La música es el único arte percibido por los oídos. No obstante, ello no significa que la música no accione otros mecanismos de relación humana. Como señala Kenneth Bruscia, ¨la música se puede oír, ver y sentir; se puede transmitir por medio de sonidos, captándola por medio de formas visuales y sensoriales, además de ser verbal y no verbal. La cuestión aquí es que la música no es siempre sólo música; a menudo se entremezcla con otras formas de arte. Las canciones combinan la música y la poesía. Las óperas integran música, teatro, danza, y artes visuales. Los cantantes gesticulan, hacen mimo y actúan mientras cantan. Los directores utilizan gestos y movimientos para dar forma y dirigir la música. Los oyentes se pueden mover, bailar, danzar, dramatizar, contar historias, pintar, dibujar o esculpir como medio de reaccionar ante la música; o uno puede crear música como medio de representar una danza, una obra de teatro, historias, pintura, poesía, etc...¨ (1)
Aunque muchas veces la situamos esquemáticamente como un arte auditivo, la música tambien proporciona una serie de estimulaciones visuales, táctiles y cinestésicas. (2) Es decir, nos ofrece múltiples oportunidades para reaccionar y responder a través de los propios canales de expresión físicos. Desde la perspectiva de intérprete y oyente podemos oír, ver y sentir la música. Al tocar un instrumento musical podemos notar y sentir la forma y textura del instrumento, recibiendo una paralela información cinestésica de nuestros propios movimientos. Estamos oyendo la música que estamos interpretando y, al mismo tiempo, sentimos las vibraciones que el sonido está produciendo en nuestro cuerpo y su interna fisonomía sonora. Cuando asistimos a un concierto de cualquier estilo de música podemos ver y comprobar la magnitud de la expresión musical al observar a los músicos con sus gestos personales e interpretación única. La imagen visual también participará en nuestra comprensión estética y sonora de la música.
Todo ello conformará un proceso de relación interpersonal. Una interrelación que provocará una agradable y placentera conexión sensorial y estética. Pero la belleza de este arte va más allá de la simple escucha, provoca la acción de otras actividades humanas, y ello, no sucede en otro arte ni en ninguna otra actividad del hombre. El impacto pleno de la música será un banquete para los sentidos, para el espíritu y para el cuerpo. La audición musical será una de las experiencias más positivas para la interrelación humana.
En condiciones normales, la escucha de una melodía provocará en el receptor un mayor o menor acercamiento vivencial hacia ella; y esta aproximación dependerá básicamente de dos parámetros esenciales:
1- la vinculación transpersonal que relacione individuo y música; y
2- el estado anímico y subjetivo.
Estas dos condiciones determinarán nuestra aprobación y aceptación, permitiendo que esa melodía siga influyendo y fluyendo en nosotros. El primer parámetro hace referencia a la vinculación con la música a través de distintos aspectos: los gustos musicales, el status de cierto estilo, el entorno social que la rodee o la familiaridad a un género concreto. No obstante, es necesario aclarar que el concepto ¨estado anímico¨ no significa en absoluto desajuste psicológico, sino que indica la situación emotiva en la que una persona se encuentra. Puede ser que esté más alegre o, al contrario, algo triste; o tal vez se sienta con cierta ansiedad o tenga tranquilidad interna; o esté indignado o tenga incertidumbre. El ¨estado anímico¨ es esa línea emocional que discurre por innumerables sensaciones internas, las cuales participan en nuestra expresión y reacción ante los sucesos diarios.
Recapitulemos los dos puntos mencionados: 1- vinculación transpersonal entre música e individuo; y 2- estado anímico y subjetivo del receptor. Básicamente, estas dos circunstancias suceden cotidianamente y, la mayoría de veces, constantemente. Debido a la gran difusión de música por los diferentes medios de comunicación y emisión -radio, televisión, reproductores de Cd e hilos musicales-, estamos habituados a tamizar la incidencia de la música en nosotros. Sin embargo, a pesar de lo habitual del mecanismo, no dejamos de responder con exactitud a esa demanda de atención.
