:

  1. Anónimo20:43

    Esta pagina me parecio muy buena ya que aprendi muchas cosas que no sabia de el tema

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  2. Anónimo04:42

    buuuuuuuuuuu que chandeza q porqueria es esta wuwwwwuwuwuwuwuw

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  3. John V14:58

    Excelente recoopilación de conceptos que son imprescindibles para una obra de arte . Estoy de acuerdo que por tal de hacerse reconocer se hacen obras tristes y malas. La originalidad lo puede todo y mata el arte como expresión de la belleza interior. Me gustó.

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  4. Anónimo10:50

    buenisimo! gracias!!!!!!!!!!!

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  5. Anónimo18:39

    no hay artistico?
    x q nohay maliditos
    por q no lo han hecho
    baasuuuuuuuuuras

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