Uno de los estudios comunicacionales de la relación interpersonal de la música es una experiencia realizada en el año 1948, la cual se basaba en introducir en un momento concreto de una conversación cierta canción o melodía, que con certera seguridad se sabía que agradaría al interlocutor, provocando, por lo general, respuestas muy positivas. (3) Posteriormente, el estudio se realizó innumerables veces, especialmente en las relaciones de negocios interempresariales. El proceso habitual es el siguiente: cuando se prepara una reunión o una comida de trabajo, se intenta, previamente, encontrar una música que satisfaga al visitante, contentando sus gustos artísticos, con la finalidad de crear un ambiente agradable y proveyendo una relajada y positiva conversación. Normalmente, al llegar el invitado o a media conversación, esa música empieza a sonar tenuemente por los altavoces. La expresión del recién llegado es siempre de una satisfactoria vinculación, confianza y receptividad, a pesar de estar en un lugar extraño. La música ambiental provoca una sensación de seguridad que determinará su posterior actitud. En definitiva, el impacto que produce y la positividad creada es tan placentera, que según un detallado estudio de la British Society for Music Therapy, el porcentaje de éxito superaba con creces el 80% de las clínicas. (4)
El reflejo natural del personaje estudiado reproduce el anterior esquema de reacción: 1- la vinculación produce acercamiento; y 2- el estado anímico condiciona el grado de aceptación e influencia de esa música. Es en este paradigma que podemos afirmar que en todos los procesos interpersonales de la música se producen estos parámetros de incidencia. Lo expuesto nos lleva a una consideración central: La vinculación estética, ética o social que una persona tenga con respecto a una melodía, determinará su grado de acercamiento hacia ella y producirá, según su estado anímico y subjetivo, cierta dependencia natural; aunque en estadios más avanzados podrá provocar, incluso, plena sumisión.
Normalmente, la escucha de un pieza musical provoca una cierta dependencia vivencial. El hombre, a diferencia de los animales, es un ser plenamente afectivo y emotivo. El impacto de lo sonoro no solamente le genera unas reacciones simpáticas, sino que también le vinculan afectivamente. Éste reflejo emotivo le proporciona una positiva interrelación: cuando se siente triste, una melodía alegre le hará sentirse mejor, aunque si la música es melancólica podrá, incluso, hacerle llorar. Pero esa vinculación dependiente -junto a otras condiciones personales y ambientales- a veces puede proporcionarle una completa sujección y subordinación hacia ella. Es el lado oscuro de la relación del ser humano con la música.
En el año 1985 actué como terapeuta en un caso clínicamente patológico y espiritualmente extraño. Sandra era una chica de 21 años que había aceptado al Señor Jesucristo como su Salvador. Su pasado había sido relamente difícil. El padre había fallecido cuando ella tenía 6 años, mientras que la madre, que era heroinómana y delincuente, estaba más tiempo en prisión que en casa. Es por estas circunstancias que Sandra vivió su infancia y juventud con la abuela materna. La desorientación familiar, la consecuente pérdida de identidad y las amistades la llevaron a un callejón sin salida.
Una de las actividades y entretenimientos en los cuales se amparó fue la música. Durante su adolescencia empezó a escuchar a diferentes grupos musicales, aficionándose a uno de ellos: Dire Straits. Su relación afectiva con el grupo y su música hizo que Sandra empezara a depender paulatinamente del sonido de Dire Straits, y pronto, esa música empezó a formar parte de su vida y de su entorno existencial. Sus referencias vivenciales tomaron forma de Dire Starits, su instinto y deseo era escuchar a Dire Starits, hasta el grado de quedar sometida a esa música. Había algo en su interior que le angustiaba y le hacía sentirse mal y alterada violentamente. uando entré en contacto con el caso, la situación estaba en un punto muerto. Nadie sabía realmente lo que sucedía ni por qué ocurrían esas extrañas reacciones. Ante esta circunstancia actué con una determinación terapéutica.
La tarea de recuperación que le encomendé fue la de intentar componer ella misma sus propias composiciones. Sus mínimos conocimientos de guitarra que poseía le proporcionaron una rudimentaria base para empezar a crear sus propias canciones. Evidentemente, piezas no pretendían pasar a la posteridad ni ser publicadas ni compartidas con otros: eran sencillas experiencias internas cuya finalidad fue crear un proceso de cambio profundo de valores y conceptos.
Debo hacer tres apreciaciones generales a raíz de este caso. Por un lado, es necesario destacar que un constante estado anímico de soledumbre o tristeza vital puede llegar a desarrollar una excesiva vinculación vivencial con la música, sometiendo incluso la propia voluntad. Sin embargo, esta probabilidad no es exclusividad de casos tan profundos como este último relato; existen situaciones en las que aparecen transtornos de dependencia a la música que se pueden enmarcar dentro de la normalidad personal, ambiental, familiar y social.
En segundo lugar, precisar la diferencia que en este suceso existe entre lo que sería una posesión demoníaca y lo que en realidad es una dependencia obligante de la propia mente y espíritu de Sandra. No obstante, el caso de Sandra nunca lo consideré como una posesión, por lo cual me inclino por el concepto de dependencia obligante, (5) distanciándome de otra denominación científica como epilepsia musicogénica, (6) que puede ser certeramente aplicada a otros casos.
Recuerdo un caso de parecidas circunstancias a las de Sandra, en el que un niño de 9 años permanecía la totalidad de su tiempo libre obsesionado en la escucha de música clásica, llegando a conocerse perfectamente el nombre de las obras, los instrumentistas, compositores y grabaciones. Era habitual observarlo sentado frente a los altavoces, absorto ante las grandes óperas y composiciones de los clásicos con una expresión de ensimismamiento bastante profundo. Ello le produjo muchos trastornos relacionales, limitándole en la comunicación con los demás niños y en su propia maduración. Después de una acción terapéutica, su dependencia obsesiva fue desapareciendo definitivamente y de manera natural hacia los 13 años.
Como tercer aspecto, es necesario constatar que la manipulación o dependencia obligante puede sobrevenir sin tener conciencia de que existe y sucede; su acción es, a veces, muy sutil, pues el proceso interpersonal de la música es muy amplio y complejo. Como ya señalé, su acción en el individuo no es por medio exclusivo de su escucha; existen variadas influencias: visuales, táctiles, cinestésicas, e incluso de influencia de mercado. Por estas razones, por la propia esencia sonora y por la condición pecaminosa del ser humano, el paso entre el beneficio y la manipulación, es francamente muy sutil. Por tanto, consideramos manipulación cuando una música no ejerce su original sentido enriquecedor y ennoblecedor dado por Dios, tergiversando las emociones, sentimientos y percepciones autónomas.
1) Kenneth E. Bruscia - Definiendo Musicoterapia - Amarú Ediciones, 1997 - p. 26
2) La cinestesia es un conjunto de sensaciones de origen muscular o articulatorio que informan acerca de la posición de las diferentes partes del cuerpo en el espacio.
3) Cit. por G. Boisser - Interprétation d´un Test Sonore - Delachaux et Niestlé, Suiza, 1968 - p. 143.
4) The International Journal of Social Psychiatry, vol. 7, Nº 1, 1961. The value of Music Therapy as an Aid to Individual Therapy.
5) Este concepto encuadra diferentes situaciones de dependencias a la música. Por ejemplo, ciertos seguidores de grupos musicales modernos o de audiciones de música clásica , entrarían en esta descripción.
6) La epilepsia musicogénica es una de las formas más raras de epilepsias reflejas; la fotogenia quizá sea la que tenga parecidas connotaciones. En estos casos se sufren convulsiones, desmayos y alteraciones cardíacas, siendo, desde la perspectiva psiquiátrica, una manifestación de histeria impulsiva. Los electroencefalogramas detallan que existen claros ataques focales clínicamente reconocidos. Es curioso observar, que existen muchas epilepsias musicogénicas que se producen al oir las campanas de una catedral, produciendo estados absolutamente críticos; o cuando se escucha cierto instrumento musical, especialmente violín y flauta.
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Profesor, hay alg en la música que me inquieta. ¿puede realcionarse música y ruido en el mismo concepto del proceso? Si la música es ente sonoro, el ruido puede tener una misma vinculación. Es una idea...
ResponderEliminarLos ejemplos hablan por si solos... Algunos parecen irreales, no se si se dan cuenta que la capacidad de la música para encantarrrrrr es inimaginable.
ResponderEliminarYlo de la musica y el ruido no tiene nada que ver. No lo mezcles Mar, que entraremos en aquello de si cualquier ruido puede ser parte de la musica. Y es imposible. Un ruido, para ser musica ha de ser armonico en si mismo y con los congeneres. EL ruido no sera nunca musica y no se podran aplicar los principis del proceso interrelacional.